miércoles, 21 de marzo de 2012

Just like, magic; Quinta parte - Capítulo: #8

Capítulo: #8

Hubiera dado todo. Desde la más pequeña estrella del cielo, hasta la última gota del mar, hubiera recolectado caracoles, flores y colores. Hubiera dado la tierra entera por remediar las cosas.
O al menos para encontrar un pegamento para sanar su corazón.

Iero tenía la mano otra vez sobre este, lo hacía involuntariamente, lo hacía sin darse cuenta y muchas veces lo escondía entre las sombras. No quería que nadie viera su corazón roto. El murmuro vacio de una impresora antigua se escucho a lo lejos, Frank levantó los ojos llorosos. Mikey no tardaría en llegar al trabajo. ¿Se le notaría?
Se levantó de la butaca y caminó al baño, se observó al espejo y lamentablemente sí se notaba que había pasado la noche en el edificio de su empresa.
No había tenido ni energías ni ganas de moverse. Quería morirse de hipotermia o mejor aún, que un hematoma le obstruyese una vena importante y lo haga morir lenta y dolorosamente.

Hubiera preferido caerse de un avión a esto. ¡Por más que le temía a los aviones lo prefería mil veces! El dolor por dentro era sin duda, mil veces más fuerte…
La puerta se abrió en un chirrido, Frank no dudó en tirarse a los brazos de su amigo y comenzar a balbucear queja tras queja, sin descanso ni consuelo alguno.
Mikey lo observó entre atónito y asqueado.

- ¿Qué pasó? –
- Dijo… - sollozó fuertemente, aferrándose a la camisa blanca de su amigo – dijo que… que desapareciera y Dios… ¿por qué me hace esto? –
- ¿De qué hablas Frank? – Lo apartó sujetándolo de los hombros - ¿De qué demonios me hablas? –
- De ese idiota… - sollozó, temblando bajo las manos de Huse – ese hermoso mago idiota – frunció su cara en una mueca de dolor y por entre las lágrimas sus ojos se abrieron para ver a Michael directamente a los suyos – dijo que desapareciera de su vida, que me largara, que… ¡NO! ¡Yo no quería llegar a esto! ¡Jamás lo quise! – gritó, tomó aire con la intención de continuar pero al levantar la vista hacia su compañero, todo deseo de hablar voló con el viento. Un miedo indescriptible lo invadió.

Sus manos estaban alrededor de él, sí, incluso parecía estar consolándolo, pero su cara demostraba todo lo contrario, la sonrisa que dibujaba era difícil de descifrar.

- ¿Sabes qué significa esto Frank? – dijo.
- ¿Qué mi mundo está cayendo a pedazos por una estupidez? – sollozó.
- Imagínalo amigo – lo soltó toscamente, acción que hizo que Iero se abrazara a sí mismo para no romperse – tú, en el teatro, frente a una multitud – cruzó el aire con una palma extendida, como si dibujara, el otro pensó que esa voz de animador de concursos había al fin vuelto – impresionándolos con un increíble truco… -
- ¿Qué tiene que ver “las cartas cortantes” con esto? –
- Cáptalo, socio. ENTIÉNDELO. Imagínate a Gerard, sonriéndote, aplaudiéndote, ¡admitiendo que eres lo suficiente y MÁS para él! – Sonrió – no quiere que te vayas, yo conozco a mi primo, ¡es una arpía! –
- ¡Mikey! –
- En el buen sentido claro – guiñó un ojo – solo quiere… - lo pensó un momento, imaginando lo feliz que estaría Mac – probarte –
- ¿Tu lo crees? – Iero se limpió la cara y lo consideró.
- No lo creo, yo lo sé – dibujo una de sus mejores sonrisas y cogiendo su mano le puso encima la caja de cartas – ahora piensa en la admiración que dibujará sus ojos y sorpréndeme –
- ¿En serio estará feliz? ¿No le molestará? – preguntó, abriendo la caja y sacando con delicadeza una. Era un As.
- Pero si eres su musa, Frankie. Su inspiración –

La muñeca de Iero dio una vuelta sorprendentemente precisa y la carta salió volando de sus dedos, directo hacia una de las tantas frutas ya casi putrefactas, que se encontraban encima de la mesa, donde practicaban.
La pera se partió en la exacta mitad. Huse aplaudió frenético. Mientras su compañero sonreía lentamente.

- ¡MI MUSA! ¡MI INSPIRACIÓN! ¿Qué placer es mayor que saber que el amor de mi vida es lo mejor que puedo pedir? – gritó Mikey, haciendo una perfecta imitación de la voz de su primo.
- ¡Es perfecto! –

Si Iero, todo iba perfecto. Para Macarena, no para ti.

El As se quedó ahí en el piso hasta dos meses después, cuando Huse limpió la oficina y al observarlo, no extrañó a Frank.


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