lunes, 4 de junio de 2012

The dove keeper; Capítulo: #12

Capítulo: #12

Lección Tres: Gerard

Gerard comenzó a abrirse conmigo poco después de mi breve encuentro con la única mujer de su vida. Parecía que luego de Vivian, ya sea conscientemente o no se despertaron ciertas preguntas en mi cabeza, fue su manifestación física y su lugar en la relación que yo tenía con el artista lo que me hizo finalmente hacer las preguntas que necesitaba saber. No eran muchas, ese día solo era el ‘quién mierda es esta chica que estaba en su sofá naranja insulso’ pero eso fue suficiente para que Gerard comenzara a hablar, sin mis constantes búsquedas y miradas confusas. Su sexualidad ya estaba confirmada en mi mente, y podíamos avanzar de temas tan triviales. Quería evadir el curso de sexualidad en general, principalmente porque a diferencia de él, la mía estaba más que nada en el aire, mis nubes de duda acumulándose como vapores de pintura que comenzaban a convertirse en un aroma normal, que se aferraba a mis ropas.


Gerard siempre fue cercano a mí, compartiendo sus pensamientos y todo eso, pero esto era en el presente, en este momento en el tiempo. Él siempre decía si estaba cansado luego de trabajar hasta las tres de la madrugada en su nueva pieza de arte, o si estaba enojado porque John, el encargado, había apagado nuevamente el agua caliente. Sin embargo, nunca me contó si había sentido ese tipo de emociones ni cuándo o en qué situación. Me resultaba difícil imaginar al artista con un temperamento fogoso, pero cuando le apagaron el agua caliente y su cabello estaba monótono y apático (en su opinión, por supuesto, yo no tenía idea sobre el cabello) sus ojos color oliva ardían al igual que su boca llena de maldiciones, tanto en español como en francés. Nunca eran dirigidas a mí, y nunca cumplió alguna de sus amenazas hacia el conserje, pero me preguntaba si en algún momento de su larga vida había sentido eso por alguien e incluso si se dejó llevar por ellos. Él nunca se adentraba en su pasado, en como llego a ser ese artista gay de cuarenta y siete años que vivía aislado del mundo exterior. Y sabía que tenía un montón de historias para contar; tenía años como para que se acumulen.

-“El pasado es pasado por una razón”- decía, apartando cualquier tipo de preguntas con las que le viniese. Le preguntaba pedacitos de historias mientras hablábamos, pintábamos y limpiábamos. Cosas como a dónde cursó al escuela y por qué se hizo artista. No era nada muy personal, pero aún así él no respondía. Todas las veces, sacudía su cabeza y me daba la misma respuesta –“Estamos en el presente ahora, y eso es todo lo que importa”-.


Parecía que para Gerard el presente era más importante que la vida misma. Saltaba de una cosa a otra cuando estaba con él, enseñándome sobre pinceladas planas y luego llevándome afuera para ver la puesta de sol, todo eso en un mismo respirar. El presente era vital para él porque eso era lo que lo mantenía vivo. No quería pensar en el pasado porque estaba hecho, y tampoco quería pensar en el futuro porque podía cambiar. El presente era lo que tenía y se aferraba a él con uñas y dientes. Era lo que lo llevaba a destruir sus suministros de pintura, sin importarle que iba a gastar dinero en comprar unos nuevos con lo que renunciaría a comprar mercadería por lo menos por otra semana. Vivía a base de vino, pan y queso que mantenía en su refrigerador. Vivian solía pasar, y le llevaba algo extra para agregar a su sistema físico, más que al artístico. Parecía que siempre había un tupper con medio guiso, queso derretido en las tapas o alguna clase de galletas en las paredes del refrigerador, pero aún así él no hacía un gran festín de la comida casera. Me dio un montón de postres en bolsas de papel manchadas, diciéndome que estaba demasiado gordo como para comer eso. Le dije que no era cierto, pero aún así me los daba, riéndose de mis suplicas ante su falta de gordura, metiendo una galleta entera en su boca como señal de derrota. No era un artista hambriento saciándose no sólo con la comida que guardaba en su refrigerador-o la que me daba a mí. Él vivía de su arte y de la cultura que lo dejaban más lleno de lo que pudiese sentirse.

Por la mayor parte del tiempo, a Gerard no le importaba si tenía dinero para el día siguiente. Si hoy era feliz, eso era lo que importaba, y lo admiraba por eso. Parecía ser que yo era alguien que vivía demasiado en el pasado; pensando en las cosas que hice mal y aquellas que quería arreglar y no podía. Gerard me arrastró fuera de ahí, me hizo pensar en el lugar y en el momento. También apartó de mi cabeza las negras nubes sobre mi futuro, que me mantenían constantemente preocupado sobre como iba a tener que ser responsable y tomar decisiones. Las únicas decisiones que tenía que tomar con Gerard eran tan simples como si quería verlo ese día y a qué hora me quería ir a mi casa. Y esas respuestas eran sencillas.

Comencé a ir todos los días a su casa, absorbiendo cuanto conocimiento podía sobre arte y cultura, y eventualmente también sobre el mismo artista. Me quedaba hasta que el sol se ocultaba detrás de los árboles, y discutíamos sobre -si pudiésemos embotellar ese violeta que el cielo mostraba- como lo nombraríamos. Me quedaba por horas, y el tiempo pasaba tan rápido que nunca me quería ir. Comencé a faltar a la escuela porque no me podía concentrar, iba a su casa más temprano o me quedaba en casa tocando la guitarra hasta que pudiese ir a verlo. No quería parecer como si estuviese desesperado e ir todos los días temprano, pero no parecía haber tal cosa como un término de desesperación en la cabeza de Gerard. Me recibía con sus brazos abiertos independiente de si iba cinco minutos o tres horas antes. El tiempo no importaba para él, siempre y cuando yo estuviese ahí. Ni siquiera me importaba si alguien descubría que estaba faltando a clases. Estaba viviendo el presente, como Gerard me dijo que hiciera.

Había una cosa sobre el vivir el presente y olvidar el pasado que siempre me pareció un tanto raro con Gerard. Se olvidaba de cualquier ocurrencia que experimentamos juntos el día anterior. Se olvidaba que estuvo tan cerca de mí mientras me enseñaba como pintar que podía sentir los bellos que crecían en su cuello. Parecía que se olvidaba cada vez que me tocaba, su mano parecía quedarse ahí cada vez más tiempo. Olvidó ese día en la cocina, cuando sus manos recorrieron mi rostro, mientras determinaba mi edad, teniéndome tan cerca que pensé que íbamos a besar. Se olvidó de esos días, de esos roces y sobre todo, olvidó la vez que tuvimos sexo teórico. El día después de la extravagancia del mural fue la lección sobre arte moderno. Y me di cuenta, volviendo a ver ese día, que Gerard no mencionó nada sobre el acto sexual que habíamos cometido. Esencialmente tomó mi virginidad y no dijo nada. Seguía tocándome, su presencia persistente y tentadora, pero no dijo nada luego del hecho. No tenía sentido; esos roces eran íntimos. No eran algo para olvidar. Pero ahí estaba él, continuando como si fuesen nada. 


Nunca me tocó de forma sexual o hizo algún tipo de avance, pero la forma en la que se manejaba cerca de mí; sus miradas, sus movimientos y su voz en mi oído, no eran algo que podía ser errado. U olvidado. Siempre estaba ahí, alrededor mío, enseñándome la naturaleza sexual del arte y siendo él tan jodidamente sexual. Era difícil la mayoría de los días; me encontré calentándome y estando algo perturbado. Incluso mis orejas estaban empezando a ponerse rojas mientras cruzaba las piernas en un intento porque la sangre dejara de dirigirse ahí. No sabía si era Gerard en sí lo que me excitaba, la forma en la que su voz se deslizaba de su boca mientras usaba terminología tan sexual, o las palabras cargadas de sexo que incendiaban mi imaginación y la locación de mi sangre, pero mierda, funcionaba. Y eso era algo que no podía olvidar. Sin importar cuánto ya había aprendido de él sobre no vivir en el pasado, esto era algo que no podía considerar en el pasado. Si era parte del pasado, entonces ¿Por qué seguía repitiéndose en el presente?


Cuando veía a Gerard a los ojos casi todos los días luego de nuestras lecciones, sentados en la cocina uno de cada lado y compartiendo un vaso de vino, podía ver algo en ellos. Los ojos de Gerard siempre me cautivaron. Cuando comencé a ser cercano a él, tan cerca como para poder ver las elevaciones de su rostro y la distinguida forma de su nariz, el verdadero color de sus ojos se llevó mi atención. Era realmente un color asombroso. Nunca antes lo había visto, ni siquiera en los tarros de pintura que tenía en su casa. La mayoría de los días sus ojos eran verdes, pero luego tenías este tono arenoso que los hacía brillar como una joya, pero sin parecer tan imperioso como una esmeralda. Sus ojos eran un natural color tierra, mucho más luminoso y delicado que el color oliva del que estaban pintados los pasillos del corredor. Sus ojos eran de un color fresco, limpio apartado del inmaculado blanco del resto del globo ocular. La piel que rodeaba al órgano, también era blanca; pálida pura como la nieve que casi estaba derretida afuera. Los ojos de Gerard eran como esa hierba que comenzaba a crecer sobre la helada superficie, su arena aún se aferraba. Sus ojos tenían vida, y mientras los miraba ellos aún mencionaban levemente los inviernos anteriores que sufrieron. Gerard recordaba el pasado, sin importar cuánto intentase olvidar. Sabía que lo hacía, mirando a sus ojos, lo sabía. Y me tomó un tiempo, pero luego que comencé a aprender este arte, me contó la historia de su propia imagen.

Gerard dibujaba desde que era un niño. Tuvo libro tras libro para colorear, y siempre le rogaba por más a sus padres. Creció en un tiempo en el cual estos juguetes no estaban siempre cerca, y si estaban se debatían si los niños se lo merecían o no. Después de todo, debían ser vistos, no escuchados. Los niños debían hacer todo lo que sus padres les pidieran; no todo el mundo quería que Gerard se pasara el día entero encerrado en su cuarto coloreando como si estuviese loco, y que luego fuese a cenar con olor a crayón de cera. Se negaban a comprarle cualquier suministro de arte, solo lo hacían en ocasiones especiales. Para navidad, el estaba cubierto en colores y papeles que esperaban ser llenados. De cualquier forma, Gerard los gastaba a todos para año nuevo. El vivía y respiraba su arte, aún si esto era pintar el dibujo de alguien más.

-“Estaba feliz cuando me quitaron mis libros para colorear”- me dijo un día, asomado a una taza de café. Se había quedado sin vino y no se había molestado en ir al almacén, así que consumimos su segunda adicción: cafeína.

-“¿Por qué?”- pregunté sosteniendo la taza con ambas manos, manteniéndolas así calientes. Recordaba mi juguete favorito de mi infancia. Era un oso de peluche tuerto. Llevaba a esa cosa conmigo a todas partes. Se había caído en el barro, un auto le paso por encima, e incluso casi se va por el inodoro, pero mis padres nunca melo quitaron. Posiblemente hubiese sido el primer niño de cinco años con una crisis emocional si me lo sacaban.

-“Cuando me quitaron algo que amaba, tuve que buscar algo más para reemplazarlo”- me dijo. Estaba apoyado cómodamente en su silla, jugando con la cuchara que uso para revolver el contenido de su taza. –“Dejé de pintar los dibujos de otros y comencé a hacer los míos.”-

Fue ahí, me informó Gerard, cuando su verdadero talento comenzó a hacer señas. Iba por toda su casa, tomando lapiceras, lápices a donde pudiese encontrarlos, tomando sábanas blancas de papel y dibujando. Dibujaba todo lo que veía y todo lo que quería. Sus padres aún lo retaban porque encontraban en el libro que estaban leyendo estos pequeños bosquejos de la cucha del gato en la esquina. Pero Gerard siguió dibujando. Era terco y persistente e incluso un poco arrogante (aunque nada en comparación a como es ahora). Dibujar era la única forma que conocía para expresarse. Comenzó a hablar tarde, y para el momento en que tuvo que comenzar la escuela, no sabía cómo interactuar con otros niños.

-“Pensaban que era raro”- bromeó, riendo de su doloroso recuerdo de la infancia. –“Era el niño que iba a la escuela con su ropa manchada y nunca decía una palabra. Mientras los otros niños se la pasaban comiendo pegamento o metiéndose crayones por la nariz, yo estaba dibujando como se veían. Y la mayoría del tiempo, a la gente no les gustaba mis dibujos”-


Los dibujos de Gerard eran demasiado gráficos como para que pudiesen lidiar con ellos. Cuando dibujaba algo, realmente lo hacía. Era lo que era la imagen. Él brotaba sus emociones a través de un lápiz, birome, crayón o aún su propia sangre una vez que no encontró algo con lo cual dibujar. Fue algo enfermizo, retorcido y siniestro, pero era exactamente lo que quería. A menudo cuando no sabía cómo decir las cosas las dibujaba. Me dijo que era terrible con la ortografía, pero nunca puedes equivocarte en deletrear una pintura. Si lo hacías, siempre podías mentir y decir que se suponía que tenía que ser así. Era tu obra, nadie podía decirte que estaba mal.

Era muy a menudo, cuando él comenzaba a ver su cuaderno de dibujos, que él mismo había fabricado con hojas de papel y una serie de grapas, que Gerard empezaba a entender cómo se sentía realmente.

-“Quería irme de allí”- me dijo, asintiendo con su cabeza. A lo largo de nuestras conversaciones sobre el pasado, él no me miro a los ojos ni una vez. Se quedaba mirando a su taza o al vino, como si estuviese viendo una película de su vida una y otra vez. No me molestaba que no me viera, de hecho casi que me contentaba. Podía ver la emoción y la desesperación cruzando por su rostro cuando hablaba; no sabía cómo podía manejar eso si lo estuviese viendo de frente.

-“Todos mis cuadros eran de las perezosas calles de Jersey, vagabundos en la esquina y bolsillos vacíos”- continuó, su voz clara y concisa sin tratar de endulzar nada. –“Mis pinturas eran tristes y desanimadas. No había vida a mi alrededor. No había esperanzas ni sueños. No quería dibujar esas cosas. Tenía que irme”-

Y Gerard se fue, tan pronto como pudo. Empacó sus cosas cuando tenía dieciocho, sin decir adiós a alguno de sus padres. Solo les dejó un dibujo de la Torre Eiffel. Firmó la imagen en la parte inferior y puso que lo buscaran cuando él pudiese ser todo lo que quería. La Torre Eiffel era su sueño y cuando se fue, él creyó que iba a poder cumplirlo. Había hablado con su hermano Mikey, la noche anterior, supurando y derramando los secretos que había mantenido desde que tenía trece años y vio por primera vez la majestuosa torre en una película en blanco y negro. Gerard iba a ir a Paris y se convertiría en un artista famoso. En su mente, no cabían dudas. Lo había estado planeando desde la noche que vio al sueño de su vida en una pantalla. Tenía que hacerlo. Pero Mikey no estaba tan seguro sobre estas cosas.

-“Estaba temblando cuando le dije”- murmuró Gerard, su ceño fruncido mientras recordaba la triste mirada de su pequeño hermano, vibrando bajo las fuertes palabras que Gerard le tiró. –“No quería que me fuera. Él necesitaba que me quedara. Era la única persona que creía en él. Quería ser músico. La gente creía que estaba loco. Yo quería ser artista. La gente sabía que estaba loco. Encajábamos juntos. Éramos un buen equipo….en ese entonces, por lo menos.”- Gerard suspiró, los actuales recuerdos de su hermano otra vez en su cabeza. –“Mikey me necesitaba, pero igual lo dejé. Ya estaba comenzando mi viaje artístico. Estaba siendo egoísta.”-


Me moví en mi asiento, sintiendo de alguna forma incómodo con la forma en la que los ojos de Gerard se hundían en su rostro. Parecía triste, más que lo habitual de cuando hablaba del pasado. No quería provocar, pero tenía que saber más. Estábamos comenzando su carrera artística. Quería saber como fue que pasó de grandes sueños sobre París y dejar Jersey, a estar aquí ahora. Parecía no encajar: Gerard rompiendo su promesa y dándole la espalda a su decisión.


-“¿Te arrepientes de algo?”- pregunté con cuidado, inclinándome levemente hacia adelante. Con la mención de mis palabras, Gerard me miró fijamente a los ojos, una mirada absolutamente seria en su rostro.

-“Arrepentimiento es una palabra y una emoción inútil”- dijo, sin vacilar. –“Nunca te arrepientas de nada de lo que hagas Frank. Aún si algo te deja frío, solo y destrozado. Nunca te arrepientas. Nunca”- Pausó y volvió a mirar a su taza, sumergiéndose en el pasado nuevamente. –“Y ciertamente no me arrepiento de nada de lo que he hecho”-

Gerard continúo con su historia, rellenando los huecos que quedaban en el camino. Para poder ir a París, sabía que iba a necesitar dinero. Pero desde que Jersey lo hacía sentir agotado y solo creativo con la tristeza, se fue a New York; la aparente tierra de las oportunidades. La escena artística estaba explotando allí, Andy Warhol estaba haciéndose de un nombre pintando latas de sopas y alterando las imágenes. Gerard sabía que sus trabajos eran buenos, la gente le había dado muchos “”Ohh´s” y “ahh’s” cerca de su hogar, pero ninguno quería pagar por ellos, principalmente porque no tenían. Pero en New York, había alcanzado fama y riquezas por registrar Campbell, Gerard notó que había más que una sola oportunidad.

Se había sorprendido con la ciudad desde un primer momento. Sus altos edificios y amplios paisajes eran simplemente increíbles. Recordaba haberse parado frente a un edificio, sin saber que mierda hacer y solamente mirando de arriba abajo medio embobado por horas. Era la primera vez que estaba cerca de algo que tuviese más de seis pisos y que no fuese por tv. Vagó por la ciudad todo el día, hasta que sus pies dolían y la pequeña mochila que llevaba comenzaba a sentirse como un peso muerto. Sin embargo había subestimado la cantidad de tiempo que le tomaría encontrar un apartamento, y pasó las primeras semanas durmiendo en el parque y dibujando bosquejos ahí durante el día, vendiéndolos por un dólar a la gente que pasaba. 


-“Gracias a Dios que era verano”- confesó, sonriendo un poco. –“O me hubiese congelado hasta morirme”-


Sus primeros años no fueron tan glamorosos como él esperaba. Terminó comprando un apartamento de mierda en el que las cucarachas y los ratones vivían bajo el piso y que olía a moho. En un principio, se había cagado de miedo cuando vio la pequeña y gris criatura correr por su escalera, pero eventualmente se acostumbró. Incluso comenzó a ponerles nombre, todos en honor a los artistas que conocía. Fue ahí que su obsesión y su constante cambio de nombres a la que forzaba a su paloma comenzó. Era la primera vez que Gerard se sentía en control de algo, lo suficientemente responsable como para nombrarlo y hacerlo propio. Hizo muy poco dinero, solo lo suficiente como para mantenerlo vivo. Y esto pasó por años y años, hasta un punto en el que casi se dio por vencido.

-“¿Qué hay sobre Vivian?”- intervine ansioso por los siguientes detalles. –“Creía que la habías conocido en la escuela de arte”-.

Gerard asintió con alegría, recordando la primera vez que conoció a la joven mujer. Él estaba en New York, un artista muerto de hambre en sentido literal por casi cinco años, cuando recibió la amarga y desgarradora notica de la muerte de su abuela. Ella había sido por parte materna, a la que más cercano se sentía. Había criado a Gerard y a su hermano menor Mikey, dado que sus padres se habían divorciado antes que ambos niños alcanzaran dos dígitos de edad. Era solamente en la casa de su abuela, luego de terminar sus clases, que le permitían pintar, colorear o dibujar todo lo que él quisiese. Aún cuando hizo su pequeño (y no requerido) mural en el baño de su abuela, cuando tenía siete años, ella no enloqueció.

-“Ella me incentivaba a dibujar”- me dijo, asintiendo con su cabeza medio sombrío en su recuerdo. –“Ella fue quien me compró mi primer libro para colorear. Y es quien aún hoy me mantiene artístico”-.

Con la muerte de su abuela vino la agridulce noticia de que había dejado una herencia a la familia. Era una gran cantidad de dinero. Había vivido muy ahorrativa toda su vida, sin salir tanto y siempre buscando recortar. Vivía sola en una casa pequeña luego de que su marido muriera. Y cuando la familia fue a su casa para dividir sus cosas, descubrieron que tenía montones de antigüedades- algunas de ellas valían miles. Era un milagro, raspado de las profundidades de pobreza y muerte. Y era un milagro que solo Gerard podía disfrutar. En su testamento, cambiado un mes antes de que muriera, ella especificó que todo debía ir a sus nietos. Ella sentía que eran los que más potencial tenían, mayor entusiasmo por la vida, y quería verlos florecer aún desde la muerte. También había una nota especial en la parte inferior garabateada con su fina letra que decía: Cuando dejas de creer, dejas de ser. 


-“Era una cita que me dijo cuando era joven”- aclaro Gerard cuando yo fracasé al intentar encontrarle significado. –“me dijo eso y realmente tocó una fibra sensible en mi. Me hizo pintar más y hacer más. Era la primera vez que me sentía aceptado y me repetía esas palabras una y otra vez durante la noche, cuando estaba acostado en ese apartamento de mierda. E incluso en los días en los que no creía en mi mismo, sabía que ella lo hacía. De alguna manera, al ver esas palabras al final de ese maldito documento, me hizo que pintar luego de su partida, fuese diez veces más fáciles. Tenía su permiso para continuar. Para creer de nuevo”-


Sentí mi rostro caer sobre la taza con el café casi terminado mientras pronunciaba estas palabras. Provocaron que mi interior una herida que sangraba, pero no podía apartar mi mirada del hombre que estaba en frente mío. Tenía que continuar, al igual que él.

El funeral y su muerte habían sido difíciles para Gerard. Tuvo que arrancarse de temporalmente de New York y volver a Jersey para el sombrío momento. Era complicado volver al lugar donde todo le recordaba lo gris y mórbido de la perdida de la vida, pero eso al final lo inspiró más en su arte. Llenó todo un cuaderno de dibujo esa semana, y durante el funeral lo dejó sobre el ataúd de su abuela, como un regalo de agradecimiento. Estaba enojado por ver que había terminado su vida, pero le daba esperanza. Esperanza de que con el dinero que le había dejado a él y a su hermano, pudiese comenzar una vida nueva. Volvió a New York la otra semana, y se matriculó en la escuela de arte. 


Fue en esa misma escuela de arte donde el ya talentoso Gerard comenzó a formar pensamientos coherentes y a desarrollar teorías que ni siquiera los profesores de arte podían comprender. Su escritura y habilidad para hablar mejoraron por el curso de literatura obligatorio que tuvo que tomar, se volvió un insomne durante esos cuatro años por beber tanto café y quedarse despierto la mitad de la noche escribiendo y pintando sus propias ideas vivas. Fue ahí cuando conoció a Vivian y encontró a alguien con quien compartir todos estos pensamientos. Gerard no había tenido amigos más que su hermano. Todos los niños pensaban que era raro y extraño y decidían evitarlo. A él no le molestaba; le daba tiempo para escribir, pensar y pintar. Pero cuando llegó Vivian, abrió nuevas puertas. Le dio una chance para pintar con alguien más, para teorizar y sobre todo alguien más con quien soñar.

Vivian también quería ir a Paris. Quería ser una artista famosa peor era muy renuente. Incluso con toda su energía y su alegría era muy escéptica cuando se trataba de sus sueños. Podía imaginar por horas y horas, creando planes e historias sobre otros mundos, pero en su mente eso era todo lo que eran: fantasías. No se suponían que se hicieran realidad, sin importar cuanto lo desease. Gerard trataba de convencerla de que podían pasar, pero que conllevaban un camino más difícil. Ella era más joven que él y aún estaba en sus años de escuela. Él tenía casi diez años más que ella y estaba en su último año, cuando ella estaba recién comenzando. Tenía tanto talento para ser una principiante, aunque solo Gerard parecía ver cómo funcionaba. Gerard podía ver a todo funcionando siempre y cuando ella estuviese con él.

-“Le dije que cuando se graduara, iríamos a Paris juntos”- recordó Gerard, ya habiendo acabado si café y trazando sus dedos de arriba hacia debajo de su taza.-“Y aunque estaba reacia a esto, le dije que me iría en cuanto me graduara, haría una buena vida así ella podía ir y viviríamos juntos. Tendría algo de seguridad antes de dejar todo atrás. Y ella aceptó”-


_” ¿y qué pasó?”-le pregunté sin pensar en nada. Debí dejar que Gerard continuase con su narración, pero me estaba poniendo ansioso. Necesitaba saber- pero debí sospechar que de ahí en adelante sería una crónica triste.

-“No fui”- dijo Gerard, el peso de su voz cayendo por debajo de él. Parecía estar congelado en el tiempo luego de esto, sus ojos abiertos y vacíos, mirando fijamente las grietas de la mesa. Mantuve mi boca cerrada, esperando que siguiese antes de hacer otra cosa.

Luego de la graduación de Gerard, su diploma aún en sus manos, Mikey lo llamó. Se estaba por casar la semana siguiente. Era con su amor de secundario con quien aún salía en sus veintitantos. A Gerard no le agradaba-ella parecía tener siempre a Mikey demasiado cerca, con miedo que él se fuese y nunca regresara. Ella tenía cabello negro azabache y una voz con un tono nasal que hacía sangrar los oídos de Gerard. Él no entendía como Mikey podía soportarla cuando gritaba, que él sabía que era muy seguido. Estaba sorprendido de que su hermano le hubiese pedido casamiento a esta mujer, sí, salían desde hacía mucho tiempo, pero no había nada realmente especial. Estaban en un sistema de salir, pelear y luego volver a estar juntos. Estaban enamorados, pero era más por el factor de seguridad de tener a alguien en la cama por las noches para mantener un lugar cálido al lado. Gerard no entendía porque se casaban, no había necesidad. En su mente los calentadores de cama no necesitaban tener una sortija especial.

Nada tuvo sentido, hasta que llegó a su casa. Aún cuando Gerard tenía que hacer pronto sus planes para París, conseguir un vuelo y asegurarse de cual tomar, aún así fue a la boda de su hermano. Desde ese día en que se fue, y lo dejó temblando violentamente sobre su cama, Gerard se sentía culpable. Quería ver nuevamente a su hermano, fuera de los arreglos de un funeral. Fue pensando que era un asunto menor. Pero en cuanto vio a la novia de Mikey parada y orgullosa en el altar, y luego a su hermano temblando y colocando el anillo en su dedo, Gerard supo que había algo más. Aún cuando quiso ignorarlo, cubriendo todo con sus sueños sobre París. Mikey lo apartó en la recepción, justo cuando se estaba por ir.

-“Me dijo que estaba embarazada”- comentó Gerard, torciendo sus labios en desaprobación, aún cuando ya habían pasado tantos años. –“No sabía qué hacer. Ella le dijo que se casaran y él lo hizo. Pero luego de eso, no tenía idea de que hacer. Tenía que renunciar a sus sueños, que en realidad, ya lo había hecho hacía mucho. Tenía que ser padre, marido y un tipo que trabajase en un escritorio. Él solo sabía cómo ser bajista. Para él no tenía sentido. Y necesitaba mi ayuda. Me rogó que me quedase. Yo era la única persona que lo amaba y lo entendía, por Dios”-Se río Gerard, disgustado y triste por la reminiscencia. –“casi estaba llorando. No podía decirle que no. Me sentía demasiado culpable. Debía regresar. Y lo hice…”- levantó su mirada de la taza y miró su apartamento antes de suspirar nuevamente. –“La culpa es una emoción inútil”-

Sus palabras penetraron mis oídos y déjà vu, otra frase entró en mi sistema. Me senté en silencio por un largo tiempo, pensando en que decir para mejorar las cosas. No pude llegar a nada. Me quedé ahí como un peso muerto, esperando que continuase, porque debía haber más de esta historia. Esto nos guiaba de nuevo a Jersey, pero podía deducir que ese Gerard no era el mismo que estaba sentado frente a mí. Era como si fuese otro personaje. Gerard quizás renunció a sus sueños, pero ese no era el fin de su historia. No podía serlo. Y cuando volvió a hablar, mis respuestas fueron confirmadas. 


Canceló sus planes de ir a París y se mudó. Se quedó con su hermano, por un tiempo, mientras buscaba apartamentos, pero se tuvo que mudar cuando la esposa de Mikey lo comenzó a enloquecer. Se mudó alguna que otra vez, intentando acomodarse hasta que finalmente terminó aquí. Durante ese tiempo, Gerard dejó de dibujar. Había dibujado durante toda su vida, pero de repente no veía la necesidad de hacerlo. No iba a ir a París, estaba nuevamente en Jersey; Vivian se había ido al igual que su abuela. No había ningún punto en dibujar; dejó de hacerlo por casi dos años.


-“¿Qué cambió?”- pregunté y sonreí cuando vi como se iluminó su rostro.

-“No cambió nada”- respondió, esta vez con felicidad brotando de sus labios. Me miró, y cuando apenas le devolví la mirada, completamente perplejo, continuó. –“no cambió nada. Ese es el problema. Jersey siempre va a ser fría, gris y muerta. Jersey nunca será como París o new York. Y ese era el problema- pero no estaba hacienda nada para arreglarlo. Desperté una mañana y caminé por aquí por horas y horas. Me senté y abrí mi viejo libro de textos de arte. Nunca pude deshacerme de ellos. Vi a todos los artistas y vi sus obras. Me di cuenta que ellos también vivían en la oscuridad. Ellos no eran de París, donde todo es perfecto. Ellos venían de la pobreza –pero pintaban para poder cambiar las cosas. Yo no hacía nada, y nada pasaba. Necesitaba hacer algo en orden que los cambios sucediesen. “-pausó, una sonrisa emocionada en su rostro. –“tomé un balde con pintura y lo arrojé contra la pared. Lo hice una y otra vez, hasta que sentí que iba a perder los brazos. Fui a una tienda de arte y casi como el lugar entero. Pinté, dibujé; ese día hice todo, y me sentí nuevamente vivo. Puse color aquí adentro para no perderme en la nada de afuera. Me quedé aquí encerrado por días, porque este era el único lugar con brillo de mi vida. Y cuando finalmente salí, casi un mes después, pude ver la belleza a mi alrededor nuevamente. Vi belleza en la basura de las calles, en el vagabundo de la esquina y aún en la cara cansada y preocupada de mi hermano. Me di cuenta de que solo porque las cosas eran oscuras, no significaba que yo no podía ser feliz”- se inclinó en su silla, respirando. Me miró, asintiendo contento.

-“Y soy feliz. Soy realmente feliz”- sonrió y no pude evitar el sentir ardor en mi interior. Cada palabra de Gerard me tocaba de una forma en la que sus manos nunca lo habían hecho. Llegaban a mi interior sacaban todo y lo ponían en la mesa para examinar. Sabía que Jersey era oscura. Sabía que todo parecía ser absorbido por todos los horribles crímenes y el miedo que nos rodeaba, pero no sabía que podía cambiarlo tan simple como él lo había hecho. No sabía que tirando colores sobre un lienzo podía cambiar una vida-o varias- como Gerard lo estaba haciendo. Se había salvado, y sabiéndolo o no, también me estaba salvando.

-“Wow”- fue todo lo que pude decir. Me había contado su vida, la había derramado parte a parte, flojo por la cafeína y el alcohol. Había tomado horas y horas y el sol ya casi se había escondido en el oscuro cielo. Pero asentí, dejando que todo entrase en mí. Gerard había sido mi lección ese día. Y aparentemente aún no había terminado.

-“¿Sabes que creo que debemos hacer?”- preguntó, su presencia habitual regresando. Lo miré, mi boca semi abierta.


-“¿Qué cosa?”- pregunté, sintiendo como se formaba una sonrisa en mis labios, correspondiendo la suya. No pensé que esto podía mejorar, aún si solo estábamos hablando.
-“Vamos a pintar”-

Estaba equivocado, si podía mejorar.
Y nos fuimos a cambiar el mundo.

2 comentarios:

  1. me gusto lindo espero con ansias el proximo capitulo.

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  2. Me Encanto , Es Tan Artistico tu fic , Espero que lo sigas Pronto
    Xo

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