lunes, 2 de julio de 2012

The dove keeper; Capítulo: #13

Capítulo: #13

Lección Cuatro: Imagen.

Durante los siguientes días, Gerard y yo terminamos muchísimas pinturas. Tan rápido como cuando el aplastaba su arte y yo la cerveza, mis días de solamente limpiar cuando estaba en su casa, se convirtieron en un recuerdo lejano. Él ya no tomaba sus siestas de rutina, en lugar de eso me enseñaba sobre el arte con el que soñaba. Sobre nuestros pies, con los pinceles en la mano, la paleta a un costado, soñábamos juntos y consumíamos al arte enteramente, siempre pintando, siempre viviendo. Y si luego había algo que hacer, los pinceles ya demasiado cubiertos con nuestro despertar artístico, Gerard estaba ahí, a mi lado en el fregadero de la cocina, ayudándome con una sonrisa en su rostro. La única parte de la limpieza con la que Gerard no me ayudaba (más bien, se negaba a hacerlo) era con la jaula de la paloma.


-“Me conoce”- me informó cuando le pregunté por qué Yo era el único que tenía que raspar mierda de pájaro del suelo de metal, cuando prefería estar pintando con él. –“Me ha ayudado y sé como sentirla. Tu no lo sabes aún. Es parte de tus lecciones. Tienes que aprender a ser libre como la paloma”- acarició las suaves plumas blanquecinas con sus elegantes dedos, su rostro hacia el animal, dócil. 


En un principio, reí de su declaración, no podía decirlo en serio, en especial su última línea. Las palomas son símbolo de la libertad, pero esta estaba encerrada dentro de una jaula la mayoría del tiempo. ¿Cómo podía eso ser libertad? Las palomas reales –las que son blancas y sostienen un ramito de olivo en sus bocas- se suponen que vuelan sobre las colinas y a través de las nubes del inmaculado cielo azul. No se suponían que estuviesen enjauladas en la casa de un hombre de mediana edad, con sus plumas del color de perlas sin lavar. Puede que las palomas hayan consagrado la libertad, pero ese concepto y esa ave parecían ser tan lejanos y contradictorios a esta que Gerard sostenía entre sus dedos. 


Cuando mi risa cayó en la habitación como un eco destrozado, miré al artista y vi su serio rostro mantenerse igual. Asintió su cabeza hacia a mí, moviendo la cabeza de arriba hacia abajo, como el ave que admiraba. Mi sonrisa concluyó y continué limpiando nuevamente, mis vasos sanguíneos estallando bajo mi piel como capullos de rosas. 


-“Me recuerdas mucho a una paloma”- me informó, momentos después, su voz saliendo de forma fresca y líquida, recorriendo mi cuerpo y mis oídos. Colocó al pájaro nuevamente en su rama, lejos de él, mientras se deslizaba a través de la habitación y hacia mi, con esta nueva paloma en su mente. Me tiró una astuta mirada, casi desafiándome a sacarle ciertas respuestas, cuando mis labios se sentían inmóviles en mi rostro. Continuó vagando hasta que finalmente se sentó en el sillón, tirando sus piernas sobre los apoya brazos y dejándolas colgar sin ritmo. Aún me miraba con ojos entrecerrados. 


-“¿Lo hago?”- encontré mi voz y comencé a cuestionar, lanzándole una mirada escéptica.


No tenía idea de si era bueno o malo el ser comparado con esta criatura, o con cual estaba siendo comparado. No tenía idea de si quería ser esa ave mítica de la que la gente dependía, o si quería ser esa encerrada en una jaula. Estaba empezando a enamorarme de la blanquecina paloma y de esas pequeñas peculiaridades que tenía, al igual que Gerard, pero no podía suponer que este era el significado detrás de las palabras del artista. Nunca podía adivinar cosas de tamaña importancia, especialmente con Gerard. No necesitaba hechos fríos y duros- esos eran horribles y pocos creativos. Solo necesitaba una base en donde poder formar mi opinión, y con la mente cambiante de Gerard, era como estar parado sobre un lago congelado a punto de quebrarse. Ya podía sentir la frialdad en el aire. 


-“Si”- asintió, su rostro tomando una postura placida y pensativa. Chasqueó la lengua, descifrando como quería continuar con la siguiente frase. Miró sobre su costado, la luz del sol arrojando un resplandor sobre su pálida piel mientras sus labios exhalaban las palabras que su mente había creado.


-“Cuando te vi parado fuera de la licorería, sabía que eras una paloma”- pausó por un segundo, esperando que interviniera, pero me quedé inmóvil. Solo los arrullos de su paloma estaban presentes, instándolo a que continuase. –“eras diferente de tus amigos, pero te veías igual. Todos pensaban que todos ustedes eran gorriones, criaturas sucias, ratas del cielo… o un estacionamiento. Pero tu Frank”- me miro nuevamente, con una mirada profunda y con intención a mis ojos abiertos. Su cuerpo permaneció quieto, pero era como si estuviese apuntando un dedo directo hacia mi corazón. Esta vez, cuando pausó, no estaba esperando a que lo interrumpiese con algo. Estaba asegurándose que lo estuviese escuchando. 


-“Eras diferente. No eras un gorrión, sino esa paloma que nadie podía descifrar porque no se veía como la criatura que solían ver. Y aún así con tu singularidad, fallaste al reconocerte cuando viniste aquí, y cometiste el mismo error con mi ave”- una sonrisa se desplegó por su rostro y me miró, burlándose de mi error con las especies durante mi primera semana aquí, cuando fallé al tomar a la paloma como una rata del cielo. La miré lentamente, cambiando mi idea al mismo momento. Cuando volví mi vista, la lúdica burla de Gerard había desaparecido de su rostro como un bosquejo borrado, un tono serio enmascarando todo.


-“Solamente porque mi paloma es marrón, no quiere decir que sea menos extraordinaria”- su voz se quebró al final, dejándome dibujar mis propias conclusiones. Sus ojos se apoderaron de mi intensamente, pero no era invasivo. Era como si estuviese viendo mi interior, viendo quien realmente soy. Estaba viendo más allá de lo marrón, más allá de las plumas y de los estereotipos. Estar parado frente a una licorería no era demasiado glamoroso y conjuraba muchísimas imágenes negativas en la cabeza de la gente. Estar encerrado dentro de una jaula tenía el mismo efecto, aunque Gerard podía ver esto. Él veía más allá de todo en orden de aceptarme a mí y a su ave, con quien lentamente, dentro de su cabeza nos convertíamos en la misma entidad. 


La realización me golpeó fuertemente como olas, y tuve que apartar mi vista de Gerard, de nuevo a la jaula que estaba limpiando y posteriormente al animal que habitaba ahí. Pude entender a donde quería llegar con esto de su ave. Era una paloma, era libre y por esto ella era su mundo para él. Le creí y comencé a acariciar sus pumas, sin dejar que el otro aspecto de sus palabras se introdujesen a jugar. En su mente, yo era como la paloma, aún cuando yo creía que no había nada más alejado que eso. Era el halago más importante que me había dado, pero nunca le respondí. Ni un gracias o algo; simplemente continué limpiando la jaula. Sé que debía decir algo, pero honestamente, no había nada que pudiese decir que expresara lo que estaba sintiendo ante su observación. Todavía no se ha inventado una palabra, o por lo menos yo no la conocía. Limpiar era a lo único a lo que me había acostumbrado, y aunque Gerard se adentraba centímetro a centímetro dentro de mi vida, solo podía responder con la única cosa que sabía hacer. Ese día limpié hasta que se nos acabo el tiempo y fui temprano a casa.


Fue poco después de ese breve encuentro con la paloma que Gerard volvió a limpiar sus útiles de arte. Aún insistía en que me ocupase de Dalí, o como sea que fuese su nombre esa semana. Aún cuando hacía mala cara y me tapaba la nariz cada vez que me acercaba a la base cubierta de mierda, yo sabía que en realidad no me importaba limpiar la jaula. Algunos días el olor era alarmante y unas veces le rogué a Dios que fuese pintura blanca lo que tenía en mis manos y mi ropa, pero eran defectos menores. Debía encontrar defectos en cosas que amaba, y estaba comenzando a querer a este pájaro. 


La mayoría de los días estaba callada, solamente arrullando cuando alguien se le acercaba mucho o si entraba alguien por primera vez al apartamento. Era una pequeña perra guardiana; solo que le daba la bienvenida al intruso de la libertad con las alas abiertas. Ella no se encariñó conmigo tan rápido como pensé que lo iba a hacer, pero mientras pasaban las semanas ella comenzó a calmarse. Incluso a veces se sentaba sobre mi mano cuando yo le ponía semillas en su plato, en lugar de picotearme los dedos cada vez que me acercaba. Una vez la saqué por completo de la jaula, dejándola sobre mi palma y acariciando suavemente sus plumas marrón claro. Creí que Gerard estaba en la cocina preparándose algo, pero de repente él estaba detrás de mí, su mano en la parte baja de mi espalda. 


-“Es hermosa, ¿No?”- preguntó colocando su mentón sobre mi hombro y respirando en mi cuello mientras tomaba a la majestuosa criatura. Sus acciones solo eran para acercarse al pájaro, a pesar de la profunda intimidad. Aún sabiendo esto con lógica, no pude evitar el sentir mi corazón correr y mi estomago sacudirse, desafiando así al sentido común. Y cuando su mano comenzó a frotar mi espalda, descansando sobre mi cintura, donde parte de mi carne sobresalía de mi jean, pensé que todo era engañoso. 


-“Si”- fue todo lo que pude decir sin que mi voz se cortara por completo. Mi tono sonó reseco y agotado, como si fuera pintura seca.


Nunca hablaba mucho cuando Gerard me tocaba, principalmente porque no podía. No mucha gente me había tocado de ese modo, cariñoso y preocupado, sin ningún otro segundo pensamiento. Ninguno de mis amigos daba abrazos tan seguidos y si lo hacían siempre era sobre el cuello cubierto con ropa lo que causaba que nunca más quisiese un abrazo de ellos. No estaba acostumbrado a tener un brazo sobre mi apenas entraba en un apartamento. La mayoría de las veces, no sabía cómo actuar, mis brazos se pegaban a mis costados mientras que Gerard me ahogaba en los suyos, sin ofenderse por no devolverle el abrazo. Estaba agradecido por eso, porque aún cuando no sabía lo que estaba haciendo, no quería que se detuviese. (Algo así como el arte ante el cual me estaba abriendo paso).


Amaba la forma en la que Gerard me hacía sentir importante. Cuando me tocaba, me hacía sentir que realmente estaba en esa habitación con él. La mayoría del tiempo, mi mente divagaba lejos de mi y me olvidaba de que estaba en el medio de algo. Los dedos de Gerard deslizándose suavemente sobre mis omoplatos, me traían de nuevo a la realidad. Y se sentía bien el ser tocado por él; yo le importaba, y no era de una forma sexual, aún con esas palabras que soltaban sus labios. No había nada persuasivo o demandante en sus acciones; solo emanaban cuidado y amor, y no pedía nada a cambio. No quería mi dinero por su vino, e incluso ya no usaba tan seguido mis servicios de limpieza. No había forma en la que el tomase algo sexual de mi, y tenía pruebas sólidas de eso. Tuvo un montón de oportunidades para “aprovecharse de mi” si así lo hubiese querido. Y no se hizo nada. Nada se insinuó. Fin de la historia. 


Sin embargo, a ese punto, no estaba totalmente seguro de llamarlo “aprovecharse de algo” porque me encontré poniéndolo a prueba en maneras discretas.


Me cambié varias veces en su casa, trayendo ropa extra de la mía para no causar demasiado daño en mi playera favorita. Me dejó usar su baño y no entró o trató de hacer algún tipo de avance sexual. Incluso me quede en su baño usando solamente mis bóxer por lo menos por quince minutos esperando a ver si hacía algo. Pero no lo hizo. Sabía que estaba ahí, casi desnudo, sabía que era vulnerable y sabía que estaba tardando mucho tiempo. Cualquier idiota hubiese sabido que lo estaba desafiando. Y aún así, no hizo nada., ni siquiera mencionó cuanto tardé. Simplemente me dio un pincel y me sonrió cuando salí ya vestido, diciéndome que fuésemos a trabajar.


Nunca supe porque pero siempre me sentí un poco decepcionado de que no haya intentado hacer algo ese día. No sabía que hubiese pasado si él lo hubiese hecho, o como yo hubiese reaccionado, pero nunca dejé que mi mente lo dejase pasar. Sólo podía concentrarme en el hecho de que, aún cuando estaba haciendo todas estas observaciones, tocándome y yo le estaba presentando oportunidades obvias, Nada pasó. Me había dicho que era gay y que no tenía un amante. ¿Por qué no había hecho nada todavía?

Cuando la paloma estaba entre sus manos y estaba respirando suavemente sobre mi cuello, esos pensamientos, esas promesas y esas acciones inconclusas, no parecían importar ni en lo más mínimo. Estaba disfrutando el estar ahí. Tenía muchísima libertad entre estas cuatro paredes. Gerard me instruía, la mayoría de los días, dirigiéndonos hacia la dirección en la que se suponía que fuésemos, luego se detenía espontáneamente y cambiaba de lección en un segundo, o en una pincelada. Parecía que era la paloma la que planeaba nuestras lecciones, su nombre saltando de artista a artista, dictando que hacer.

Cuando llamó Monet al ave, pasamos nuestro día afuera en los pequeños prados con flores y césped que de a poco brotaban por la primavera por ahora cubierta de tierra congelada. Anduvimos entre las hierbas y encontramos plantas exóticas, tréboles y demás hierbas que cobraban vida, que él podía arrancar, matándolas antes de que llegue su hora. 


-“Como la mayoría de los artistas”-me explicaba, trayendo a todos esos famosos pintores que amaba que se suicidaron en un punto de sus carreras. Sorprendentemente para un hombre que estaba tan lleno de vida, parecía admirar a esos artistas que eligieron la muerte sobre todo lo demás. Cuando le dí una mirada incrédula y también algo asustada, él apenas bajó sus lentes de sol sobre su larga nariz con una sonrisa, asegurándome que no tenía planes de hacer tal cosa. 


-“Prefiero desvanecerme”- me dijo disimuladamente, tirándome una mirada que no pude descifrar detrás del oscuro lente.
No tuve tiempo para seguir debatiendo cuando él nos arrastró nuevamente a su apartamento, cuando puso los especímenes una vez vivos sobre la mesa de la cocina para examinarlos. Me hizo ver los matices, las sombras y los detalles más finos antes de que tomase una brocha y la colocase en mi mano, diciéndome que continuase con mis recuerdos. Fue complicado la primera vez, tenía que pintar las imágenes que estudiamos por horas, eventualmente lo conseguía. La naturaleza era sencilla; si cometía un error, podía hacerlo pasar. La madre naturaleza lo había hecho. Las imágenes que mantenía en mi mente de la naturaleza, mi visión y su claridad lo hacían un mejor cuadro, eso me decía. Confiaba en él con ese ideal y estaba en lo correcto, como siempre. Incluso confié en él cuando me vendó los ojos, como la última prueba de mi memoria. No había especímenes para estudiar previamente para esta pieza. Oh No, esta pintura vendría de las profundidades de mi mente y mi imaginación, aquello que tenía bien dentro mío, algo más que un corazón que latía encerrado en una jaula de huesos.


-“Los recuerdos son la clave”-me informó, sus manos colocadas con soltura sobre mi cadera para mantenerme firme frente al lienzo.


-“Creí que no te gustaba vivir en el pasado”- disparé con una sonrisa, mi pincel apenas apoyado. Sentí como me sostuvo con más fuerza sobre mi cintura de manera alentadora, y aunque no podía ver, estaba seguro que también él sonreía. 


-“Sí, pero hay una diferencia entre vivir en el pasado, y conjurarlos”- se inclinó hacia delante y susurró en mi oído –“Conjurarlos por el arte es cread algo nuevo. Algo concreto en lo cual sostenerse. Vivir en ellos, bueno, eso es un desgaste de tiempo y energía. Nada concreto puede surgir de eso”- pausó, alejando sus labios de mi oído y dejando escalofríos en su lugar. 


-“Ahora, pinta lo que recuerdes”- concluyó, soltándome ahí, retrocediendo solo un paso de donde yo estaba pintando con un febril frenesí. 


Mis obras en sí, eran nada comparadas con las suyas. Sabia habilidad. Los objetos que pintaba aún se veían infantiles y de escuela primara, pero el practicar era para mejorar. Se sentía bien el pintar vendado, porque así no podía ver mis errores. Tenía una excusa para cagarla, si así lo hacía, pero Gerard creía que joderla no era posible.

-“Para eso existe lo abstracto”- me enseñó un día en el que me lamenté de que mi zapato parecía más una banana blanda. –“Le dices a la gente que esto es nada y ellos buscaran un significado que nunca pensaste que podía representar. Y en un desorden de líneas y manchas, encontraran lo que quieran, aún si era o no tu intención.

El consejo de Gerard se mantuvo en mi cabeza mientras pintaba, aún cuando el cuarto se mantuvo en un silencio mortal mientras pintaba acorde a mis recuerdos, podía sentir la presencia de Gerard detrás de mí, a un pie de distancia, con su mano posiblemente bajo su mentón con una mirada de contemplación y fascinación. Bajo su vista me sentía nervioso pero seguro, pero me las arreglé para olvidarme del mundo y simplemente recordar otro que creí que había dejado atrás. No sabía que estaba haciendo mientras pintaba, lo que realmente, era el punto. Simplemente tenía sentimientos y disgustos agitándose dentro de mí, justo en la boca del estómago y me dejé llevar por eso. En un punto sentí que estaba volando, apoyándome sobre las puntas de mis pies cuando mi pincel dio el último golpe, y volví estrellándome. Luego de eso, sabía que había terminado y Gerard también lo supo.


Removió la venda de mis ojos, frotando cariñosamente sus dedos por mi cabello para acomodarlo. Mantuve mis ojos cerrados por más tiempo que lo usual, dejando al fantasma de su toque permanecer más tiempo sobre mi piel antes de ver mi trabajo. Cuando lo hice, estaba hipnotizado.


Al principio, solo podía ver azul, litros sobre litros de líneas azules en la parte superior, diferentes golpes y matices ligeramente distintos. Sin embargo, en la parte inferior, vi algo sólido. Era una figura oscura, quizás una sombra, pero su silueta era más clara. No se extendía por todas partes como el azul; sino que se mantenía junto. Lo miré por muchísimo tiempo hasta que todo hizo click en mi mente. 


-“Sacré Bleu”- escuché a Gerard murmurar detrás de mí, justo cuando mis pensamientos chocaron en mi mente. Giré y lo miré, preguntándome como era que sabía lo que estaba pensando. Me sonrió y me guiñó el ojo, luego se fue a la cocina a buscar más vino.


Estudié la pintura después, convencido de que era la mejor obra que había hecho, y no sólo aquí con el extraño artista. Después de todo, era mi recuerdo más intenso, y lo revivía cada vez que tomaba un sorbo de vaso de vino, y cada vez que Gerard me tocaba el hombro. Él también creía que era mi mejor trabajo.

*

Comencé a hacer más arte, aún guiados por los nombres de la paloma. Cuando Gerard la llamó Pollock, por Jackson Pollock, el hombre que se volvió loco en sus obras abstractas, pintamos con canicas. Necesitábamos hacer las líneas caóticas y encogidas, para que los colores se mezclaran sin esfuerzos, sin la ayuda de nuestros pinceles. Necesitábamos un juguete de la infancia que representara el dolor, donde todo había empezado para el loco, y colocamos las canicas dentro de los baldes de pinturas. Una vez cubiertas las dejamos rodar sobre los lienzos, el sonido de traqueteo era música para nuestros oídos. Hacíamos todos nuestros trabajos en silencio, a pesar del gusto de Gerard por poner su opera favorita. Le dije que su canto me distraía (en la forma más amable posible) y la había dejado. El silencio era tan valioso como la música que amaba, y en el silencio podíamos descubrir más sobre el otro, como esas cosas que no nos animábamos a decir.



La música era una distracción, y no era bueno para el arte, salvo que esta sea el arte mismo.

Sentados sobre el suelo, con las canicas delante nuestro, jugamos un juego que creímos olvidar años atrás, dejando rastros rojos y rosas hacia dónde íbamos. Gerard me contó sobre la vida de Pollock, sobre su esposa que lo había dejado, su ira cuando estaba ebrio y su locura mientras yo escuchaba intensamente. Él me contaba sobre la vida de todos los artistas que nos inspiraba, pero ninguna de sus historias parecían tan interesantes como la suya propia. 


La noche siguiente a cuando Gerard expuso los lienzos de la historia de su vida en la mesa de la cocina, comencé a tener sueños vívidos con él. No eran nada muy escandalosos; apenas eran un revivir de los eventos que me había contado. En la primera ensoñación, él estaba sentado en el parque dibujando a aquellos que pasaban hasta que el sol desaparecía; ahí el se hacía una bolita y se dormía en el vacío parque de New York hasta que el sol salía nuevamente, dándole luz para hacer todo otra vez. La siguiente fue poco tiempo después, con él coloreando sus libros y hablando con su hermano, a quien yo no conocía. Seguí viendo los aspectos de la vida de Gerard, en los que yo no estuve una y otra vez en mi mente. 


Lo raro era (como si soñar con un artista viejo, no fuese lo suficientemente raro) que en cada versión, siendo niño, joven o en la mitad de su edad, siempres veía a Gerard como al que veía a diario luego de la escuela. Siempre me imaginaba al artista gay de cuarenta y siete años. Al principio me desconcertó, por qué no podía ajustar su apariencia en mi subconsciente, pero luego de unas visitas como estas en algunas noches, lo entendí: Gerard aún seguía en todas esas edades. Él no había cambiado. No había envejecido. Solo había adquirido algunos números en su carnet de nacimiento, cuando en realidad él guardaba más juventud como la que tenía al tener mi edad. Y realmente, comencé a ver como si Gerard tuviese mi edad. Quizás unos cuantos años más, pero eso era por el respecto que había desarrollado por él, pero cercano a mi edad. Era tan joven y vivaz; se me hacía difícil de verlo como un Viejo. 


Y sus ojos- había algo en sus ojos. Aún eran frescos y jóvenes. No habían envejecido nada. Una de las raras veces en las que presté atención en ciencias, recuerdo haber leído que de todo tu cuerpo, tus ojos eran lo único que no crecían. Se mantenían del mismo tamaño desde el nacimiento. Con lo que nacías era todo lo que tenías; Gerard tenía este atractivo mágico desde que era un bebé.


Luego de comprender este detalle clave, mis sueños comenzaron a tener más sentido. Los ojos de Gerard eran atemporales. Siempre habían sido de ese hermoso color olive luminoso. Había visto mis sueños a través de sus ojos, guiándome a través de la vida que yo deseaba haber podido ver el desarrollo. En la mañana cuando despertaba y recordaba las historias que había soñado, suspiraba abatido, deseando haber podido estar ahí, de alguna forma. Aún siendo una mosca sobre la pared o una puta rata en su apartamento. Eso hubiese sido suficiente para mí.


Me preguntaba si años más tardes leeré sobre la vida de Gerard en un libro de arte. Si en cincuenta años habrá otra pareja de artistas sentados hablando sobre el pintor de Jersey que destruía todas sus obras. Era una idea descabellada, pero Gerard me enseñaba que esas ideas a veces se convertían en ideas brillantes y en teorías. Dejé que las palabras se deslizaran de mi boca mientras pintábamos con las canicas, pero cuando lo hice Gerard se rió por lo “Imposible”.


-“Puede pasar”- insistí. Sonriendo más, cuando tiré el juguete a su dirección. Estábamos recostados en el suelo para ese entonces, nuestros mentones a nivel del lienzo. Se complicaba el reírse, pero valía la pena para estar tan cerca del trabajo que estábamos creando. 


-“Supongo”- dijo y lo dejó pasar como si fuese nada. Pausó por un momento, juntando las canicas en su extremo. Me lanzó una Mirada antes de tirarlas a todas hacia mí, mandando un sonido de chasquido rebotando en el aire. –“También podrían hablar del adolescente que pasaba su tiempo con un viejo marica que le enseñaba a pintar y que luego se convirtió en un famoso guitarrista”-
Me sonrió, pero no era de sus sonrisas usuales. Era una genuina y profunda, que marcaba sus arrugas con sinceridad. Sentí como me sonrojaba y me quedaba callado. Simplemente hice girar las canicas un poco más.


-“Nunca tocaste la guitarra para mí, Frank”- dijo Gerard, atrayendo mi atención, para que no lo dejase pasar.


-“Lo sé…”- dije sin querer realmente saber hacia dónde iba esto.


-“Tráela pronto”- Me dijo Gerard –“Quiero oírte tocar”-

Sentí mi rostro enrojecerse, coincidiendo con el tono escarlata con el que estábamos pintando. 



–“No lo sé…”- dije lanzando ligeramente la canica. Casi habíamos terminado con esta pieza, los espacios en blanco desapareciendo con rapidez. Sabía que no sería capaz de alejar sus observaciones como lo hacía con las canicas. Tenía que responderle.

-“Mantuve mi parte del trato”- me inform, dejando al descubierto sus pequeños dientes mientras hablaba. –“Te enseñé como pintar y lo estás haciendo muy bien. Mi deber ha sido cumplido. Ahora tienes que terminarlo. Quiero música para crear mi arte”- Me miró y encontré sus ojos, su seguridad prácticamente vibrando detrás de ese tono jade.


-“Lo pensaré”- le dije. Haciendo una promesa con nuestras miradas. –“Unas cuantas lecciones más antes”- asintió nuevamente, aunque a regañadientes, sellando el acuerdo. Suspiré aliviado, aunque no sabía que no estaba respirando profundamente, y regresamos a trabajar.


Honestamente, aún no estaba listo para que él me oyera tocar. Había estado practicando alguna que otra vez y no tanto como debía hacerlo. Estaba mejorando, pero aún era un principiante en todo y extremadamente poco preparado. No quería solamente tocar la guitarra para él. Quería escribirle algo. Y necesitaba escribir algo para ese entonces. Era ese momento en el que sentía que mi cabeza iba a explotar e iba a estar, invadida con pensamientos si no hacía algo pronto.


Sin embargo, estos pensamientos, eran algo completamente distintos a mi angustia adolescente. Estos eran felices, fluidos y agradables, trazados con un toque de curiosidad. Comencé a imaginarme como Gerard en sus años de universidad, quedándome despierto toda la noche, escribiendo teorías. Sin embargo dudaba que cualquier cosa que saliera de mi cabeza dura fuese tan grandioso como para ser considerado una teoría, pero necesitaba sacarlas para poder comprender que mierda significaban.


Pintar había ayudado a aclarar muchísimo, y seguía ayudándome. Cuando el nombre de la paloma cambió a Matisse y nos quedamos dibujando y pintando formas ovaladas con colores vívidos y brillando, contrastando y a veces hiriendo nuestros ojos. Pensé que no podía volverse más bizarro.
Luego llegó Picasso y nada más tuvo sentido.


-“¿Por qué la gente pinta así?”- pregunté cuando estábamos encorvados en la mesa de su cocina, mirando una de las representaciones de Picasso de las mujeres. Su rostro era triangular y azul, y el resto de su cuerpo complementado con órganos al azar apareciendo de la nada. Era feo. –por primera vez estaba admitiéndolo. Gerard me estaba enseñando a encontrar la belleza en todo, incluso en la basura que estaba en la calle. Y aunque tuve algo de éxito encontrando algún tipo de estética en las sucias calles de Jersey, esta pintura no tenía ningún puto sentido. ¿Quién carajo haría algo así y encima se haría famoso?


-“Una pintura puede ser lo que tu quieres que sea”- me dijo Gerard como un hecho. Cuando miré a la desfigurada mujer y luego a él. Mi propio rostro se jodió como el de la figura que estudiábamos. Él continuó.


-“Mira a los otros artistas de los que hemos hablado”- indicó simplemente, haciendo un gesto, tomando al aire. –“Cuando Monet pintaba la naturaleza, él mostraba la belleza de la vida. Cuando Dalí pintaba sus peculiares escenas naciendo de huevos, mostraba los sueños inconscientes que tenía durante las noches. Incluso cuando Pollock pintaba líneas y garabatos, mostraba su locura. Picasso muestra su punto de vista sobre las mujeres- son monstruos”-


Asentí con mi cabeza, lentamente comprendiéndolo. Gerard siempre parecía pensar en otra alternativa de pensamiento. En su cabeza entraban cosas random y salían de su boca, sin tener sentido, pero cuando cambiabas el orden de las palabras y salías de tu propio refugio de lo que consideras normal, era brillante. Jodidamente asombroso, la mayoría de los días. Veía cosas que nadie más veía, o quizás cosas que nadie elegía ver. Intenté ver los significados que me decía que estaban, pero varías veces me costaba. Y aquí, no había una excepción. No veía a los mutantes que eran mujeres, que Gerard veía. Simplemente veía a un loco de mierda que pintaba lo que le viniese a su cabeza. Y le dije eso a Gerard, esperando no tener otra conferencia sobre fino arte, de nuevo.


-“Eso también es cierto”-fue todo lo que dijo. 


-“¿Qué?”- pregunté. No estaba acostumbrado a estar en lo cierto, especialmente cuando era lo opuesto a lo que Gerard decía. 


-“Picasso era un loco de mierda”- repitió mis palabras con una sonrisa, antes de continuar. –“Veo el punto de vista de Picasso sobre las mujeres cuando veo esta pintura. Quizás ves su propio aspecto mutante, traído en una mujer. ¿Quién sabe?”- encogió los hombros exageradamente, inclinando su cabeza hacia un lado. –“Una pintura es lo que quieras que sea”-

Asentí nuevamente mi cabeza, absorbiendo la información. La mayoría de las veces cuando Gerard me decía algo, lo aceptaba como a un hecho. Era más viejo que yo, más inteligente y educado en ese campo. Pero por alguna razón, sentí la necesidad de desafiarlo aquí. Quizás porque dejó a sus palabras, igual que el arte en frente nuestro, abierto para interpretaciones.

-“¿Y qué si quiero que sea otra cosa?”- le dije, señalando a la pierna que salía del torso de la mujer.


-“Entonces, puede ser”- declaró, empujando sus palabras con la punta de su lengua. Estaba mirando a la pieza, mientras yo lo miraba a él. Pensando en nada. Intentó cambiar la página, terminando así la conversación, pero la presioné en la mesa, haciendo que la dejase. Me tiró una mirada de sorpresa, desconcertado ante mi desafío. Luego de hojear mi postura seria, se rindió, curioso de ver hacia donde iba. Lo había desafiado antes, por el puro gusto de hacerlo, pero ahora que tenía su atención necesitaba elegir una dirección rápidamente. 


-“¿Y qué si quiero…?”- me callé, pensando en algo, en lo que sea con tal que no fuese ridículo, para poner en lugar de esa mujer. Quería lanzarle una bola curvada a Gerard, y ver que aún podía devolverla. Me había tirado muchas a mí; quería que supiese que era estar en mis zapatos, sentirse arremetido.


Miré la habitación por lo que se sintió, fueron años, hasta que finalmente elegí un objeto mundano con el que podía trabajar. –“¿Qué si quiero que esta mujer desfigurada represente un reloj? ¿Aún funcionaría?”-


Gerard suspiró, medio contento y medio enojado de tener que probar que estaba en lo correcto. Me miró a los ojos mientras continuaba, repitiendo su filosofía. –“Si puedes encontrar significado, entonces funciona. Una pintura es cualquier cosa que quieres que sea”-


-“Pero esto es una mujer”- afirmé lo obvio, poco satisfecho con su respuesta. –“Y quiero compararla con un reloj. ¿Cómo carajo funciona eso?”-

Gerard se había dado por vencido con eso de girar la página que estábamos mirando, y ahora tenía sus manos cruzadas. Se veía cansado con mis preguntas, pero podía ver la pequeña chispa en sus ojos por el simple hecho de que seguía preguntando y preguntando, queriendo saber más con cada giro y cada vuelta. –“No sé porque elegiste ese objeto, pero puedo decirte como lo compararía con un reloj”-


Lo miré, expectante a su respuesta. Suspiró, revoleando los ojos y continuó. –“Un reloj hace referencia al tiempo, y hay un cierto tiempo del mes, en el que las mujeres son parecidas a los mutantes”- Gerard me dio una sonrisa, viendo si entendía lo que quería decir.


Por supuesto que lo hacía. Aún si tenía contacto limitado con mujeres. En lo que me respectaba mi madre era un ser asexual, igual que mi padre, y ninguno de nosotros tenía que preocuparse sobre “ese momento”. Simplemente había oído historias de terror de Sam, que tenía una hermana y muchísima más experiencia con mujeres que yo. Siempre exageraba los detalles, y hacía parecer las cosas diez veces peor, así que sabía que no debía sostener mis opiniones basado en sus “hechos”. Las mujeres y sus cuerpos, como funcionaban y trabajan, realmente me asustaban; era un territorio extranjero que tenía que conquistar. Y mientas pasaba el tiempo, en especial cuando estaba con Gerard, me encontré no queriendo volver a cruzar a ese territorio.

Seguro que amo como se ven las chicas y todo lo que encarnan. Amo las curvas y la naturaleza femenina y realmente quería tener sexo con algunas de ellas en alguno u otro punto de mi vida, pero aún había algo tenebroso en eso. No sabía que hacer con ellas. Por lo menos con mi cuerpo, sabía que se sentía bien, y era capaz de imitar eso. Incluso si mi cuerpo era supuestamente “feo”, acorde al arte, me empezaba a acostumbrar a la idea de que este era el único que exploraría, por lo menos, por ahora.


-“Quiero decir, Amo a Vivian y todo”- continuo Gerard, sacándome de mis pensamientos y trayéndome a la realidad. Gerard aún estaba en el temido tema, soltando lo que sabía sobre las mujeres. –“Pero hay días en los que no sé que está mal con esa mujer. Me digo que son cosas que nunca voy a entender, y a veces me alegra no hacerlo”- pausó por un Segundo, tomando una bocanada de aire con una gran sonrisa sobre su rostro. Me tiró una mirada juguetona, apartando el cabello de sus ojos. –“Ser gay tiene sus beneficios”-


Asentí en silencio, y di vuelta la página. 


Las páginas siguientes, estaban llenas con mujeres desfiguradas, y para volver a un tema más proactivo, continuamos comparando sus cuerpos mutilados con los objetos mundanos que nos rodeaban. Como Freud hacía que todo sea un símbolo fálico, nosotros hacíamos todo un proyecto de arte, con un significado tan profundo que incluso Picasso se hubiese sentido orgulloso. El artista era más versátil de lo que yo creía, en especial cuando encontró una correlación entre una obra y las pequeñas grietas de la pared. 


-“¿Qué hay de mi propio trabajo? ¿Qué pasa con el sentido ahí?”- busqué más, una vez que nos cansamos del libro de Picasso y de las mínimas características del pequeño apartamento. Estaba inclinado con impaciencia sobre la mesa, mis ojos grandes y brillantes y una sonrisa en mi rostro. Incluso me balanceaba sobre mis pies, actuando como un niño de cinco años que tenía el por qué en su vocabulario.


-“Es ahí cuando tienes más poder, Frank”- me aseguró Gerard, extendiendo majestuosamente sus largos brazos vestidos en negro, mientras lo hacía. De repente una idea lo azotó y se levantó de la mesa sobre la cual estábamos, caminando hacia donde parte de su parte estaba. Rebuscó entre las piezas mientras yo seguía su voz. –“En tu propia pintura, puedes hacer al cielo anaranjado, el césped púrpura y al cielo bajo el agua. Puedes hacer lo que quieras, y puedes encontrar diferente significado en ella”-


Exhalé una aprobación mientras veía como sus delicadas manos empujaban lienzos usados tras lienzos usados que estaban apoyados contra la pared. Estaba en cuclillas frente al muro, su rostro torcido por el dolor en sus viejos y rígidos músculos. 


Siempre me había preguntado que hacía Gerard con su arte una vez que lo terminaba, y ahora lo sabía. Apenas lo dejaba apoyado contra la pared, escondido en un espacio detrás de una estantería. Para mí, parecía inútil; pasar tanto tiempo haciendo algo que luego no lo verías, o que no lo usarías. Él derramaba su corazón y su alma en cada pieza, y luego amontonándolas como si fuesen nada. Y no eran nada, desde donde yo estaba parado podía ver pequeños destellos de imágenes, colores y matices, y ya me sentía asombrado. Para ese momento él estaba barajando entre otras obras, encontrando las que quería, no había nada en lo que me pudiese sostener más que en mi propio asombro.

Miré con mi boca abierta mientras que Gerard colocaba las pinturas, los dibujos y todo lo demás en pilas, organizándolos de una forma en la que no estaba seguro. Se puso de pie de repente, tomándome por sorpresa. Me dio una pícara sonrisa antes de que comenzara a dispersar las pinturas por todo el suelo de madera, alineándolas como si fuesen tejas, centímetro a centímetro.
-“¿Qué estás haciendo?”- pregunté, finalmente pudiendo acomodar las palabras en mi cabeza. Antes creí que iba a mostrarme algunas piezas, y compartir sus interpretaciones. No tenía idea de que vendría con esto de alinearlas en el manchado suelo.


-“Todo es mejor desde una perspectiva diferente”- me dijo con otra sonrisa. –“colgar las pinturas en las paredes está demasiado sobrevalorado. Por hoy, intentemos el suelo”-


Y al ver que no tenía nada con que discutirle, lo ayudé a extenderlas, y luego me paré a su lado.


Miramos las obras por horas, nuestros cuerpos boca abajo y nuestras piernas estiradas hacia el otro lado de la habitación. Me preguntó que creía que significaban su arte, y luego me decía que intentaban significar. Nuestras interpretaciones diferían tan ampliamente que me volaba la cabeza. Había dibujado a su abuela en una, a partir de una foto vieja que había encontrado en un cajón de su madre. Cuando la miré, enseguida vi tristeza. Estaba sentada en la mesa, sus ojos mirando por la ventana, una taza de café en sus manos, calentándola. Sus ojos se veían cansados, pero Gerard me dijo que no era por tristeza, sino por todo lo contrario.


Estaba cansada, sí, pero era de esperar- y esperar que algo bueno sucediese, nada más. Sostenía la taza de café con manos firmes, anticipándose a algo, a que su esposo llegase a casa. La foto había sido tomada en la época de la guerra, cuando ella esperaba a que su marido volviese a su vida; juntos, vivo y sano luego de pelear. 


Nuestras interpretaciones variaban, pero eso era lo que Gerard quería. Cuando él pintaba o dibujaba algo, quería sacar sus pensamientos. Y no importaba si la gente los entendía o no, porque encontraban su propia verdad en ellos.


Luego de enamorarme de todos su trabajos en diferentes ángulos y putos de vistas, una pregunta vino a mi cabeza. –“¿Tienes algún dibujo de ti mismo que hayas hecho?”-


Para este momento, estábamos sentados en el suelo, con nuestras piernas cruzadas (tan cruzadas como podíamos) uno al lado del otro, atrapados en esta valla de lienzos que nos rodeaban.


-“No, nunca me dibujo”- dijo rápidamente, apartando la idea con un gesto de su mano.


-“¿por qué no?”- no iba a dejar pasar esto, tan fácil.


Recordé a una de las artistas de las que me había hablado, Frida Kahlo. Ella se había pintado una y otra vez, algunas con imágenes perturbadoras adjuntadas. Usualmente Gerard aceptaba cada forma de arte que veía, pintándolos por lo menos una vez. Él amaba a Frida; de hecho era la única pintora que admiraba. ¿Por qué no imitaba su arte y hacía un autorretrato?


-“Simplemente, no lo hago”- Dijo, apartando la pregunta.


Estiró nuevamente sus piernas con un gruñido, poniéndose de pie. Comenzó a apilar sus lienzos, uno arriba de otro, hacienda un fuerte traqueteo mientras lo hacía. A pesar de su apararente molestia, no hizo ningún intento por dejar de hablar. –“Antes que nada, me parece vano, el pintar una imagen de mí mismo”-

Me reí de esa observación, principalmente porque la vanidad nunca antes había sido una preocupación para Gerard. Había algo más en su intento por evadir esto, que respondió en su próximo respiro.

-“Y no quiero saber cómo me veo a mi mismo. No quiero pintar mi imagen, porque esencialmente, no sé cuál es. Y no quiero que la gente vea lo que pienso de mí. Y especialmente, no quiero que formen sus opiniones”- se burló de si mismo, tirando ideas locas de cómo la gente ya lo veía –el artista maricón de cuarenta y tantos. Me miró y yo asentí, sintiendo su dilema. No quería que la gente interpretase mi imagen; aún estaba tosco de su comparación con la paloma.

-“Es por eso que la puerta de mi habitación es negra”-.me informó, girando y señalando al abismo que siempre se mantenía igual. –“Mi habitación es negra por una razón. Es ahí donde realmente soy yo. Es ahí donde duermo, donde sueño, escribo y lloro. Adentro es negro. No quiero que la gente lo interprete. Quiero que lo dejen ser”-

Asentí en silencio, siguiendo su punto. Aunque el misterio de por qué la puerta era negra, había sido resuelto, aún tenía otras reflexiones. Quería saber que pasaba allí adentro, y no sólo un breve resumen. Quería cruzar el muro (literalmente) y verlo en ese cuarto por mí mismo. Dijo que ahí lloraba, y cuando veía a Gerard, se me hacía difícil imaginarlo con lágrimas sobre esos ojos oliva cristalizados- era muy posible, a juzgar por la cantidad de dolor que me contó que soportó en su vida, pero se me hacía difícil de imaginarlo. Esos ojos atemporales no se suponían que tuviesen lágrimas. Era como una grieta en un florero o un desgarro en la seda. No debía pasar, y parecía inalcanzable.

Tampoco quería imaginarme a este hombre fuerte, esta obra de arte y desperdicio de pintura, llorando. Arruinaría la imagen que tenía de él en mi cabeza, basados en esos Fuertes ojos verdes. No quería verlos agrietarse o romperse; preferiría ver que lloraba lágrimas de acuarelas. La única forma en la que podía creer que lloraba era entrar a ese negro abismo, a esa nada que había creado. Aún si nunca lo veía derramar una lágrima, quería –necesitaba¬- ir detrás de esa puerta. Él compartía cada vez más y más conmigo cada día, pero nunca sentía que era parte de él. No era tan cercano como lo era su hermano o Vivian. Me pregunté en silencio, si ellos alguna vez lo vieron llorar. Probablemente sí, y sentí rostro arder con celos. Si tan sólo pudiera ir detrás de esa puerta, entonces quizás yo estaría más cerca de Gerard. Nunca antes pasamos tiempo en su habitación. Nunca hubo una necesidad, y tampoco me había invitado. Una invitación era crucial en un asunto como este. Necesitaba una para entrar a un abismo, a un lugar sagrado al que no entraría en mucho tiempo, si es que alguna vez lo hacía.

-“Hey Gerard”- pregunté repentinamente, apartando a la puerta de mi mente, mientras una idea se formaba –“¿Alguna vez me pintaste?”-

Sentí como se ruborizaban mis mejillas en cuanto la pregunta golpeó el aire, pero necesitaba saber. Si me había dibujado en cualquier forma o manera, quería saber que veía. Él se llenaba la boca con interpretaciones y significados, pero fuera de su teoría de la paloma, mantenía sus labios sellados sobre lo que veía de mí. No quería ser solo comparado con un pájaro, necesitaba una respuesta solida y digna. ¿Me veía solo como un adolescente que iba a diario a su casa? ¿Me veía como a un amigo? ¿O más? Quizás si sabía cómo me veía, finalmente podría resolver en mi mente como lo veía a él. Y quizás, solo quizás, cruzar esa puerta…

Sonrió ante mi pregunta, riéndose un poco de si mismo. –“Te lo dije antes”, dijo con un tono burlón. –“El cuerpo masculino es feo”-

Solamente estaba bromeando, sin embargo mi rostro cayó decepcionado.

-“Sin embargo, esa no es la razón por la cual no te he dibujado”- agregó al ver el lamentable cambio. –“No estoy muy seguro de por qué no lo he hecho todavía”- se inclinó para beberme entero, entrecerrando los ojos, y mirándome de arriba hacia abajo. Me sentí desnudo en ese momento, más expuesto y feo de lo que estuve en toda mi vida. Aún así, no hice esfuerzo por cubrirme.

-“Aún estás creciendo y cambiando demasiado como para tener una imagen solida. Aún yo cambio, y casi soy un tipo Viejo. No creo que actúe como lo hacía a tu edad. Por lo menos espero que no”- se encogió de hombros, con una risa entrecortada cayendo de sus labios, mientras que mechones de su cabello se derramaban sobre su frente. –“Si no me conozco a mí mismo, no hay forma que pueda dibujarte todavía”-

Asentí solemnemente, bajando mi cabeza. No sabía qué era lo que esperaba oír, pero no era eso.

-“Aún puedes dibujarte a ti mismo”- intervino, intentando animarme. Normalmente no le importaba el efecto que causaba en mi lo que decía, porque en esencia, se suponía que me enseñaba. Pero ahora lo hacía, posiblemente por la naturaleza íntima del tema. Cuando te despojas de la piel y todo lo que quedan son heridas abiertas y núcleos de imágenes, duele cuando se le tire sal arriba – y parecía que Gerard tenía mucha sal en su mano. –“Solo porque yo no me dibujo, no quiere decir que tu no puedas dibujarte”-

-“No quiero dibujarme”- pronuncié, haciendo un mohín.

-“Está bien”- bromeó hacienda el mismo gesto. –“Entonces dibújame. O trae tu guitarra de una vez y toca algo para mí. La música puede ser interpretada de la misma forma. Y desde que no vas a dibujarme, quiero oírte tocar. Estoy interesado en ver tu interpretación, más allá de todo”-

Hubo un silencio espeso, mientras consideraba su oferta. No era una oferte per se, y Gerard eventualmente se cansó de esperar y se puso a levantar los artículos de pintura y comenzó a limpiar. yo estaba a su lado, como siempre, pero mi cabeza estaba en las nubes, canicas e imágenes chocando en mi mente. Nunca le daba una respuesta a nada, pero repetía los resultados una y otra vez en mi. Y en la solitaria vuelta a casa esa noche, donde no había ninguna interrupción, llegué a mi más importante conclusión. 


Podía dibujar a Gerard y ver lo que resultaba. Podía repetir la lección con la venda una y otra vez, y vería a donde me guían mis recuerdos. Tenía el presentimiento de que sabía cómo iba a interpretar todo, sin la ayuda de la venda. Podía ver a donde iba ahora, aún si sentía que quería estrellarme en el camino. Con el paso de las semanas se comenzó a hacer todo cada vez más claro. Los sentimientos comenzaron siendo pequeños e inconsistentes en la base de mi estómago, pero ahora se expandían, goteando en mí como la pintura que usábamos y estudiábamos. Mis sentimientos se hacían más y más fuertes y no necesitaba pintarlos, dibujarlos o tocarlos con la guitarra para saber que eran. Solo tenía que aceptarlo.


Me estaba enamorando de Gerard. Enamorándome tan intensamente y tan rápido que me preguntaba en qué clase de desastre me dejaría, para luego tener que limpiarlo por mi cuenta.

6 comentarios:

  1. *O* Me encanto , de verdad , cada ves esta mas Lindo , Siguelo pronto
    XO

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  2. ¡ NECESITO EEL CAPITULO CATORCE PERO YAAAAA !
    La mejor historia que he leido EN TODA MI PUTA VIDA, la amo!! :)

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  3. LO AMO!! quiero leer el capitulo 14 porque se pone cada vez mejor! GRACIAS!

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  4. Ah *-* qué asfghgfds es este fic! Síguelo por favor :3 necesito saber qué pasará después!

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  5. Heey Cuan Sube el Siguiente ? Sube Rapido *-*
    XO

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