miércoles, 21 de marzo de 2012

Just like, magic; Quinta parte - Capítulo: #9

Capítulo: #9

El show había finalizado, Iero, aunque dolido había aguantado ver al mago hacer sus trucos bajo su tierna sonrisa de siempre y el danzante sonido de los aplausos de los espectadores. Que fuera de saber que el mago estaba destrozado también ignoraban el hecho de que estaban siendo hipnotizados inevitablemente.
Caminó a pasos cojos hacia la fila delantera de asientos, recordando cuando el mago le llamaba al escenario y le hacía víctima de sus trucos, él se encantaba con eso, o más bien, lo enamoraba. Pero para ese tiempo no sabía todavía que era amor, ahora si lo sabía. Por que como bien todos nosotros lo aprendemos en algún momento de nuestras vidas, nunca se sabe lo que se tiene, hasta que se pierde.

Nervioso y un poco aturdido, decidió quedarse ahí a entrar por sí solo al pasillo, se sentó. Esperó un buen rato. Casi un par de horas.

Iero suspiró, pensando que si el mago no salía a buscarle él se quedaría ahí, dejándose helar, si lo encontraban congelado y muerto tendrían espacio para hacer una danza de la felicidad alrededor de él.

- ¿Espiando? – dijo una voz, fría y monótona.

Frank levantó el rostro hacia la sombra y sonrió levemente. El mago estaba sentado en medio del teatro, con un vaso de Whisky y un cigarro en cada mano.
Sonrió al verle así, se veía como un adicto y no le importaba.

- No, estaba esperándote –
- Y yo te estaba esperándote a ti –

Ambos parecieron ruborizarse ante esas confesiones, pero no se notaba, por la oscuridad que llenaba el teatro ahora que las luces estaban apagadas.

- Antes ibas al camerino solo – dijo Way, dando una pitada al cigarro.
- Tu lo dijiste – sonrió Iero, tristemente – eso era antes –
- ¿Por qué no puede ser ahora también? –
- Porque tú quieres que desaparezca de tu vida, cariño – respondió, algo rencoroso.

Gerard sonrió levemente, también de manera triste. Tomo un sorbo de su vaso e hizo una mueca.

- Un empleado se rompió la mano – dijo el mago, mirando al techo. Si bien una distancia considerable separa el centro del escenario a la primera fila de asientos, Iero vio que tenía los ojos húmedos – el que levanta las cortinas-
- ¿Y eso? – preguntó el otro.
- Es que me hizo recordar a cuando tú gritabas “¡Las cortinas!” y nadie te quería hacer caso hasta que yo los observaba de manera asesina – sonrió, echando las cenizas de tabaco quemado.
- Lo volveré a hacer… algún día - dijo Iero.
- No si dejas de visitarme al camerino, como estos últimos días –
- Gee, yo quiero estar contigo, para siempre – sus ojos brillaban a la luz de la luna.
- Pero eso es mentira… -
- No, yo QUIERO estar contigo, estaré contigo siempre, aunque tú no quieras, te lo prometo –
- Está bien. Pero Frankie… ¿Olvidas que te pedí que desaparecieras de mi vida?-
- ¿Y cómo quieres que haga eso? ¿Con uno de tus trucos de magia? –
- No me des ideas malévolas, Iero – sonrió, está vez de manera casi loca.

Frank sintió que su respiración se detenía por unos fatales minutos, su corazón aumentó el ritmo violentamente. Ese sentimiento que tantas veces había sentido en estas últimas semanas había vuelto. Y era miedo.

- ¿Por qué quieres dejarme? – murmuró, mirando directamente a unas de las plaquetas del suelo.
- No tengo que repetirlo – cogió con sus largos dedos su vaso y tomó un largo trago de este, apartó los labios y sonrió misteriosamente.

Iero se quedó callado, estaba petrificado. Como tantas veces, no sabía qué decir cuando él repetía esas cosas, las dagas que le atravesaban el alma le impedían hablar.
La luz de la luna que entraba por una de las pocas ventanas estilo colonial iluminaba directamente al escenario. Iero levantó la mano levemente para que la sombra se proyectara en esta y dibujó un pequeño conejo.

El mago se rió, haciendo sonar su carcajada en las cuatro paredes que los rodeaba. Observó divertido a su acompañante, se levantó del suelo, dejando los cigarros y el vaso. Se estiró de los brazos y quitándose la galera caminó hasta Iero.

- Genial – susurró sujetando su mano – conejo, y entrelazando los dedos le sonrió risueño, sus ojos verdes hicieron que el publicista sienta las ya extrañadas mariposas en el estómago – casi mágico – sus bocas se acercaron, era el beso más dulce, largo y hermoso que se habían dado.
- No, eso es mágico - dijo Frank encima de sus labios.
- Genial – repitió el mago, sus piernas rodearon las caderas del otro y quedo sentado encima de él, con los brazos entrelazados en su cuello y la nariz hundida en sus cabellos.

Iero reaccionó y llevo las manos a su cintura. Suspirando de manera aliviada. A veces no lo comprendía, se sentía roto y muchas otras pensaba que el mago era un idiota. Pero todo eso valía la pena si podía probar sus labios otra vez… si su roce volvía a su piel, nada importaba.

- Tu… - dijo Gerard.

El otro parpadeó un par de veces y se encontró con los ojos brillantes de Way observándolo fijamente.

- Perdido otra vez, mi Frankie… - chocó su nariz con la de Iero – en un mundo que desconozco –
- Algún día lo descubrirás – acarició lentamente la oreja del mago mientras la mejilla de este y la de del publicista chocaban suavemente.
- ¿Cómo tú descubriste mis secretos? - Way movió los labios en el oído del otro, este se estremeció.
- Algo así – se atrevió a responder.
- Siento tu corazón, cariño – poso su pecho contra el de Iero, que se le había secado la garganta por lo que tuvo que pasar la saliva de manera dificultosa – parece un tambor –

Rieron despacio. Rozando sus manos y acariciándose en silencio.

- Déjame mostrarte… el mayor de mis secretos –

La luz opaca de la luna dejó ver como Gerard liberó sus brazos de la chaqueta negra y la dejó caer al suelo, a sus pies. Besó la mejilla de Frank y sonrió.

- ¿Y Mac? – preguntó de repente Iero, temblando, dopado de cariño.
- Duerme – respondió el mago, dejando que su camisa blanca se deslice por sus dedos de manera delicada y se quedó inmovilizada sobre las plaquetas de madera.
La luna se reflejó en su blancura, creando un hermoso resplandor.

Way con el pecho descubierto le acaricio a Iero la oreja con la nariz.

- ¿Estás dispuesto? – susurró, en un ronroneo encantador.

Frankie hizo un sonido tímido y atontado con la boca, incapaz de hablar. El mago sonrió, ante su ternura.

Y así, olvidando todo lo que había sucedido, la camisa y el saco de Frank, se resbalaron también por entre sus dedos de plata hasta el piso. Al ritmo que sus manos bajaban por su abdomen a un lugar, que no había reconocido aún.


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