viernes, 18 de mayo de 2012

The dove keeper; Capítulo: #10

Capítulo: #10

Lección uno: Destrucción.

Apenas dormí esa noche, dando vueltas furtivamente y escapando para fumar de nuevo. Estaba mejorando en inhalar sin entrar en un ataque de tos, pero aún así tenía que forzarme para poder seguir con el cilindro entre mis labios. No tenía idea de porque me estaba forzando a empezar un habito que tanta gente estaba desesperada por dejar, no obstante lo estaba haciendo. Me daba algo en que concentrarme aparte de lo que había sucedido ese día. Imágenes de Vivian y Gerard se repetían en mi cabeza una y otra vez. Continuaba viéndola desnuda, pero lo raro era que ya no era sobre el sillón anaranjado de Gerard, sino que desnuda con él. Él también desnudo. Estaba convencido de que de alguna forma mi cerebro se había afectado con los cigarrillos, juzgando por la enferma y retorcida fantasía que estaba conjurando debido a los hechos que me había contado. No podía creer que había tenido sexo con una mujer, pero aún así ser gay. Para mí no tenía sentido. Es decir, si le gustaba lo suficiente como para follarla, entonces ¿Cómo podía ser que no le gustasen todas las mujeres? ¿No tenían todas las mismas partes? ¿Me estaba perdiendo de algo en toda esta ideología? Después de todo, soy virgen. Quizás se me había pasado esa discusión sobre la sexualidad. Estaba ignorando por completo el aspecto emocional de las cosas y enfocándome solamente en lo físico, pero eso era todo lo que tenía programado en mi mente a ese punto. Estaba intentando eludir lo emocional. Si me sumergía demasiado en eso; me daría cuenta que cuando evocaba esos pensamientos en mi cabeza de carnes desnudas y pinturas, que estaba celoso. Quería estar con uno de esos participantes desnudos, y me asustaba hasta la mierda, porque (sin tener en cuenta la astronómica diferencia de edad que tenía con ambos) no sabía con cual quería estar.

Y por eso fumaba. Dejaba un sabor amargo, por toda la amargura y el stress de esos pensamientos que tenía. Continué mirando a mi alrededor y contenía la respiración luego de cada vez que tosía, asegurándome que mis padres no me encontraran así en el patio trasero. Mi garganta me picaba y ardía cada vez que suprimía al humo y ese reflejo natural en mi cuerpo, pero valía la pena. Estaba sólo con mis bóxers y una remera fina; estaba helando afuero pero el frío era una distracción bienvenida. Me concentré en lo entumecidos que estaban los dedos de mis pies en lugar de la agitación de mi estómago, y el ardor en mis dedos y mi cintura. Me estaban excitando todos esos pensamientos que seguían apareciendo en mi cabeza, también me asustaban demasiado como para actuar sobre ellos. Por lo menos todavía.

Finalmente cerca de las cuatro y media de la mañana, luego de terminar el paquete robado, y solamente fumando solo la mitad de cada uno tirandolos en el cesped, me rendí ante la urgencia y me masturbé. Me tomó más tiempo que lo habitual, porque me detenía cada vez que esos cuerpos venían a mi cabeza. No quería acabar por Gerard y Vivian juntos. Ni siquiera quería acabar por Vivian. Ella es mucho mayor que yo. Intenté concentrarme en todas las imágenes que tenía guardadas en mi mente luego de tantos años mirando porno abajo en el sillón, posiblemente siendo demasiado violento y desigual con los movimientos de mi mano. Eventualmente, me hice volcar, culminando rápidamente y realmente sin disfrutarlo antes de darme vuelta y dormirme. Parecía que solo necesitaba sacar un poco de stress de mi cuerpo para poder relajarme.
No obstante, cuando la luz de la mañana llegó, y el llamado monótono de mi madre hizo eco en mis oídos, ese stress regreso con fuerza. Hoy iba a ir a lo de Gerard. Y necesitaba inventar una historia para poder hacerlo. Mis nervios regresaron y no tenía tiempo para otro encuentro con mi mano. De cualquier forma era demasiado arriesgado con mi madre en el cuarto del lado, reuniendo ropa sucia y haciendo las camas.

En lugar de eso , me encogí de hombres, me vestí, me aseguré de guardar mis cigarrillos y un par extra de ropa. Ya sentía la urgencia de fumar y habían pasado solo cinco minutos desde que había alcanzado la consciencia. Era adicto a la nicotina, aún si tosía durante la mitad. Me preguntaba si Gerard estaría orgulloso de mí. Estaba fumando ahora; como él. Y quería mostrarle eso hoy, para probarle que no robé sus cigarrillos solo por robar. Aún me sentía mal por mis acciones, cada vez que lo pensaba, mi estómago se hundía hasta mis zapatos. Gerard fue tan comprensivo, comprando me mi propia etiqueta y no enfureciéndose por tomar los suyos.

Quizás podía fumar con él hoy, luego de terminar nuestra lección. Me dije a mí mismo. Me enseñaría como hacer arte y yo le mostraría mi propia salida creativa que había estado practicando la noche anterior. En teoría sonaba perfecto. Pero nuevamente, en teoría, no vería al artista y a su mejor amiga desnudos en mi mente cada cinco jodidos segundos.

Salí de mi cuarto apurado, casi chocando a mi madre que tenía una gran brazada de ropa con ella.

-“¡Oh Frankie!”- dijo, llamándome por mi nombre de la infancia. El nombre siempre me molesto, especialmente ahora que era un adolescente. Cada vez que me llamaba, tenía ese raro recuerdo de mi a mis cuatro años de edad comiendo arena en el parque y ella gritándome por ese apodo en una octava tan alta que ensordecería a los perros.

-“Lo siento mamá”- murmuré acomodando mi campera. Cuando pasé por su lado, ella casi chocó el paquete de cigarrillos en mi bolsillo. No necesitaba que lo descubriera, menos que me los quitara. Estaba sorprendido que ni ella ni mi padre hayan notado mi aliento a humo, pero en casa siempre había alguna especie de ambientador, el áspero olor a lilas enmascaraba todo.

-“¿A dónde vas tan temprano cariño?”- Preguntó, Ajustando la brazada de ropa que estaba llevando. Para ese punto, yo ya estaba cerca de las escaleras y murmuré una excusa de mierda incluyendo a Sam, deseando que fuese suficiente. Escuché su alegre afirmación y estaba a punto de descender hacia mi libertad creativa cuando su voz me interrumpió con algo más urgente.

-“¿Qué es esto? ¿ Quieres que lo lave?”- preguntó torciendo su rostro ante la playera azul que estaba en mi puerta. Mis ojos se ampliaron cuando sus delicadas manos intentaron sacar las tachuelas que la sostenían.

“-¡No!”- exclamé llegando a su lado de un solo salto. Puse mi mano sobre la suya y la alejé de la remera. Había puesto la pieza de arte hacía tanto que casi me había olvidado de ella. Se había convertido en algo básico de mi cuarto, como mi colección de cd’s o mi cama. Pero aparentemente mi madre nunca había visto una presentación tan horrorosa de ropa sucia.

-“¿Qué es eso?”- preguntó arrugando su rostro. Suspiré con pesadez, sin saber cómo y realmente sin ganas de explicarlo. 


-“Arte”- fue todo lo que pude decir. Apartó su vista de la playera y se dirigió hacia mí, su rostro aún arrugado y confuso. Probablemente ella estaba más familiarizada con la “alta cultura” como Gerard diría, pero en su vida ella no podía entender como esta playera era algo más que un proyecto para remover manchas. Esto es lo que Martha Stewart le hace a la gente.

-“Déjala ahí”- le dije seriamente. Podía ver la solemnidad arraigada en mis ojos y siendo la buena madre que es, ella apenas asintió y se alejó. Se encogió de hombros y sacudió su cabeza, y aún cuando ya no podía ver su expresión, sabía que aún estaba perpleja. Miré la playera que no había estudiado desde que la había colgado en la pared. Vi la pintura azul y el rostro de Gerard apareció claramente en mi mente. Esta vez sin Vivian, y con su ropa puesta y sin esa culpa persistente o celos. Simplemente vi al artista; el artista con el que pasaría el día. 


Giré para salir de mi casa, ya sin cargar los nervios que me mantuvieron despierto casi toda la noche. Salí por la puerta y me dirigí hacia lo de Gerard sabiendo que aún cuando a veces no puedo controlar mis sentimientos, al menos era mejor que estar en casa, donde no había ni una mínima chance de que mis padres me entendieran.


*


Mi lección de ese día no comenzó temprano como yo lo esperaba. Cuando metí la llave en el cerrojo y entré al apartamento iluminado por los rayos de luz solar, vi algo que nunca creí posible. Tuve que frotarme los ojos y pestañear unas cuantas veces antes de que la escena fuese real para mí. 


Gerard estaba en su apartamento, como siempre, vestido todo de negro, como siempre, y en su área de arte, como siempre. Pero había algo que estaba fuera de serie. Aunque Gerard estaba sosteniendo una lata de pintura, no estaba pintando. En lugar de eso estaba arrojándola contra su pared. Y no era una de las paredes lisas de su cocina, era su mural. Estaba asesinando lo que yo creía era una de las mejores obras que se hayan creado con capas y capas de un horrible verde militar. Mi boca se abrió con horror cuando ya no pude ver el paisaje urbano que había pintado con la sombra al medio. En su lugar vi como lo cubría un violeta y gris que inducían al vomito. El verde que Gerard estaba agitando en ese momento estaba sobre la escena de la colina, siendo aún más chocante. Se veía horrible; como si la imagen estuviese sangrando y vomitando. Se veía enferma, como mi guitarra, dañada por años de no tocarla, pero esto era peor, porque Gerard lo seguía haciendo. Seguía arruinando su arte; agitando sus brazos con violencia ante cada golpe. Ni siquiera estaba usando brochas. Y cuando miré hacía donde usualmente las guardaba, preguntándome si quizás se había quedado sin, vi todos sus lienzos desordenados en el suelo. La escena del ocaso en la que había estado trabajando estaba partida en dos y las demás también tenían capas de esa pintura color vómito. No podía creer lo que estaba viendo. Y tampoco me podía mover del shock. Nunca había visto esto de este hombre- este hombre que siempre estaba enfocado en la belleza. Estaba afeando su apartamento, y esto sobrepasaba lo feo. Lo estaba destruyendo. Todo su trabajo se iba con un solo golpe de pintura. 


No sé cuánto tiempo estuve parado bajo el umbral de la puerta, mi mano aún sosteniendo el picaporte, mirándolo aniquilando y maldiciendo una y otra vez. Se sintió como si hubiesen sido horas, juzgando por la cantidad de destrucción que había logrado. Finalmente encontré mi voz, enterrada muy dentro de mi garganta.

-“¿Qué mierda estás haciendo?”- lo llamé, mi tono quebrando por la presión. Me miró, su rostro contraído en una forma rara con una sonrisa diabólica. Había un poco de pintura roja en su frente y un montón de cosas sobre su camisa. Respiraba con dificultad, su piel rosa donde no había pintura o sudor. Todas sus acciones indicaban que estaba enojado o molesto por algo, pero cuando me miró, se veía feliz. Ni siquiera feliz, sino jodidamente extasiado. No tenía sentido.

-“¡Oh, Hey Frank!”- respondió. No se movió de su lugar, o bajó la lata de pintura, pero me dio su atención total y no estaba perdido en el mundo de destrucción en el que antes estaba. –“¡Ven aquí y acompáñame!”-
Tragué con dificultad, cerrando mi boca temporalmente, mientras sacaba las llaves de la puerta y bajaba mis cosas lentamente. Caminé hacía donde estaba él con el mismo paso pausado, la mirada de completa perplejidad en mi rostro, obviamente lo divertía. 

-“Agarra un tarro y ayúdame con esto”- me informó, señalando con su cabeza hacia donde estaban sus suministros de pintura. Cuando miré hacía donde tenía todos los cadáveres de su trabajo antiguo y sus suministros tirados en el suelo, no pude evitar el sentirme enojado por varias razones. Había trabajado duramente en limpiar todos esos artículos que ahora estaban en el suelo como si no fuesen nada. Había fregado sus brochas por lo que parecían ser horas, tratando de quitar los restos de pintura endurecida que tenían. Limpié el piso, tirando latas viejas y limpiando manchas. Y él jodió todo nuevamente. Sabía que era yo quien terminaría limpiando el caos. Nada de esto parecía seguir valiendo la pena, en especial cuando Gerard seguía destrozando su arte en frente mío. Yo deseaba poder tener todo ese talento, y él lo estaba destrozando. Literalmente.

-“¿Qué mierda haces?”- pregunté nuevamente mi voz resonando con enojo. Había vuelto a salpicar la pared y a mezclar todo con la palma de su mano, pero aún estaba escuchándome. Y estaba obteniendo mucha diversión con mi enojo.

-“¿Qué parece que estoy haciendo?”- pregunté. Sacando su lengua por lo concentrado que estaba mientras me sonreía.

-“Parece que estás siendo un complete imbécil”- le contesté con honestidad. Crucé mis brazos sobre mis pechos y le tiré una mirada mortífera, que terminó siendo absorbida por la parte trasera de su cabeza. Esta era la primera vez que estaba enojado con Gerard. Aún cuando nos tiró pintura, el primer día, arruinando mi ropa y casi ahogándome, no había estado enojado; sino maravillado. Ahora no lo estaba. Ahora no estaba creando arte; lo estaba destruyendo.

Se rió de mi insulto, sin tenerlo en cuenta y soltó sus siguientes palabras –“Todos los artistas somos imbéciles”- me informó, sus ojos aún fijos en la pared. –“Somos criaturas egoístas que quieren todo para ellos mismos y quieren que todo sea a su modo. No podemos evitarlo. Es lo que somos”-

Resoplé ante sus palabras, enfureciéndome ante el hecho de que estaba siendo un idiota presumido. Y que estaba orgulloso de esto. Estaba segregándose dentro de otra clase de gente. Estaba creando su propia raza; y haciéndola superior. Lo estaba hacienda solamente para poder salirse con la suya en cuanto a las acciones que estaba cometiendo. El creaba esta basura de teorías en ese momento, para poder librarse de cualquier acción. Lo hacía para no meterse en problemas; culpaba al arte por su comportamiento. El arte hizo que lo hiciera. Pero no era tan jodidamente simple.

-“Bueno, esta es la primera vez que estás siendo un imbécil que no puedo soportar”- ladré con perfecta honestidad. Sin embargo, parecía que no importaba cuanto intentase ser duro con él, sólo lo hacía reír más.

-“Finalmente”- suspiró, secándose la frente con el revés de su mano, con cuidado de no manchar su ya cubierta piel. –“Estaba comenzando a preguntarme cuando empezabas a odiarme”. A pesar de que me dio esa sonrisa tan característica, pude ver otro sentimiento detrás de sus ojos; una aprobación agridulce a mi aparente odio.

Dejé que mi firme postura cayera un poco, desplegando mis brazos. –“No te odio Gerard”- le dije con mi voz más calma. Él reme revoleó los ojos y volvió a su “trabajo”. La lata de pintura que estaba sosteniendo estaba vacía y procedió a juntar todo con sus manos. Lo miré por un rato, intentando descifrar….algo.

-“No entiendo por qué haces esto”- mi voz clara y concisa. Ya no había un tono de amargo resentimiento. Simplemente era una pregunta, y una que podia contestar sin ser sarcástico. O eso esperaba.

-“Destruyes las cosas que amas”- me dijo, aún dándome la espalda.

-“Pero ¿Por qué?”- pregunté, intentando con todas mis fuerzas comprender y quedándome en la nada. –“¿Por qué destruirías algo que amas?¿No quisieras conservarlo para siempre?”-

-“No existe tal cosa como el ‘para siempre’ Frank”- Me informó seriamente. La calidad agridulce en su voz había vuelto, esta vez sonando más taciturna.

-“Pero tu arte es aún muy bueno”- Broté, caminando y parándome junto a él. Su brazo estaba extendido hacia arriba manchando con naranja un sector que sus ojos siguieron. Se rió de mi comentario, y no hizo nada más.

-“Si yo pudiera pintar la mitad de bien de lo que tú lo haces, no quisiera dejarlo ir”- finalmente dije, mi voz perdiendo volumen al final. Mis palabras eran tan verdaderas que tocaron una fibra sensible en mí. Aún cuando escribía algo, solo para sacarlo de mi cabeza para no explotar, lo guardaba. Era una porquería, y lo sabía, pero aún así lo conservaba. Había un cajón en mi cómoda que estaba lleno de esos papeles, arrugados en bolas, doblados o esparcidos en pilas sobre todo. Todos estaban allí; un cementerio de pensamientos en hojas sueltas. No creo que pudiese tirarlos. Había aún una parte mía que creía que quizás podían ser algo más que un peso muerto. Podían ser algo grande, pero que no lo sabría si no los guardaba. Lo que tenía Gerard ya era increíble, y no entendía como no podía verlo o no importarle. A mí me importaba más que a él y eso aturdía mi mente.

-“Pero el tema es Frank,”- La gruesa voz de Gerard cortó mis pensamientos. Finalmente giró su mirada hacia mí y continuó. –“Eventualmente tienes que dejar que las cosas se vayan. No puedes aferrarte para siempre, porque eso no existe. Y es mejor si tú las dejas ir antes de que alguien más te haga hacerlo”- La forma en la que enunciaba cada palabra y las disparaba desde su lengua puntiaguda las hizo volar como si fuesen balas con navajas en la punta. Me golpearon y penetraron completamente porque cada una de ellas tenía un objetivo. Tenían una verdad detrás de cada una, una que nunca antes había pensado porque era demasiado triste. Tienes que dejar que las cosas se vayan. Esas notas que guardaba en mi cajón eventualmente deberán ser tiradas. Aún si eran algo increíble, no lo sabría porque no las comparto. Las tenía que tirar yo mismo antes de que mis esperanzas fuesen aplastadas. Pero el pensamiento de hacerlo me asustaba aún más. De una u otra forma estaba jodido; compartir mis pensamientos y ser ridiculizado o deshacerme de ellos y nunca saber de su grandeza.

Gerard se alejó después de lo que dijo, hacia el centro de su cuarto donde guardaba sus suministros, dejándome solo para contemplar la suciedad de pintura. Y ahí realmente vi lo que estaba haciendo. Estaba lastimándose antes de que alguien lo hiciera. Era casi un suicidio altruista, si es que eso tiene sentido. Sentí dolor, culpa pero sobre todo respeto crecer dentro mío. Nunca podría hacer lo que él estaba haciendo. Nunca.

-“¿Ahora vendrás a ayudarme?”- preguntó Gerard. Me di vuelta y puse mi atención en él. Lo vi parado con sus brazos a los costados, las únicas latas de pinturas llenas en sus manos. Levantó una de sus cejas manchadas de amarillos e inclinó su cabeza hacia un costado, casi desafiándome. Me quedé mirándolo por un largo tiempo, debatiendo mi respuesta. Amaba su arte; no quería destruirlo. Pero en ese momento había algo en sus ojos que no podía descifrar.

–“Vamos Frank!-“ Se quejó de forma lúdica. Caminó hacia mí y me apoyó la lata contra mi pecho, causando que parte del liquido malva cayera sobre mi camisa. Sin embargo era otra obra pieza de arte para colgar en mi pared y que mi madre se quede preguntando.

-“Será divertido”- concluyó Gerard con una sonrisa sardónica, encogiéndose de hombros antes de tirar el contenido del balde hacía el muro nuevamente. Miré hacia la pintura en mis manos, a Gerard y luego a la pared. Hice esto por lo menos tres veces antes de que lo comprendiera. No podía dejar ir las cosas por mi cuenta, lastimándome en el proceso. Gerard lo sabía; podía verlo en mis ojos y por el modo en el que me comportaba cuando él estaba haciendo esto. Sabía que no me podía lastimar solo, entonces me estaba permitiendo que lo lastimara. Me estaba dejando aprender usando sus propias emociones y sus sentimientos como una tarea práctica.

Me di cuenta por completo que esta era mi primera lección de arte. Destrucción. Y tenía que causar una buena impresión.

Respiré profundamente antes de derramar el contenido de mi lata en la pared. Salpicó con tanta fuerza que algunas gotas color malva regresaron y me golpearon el rostro. Mi boca había estado abierta y un ápice se posó en mi lengua. Saboreé el picante y familiar gusto y recordé el día en que Gerard me convirtió en arte. Y corregí el dicho que tenía en mi cabeza, considerando la lección sobre la destrucción. Gerard quizás estuviese destruyendo su arte ahora, pero en la forma en la que lo hacía, como mezclaba los colores y traía emociones a la superficie, en realidad estaba creando arte a partir del destruir todo. Y poniendo tantas emociones; todo el daño, el dolor y arrepentimiento sellaban el trato de que era por el arte. Porque en realidad eso es todo lo que el arte es: emociones en colores brillantes.

-“¡Si Frank!”- me animó Gerard, su brazo libre en el aire alentando mi próximo movimiento. Juntos arrojamos pintura violentamente por Dios sabe cuánto tiempo. Fuimos de arriba hacia abajo del mural, pintando cada área excepto por la puerta negra azabache de Gerard. La cerró cuando llegamos a ese lugar, colocando un escudo protector de papel alrededor de ella.

-“Podemos destruir todo lo demás”- me dijo seriamente, sin sonrisas en su rostro. Esto era en serio. –“tenemos que dejar la puerta negra, es la nada- y eso no puede ser destruido”-

Asentí vigorosamente con mi cabeza, sus palabras no entraban en mi y quería seguir destruyendo. Al principio había estado renuente, pero ahora con los suspiros jadeantes de Gerard y el rítmico movimiento de su cuerpo y mente estaba envuelto completamente. Me retorcía y giraba alrededor de su cuerpo hasta que tiramos nuestras latas vacías al piso, aún no estábamos derrotados. No nos detuvimos ahí- solo comenzamos a usar nuestras manos. Corrí las líneas que habíamos vomitado, empujando el frío líquido por mis dedos, mezclando las líneas hasta que no hubiese una distinción clara. Se sentía tan bien y tan refrescante. Había estado tan concentrado en esto que no me di cuenta cuando Gerard empujó mi cuerpo hacia la pared hasta que sentí el golpe frío en el rostro. Retrocedí con horror, más pintura entrando en mi boca, pero para este punto ya estaba acostumbrado. Giré hacia Gerard, la suciedad deslizándose por mi rostro y cabello y lo vi sonreír como un niño.

Sus ojos estaban bien abiertos y juveniles, su boca abierta en una enorme carcajada.
Cuando lo miré y vi todos los colores sobre y alrededor de él, casi me olvido que tiene 47 años. Se parecía a mí, sólo que no estaba tan cubierto en pintura.

-“Siente la destrucción, Frank”- provocó aún sosteniéndose por la risa. Pretendí burlarme de él y apartar la vista, ocupándome de otra mancha que merecía mi atención hasta que él regresó a trabajar. Entonces ahí correspondí el acto, empujándolo suavemente en nuestra aniquilación de pintura. No estaba tan en shock como yo cuando los pigmentos llenaron su boca, pero eso era porque él había obtenido lo que quería.

-“¡Aprendes bien Frank!”-exclamó, asintiendo con su cabeza y apartando su cabello, dejando un rastro color malva a un costado, admití y sonreí, un sentimiento desconocido de orgullo crecía en mí. Lo ignoré –tenía mejores cosas que hacer. Teníamos arte que destruir y crear, con los mismos golpes de brocha. O de manos.

Sabíamos que nunca íbamos a poder terminar. Cuando destruyes algo hay tantas cosas que puedes hacer; tantas que puedes romper, luego reconstruirlas, que nunca sabrías cuando detenerte. Pero debíamos detenernos, por el bien de nuestra ropa y nuestra salud. Estábamos cubiertos en tantas manchas al azar y respirábamos con dificultad. Ambos decidimos terminar con una sola mirada, retrocediendo del mural que se veía absoluta y totalmente…increíble. Ya no eran las formas y las finas líneas en las que Gerard había trabajado por meses, pero aún así era arte. No sé exactamente como describirlo, no obstante era jodidamente hermoso.

-“Se ve como si Picasso hubiese vomitado”- bromeó Gerard, dando la descripción perfecta en su mente. Me reí, recordando vagamente quién era Picasso. Sabía que era un artista, y eso era suficiente para entender la broma.

-“Eso fue tan divertido”- dije honestamente. No tenía que entender la broma o la comparación para apreciar la actividad. Realmente había sido divertido; la mayor diversión que he tenido en muchísimo tiempo. Miré a Gerard que estaba sonriendo, su pecho subiendo y bajando como el mío mientras recobrábamos el aliento. Se movió a mi lado y colocó un brazo perezosamente sobre mis hombros. Su toque era mucho más pesado que el habitual y al principio pensé que me iba a caer.

-“Como follar”- Dijo Gerard con máxima seriedad, a pesar de la sonrisa pícara que me enseñó.

-“¿Uh?”- pregunté, ahogándome en lo que me dije era por la pintura.

-“Follar” Repitió Gerard, girando hacia mí con una sonrisa “sexo”.

-“Si eso lo sé”- dije. Lo miré con ojos curiosos, esperando que explicase una de sus teorías. Y deseaba que fuese una. No quería pensar que significase nada más.

-“El arte es sexual”- me informó. Apartó su mirada de mí, y volvió a mirar al mural, continuando con su lectura. –“La gente dibuja, pinta y folla lo que cree que es hermoso. La gente se esfuerza toda su vida para encontrar esa belleza y es esencial. Como nuestra necesidad de reproducirnos. El arte es sexual…”- repitió, haciendo un gesto hacia el mural en frente nuestro. –“Mira lo que acabamos de hacer. Corrimos, la pasión en nuestra boca al lado de la pintura. Nos empujamos ahí, hacia la pared, hacia nosotros mismos, en todas partes. Jadeamos, maldijimos y tuvimos nuestro climax. Y ahora está por toda el muro; la belleza que compartimos”- Gerard asintió con su cabeza. Su brazo aún pesado sobre mis hombros, pero ahora otras cosas pesaban más. Su sonrisa era mas profunda que la habitual y elevó sus cejas considerablemente. No estaba queriendo implicar nada, no tenía que hacerlo. Ya entendía demasiado. Tragué con dificultad y miré nuestro mural. Miré lo que acabábamos de hacer. Y sentí como temblé desde adentro hacia afuera.

¿Tuvimos sexo?

Sexo sin penetración, pero no obstante era sexo. Nos desnudamos; nuestras almas estuvieron desnudas y expuestas la una a la otra. Nos movimos juntos, jadeamos e intentamos alcanzar una meta deseada. Y tuvimos un clímax, terminamos con esta obra de arte que estaba en frente nuestro. Sentí como mi mandíbula se caía más allá de mis rodillas, hacia el piso sobre el que tuvimos sexo. No sé como más describirlo. Tuvimos sexo….sexo artístico. No tenía sentido, pero Dios, así se sentía. Y al igual que el sexo después de la liberación, me sentí bien. Demasiado bien. Demasiado bien como para haberlo compartido con un hombre, y uno viejo por cierto.

-“Ahora”- dijo Gerard apartándome de mis pensamientos. Lo seguí con voluntad, escuchando lo que tenía que decir. –“vamos a comer algo”-


Gerard se movió hacia la cocina, sacando su pesado brazo de mis hombres y dejándome casi cayendo sobre el suelo. Cuando recobré mi equilibrio, lo seguí lentamente y me senté en la vieja madera de la silla en el momento en el que pude. Mis piernas aún temblaban, por la labor física o las palabras de Gerard- no estoy seguro.

No recuerdo mucho de lo que pasó después de eso; mis pensamientos estaban muy densos y preocupados. Recuerdo estar sentado en la cocina por un rato, Gerard me servía un vaso de vino mientras él bebía del pico de la botella. Resoplé la bebida, finalmente me importaba una mierda como se sentiría después. Me dio el resto de las galletas de Vivian, las chispas de chocolate derritiéndose en cuanto tocaron mi lengua plana y sin vida. Miré las grietas de la mesa de la cocina, no tanta comida entrando en mi y casi ninguna conversación saliendo. No tenía ganas de hablar con Gerard; ya nos habíamos conectado lo suficiente por un día. Demasiado, en mi cabeza.

Momentos después, Gerard me estaba despidiendo en su puerta, su mano fuerte y con pintura en la parte baja de mi espalda enviando escalofríos en mí y guiándome hacía mi destino. Dijo que habíamos hecho suficiente trabajo por un día y otras cosas que no puedo recordar. Caminé a casa con pereza, el sabor del vino dejándome medio ebrio, con un alto nivel de azúcar y otra sensación que no podía identificar sin destruir algo.


*


Me acosté en mi cama esa noche mirando a la camisa nueva que colgaba al otro lado de la puerta. La colgué ahí para que mi madre no tratara de lavar esta y para que yo fuese el único que la pudiese ver. No quería compartir con nadie lo que había hecho con Gerard ese día. Perdí mi virginidad en pintura, en más de un sentido. Y sabía lo estúpido que eso sonaba, pero era todo lo que podía pensar mientras miraba la camisa negra, ahora salpicada con malva y amarillo. Yo tenía la pintura malva y Gerard la amarilla. Gerard estaba en mi camisa. Estaba sobre mí. Me había quitado algo ese día y cuando lo recordaba, estaba feliz de que fue él quien me lo quitó. Cuando el dijo e implicó lo que hicimos, me asusté. Me espanté porque no sabía que estaba pasando. Otro aspecto de la pintura que era similar al sexo. Había perdido mi virginidad y por ende la confusión era normal. Casi esencial.

Para cuando estaba por dormir esa noche, había pensado lo suficiente. Miré la camisa, completamente envuelto por la tela y los colores, reproduciendo en mi cabeza lo que había pasado una y otra vez. Era increíble y asombroso. La destrucción era jodidamente hermosa, y las secuelas aún mejor.

Estaba demasiado delirante y soñador que ni siquiera escuché que sonó el teléfono. Mi madre golpeó un par de veces a mi puerta antes de que la oyese. Finalmente entró, el cordón blanco del teléfono en su mano izquierda casi haciéndome saltar de mi piel.

-“Lo siento cariño”- se disculpó, sin sentirlo tanto. –“pero hay una llamada para ti”-

Me senté en mi cama, presionando mi espalda contra el respaldar. Aún estaba usando ropa de calle, habiéndome bañado y cambiado hacia horas cuando llegué a casa, pero aún así me sentía expuesto ante mi madre. Sentía como que ella sabía que había tenido sexo ese día, aún si no era sexo real. Pero en lugar de eso ella sólo chasqueó la lengua esperando a que yo contestase. Nunca recibo llamadas de teléfono. Sam o Travis llaman cada muerte de obispo para saber si quería hacer algo o si había tomado apuntes de una clase a la que ellos se escaparon, pero la mayoría de las veces si ellos me querían, simplemente golpeaban la puerta. Sin embargo generalmente era yo quien los buscaba a ellos. Pero en las últimas semanas apenas hablamos fuera de la escuela. No tenía idea de quién estaba en el teléfono.

-“¿Quién es?”- vocalicé, frunciendo el ceño.

-“Un tal Jared o algo así”- respondió mi madre también frunciendo el suyo. Me llevó un tiempo darme cuenta de quién estaba hablando. Se había confundido con el nombre, y estaba agradecido por eso. Gerard sonaba como nombre para una persona mayor-hubiese dado una pista de su edad, si es que su voz ya no lo había hecho. Pero mi madre parecía estar completamente ajena a que del otro lado de la línea ella estaba hablando con un artista de cuarenta y siete años.

-“Oh”-murmuré, estirando mis manos y agarrando el deseado objeto de ella. Me lo alcanzó encogiéndose de hombros y luego cerró la puerta con una pequeña alerta de que no me quedara despierto hasta tan tarde, incluso si era sábado. Mascullé algo como respuesta y con manos temblorosas puse el teléfono en posición.

-“¿Hola?”- pregunté. Aún cuando mi madre me había dicho quien era, no lo podía creer. ¿Por qué me estaba llamando Gerard? ¿ De todas las personas? Nunca habíamos hablado fuera de su apartamento, excepto por ese día en el parque. No había necesidad de hacerlo; yo siempre iba a él. Aunque por esta vez Gerard venía hacia mi por algo. Sentí como algo en mi interior revoloteaba, en especial cuando sentí la voz familiar del otro lado.

-“Hey Frank, es Jared”- contestó, burlándose del error de mi madre, me reí en el receptor, temporalmente olvidando mis preguntas.


-“¿Cómo estás?-“preguntó como para iniciar una conversación, aunque podía notar que no estaba interesado en hablar por mucho. Había una prontitud en su voz- no una urgencia de deshacerse de mí, casi como si quisiera hablar conmigo por unos segundos, para provocarme y confundirme. Y para ser honesto, a este punto, no me sorprendía esta acción. Ya no. Sin embargo estar sorprendido y confundido, son dos cosas distintas.

-“Estoy bien…”- respondí, sujetando a las emociones del aire. –“Pero ¿Cómo demonios conseguiste mi número?”-

-“Lo investigué, por supuesto”- bromeó Gerard, el orgullo exudando de su voz.

-“Pero no sabes mi apellido”- Con nosotros siempre había sido una base de sólo nombres. Yo sabía el apellido de Gerard, vagamente, por mirar la licencia. Era algo corto y empezaba con una W. Sin embargo cuando tenía la licencia, ese detalle no era en el que me había enfocado. 


-“También yo puedo revisar las cosas de la gente”- fue todo lo que dijo, regresándome a la realidad. No sabía cuando había podido revisar mis pertenencias y encontrar mi identificación pero el simple pensamiento, me dio escalofríos. Me pregunté qué más podía saber Gerard sobre mí…


-“De cualquier modo”- cortó Gerard intentando acelerar las cosas. –“Te llamé para pedirte algo”-

-“¿Qué cosa?”- pregunté, alimentando su deseo de tenerme retorciéndome. Si me llama a casa-buscó mi número- debía ser importante.

-“Necesito que traigas algo mañana”- fue todo lo que dijo, intentando prolongar mi agonía.

-“¿Qué cosa?”- pregunté de nuevo, sintiendo como su sonrisa me golpeaba, a través del teléfono.

-“Un cajón de cerveza”- respondió sin dificultad. –“¿Puedes hacerlo?”-

-“Um”- respondí, pensando y sintiendo como se retorcía mi rostro con sorpresa. Gerard, el tipo que se negó a comprarme dicha bebida porque no era su vino, ahora me estaba pidiendo cerveza. Dios, estaba lleno de revelaciones. No sabía de donde podía conseguir la cerveza sin que me descubran o me arresten. Pero mentí de cualquier forma. –“Estoy bastante seguro que puedo”-

-“Genial”- rezumó en el teléfono. De chico odiaba el teléfono; era demasiado estéril e intimidante. Y seguí odiándolo en mi adolescencia. No podías deducir que decía realmente una persona: no podías sentir su emoción. Pero Gerard, como con todo lo otro, era una excepción. Lo sentía como si lo tuviese en frente mío con su fluida voz en el teléfono.

-“Entonces Frank, te veo mañana”- dijo de repente. Estaba a punto de despedirme o de pedirle más detalles sobre nuestro próximo encuentro, como para qué exactamente necesitaba la cerveza, pero el tono de marcación sonó en mi oído. Por un tiempo, dejé el teléfono en su sitio, pensando que él regresaría pero me decepcioné. Finalmente corté y salí de mi habitación dejando el teléfono en la cocina.

-“¿Quién era?”- preguntó mi madre tan pronto entré. Estaba sentada en la mesa, leyendo una revista. Sabía que había estado esperándome-nunca lee nada en la cocina. Siempre en su sillón floreado. Estaba siendo curiosa y preguntona, y con honestidad, tenía todo el derecho, considerando las circunstancias de las que no tenía idea.

-“Sólo un amigo”- contesté casi indiferente. Asintió aceptando la disculpa y se fue a su asiento. Me quedé en la cocina, insatisfecho con mi propia respuesta. Pensé en el término “amigo” y lo que significaba. Pensé en como solía llamar amigos a Sam y Travis. Aún cuando éramos cercanos, no era nada a como interactuamos con Gerard. El artista y yo somos amigos, por definición- eso es cierto- pero también falso. Había algo más ahí que no podía llamar amistad, sin importar que tanto intente, o sin inventar algo. Los amigos no actúan del modo en el que lo hacemos con Gerard. No tienen sexo metafórico. No; para nada. Definitivamente había algo más. Algo que podría tachar como mentoría, pero aún sabía que era algo más. Era algo en lo que aún no quería poner mis manos y eventualmente dejé la cocina y el tema, demasiado frustrado como para lidiar con algo más. Sin embargo un pensamiento permaneció en mi cabeza. 


¿Desde cuándo la amistad se volvió tan complicada?

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