jueves, 31 de mayo de 2012

The dove keeper; Capítulo: #11

Capítulo: #11


Lección Dos: Mierda.


Llevé la cerveza al día siguiente. Tuve que rebuscar entre los equipos de mi papá en el garaje antes de encontrarla. Sabía que estaba muerto si me descubrían, sobre todo porque delante de mí tenía un cajón con 24 latas, pero de alguna forma parecía que iba a valer la pena. Llegué a lo de Gerard a la tarde, con mi espalda adolorida por cargar el cajón conmigo escondido dentro de mi mochila para evitar llamar la atención. Igual creo que llamé demasiado la atención por la forma en la que me quejaba mientras caminaba, haciendo movimientos torpes cuando sentía que mis músculos estaban siendo arrancados de mis huesos, pero llegué entero, relativamente.


-“Pon la cerveza en el centro, sobre el piso”- Gerard me dijo tan pronto como tire mi mochila de mis adoloridos hombros sobre su sofá con un audible ‘oomph’. Apenas tuve tiempo para mirar su recientemente limpio apartamento, antes de tener que agarrar mi bolso y abrirlo. Honestamente estaba shockeado de que él hubiese limpiado solo el apartamento, considerando el desastre que habíamos hecho el día anterior. El nuevo mural aún estaba presente, y sonreí cuando lo mire, recordando lo que habíamos hecho. Miré en dirección de Gerard, para ver si él también compartía el mismo orgullo que yo hacia nuestra anterior lección de arte, pero él simplemente me vio, esperando que yo colocara la cerveza en el piso. Estaba concentrado en la actividad actual, y aunque dolió, obedecí curioso por lo que iba a pasar.


Había apartado sus útiles de arte hacia el otro lado, para que el cajón de cerveza pudiese estar solo en el centro del apartamento. No habían tantos suministros, sólo un par de pinceles y lienzos rotos. Habíamos gastado casi toda la pintura en nuestra experiencia anterior y me preguntaba como se suponía que recibiera una lección hoy si no había nada con que pintar. Pero confiaba en Gerard, probablemente más de lo que debía.


-“Ven, párate aquí conmigo”- instruyó, gesticulizando con sus manos. Sus ojos estaban oscuros y pensativos mientras observaba el cajón de cerveza. Estaba parado junto a la cocina, justo fuera de la puerta. Me paré a su lado, esperando. Esperé por lo que pareció ser un larguísimo tiempo, trabando mis manos dentro de mis bolsillos hasta que finalmente habló.


-“¿Sabes lo que es el arte moderno, Frank?”- preguntó con determinación. Su atención aún estaba en la pieza central, su ceño fruncido en un profundo pensar. Nunca antes lo había visto así; en un perplejo estado de deliberación. Normalmente era tan descuidado y abierto, sonriendo como si supiese todas las respuestas. Aún era ese hombre, aún sabía las respuestas a todo, pero estaba esperando y pensando, juzgando si yo las sabía.

No las sabía. Vagamente había oído hablar de arte moderno, pero no tenía idea de cómo definirlo. Recuerdo haber ido a un museo cuando estaba en cuarto grado. El viaje había sido obligatorio, sino probablemente me hubiese escapado y hubiese pasado el día con mi maestro suplente y Sam. (Sus padres no tenían dinero suficiente para mandarlo; su padre estaba libre del trabajo, y su madre aún no encontraba ninguno. Así que el dinero era escaso). Mis experiencias previas con museos habían sido menos estelares, imágenes de viejas locas en conferencias leyéndonos como el homo-sapiens evolucionó del mono y oyendo a niños reír en el fondo. Pero cuando había entrado al pequeño edificio y su cálida luz había caído sobre el conjunto de escolares usando chaquetas y gorros de inviernos, no me había parecido tan malo. Ya no habían tantas lecturas aburridas; sino cuadros. Me retaron un par de veces por acercarme demasiado a algunas piezas donde la pintura era tan gruesa que creaba bultos, pero en sí me las arreglé para mantenerme fuera de problemas. Vagamente recuerdo que había un lugar con el nombre de Arte Moderno, pero de nuevo el término solo no tenía significado. Todo lo que podía recordar de ese cuarto eran esculturas hechas de basura y papeles que tenían huecos de balas en él. Incluso me metí en un cuarto donde grabadoras caían desde el techo y tocaban diferentes mensajes desde cada parlante mientras que en una pantalla se mostraba a una chica con vestido rojo bailando. Para mí no tenía sentido, y teniendo 9 años en ese momento, me asustó demasiado. Creí que había entrado a un universo paralelo donde las cosas saltaban de los muros. En ese entonces leía muchas historietas, que no ayudaba a la cuestión. Un chico que apenas conocía me sacó del cuarto y me arrastró al autobús, donde nuestra profesora esperaba sus labios fruncidos y brazos cruzados sobre su pecho. Había suprimido el recuerdo, junto con muchos más, hasta que Gerard los hizo resurgir.

-“Um….”-Contesté, mi voz quebrándose mientras pensaba todo lo que había pasado aquel día en el museo, intentando de encontrar una definición para las obras que había visto y luego aterrorizado. –“El arte moderno, ¿Es como tridimensional?”-


Gerard rió de mi definición, apartándose de su pose pensativa, pero solo por un segundo. –“Las esculturas son tridimensionales. Pero se encuentran muy lejos de ser arte moderno”-


-“Oh…”- Murmuré, sentía como mi cara se calentaba por la vergüenza. Había pasado un tiempo desde que Gerard había expuesto mi falta de cultura, pero tenía el presentimiento de que iba a hacerlo hoy. Sintiéndome de alguna forma, algo masoquista deslicé la respuesta que tenía en la punta de la lengua. –“El arte moderno es diferente. Es raro”- puede que no haya sido la definición perfecta, pero por lo menos estaba siendo honesto.


-“Es una mierda”- me informó Gerard, pronunciando los distintos sonidos del insulto desde su lengua y labios. Volteó su cabeza hacia mí y me dio una de sus sonrisas características. Sus ojos se iluminaron como siempre lo hacían. Aparentemente habíamos encontrado la respuesta correcta.


-“¿Una mierda?”- pregunté inseguro de a qué quería llegar.
-“Sí, una mierda”- contestó con entusiasmo, tirando sus manos al aire. –“El arte moderno es una completa mierda. No es una pintura o una foto. Ni siquiera es una escultura, algo finamente esculpido en arcilla. Es simplemente un desastre que alguien olvidó limpiar y en su lugar decidió decir que era arte, encontrando algún tipo de simbolismo para no tener que contratar a alguna sirvienta.”- pausó, mirando a la cerveza que estaba en frente nuestro y de vuelta a mí, sonriendo ampliamente. –“Es una mierda”-


Fruncí mi ceño, siguiendo su mirada y dejando que todo entre en mí. Su definición tenía sentido- esas aparentes esculturas que había visto parecían salidas de la basura. No tenían sentido. Les pusieron un marco y les pusieron nombre. Como siempre, Gerard tenía razón. Mire al cajón y encontré otra pregunta en mi mente.

-“¿Entonces, para qué es la cerveza?”-


Sonrió aún más ampliamente, dejando al descubierto sus dientes manchados con nicotina. Chasqueó la lengua cuando inhaló con demasiado entusiasmo y demasiado rápido. Se frotó las manos con frenesí, contento con mi tren de pensamientos. Pero aún sin responder mi pregunta.


-“¿Qué te gusta más Frank?”- preguntó moviéndose de mi lado y hacia la cocina. Se dirigió hacia su pequeño refrigerador y sacó una botella de vino. La trajo hacia donde yo estaba, colocando gentilmente la botella de vidrio en mi pecho. Me miró, sus ojos entrecerrándose cuando preguntó, -“¿Vino o cerveza?”-

Tomé la botella de mis manos, agarrándola de la base antes de que cayera y se destrozara en un millón de pedazos. Sostuve el frío objeto por un rato, su peso muerto en mi mano, mientras intercambiaba miradas con Gerard, el cajón de cerveza y el suelo. Pensé la pregunta de Gerard. No tenía idea cual me gustaba más. El vino estaba comenzando a crecer en mí, cuando estaba en mi casa me encontraba extrañando su textura y sabor, especialmente durante la cena. Era amargo y penetrante; una distracción bienvenida de las cosas que me rodeaban. Aún así, nunca bebía hasta emborracharme, porque sentía que ya no lo necesitaba. Y cuando ese pensamiento vino a mi cabeza, me di cuenta que no he estado borracho en semanas. No desde el primer día con Gerard y la lata de pintura. Aún bebía, pero era por otras razones. Bebía el vino de Gerard porque él me lo había ofrecido; era lo que disfrutaba y quería compartir su experiencia. Y yo la quería. El vino sabía bien, pero nunca abusaba como había hecho con otras bebidas. Tenía otras cosas y otras sensaciones en lo de Gerard para darme la sensación de estar embriagado.


Miré hacia el cajón de líquido ámbar y sacudí mi cabeza. Solo tomaba cerveza para emborracharme, su penetrante sabor nunca pareció atractivo, sólo sus efectos. Y la cerveza me recordaba a mi padre, a Sam, a Travis, y todos esos adolescentes arrogantes de mi escuela, escapándose para comprar un cajón cada viernes para poder emborracharse y ahogar sus sentimientos. El vino me recordaba a Gerard; a su robusta apariencia, sus sonrisas diabólicas y al arte por el que él se paraba. Antes hubiese querido doblarme ante el líquido del cajón, ser otra lata en el apretado envase de 24. Pero ahora quería ser una botella; una bebida única y distinguida, saboreada y degustada por el placer de hacerlo. No quería ser desechado, quería ser apreciado.

-“Vino”- respondí luego de un poco de deliberación. Miré hacia Gerard solo para verlo sonriente.

-“Finalmente”- suspiró dramáticamente. –“Te dije que iba a crecer en ti. Finalmente estás desarrollando un interés más alto. Estás creciendo”-


Asentí un poco, sorprendido con la última frase de Gerard. Esas palabras siempre habían tenido una connotación negativa para mí. Crecer significaba responsabilidades. Significaba tomar decisiones y yo no sabía qué decidir. No quería crecer y quedar atorado en esa sección media en la que no soy lo suficientemente viejo como para morir, pero tampoco lo suficientemente joven para vivir. No quería estar en esta mediana edad y si realmente estaba creciendo, esto era un paso más cerca a eso. Pero por alguna razón la forma en la que Gerard lo dijo, hizo que la oración sonara como un cumplido. Y lo era. Había cambiado del querer mezclarme con el resto. Ahora quería tener mi propio color; mi propia identidad. Quería ser una botella de vino, mientras que mis compañeros no eran más que latas en un cajón. Y el acto en sí, el reconocimiento del hecho, era crecer. Per se no tuve que hacer nada; solo estaba cambiando mi forma de pensar. Era un pequeño paso, pero era algo de lo cual sentirse orgulloso.


Gerard no daba cumplidos sin una doble intención a las cosas. De hecho, raramente daba cumplidos. Si me decía que estaba creciendo, lo decía en más de un sentido, algunos de los cuales aún no podía descifrar. Quería decir que estaba cambiando mi visión hacia las cosas, aún si sólo era mi consumo de alcohol. Sin embargo había algo más en su tono, algo que no comprendí hasta que lo miré a los ojos. Gerard estaba en esta mediana edad. Estaba atorado en estos números medios que decían que eras demasiado gris como para ser blanco o negro. Estaba atascado ahí, pero en cuanto lo miré no parecía estar abatido o triste como otros de su edad. Tenía esa luz en sus ojos y esa sonrisa en su rostro, algo que se las ingenió para mantener desde su juventud. Tenía arrugas distintivas alrededor de sus ojos y su boca y conocimiento que no comprendía de su envejecimiento. Gerard se las arreglaba para tomar todas las cosas buenas de esta mediana edad y las hacía destacar. Él no era gris. El era sombras distintas, chocando juntas y creando una imagen.
Envejecer no parecía tan malo, cuando lo miraba a Gerard. Él aún era una obra de arte.

-“Gracias”- dije efusivamente, recibiendo mi elogio en la forma en la que tenía que ser. El sonrió y asintió mirando hacia un lado. De la nada, sacó de la parte posterior del mostrador que estaba cerca nuestro un bate de baseball. Lo sostuvo en sus manos por un tiempo, cambiando el peso del objeto entre la palma de su mano y sus dedos, estudiándolo como para llamar mi atención. Cuando ya la tenía.


Estuve a punto de preguntar qué estaba pasando, antes de que me interrumpiera. –“¿Jugaste baseball cuando eras más joven, no Frank?”- me miró elevando su ceja lánguidamente. Sostuvo el bate en frente de ambos. –“¿O algo igualmente trivial con un bate?”-


-“No”-, respondí honestamente. Odiaba el baseball. Siempre me pareció demasiado lento para mí y yo era un niño muy hiperactivo. Necesitaba un deporte en el que tuviese que correr mucho. Nada de sentarse en una base y esperar. Cuando vi que su rostro se apagó un poco, avivé con algo que esperaba lo animara un poco. –“Pero jugué futbol”-


Asintió satisfecho. –“Cerca”- se encogió de hombros, poniendo el bate en el centro de mi pecho. Yo había puesto el vino en el mostrador para este entonces, por lo que era capaz de tomar el objeto de madera entre mis manos. Me balanceé un poco con mis pies, inquieto, mientras esperaba que continuase.


-“¿Qué significa la cerveza para ti, Frank?”- Preguntó de repente, mirando hacia adelante y pensando nuevamente.


-“Um”- tartamudeé. No podía hablar apropiadamente en momentos así. era demasiado raro estar cerca suyo, cuando sabía que estaba pensando algo más dentro de su cabeza color azabache. Me había confundido tanto a este punto, no solo hoy, que ya me estaba acostumbrando a mi nuevo impedimento en el habla. No podía pensar, o imaginar una respuesta que no comenzara con este tartamudeo.


-“La cerveza significa emborracharse”- dije finalmente, pero no era suficiente. Cuando Gerard me instó por más, comencé a pensar a través de los pensamientos mismos que tenía antes sobre el líquido ámbar, y se los di, sabiendo que estaría orgulloso de mis metáforas.


-“La cerveza significa ser adolescente”- resumió para mí, sonriendo y asintiendo con la cabeza a mis pensamientos. Noté que estaba satisfecho conmigo, por la forma en la que sus ojos brillaban, aún cuando veía solo su perfil, pero a diferencia de su ego, él no quería inflar el mío. De repente comenzó a dar pasos, señalando al bate que yo tenía en frente. –“¿Qué significa esto?”-

Miré al objeto de madera con mi cara en blanco. Realmente no significaba nada.

-“Pretende que es una pelota de futbol”. Intervino con una ligera replica en su voz. –“Compláceme”-


-“Uh….¿Significa ser un niño?”- mi voz elevándose al final haciéndola una pregunta. Había pasado tanto desde que practique algún deporte que sólo podía asociarlos con ser un niño y tener mucha energía de mierda para que mi madre pudiese controlar, así que me mandaba a correr.


-“Bien”- afirmó. Balanceó su propio peso, apoyándose contra la pared con indiferencia, mientras yo permanecía rígido, sin poder relajarme. –“Los objetos que están en frente tuyo simbolizan tu juventud. Cuando eras joven practicabas deportes y te emborrachabas. Pero estás creciendo Frank. Ya no haces deportes y ya no bebes cerveza. Bebes vino y creas arte”- me miró y una sonrisa se deslizó por sus rosados y finos labios. –“Ahora, haz arte”-


Tragué con dificultad, agarrando el bate tan fuerte que mis nudillos se pusieron blancos. –“No tenemos pinturas…”-dije apagadamente. Suspiró audiblemente, revoleando los ojos.
-“No necesitas pinturas”- me informó su voz plana y uniformo. –“Aplasta la cerveza Frank”-


-“¿Eh?”- mis ojos se salieron de mi cabeza.


-“Aplastala”- me animó. Sus ojos se agrandaron y se inclinó hacia adelante, mostrando sus pequeños dientes y su nariz puntiaguda. Parecía un animal rabioso, y aunque me asustaba al principio, provocando que yo retrocediera un poco, era excitante al mismo tiempo. Gerard estaba en una de esas patadas pasionales nuevamente, como el día anterior con el mural.


-“¡Aplástala ahora”- saltó un poco, aún en esta postura animal que me hacía cagar de miedo. Dijo la frase una y otra vez, balanceándose hacia adelante un poco cada vez que lo hacía. Caminé hacia atrás, asustado y alentado por sus palabras y acciones. Y antes que lo supiera, mi pie golpeó el cajón de cerveza causando que sonara fuertemente.


-“Hazlo ahora Frank”- me ordeno, su voz goteando con determinación. Sus ojos estaban bien abiertos y asintió vorazmente con su cabeza. –“Haz de cuenta que es tu padre. Pretende que son esos amigos que nunca llaman. Es tu juventud Frank. Es una mierda. Deshazte de ella”-


Mi boca se abrió ligeramente, sus palabras teniendo un efecto en mí. Tocaron una fibra causando que mi interior se revolviera y golpeara, liberando a la furia repentina que pasaba a través mío. Vi la cerveza y vi todos los recuerdos de mierda de mi niñez. La gente que me golpeó en la escuela primaria, mi papá, su guitarra y sus sueños rotos, mis días de sobre consumo para olvidar mi pasado; lo vi todo. Y mientras dejaba caer el bate hacia las botellas, me sentí quebrar con el vidrio. Pero mis grietas no eran perjudiciales, sino edificante. Cuando la cerveza explotó y se derramó por todo el piso de Gerard sentí que también me vertía. Mi creatividad y mi mente comenzaron a correr nuevamente con pensamientos que cruzaban tan numerosos y rápidos que creí que iba a enloquecer. Continué aplastando las botellas, una y otra vez sin que me importe si era o no un desperdicio. Estaba liberando enojo y agresión y reemplazándolos con algo más. Estaba inspirado, y con las llamadas alentadoras de Gerard en el fondo, diciéndome que esta era la única forma de crecer, mantuvieron viva esta inspiración. En ese momento, quería crecer. Quería ser como él.


Y no estaba asustado.


-“¡Mierda!”- Jadeé, tirando el bate junto con el montón de cristales y ese liquido vil como si fuese un peso muerto. Me alejé de mi repentino arrebato, respirando con dificultad. Sentí mis fosas nasales arder, tomando tanto aire viciado con cerveza como pudiese en orden de respirar. El cuarto olía jodidamente horrible; como una de esas noches de fiestas adolecentes con sexo, alcohol y un montón de errores corriendo como un rito. Odiaba esas fiestas, posiblemente habiendo ido a dos en toda mi vida. Sin embargo, cuando vi los fragmentos de vidrio y bebido, burbujeando juntos en un hedor de juventud, no podía estar más feliz. Esas fiestas se habían ido, y también así mi puta existencia adolescente. Había roto todo lo que podía romper. Ya había terminado, mi corazón latía a mil por horas, endorfina corriendo en mi sistema como oxígeno. Se sentía jodidamente increíble.
De repente me di cuenta de que Gerard estaba a mi lado, una amplia sonrisa en su rostro, orgulloso de mi, y su, cumplido. Colocó su brazo sobre mi hombro, esta vez no tan pesado.

–“Buen trabajo Frank”- susurró en mi oído mientras sentía un aleteo en mi interior. Nos quedamos así un tiempo, su mano sobre mí y mi pecho subiendo y bajando tan rápido que creí que mis costillas se quebrarían hasta que él perturbó nuevamente al silencio.


-“Acabas de hacer arte moderno”- afirmó con profundidad.

-“¿Qué?”- pregunté, la confusión encontrando su camino de regreso a mi sistema. Aún estaba inspirado y feliz pero las palabras de Gerard me arrojaron fuera. –“Creí que odiabas al arte moderno”-

-“Los artistas no odian Frank”- me dijo. Cada vez que usaba así mi nombre, sentía que estaba hablándome desde una postura superior, cuando realmente lo hacía a mi nivel, directo a mí. Usando mi nombre para que recordara lo último que dijo.

-“¿Qué hacen entonces?”- probé. Miré hacia lo que habíamos hecho y me di cuenta que realmente era arte moderno. Un gran desastre que decidimos no limpiar y en lugar de eso, le dimos significado. Era hermoso, pero mi opinión contrastaba con todo lo que Gerard había dicho.

-“Los artistas encontramos defectos en las cosas que amamos”- respondió solida y sinceramente. –“Es lo que hacemos para mantener los pies sobre la tierra”- miró desde esos centímetros de más que me llevaba y me dio una sonrisa. Era pura e inocente, para nada condescendiente.
-“Sin embargo, creí que el arte moderno era una mierda”- dije, probando por más detalles.

-“Te olvidas de una pieza clave”- río entre dientes. –“Me gusta la mierda”- su sonrisa aún presente, apartó el cabello de su rostro sacudiendo velozmente su cabeza. Volvió a mirarme, sus ojos tan profundos que atravesaron mi piel. –“¿Por qué crees que te mantengo cerca?”-

Reí, a pesar de su obvio insulto. No estaba ofendido, de hecho me puse a buscar en mi propia mente, encontrando palabras que me había dicho un par de días antes y usándolas en su contra.

-“Pensé que me mantenías cerca por mis imperfecciones”-repliqué, trayendo a mí el día con Vivian. Sonrió, sorprendiéndose un poco por lo que le dije. Dos pueden jugar a esto y me tomó bastante tiempo darme cuenta que él siempre me había invitado a jugar a su lado.

-“Buen chico”, dijo, acercándome con su brazo. Sentí calidez en el abrazo y por un momento me distraje por otra cosa más que el putrefacto olor de la habitación. –“Ahora sí estás aprendiendo.”-

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