jueves, 22 de marzo de 2012

Just like, magic; Desenlace - Capítulo: #4

Capítulo: #4

El vacío, eso era lo que se extendía frente sí.
Esa había sido la última función y las hileras de sillas ya habían sido retiradas. El piso lucía limpio y nuevo, como nunca.
Macarena, el día anterior había abandonado el teatro, con un Mikey restablecido sujeto de su mano y con la bendición de Gerard, aparte de un buen fajo de billetes escondido en los botines.

Al mago esto le pareció insensato, especialmente cuando la chica le pidió que la acompañase. ¿Abandonar Jersey después de tanto tiempo? Parecía una locura.
Pero sabía que si no abandonaba el lugar, él sería el dueño de la locura.

Tan solo recordarlo hizo que volviera a dibujar una mueca en sus rosados labios.

Estaba sentado, en el medio del escenario, con las rodillas juntas y abrazándoselas con los brazos, en sus labios, un cigarrillo que amenazaba con apagarse, echaba su ceniza sobre su traje negro. Detrás de él, como muestra de su desesperación, la caja negra con motivos dorados estaba abierta.

Por alguna razón esperaba que en un segundo de esquizofrenia un chico menor que él, cruzara sus puertas y lo apretara fuerte. Pero eso no sucedería.

El cigarrillo cayó al piso silenciosamente mientras sus ojos empezaban a lagrimear otra vez. El mago, que meses atrás gozaba de una perfecta salud y apariencia, se veía demacrado y destruido. Su traje estaba sucio en algunas partes y sus ojos, hinchados y rojos (como casi siempre) comenzaban a mostrar alarmantes ojeras por las noches de insomnio que tenía y la falta de buena alimentación.

Las piernas no querían responderle, pero en un esfuerzo, logró pararse del frío suelo y caminó hacia el pasillo ya vacío. Exactamente, hacia su camerino.
Aún con la galera puesta, se tiró ruidosamente boca abajo en el sillón.

Con los ojos escondidos entre la maraña de pelos, podía ver poco. Pero recorrió su camerino un tanto nostálgico, observó su espejo, sus cuadros, sus millones de estampas y recortes pegados a la pared (que hacían lucir el lugar como un puesto de revistas). Suspiró fuerte y se volteó para quedar boca arriba.
Tapó sus ojos con una mano y dejó caer la otra al otro lado del sillón. Mientras estaba con la nariz sumergida en uno de los almohadones hace segundos, percibió un olor que realmente no tenía necesidad de recordar.

Con desgana, dejó caer sus pies y luego su cuerpo al suelo. Se sentó en él y se preguntó qué demonios haría con su vida ahora.
Sin su talento y sin su amor eterno, la existencia le pintaba más a tortura.
Era una buena opción quedarse en el teatro hasta el fin de sus días, que ya sentía cerca, después de todo, la propiedad era suya y nadie lo molestaría hasta que dentro de un par de años alguien decidiese demolerlo para fundar ahí un centro comercial.

Así que sin dar más rodeos, se levantó y corrió el sillón para ver si había algo debajo.
Pero otra vez, lo que vio no era necesario ni saludable recordar.

Con mano temblorosa, recogió el afiche del piso. Y sin poder evitarlo, fuertes sollozos de escaparon de su garganta.

Era simple publicidad, pero era una publicidad muy significativa.
Sus pies temblaron, su mano tapaba su boca fuerte, tratando de reprimir sus quejidos. Pero ya era muy tarde. Apretando fuerte la publicidad, el mago lloró por causas perdidas.

Habían pasado apenas un mes desde que vio ese par de ojos por última vez. Había sufrido y llorado, convencido de que el tiempo disiparía su dolor y pronto volvería a ser el de siempre. Pero se equivocó.
El tiempo no había hecho más que deformar el filo del dolor, hasta que en lugar de cortar, DESGARRABA.

El momento más triste era notar que estaba solo. Que Iero había sido todo lo perfecto de su vida y que esta, no volvería a ser la misma.

Se mordió la lengua desesperadamente para reprimir sus gritos.

Se habían prometido miles de cosas, en ese tiempo la vida era de un color de rosa. Todo era perfecto, todo era genial y divertido. Había encontrado a su confidente y su perfecta compañía. Estaban totalmente enamorados pero...

El miedo. El miedo a perder su gloria. Su mayor secreto estaba en manos de su amante y si no podía borrarle la memoria, el secreto tendría que desaparecer con él.
Y así fue. Iero había entrado a la caja, pero no había salido de ella.
Creyó que con eso sus problemas habían culminado, pero solo estaba abriendo la puerta a una pesadilla. Lo extrañaba, era como un motor que se había apagado. ¿Dónde estaba Iero cuando más lo necesitaba?

Todo, todo había sido su culpa. Su dolor, su desdicha. Era por su culpa.
Conocerlo y acércasele solo había sido un horrendo error.

Gerard, que creyó toda su vida que con la magia y el estrellato sería alguien completo y feliz se estaba equivocando. La vida no era nada sin alguien a quien amar y apreciar.
Ahora sin él, comprendía que tenía miles de cosas que decirle. Que la vida no les había dado el tiempo necesario. Y que más que nada, deseaba poder regresar atrás y remediar su error. Borrar el miedo y volverlo todo amor. Quería salvar a Frank pero...

Sabía perfectamente lo que le había pasado a su magia, él era el único que lo sabía.
Había depositado en ese joven todo y al hacerlo desaparecer y olvidar había causado su propia destrucción. ¡Iero no solo se había llevado su felicidad!
Si no también, su magia.

Se quitó la galera de un tirón y esta cayó en una esquina. Las lágrimas de cólera y tristeza comenzaban a humedecer el papel del afiche.

Frank, dulce, encantador, comprensivo, paciente y más que nada, perfecto. Era... era...

El mago se dejó caer de espaldas y continuó llorando, pero a los segundos, sus sollozos cesaron para darle espacio a una sonrisa. Que aunque triste, era sincera.

Frank era como la gloria insensata que todos buscan, la pizca de perfección que no quieres perder, el sabor dulce de boca, era lo que buscas por toda una vida, el mérito luego del esfuerzo, la dulce brisa del mar, la esperanza vana, la sonrisa perdida, la persona con la cual sentías lo inexplicable...
Porque él... era como la magia.
Era su magia.

El último suspiro de su vida hizo eco en el lugar.


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