martes, 10 de abril de 2012

Sacrifices for love; Capítulo: #1

Capítulo: #1

Londres
1546.

El lugar se encontraba en completa oscuridad y estaría en completo silencio de no ser por los gritos desgarradores de una mujer.

En el pasillo, fuera de la habitación donde ella se encontraba su esposo caminaba de un lado a otro sin saber que hacer, se tomaba la cabeza, suspiraba y miraba a su hijo de vez en cuando.

El pequeño permanecía sentado, asustado por los gritos de su madre. Le habían dicho que iba a traer a su hermanito, pero ¿por qué mamá gritaba así? ¿El hermanito la lastimaba?
Mujeres mayores salían y volvían a entrar a la habitación cargando mantas y luego de unos minutos los gritos cesaron y el llanto de un niño se escuchó.

Una mujer salió con un candelabro y con un pequeño bulto en brazos. Depositó la vieja lámpara en un hueco en la pared y le mostró el bulto a su padre. El niño mayor saltaba de un lado a otro tratando de ver al bebé, pero no llegaba.

-Mirad, Gerard... –exclamó su padre sonriente mientras que se agachaba y destapaba al pequeño bultito que se revolvía entre la manta inquieto- Es vuestro hermanito.

-¡Hermanito, hermanito! –exclamó emocionado al ver al bebé mirarlo-

Su padre se levantó del suelo y le devolvió el bebé a la mujer mayor mientras que ingresaba a la habitación a ver a su esposa.

La mujer estaba transpirada y exhausta, ansiaba tener a su bebé entre sus brazos por siempre. Ese hermoso sentimiento era impagable, lo había tenido con su hijo mayor hacía tres años y ahora con su hermoso bebé...

-¿Cómo lo llamaremos? –preguntó el hombre besándola-

-James... –susurró mirando al niño abrir grande los ojos ante el nombre. La mujer rió- Creo que no le gusta... –le besó la nariz y el niño se revolvió algo molesto-

-Mmm... Michael. –el niño sonrió o algo muy parecido- Le encanta. Te llamareis Michael.

-Michael... –repitió la madre- ¡Nuestro bebé! –Lo apretó contra su hombro con cuidado y amor-

Dos días pasaron y la vida del rey y la reina no podía ser mejor. Tenían a un pueblo bajo su orden, a dos hermosos niños sanos y adorables. No podían pedir nada más.
Sólo deseaban que las cosas permanecieran así, pero algo les dijo que no lo haría.

Una noche, la lluvia caía raudamente sobre las ventanas y se reflejaba en el piso, la única luz era la luna, y apenas algunas antorchas encendidas en la pared.

Una mujer con capa roja golpeó la puerta del castillo, los guardias no deseaban dejarla pasar pero algo de lo que dijo los obligó a abrir la puerta.

Esa mujer parecía traer un aviso al rey y a la reina. Algo importante.

La mujer ingresó a la sala real mientras que la familia cenaba en paz, pero esa paz fue completamente perturbada al ver ingresar a la mujer chorreante de agua.
La mujer se quitó la capucha y dejó ver sus atuendos de adivina.

Los reyes se tensaron, nada bueno podía provenir de esa mujer, pero aún así ellos eran personas justas y no la matarían.

-¿Quién es usted? ¡Identificaos! –Exclamó el rey levantándose de su lugar en la mesa mientras que el niño mayor observaba todo asustado-

-Mi señor. –la mujer hizo una reverencia- Soy Ana... la hechicera y adivina del pueblo, mi señor. –Dijo levantándose del suelo- ¡Tengo algo muy importante que comunicarles!

-¡Hablad! –exclamó-

-No frente al niño, mi rey. –la reina le hizo una señal a Gerard para que se fuese de allí y el niño rápidamente lo hizo. La mujer se acercó a la hechicera y a su marido; sólo se escuchaba la respiración de todos en la sala, la lluvia y el constante fru fru de los vestidos aterciopelados al caminar.-

-Hable.-ordenó la mujer-

-Escuchad, anteayer yo estaba en mi humilde hogar cuando... se me ocurrió leer el futuro del pueblo. Y no fue nada lindo lo que vi, mi rey. No, no, no, no lo fue. –los reyes se miraron sin entender- Nada lindo, no, no. –Esa mujer, por como hablaba parecía más una demente que una adivina pero decidieron dejarla continuar- Vi como el reino caía, como los extranjeros usurpaban las tierras y a las mujeres... –el rey se impacientó, si era verdad, la guerra estaría sobre ellos para cuando él muriese y su hijo estuviese al mando, nada de eso le gustaba- ¡Pero hay una forma de evitarlo!

-¿Cuál? ¡Hablad por el bien de los tuyos, mujer! –pidió el rey de la forma más amable posible-

-Todo esto –dijo la mujer con aire misterioso mientras que unos truenos iluminaban la casa fugazmente- será provocado por vuestro hijo mayor... –la reina se llevó una mano al pecho mientras que negaba con la cabeza- Lo traicionarán y... ¡Su hijo se perderá entre sus propios sentimientos de odio y venganza, olvidará al pueblo y provocará esa guerra en donde todos morirán!

-¡Mientes! –Gritó la mujer- ¡Mi hijo jamás hará algo así!.

-Escuche, mi señora. –suplicó bajando la mirada. Era una buena adivina y todo lo que veía terminaba sucediendo, pero esperaba que esta vez pudiese detener todo- Hay una forma y sólo una de detener esto.

-¿Cuál? –Preguntó el rey-

-¡Y tu le crees! –exclamó la mujer mirando a su esposo con furia. ¡Su hijo era justo, honorable y jamás haría algo así!

-Querida, dejadla hablar. –abrazó a su mujer por la espalda para tranquilizarla un poco, pero la reina temblaba-

-Hay una forma y sólo una. –repitió-

-¿Cuál? –Las truenos iluminaban sus caras y hacían al ambiente mucho más lúgubre de lo que ya era-

-Deben deshacerse de su hijo menor. –los reyes abrieron los ojos estupefactos. ¡¿De Michael?! ¡¿Qué podía tener esto que ver?!-

-¡¡Estás loca!! ¡Mi hijo nunca podrá tener nada que ver con una guerra! ¡Ninguno de mis hijos! –la adivina negó con la cabeza, entendía la situación de los padres pero tenía que interceder-

-Su hijo menor se casará con una extranjera, y ese pueblo terminará matando al amor de su hijo mayor. –Los reyes se entristecieron notablemente- Gerard se perderá en la venganza y lanzará una guerra para vengarse de su amor perdido, pero estará tan desmotivado y sin ganas de vivir que irá a la batalla para morir...

-¡Dios mío! –Exclamó abrazándose a su esposo y soltando amargas lágrimas-

-Les diría que esta noche se deshicieran de su hijo, mientras el mayor duerme. No querrán que sepa del intercambio. ¿Verdad? –los padres fruncieron le ceño-

-¿Intercambio? –exclamaron-

-Gerard ya vio a su hermano. ¿Qué le iban a decir? ¿Qué se lo comió la tierra? Eso desataría odio en el niño también. Deben cambiar al bebé por otro, uno pobre. Prométanle a la madre un futuro hermoso para su hijo y cambien bebés.

-Por favor, márchese. –Pidió el rey mientras consolaba a su esposa-

-Me iré, pero por favor, haga lo que le pido. –la mujer volvió a ponerse la capa roja y empapada y salió-

La reina sólo lloraba abrazada a su esposo, los sollozos de la mujer y la tormenta eran lo único que se escuchaba. El rey no sabía que hacer. ¿De verdad debía deshacerse de su hermoso bebé? ¡Dios, sonaba tan injusto!
La mujer se separó llorosa de su marido y secó sus propias lágrimas, el hombre permanecía en estado de shock.

-¡Tenemos que hacerlo! –Exclamó separándose de él y yendo a buscar al bebé que permanecía en una pequeña cuna tallada de madera al lado de la mesa-

-¿Donna, que dices? –preguntó serio-

-¡Es el futuro del pueblo! –tomó a su bebé entre sus brazos con mucho cariño, no quería dejarlo ir-

-¡Pero...! –La mujer se acercó a su esposo-

-Lo amas, y yo también. –Miraron al niño que los miraba con los ojos bien abiertos y muy serio, como si entendiese lo que sucedería- Cariño... –dijo mirando a su bebé- daremos un paseo, duerme. Sólo duerme...–lo meció unos segundos hasta que el niño durmió-.

El padre con pesadez comenzó a caminar hacia su habitación. Tardó unos cuantos minutos en llegar y tomar dos capas negras, les servirían para no mojarse demasiado y pasar desapercibidos por el pueblo.

Volvió a la sala real y se encontró con su mujer meciendo a su niño ya dormido y cantándole en voz muy baja una canción inventada. Y no pudo evitar sentir a su corazón encogerse. ¡No quería dejarlo ir! ¡Era su hijo!

Colocó su mano en el hombro de la mujer que volteó para mirarlo y le sonrió tristemente.
Se colocaron las capas tratando de no despertar al niño y aferrándolo a su pecho salieron hacia el frío de afuera.

Llovía muy fuertemente y el viento hacía las cosas más difíciles. Los truenos de vez en cuando iluminaban el camino de barro y ayudaban a los reyes a encontrar el camino.
Sus botas se llenaban de barro mientras que intentaban no resbalar y caer al fango.
Una vez en el primer pueblo que encontraron se detuvieron y caminaron por las calles sin saber a donde ir. ¿Cómo encontrarían a una mujer capaz de cambiarle a su hijo por el suyo?

Se detuvieron frente a una casa muy humilde, por la ventana se veía una hoguera que calentaba el hogar y le daba un aspecto acogedor. Dentro, pudieron observar a una mujer notablemente pobre mecer a su hijo con cariño y devoción.

Golpearon a la puerta y la mujer los dejó entrar, pensó que eran viajeros atrapados por la tormenta que necesitaban un refugio, la chica tenía un corazón enorme.

-¿Estáis bien? –Preguntó haciéndoles un lugar junto a la hoguera- ¡Dios mío, esa tormenta es horrible! –Los reyes permanecían mirando el suelo, escurriendo agua con las caras tapadas por las capuchas y ocultando al pequeño bulto entre sus brazos-

Se quitaron la capucha dejando ver quienes eran realmente y la chica se asustó. Sin quererlo pegó un pequeño salto ocasionado por la sorpresa y su bebé, a quien tenía en brazos, comenzó a llorar muy fuertemente.

-Ya, ya Thomas. –Le susurró y lo meció un poco, logrando calmarlo- ¿Qué queréis? –inquirió-

-Necesitamos pedirte un favor... –dijeron a coro-

-¿A mi? –Preguntó la chica sin entender- ¿A una pobre aldeana? ¿Qué pudo hacer yo por ustedes, mis señores?

-Puedes salvar al reino. –Exclamó el rey provocando en la chica una pequeña carcajada-

-¿Yo? ¡¿Salvar al pueblo?! ¡Estáis dementes! –Exclamó frunciendo el ceño-

-¿Cómo os llamáis? –Preguntó la reina-

-Linda... –susurró la chica- Y él es mi hermoso bebé Thomas –besó la frente del pequeñito que rió un poco-

-¿No queréis que vuestro bebé tenga lo mejor? –preguntó el rey. Donna lo miró extrañada, su marido de verdad sabía negociar, y muy bien-

-Por supuesto, como toda madre. –murmuró tristemente- Pero nunca poder darle nada bueno...

-He ahí nuestra propuesta...

El hombre comenzó a explicarle no muy detalladamente lo que le había contado la adivina y la chica no podía estar mas sorprendida. ¿Una venganza ocasionaría una invasión extranjera?

Y, un momento, ¿debía entregar a su hijo por ello?

-¿Me dicen que si no les doy a mi bebé y me quedo con el de vosotros una guerra caerá sobre el imperio y que... todos moriremos?... –preguntó asustada por la posible guerra y aún más por tener que dejar ir a su pequeñito-

-Exactamente. Tú puedes evitarlo... Sólo intercambiaremos niños. Danos al tuyo y te daremos al nuestro, y te juramos que nada le faltará a Thomas ni a ti. –La chica se veía reacia a aceptar tal propuesta pero al ver los ojos de la reina, igual de tristeza y desesperanzados que los de ella supo que tenía que dejar ir a su pequeñito. Al fin y al cabo, el niño tendría el mejor futuro. Pero aún así, no pudo evitar tener un presentimiento de que entregaba a su hijo a vivir con tristeza y dolor...-

-Está bien... –dijo en un suspiro mientras que entregaba al niño a sus padres- Es vuestro...

-Gracias –Exclamó el rey tomando al pequeño bulto mientras que la reina se despedía con un beso de su pequeño niño y se lo entregaba, entre llantos, a Linda-

Sin más se despidieron de la pobre chica que ya no tenía esa misma luz que antes en su mirada, ahora estaba sombría y apenas miraba al niño que tenía entre sus brazos llorando y pataleando por haber sido alejado de los brazos de su madre.

Hicieron el mismo trayecto de regreso al castillo y decidieron renombrar al pequeño. Para que nadie lo reconociese, no iban a nombrarlo Michael, eso sería traer feos recuerdos a la familia; lo llamarían Frank.

Y juraron, no decir nunca a nadie sobre ese niño, sobre aquél al que dejaron en esa pequeña casita.

De ahora en más, sólo tenían dos hijos, Gerard y Frank.

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