martes, 27 de marzo de 2012

The dove keeper; Capítulo: #1

Capítulo: #1

Sacré bleu!

El cielo era una sombra gris semejante a una perla sin lavar, aún cubierta dentro de la boca de una ostra, hundida en el fondo del mar. La pequeña ciudad de Jersey , parecía hundirse también, en este océano de libertad y en la tierra de oportunidades. El horizonte era casi siempre gris y monótono, excepto por esos pocos días de verano, donde el sol alcanzaría su cima, en lo más alto del cielo, regla para esas pocas horas sin sombras. Pero dicho reinado era cruel, y aporrearía este calor a los cuerpos sin lamento o señal de detenerse. Entonces, quizás ese dolor seco y frio que exudaba el cielo esa tarde, era algo bueno, porque no traía ese calor seco y pegajoso.

Era el fin del invierno, aún no lo suficientemente cerca de esa hermosa brisa primaveral y las flores enaltecidas trayendo vida nueva y amor, pero demasiado cerca para que el frío gélido se hundiera en los huesos y no se calentaran. La nieve ya estaba dispersa, y en lugar de eso Jersey, al menos en esta parte, fue recibida con lluvias frías y noches en las que se congelaba la piel. En la oscuridad, la tierra se congelaba y así permanecía, como si nada hubiese pasado, hasta que la luz del día regresaba y la esencia de la temperatura bajo cero se disipaba. La escarcha se convertía en charcos de barro en los que los colegiales jugaban mientras esperaban el transporte. Pero aún permanecía el aire, esa nada, ese aire muerto que se filtraba en las costuras de la ciudad replegándose hacia las colinas.

Hoy no era la excepción, pero los escolares no estaban jugando en los charcos. Estaban aún en la escuela dominical, obligados a usar ropa que daba picazón, mientras que los labios de sus madres se fruncían, emitiendo una opaca luz en el destello de esperanza que rodeaba a los niños, atrapándolos hasta que fuesen libreados al mediodía, libres de ser infernales de nuevo. Parecía que solamente los domingos Jersey perdía su borde de desolación. La gente era bastante religiosa en esta área, y si no eran, al menos pretendían ser. Dentro de todas las idénticas pequeñas casa, que se alineaban en las calles, el interior parecía demasiado predecible. Era como disecar un cadáver; siempre sabes donde están el corazón, el estómago y los pulmones. Dentro de estas pequeñas moradas, sabías que ibas a encontrar un cuadro aterciopelado de Jesús, seguido de una cruz con el cuerpo inerte del hombre colgado en ella. Y si la casa era particularmente fiel a su fe, una biblia estaría presente, con la tapa reluciente y las páginas doradas recubriendo los bordes pidiendo a los gritos ser leídas.

En su mayor parte Jersey era un estado peligroso. Por supuesto que no todas eran tan malas, pero Newark es por lejos la peor. En los últimos años, se han encontrado cuerpos en el río, situado cerca del parque vecino. Los niños no tenían permiso para ir a jugar, aún durante el día. Y cuando podían, sus hermanos mayores debían permanecer a sus lados en todo momento, asegurándose que todo estuviese bien y que así se mantuviese. Debías mirar sobre tu hombro constantemente mientras caminabas, aunque fueras a la amigable tienda cercana. Y la tienda cercana, no era siempre tan amigable. Junto con los cuerpos que se acumulaban en el río, más de un empleado había recibido un disparo en la cabeza durante el turno nocturno. El lugar fue asaltado constantemente, pero la mayoría de esos incidentes eran relativamente inofensivos, ya que casi siempre eran adolescentes quienes cometían estos crímenes. Los hombres en el área ahorraban sus tiempos y energía para actos criminales mayores y mejores, como la mafia y el narcotráfico.

A pesar de todas estas medidas cautelares, si tu vives en esta ciudad nunca sientes realmente miedo. Te asustas a veces, cuando pasas al lado de una patrulla que lleva a un asesino en asiento trasero, pero no era un miedo constante. Nunca creías que tu estabas en peligro; eras consciente que el peligro estaba en todas partes, y para hacerle frente actuabas como debías actuar. Estaba grabado en tu memoria, el no cruzar la calle Dunlop porque sabías que ahí vivía el tipo que tenía todas esas municiones en el cobertizo de su patio trasero. Sabías que no tenías que ir detrás del cine en plena luz del día porque te encontrabas con los narcotraficantes. Lo sabías. Y lo aceptabas. Este era nuestro hogar, después de todo, y mierda, a pesar del completo peligro detrás de todo, la gente amaba de donde era. Y lo apoyaban plenamente. Llenaron los centros comerciales, escuelas e incluso las iglesias con caras sonrientes y orgullosas. Y eran los domingos cuando Newark quizás no parecía un lugar tan malo, después de todo. Incluso los criminales de los cuales pasabas toda la semana escondiéndote, incluso ellos tenían fe. Estaban sentados un banco a la derecha del tuyo, redimiéndose por todos los pecados que cometieron y por los que estaban por cometer. Y tpu les sonreirías y asentirías con tu cabeza, olvidando que los viste sacando dinero, en lugar de ponerlo en el plato de colecta. Era domingo, era lo que hacías.

De cualquier forma mi mayor preocupación en ese entonces era emborracharme.

A diferencia de la mayoría de la población que llenaban sus almas marchitas en un manchado ataúd de cristal, yo y mis 2 amigos, Travis y Sam, fuimos liberados de esta excursión mientras nuestros padres sufrían en un cielo enfocado en el infierno. A pesar que mis padres eran amables y educados- encajando en el molde de perfección, per se- Nunca sentí ni un gramo de pena dejándolos cocerse en la iglesia, mientras yo hacía lo que mierda quería. Mis padres me habían dado la opción de ser salvado o condenado cuando tenía trece años. Y a pesar de que una vida de nubes hechas de amor y de paz sonaba tentador, mis ganas de dormir los domingos ganaron por sobre cualquier fe que una profesora vieja bruja de la escuela dominical pudo construir. Y aún cuatro años después, en mis diecisiete, seguía eligiendo mis actividades del domingo por sobre ser salvado. Incluso si estas actividades dominicales ahora involucraban a mi y a mis 2 amigos, parados en un frío de mierda por cerca de una hora, las manos metidas dentro de los bolsillos en busca de calor, buscando estafar a alguien por alcohol, en frente de la licorería local, mientras que todos los demás estaban inmersos en sus pequeños nichos. Bueno, casi todos.

Había un par de rezagados que ocasionalmente pasaban por el almacén de cerveza, abrigos y cuellos altos, protegiendo sus identidades mientras iban y conseguían su regular bebida de las diez AM, pero nunca era demasiada gente. Usualmente era después de los servicios eclesiásticos que la tienda se inundaba con la población, creando la cantidad necesaria para elegir y además hacer un escudo alrededor nuestro mientras separábamos a alguien rogando y persuadiéndolo con 5 dólares extras (era el precio máximo de la bebida) para que entrase y nos comprase un 2 por 4. Normalmente funcionaba, pero el número de ensayos variaba.

Después sólo teníamos que pararnos y aparentar ser rudos por unos 15 minutos hasta que un hombre se acercara y nos ofreciera. Nos dijo que él también había sido un niño, mientras le arrebataba los billetes a Travis, metiéndolos en su billetera, y luego en sus bolsillos y entrara. Nos había comprado una cerveza de mierda, guardándose el dinero extra, pero no nos importó demasiado. Habíamos cortado con la racha de pérdidas y nuestro tiempo de espera, y estábamos rumbo a embriagarnos.

Otras veces (la gran mayoría), estábamos ahí por horas, los dedos adormecidos por el áspero aire, antes que alguien finalmente se rindiera, teniendo pena de 3 tristes patéticos e hilachentos adolescentes. Pero como sea- la piedad y el poco vuelto valían la pena al final. Después iríamos a tomar nuestro 2 por 4 a lo de Travis, porque sus padres solían irse luego de la iglesia y teníamos la casa para nosotros solos. Los padres de Sam y Travis, como los míos, dieron la opción a sus hijos de ser salvados. Y por supuesto, ellos declinaron la oferta, sabiendo que podíamos estar juntos, así también con el alcohol que comprábamos que hacía arder nuestras gargantas, al igual que el fuego del infierno supuestamente hará. Pero, bueno, la vida es corta y podemos pasarla bien mientras estemos vivos.

Nuestro pequeño plan a prueba de todo, de esperar en el estacionamiento, no era siempre a prueba de todo. El propietario nos había atrapado desde el principio, y dependiendo de quién estuviera trabajando en la caja ese día podíamos ser echados, amenazas insulsas sobre la policía involucrándose resonando en nuestros oídos. A veces las personas que pasaban nos miraban de arriba a abajo, se burlaban, escupían antes de entrar, dejándonos en el estacionamiento. Y la mayoría de las veces que eso pasaba, volvían a donde estábamos sólo para presumir su puto alcohol en nuestras putas caras. Era una tortura pura y absoluta cuando lo hacían, pero no era el peor destino que podíamos tener.

Una o dos veces la persona a la cual le pagábamos para que comprara la bebida de mierda, se escapaba con nuestro dinero. Afortunadamente, Sam era un corredor bastante veloz, a pesar de su baja estatura y pequeña contextura, y lo persiguió por cuatro calles. Cuando alcanzó al hijo de puta, lo pateó in par de veces antes de sacarle el dinero. No creo que ese día nos preocupamos por emborracharnos, por lo menos por el alcohol comprado de esa forma. En lugar de eso fuimos a la casa de Travis y forzamos el armario de sus padres. No fue divertido, ni había alcohol de calidad, pero era algo para aliviar nuestra tensión y relajar nuestro ánimo.

Esto significa que el alcohol estaba funcionando para nosotros por el momento, y debería hacerlo hasta que cumpliésemos la edad legal de veintiuno. Y esos cuatro años parecían una puta vida para nosotros. Entonces hasta ese momento, hemos tenido que aprender a no tomar ninguna mierda de nadie fuera de la tienda. Y por eso Sam estaba cerca.

Conozco a Sam desde el jardín de infantes. Todavía puedo recordar el día que conocí al pequeño y dinámico niño. Estaba en el arenero construyendo una cueva para mi dragón de juguete. Estaba feliz empujando y juntando la arena, sintiéndola rebozar entre mis dedos cuando mi perfecta paz fue interrumpida por pequeñas y brillantes zapatillas, justo sobre la cueva en la que había trabajado por lo menos cinco minutos ya. Y para mí, el niño con un caso menor de déficit atencional, esos cinco minutos eran una puta vida.

“Hola”, Sam dijo aguda y chillonamente. Aún de niño él poseía esta voz aguda e incluso después de la pubertad aún podía alcanzar sorprendentes octavas. La mayoría de las personas, se preguntaban si andaba por ahí con sus bolas entre una pinza de sujeción, a veces su voz era tan alta. Sin embargo cuando Sam gritaba o hacía cualquier tipo de ejercicio vocal, su voz se tornaba grave. Realmente grave; estamos hablado de un estilo casi a Barry White. Nunca sentí que su voz armonizara con nada de él, ni su cara, ni su cuerpo, ni su mente. Pero, de nuevo, nada realmente encajaba en Sam Él era pequeño, ruidoso y loco, y tenía una nariz extraña. Creo que por eso me agradaba tanto ese chico; era un raro capricho de la naturaleza y no me hacía sentir tan putamente extraño en mi propia piel, que siempre encontré demasiado apretada.
El debut de esta gruesa voz de Sam ocurrió después que dirigí mi vista al extraño niño que había arruinado la guarida de mi dragón.

“La aplasté para que podamos construirla de nuevo” Sam gritó, rechinando sus pequeños pies y enterrándolos más en la tierra. En ese momento mi mentalidad estaba mucho más allá de un simple enojo y momentos más tardes Sam y yo terminamos en la oficina del director, arena en nuestros ojos y cabellos, haciendo barro en nuestra piel. Ninguno de los dos era capaz de rendirse a ser enviado a la oficina del director por nuestra pelea en el arenero en jardín de infantes. Después de eso siempre necesitamos un supervisor. Sin embargo, esos cortes y moretones fueron buenos en alguna manera; tampoco fuimos capaces de resarcirnos nuestra amistad. Poco después que nos habíamos curado mental y físicamente, Sam empezó a aparecer a mi lado en casi todas las ocasiones que tenía, destruyendo todo lo que hacía si él no estaba incluido. Con el tiempo aprendía a invitar a Sam a todo, o si no me arriesgaba a ver mis sueños aplastados. Y una vez que fui capaz de entender este hecho e incluía a Sam en todo, empecé a conocerlo más allá de ser solo los hueso de Hellion. Y de hecho no era un muchacho tan malo. Definitivamente era un poco loco, a veces, especialmente cuando estaba enojado o excitado. Siempre y cuando estuvieses de su lado, estabas bien. Y yo estaba tan jodidamente agradecido que la mayoría de los días lo estaba.

Sam no era un tipo con el cual joder. No era muy alto, y tenía un cuerpo pequeño y delgado- incluso más pequeño que yo-, y eso ya era decir algo. Estoy convencido que mi madre me alimentó sólo con café porque no hay otra manera de explicar porque soy tan enano. Me molesta que la mayoría de los chicos de mi edad son una torre al lado mío, lo cual probablemente es otra de las razones por las que soy amigo de Sam Él es el único chico que conozco con el que puedo mantener contacto visual a la misma altura. Cuando hablábamos, no se sentía raro o tenso y mi cuello no dolía. Pero incluso con ese desafío vertical, Sam era demasiado letal si se enojaba contigo. Había estado en algunas peleas durante la preparatoria, la peor terminó con un labio desgarrado y ensangrentado. Pero la mayoría de las veces, él se mantenía fuera de problemas. Bueno, excepto por las sustancias, pero todos éramos culpables por eso.

Aparte del alcohol que todos consumíamos, tambipen estaba el ocasional estallido de consumo de drogas. Cuando Sam y yo teníamos 15 descubrimos la marihuana, lo que nos llevó a conocer a Travis. Era el típico chico recluido en la escuela. El chico que siempre se sentaba solo durante el almuerzo, sus auriculares en sus oídos, tomando el sándwich que su madre había preparado.

Sin embargo se destacaba más que el telón de fondo. Tenía un aura a su alrededor. Su largo y negro cabello caía sobre sus oscuras facciones. Como su torcida nariz de gancho y su ropa demasiado holgada que mantenía la mayor parte de su cuerpo ocultos. Tampoco podía evitar el darme cuenta del dulce olor que me provocaba cosquillas en la nariz cada vez qye me acercaba a mi amigo. Incluso si Travis no tenía hierba consigo ese día, o no hubiese fumado, el aroma aún estaba presente. Así olía Travis. Era lo suyo. Así como lo de Sam era ser un loco de mierda, Travis siempre olía a marihuana.

Travis conseguía la droga de su hermano mayor que estaba en la universidad, dejando un gran espacio en el armario de su dormitorio. Era de buena calidad y no muy cara. Por supuesto que Travis la conseguía por apenas nada debido al amor fraternal que tenía con su hermano. Travis lo descubrió a él y a su cuñada discutiendo algo muy importante. Ella estaba embarazada y estaba en proceso de realizarse un aborto. Los padres de Travis eran probablemente los más religiosos de todos nosotros, y descubrir la péquela follada (literal) no hubiese terminado bastante bien. Entonces a cambio de nuestro silencio, Sam y yo obtuvimos la droga gratis. Fue un buen trato.

Durante muchísimo tiempo, no recuerdo exactamente cuánto, la mayoría de los días después de clases, los pasábamos envueltos en una nube fragante. Los tres habíamos encontrado un nuevo amor, una nueva droga por la cual todos éramos adictos. Fumábamos todo el día hasta que llegaba la noche. Mis dedos estaban despellejados y dispersos con pequeños cortes por el papel, de tanto armar porros. Mis pulmones y mi nariz se sentían igual de despellejados como mis dedos. Pero era algo bueno, como si estuviese limpiando mi cuerpo en lugar de estar contaminándolo. Me encantaba la primera bocanada que le daba a la droga y como el humo era tan jodidamente espeso que se sentía como líquido y era como si yo me ahogase en él. Aún así lo respiraba, porque, ¡Mierda! Valía la pena morir por eso. Nunca morí, pero si me ponía realmente famélico. Llegaba a mi casa al horario de la cena, engullía todo lo que veía en la mesa (quizás me comí un salero, una vez), mientras mis ojos color rojo sangre me picaban, y luego me iba con Sam y Travis de nuevo e íbamos a Mc Donalds para una segunda cena. Para luego caer en la nada misma ya sea afuera o en el sótano de alguien. Era jodidamente asombroso, pero sabía que todas las cosas buenas terminan.

Nos estábamos volviendo excesivamente idiotas por nuestro sobre consumo. En un punto Sam se había olvidado donde vivía y tuvo que dormir en un parque. Terminó agarrando hipotermia; nada demasiado difícil considerando la poca grasa que tenía en sus débiles huesos, pasó la semana enfermo y en cama. Se había desintoxicado y terminé por convencer a Travis que debíamos tomar un descanso, por lo menos por un tiempo.

Tomar un descanso significaba cambiar el veneno por alcohol y pasar de aspirinas a píldoras para dormir y de nuevo al alcohol. Yo lo prefería así. El alcohol era semi legal (no para nosotros, pero sí para otros)por lo tanto mucho más sencillo de conseguir. Además no habían muchos más porros por probar. Una vez que probaste una hoja verde, las habías probado a todas. Pero había tanto alcohol para elegir. Pero aún con la diversidad, a mi me gustaba la cerveza. Siempre me ha gustado la cerveza.
Tal vez es de distantes recuerdos de mi infancia con mi padre, sentado en su horrible sillón a cuadros mirando tv. Recuerdo que yo estaba sentado en el hueco de su rodilla, en el suelo, mirando el mismo programa pero sin sacar nada de él. Cuando mi padre iba al baño o a la cocina por un bocadillo, le robaba un sorbo del líquido color ámbar. Tenía un gusto putamente asqueroso, quizás porque de joven mis papilas gustativas eran diez veces más fuertes, pero aún así lo hacía en cada oportunidad que tenía.

Principalmente porque no debía hacerlo. Ese atractivo por lo prohibido era suficiente para siempre hacerme volver por más. Y aún lo hacía en el estado de semi adultez en el que estaba ahora, aún cuando no quería estar más cerca de mi padre.

Desde que era un niño solía ver a mis padres como a todos los demás en la comunidad. Y a medida que crecía junto con mi sentido de observación, descubrí que por alguna extraña razón, mis padres eran puestos en un pedestal. No es que fuesen malas personas, o alfo así, sólo que yo no entendía ese magnetismo que tenía. Después de todo, yo vivía con ellos y veía como actuaban o como no actuaban. Eran padres por definición pero no del corazón. Hacían las cosas que se suponían que debían hacer, pero cada vez que los arrastraba a un carnaval o a alguna entrevista con profesores, sentía que no era más que una carga pesada sobre los corazones de mis padres. Así que, eventualmente esos eventos de detuvieron y me encontré a mi mismo sumergido en un mundo de drogas, alcohol y patéticos amigos mientras la comunidad entera estaba ante los pies de mis padres.

Aunque ambos tenían empleos mediocres-mi mamá era cajera en un banco y mi papá tenía un trabajo de oficina en General Motors después de lastimarse la espalda en el área de trabajo- aún así se las arreglaban para tener esa imagen de más-sagrado-que-tú. Y para mantener esa linda y pulida imagen tenían que ir a la iglesia. Todos los domingos. Incluso ayudaban en funciones de la iglesia, lo cual quizás los hacía más alabables. Pero yo los veía en casa y a esa biblia apoyada en la estantería juntando polvo. Nunca fue leída, ni hablar de ser seguida. Mis padres rompían las reglas por debajo de la mesa, pero yo las masacraba y las devoraba despellejándolas al frente de todos.

-“Hey!” Escuché a Sam llamarme, sacándome de trance. Sueño despierto demasiado seguido, incluso si estoy en medio de algo. Cada vez que tengo que leer algo para la escuela, especialmente si no tiene ese flujo creativo de las historias, me desconecto y mi mente va hacia otras cosas. Durante mucho tiempo pensé que esto era por los químicos que bombeaba en mi cuerpo, pero he estado haciendo esto desde que era un niño, imaginándome tan grande y poderoso como mi padre bebiendo ese líquido ámbar como si fuese agua.

-“Hey, tú”-Sam le llamó de nuevo trotando hasta alcanzar una sombra. Era mediodía y pronto el cargamento de pecadores supuestamente salvados se acumularía en la tienda y se abastecería hasta la próxima semana.

Aparentemente había un ave tempranera, un hombre mayor, con una chaqueta y sombrero. Sus cabellos blancos salían por los costados. El viejo no escuchó a Sam, o bien no le importó y siguió moviéndose hacia la tienda de licores. No estaba aún aventurándose a entrar, cuando Sam siguió insistiendo en detener sus pasos.

-“Déjalo en paz”- le dije a Sam, que se había desaparecido en un instante. Suspiré audiblemente, sabiendo que mi amigo estaba llevando las cosas demasiado lejos otra vez. Sin embargo, no hice ningún esfuerzo por detener al adolescente hiperactivo, quizás con la esperanza de que los ojos como dardos que Sam le disparó al hombre lo asustaran y comprase el líquido deseado. O tuviese un ataque al corazón. De cualquier forma, me quedé en el rincón más lejano del lote. Mis piernas hacia afuera en forma de V, balanceando mi peso de un lado a otro en frío, tratando de mantener mis largos dedos cálidos en oprimidos puños en el interior de los bolsillos de mi chaqueta. Solo logrando arrancar pelusas de mis guantes, que sólo usaba porque pensaba que se veían genial. Odio decirlo, pero realmente me importaba mucho mi apariencia. No seguía tendencias ni nada, pero sacaba la mierda de mi, usar una chaqueta con un hueco (que yo no hubiese hecho a propósito) o si tenía una camiseta con una mancha en ella. No sé a quién trataba de impresionar, aparte de a mí mismo, pero me importaba mi apariencia.

Miré alrededor del lote, preguntándome a donde se había ido mi otro amigo. Travis no era tan vocal como Sam, mierda, Travis no era para nada vocal. El era el recluso que habíamos recogido solo por las drogas, pero que mantuvimos con nosotros porque ocasionalmente proveía conversaciones operativas. Estaba callado casi todo el tiempo, esporádicamente interrumpido por brotes de genialidad, a veces teniendo ensayos enteros de inglés dentro de su cabeza. Lástima que no tenía la fuerza de voluntad de transcribirlos a un papel, quizás hubiese pasado la clase de inglés de onceavo grado, y ahora no estaría atrasado un año. Pero cuando Travis estaba drogado, hablaba hasta por los codos. Era gracioso escucharlo divagar sobre Dios, conspiraciones y sobre aliens viviendo en su patio trasero, especialmente cuando Sam el loco charlatán estaba tan tranquilo y suave. Sam era el típico drogado; se tumbaba, con su mirada cristalizada y murmuraba una palabra constantemente. Su favorita probablemente era “zanahoria” porque sonaba “como un hombre totalmente psicodélico”.

Sam y Travis estaban más conectados de lo que yo podía saber o entender. Cuando pensaba en esto, que solían ser demasiadas veces, sentía que era el hombre del medio entre dos extremos constantes. No era ni un charlatán, ni un recluido; ni loco, ni sano; Tampoco tenía una “cosa”. No era un gritón hijo de puta, o el solitario que siempre olía a marihuana. Era simplemente Frank. En nuestra clase de carreras en décimo grado nos habían dado una tarea en la que debíamos describirnos a nosotros mismos, y mierda, no pude hacerlo. Me quedé mirando a la pantalla en blanco del ordenador por horas, intentando pensar en cómo describirme. Primero intenté escribir un ensayo, después sólo un párrafo. Luego sólo una oración, hasta que finalmente estaba pensando en una sola palabra que me describiera y no pude encontrar nada en mi mente. Nunca hice la tarea, alegando que era pura mierda. Nunca le pude decir a nadie que en realidad me senté por tres horas frente al ordenador quemándome el cerebro para obtener absolutamente nada. Simplemente no pude. No me podía entender, y no le podía decir a la gente que lo intenté. Y aún en mis 17 años de vida, todavía estoy tratando de hacerlo bien, sin éxito, hasta ahora.

Todo esto quizás conduzca al porqué bebo. Cuando tomo, no tengo que pensar porque no entiendo nada, y porque me quiero ir a la mierda de esta ciudad. Puedo beberlo todo, tragando mis esperanzas y miedos junto con el caliente líquido, y necesitaba este líquido pronto porque mis dedos y mi mente se estaban por adormecer en poco tiempo.
Miré mientras Travis hablaba con una mujer mayor, en sus 50 quizás, tratando de negar su edad con las capas de maquillaje que tenía sobre su rostro. Sus arrugas parecían profundizarse aún más por el peso de esas capas, mientras negaba vigorosamente con la cabeza a Travis, nunca haciendo contacto visual con sus incrustados ojos azules. Parecía casi avergonzada de estar yendo a una licorería, y que alguien la hubiese descubierto. Su abrigo color marfil colgaba de sus hombros y debajo su ropa estaba arrugada y desalineada. Parecía obvio para mí que esta mujer, probablemente hubiese dormido con su ropa, su maquillaje y sus miedos. Se estaba escondiendo de algo, o de alguien y también ella lo quería enmascarar en alcohol.

Sonreí. Por alguna extraña razón quería que esa mujer fuese mi madre. Mi corazón y mis brazos se acercaron a ella, aunque de forma no visible. Por lo menos si esta mujer fuese mi madre, tendría mejores oportunidades en entenderla. Mi madre era siempre tan pulcra, correcta y formal. Ella nunca hubiese dormido con su ropa y maquillaje, para salir con ellos al otro día. Menos a una tienda de licores. Siempre me pregunté por qué mi madre quiere todo tan limpio. ¿Qué ocultaba? Esta mujer que estaba mirando, no escondía nada. Sin importar cuanto intentase no mirar a Travis. Gritaba por ayuda al contenido de una botella, y yo escuchaba sus gritos. Si mi madre hiciera lo mismo, quizás la ayudaría. Me entristecía como podía conocer más a esta extraña que a la mujer que me dio a luz, pero como a un montón de cosas, aparté esto de mi cabeza y lo reemplacé con una imagen más tolerable.
Una mirada más brillante a través de la botella que yo creía que nunca iba a alcanzar. Mi estómago rugió bajo el peso de mis deseos, haciéndome notar que desayunar una barra de chocolate no fue la mejor opción. Toda la azúcar y cafeína ya se habían ido de mi sistema y necesitaba algo con lo que calmar mi sed. Sam y Travis estaban fallando en la misión; sabía que lo mejor era que acelerase un poco el paso.

Al otro lado de la tienda, separado por una calle, había un conjunto de apartamentos. No eran construcciones altas ni nada especial, pero eran más altos que la mayoría de los inmuebles del área. Había ladrillos marrones y paneles laterales color gris, que llevaban a los pequeños balcones de las casas superiores. Eran viejos y desgastados, y si podías evitar vivir en esos sucios gabinetes de casa, era lo mejor. Había rumores de cucarachas y suciedad de ratones en el sótano. Que no había calefacción en algunos fríos días de invierno y tuberías que hacían ruido como su una tundra se estuviese escapando de tu cuarto. Pero eran hogares y algunas personas desesperadamente solas y desoladas vivían en ellos. Tenía sentido que estas casas estuviesen junto al frente de la licorería. Ahí es donde la mayoría de sus habitantes irían. Necesitaban esa agua delirante para mantenerse vivos en la inmundicia en la que vivían. Quizás porque su imagen era algo tan contradictorio a la suciedad que estaba al frente mío, pero salió y me hizo prestarle atención. Él era algo que no necesitaba ser aseado.

Un hombre quizás finalizando sus treinta o en el principio de sus cuarenta, abrió la puerta de acero del edificio, y salió con confianza. Estaba vestido todo de negro, desde sus zapatos hasta su camisa abotonada y su chaqueta de cuero negra, abierta a los costados. Lo único que no llevaba negro, era su bufanda de lana color lavanda profundo que se enroscaba en su cuello, uno de sus extremos cubriendo su hombro y el otro colgando sobre su perfil. Estaba usando gafas de sol, a pesar de lo gris de ese día, sobre su rostro áspero y envejecido. No podía ver muy bien desde donde yo estaba, pero a pesar de que el rostro del hombre estaba claramente desgastado por el tiempo y otros vicios aún conservaba un pálido resplandor de juventud. Un brillo que yo no había visto en mi propio rostro por bastante tiempo.

A medida que el hombre se acercaba más y más a mi, pude ver las profundas arrugas que parecían existir sólo alrededor de sus ojos. En todos los otros lugares su piel era dura pero carente de esos hondos valles. Con sus largas piernas saltó los charcos y cruzó la calle sin mirar, como si el lugar le perteneciera, y por alguna razón, yo creí que así era, sólo por la forma en la que se movía. Mantenía sus hombros en alto y caminaba derecho sin perder siquiera un latido. Estaba en una misión, pero antes que pudiese preguntar si me podía unir, el hombre inclinó sus gafas hacia su nariz y me miró, yo estaba observándolo profundamente, más profundo de lo que debía. Él no parecía impresionado por mi mirada y mi boca ligeramente abierta, pero no dijo nada; su rostro decía todo sin que sus cuerdas vocales interfiriesen. Inmediatamente tomé aire, obligándome a salir de mi aturdimiento.

-“Hey”- Dije arrastrando a la superficie la tosquedad que Sam usaba. No funciono. Por alguna razón, no quería ser malo con este tipo. Quizás me apiadé de él, por vivir en un lugar tan horrile. Probablemente estaba cansado de la cantidad de adolescentes vagabundeando por aquí, tratando de emborracharse, o drogarse. O ambos.

El hombre detuvo sus pasos y giró su cuerpo en un ángulo hacia mi. Puso sus manos en su chaqueta, mirando fijamente, sus ojos analizando todo. Aunque estaba envuelto en varias capas de ropa que protegían mi piel del frío, me sentía desnudo. La sensación de desnudez que comienza en tu núcleo interno y se abre camino a través de tu cuerpo, provocando un cosquilleo en todas tus extremidades.

-“¿Si?-“dijo levantando su ceja al desconocido adolescente. Tragué inseguro de cómo proceder. “Cómpranos cerveza” Quería que las palabras sonaran un tanto duras, pero terminaron saliendo como una oración normal. Y llegué a la conclusión que quizás no era una buena idea pedir este tipo de cosas, especialmente a un hombre mucho mayor que yo. Pero ya era tarde; las palabras habían golpeado el aire y fueron directo a los oídos del extraño iluminando sus ojos. Miró hacia otro lado por un momento, burlándose y sonriendo.

-“No”- fue la simple y pura respuesta que el hombre dio, sus pequeños dientes rebozando en una sonrisa.
-“¿Por qué no?”- Pregunté frunciendo el ceño, pero mis arrugas no alcanzaron la profundidad de las suyas. No estaba acostumbrado a la negativa absoluta. La mayoría de las personas cuando las bombardeábamos con estas preguntas, suelen decir un silencioso y vergonzoso “no” o daban alguna estúpida y vaga razón. O nos insultaban. Pero esto, a pesar que era una sola palabra y no una ofensa, dolía diez veces más. No había justificación en las acciones del hombre, sólo rechazo. Y yo no aceptaba esto.

La sonrisa del hombre se ensanchó más y aún no contestaba mi puta pregunta.

-“Cómpranos cigarrillos entonces” Combatí. Iba a obtener algo de este extraño. Yo no fumaba cigarrillos, pero Travis lo hacía ocasionalmente, y Sam probaría todo al menos una vez, Valía la pena preguntar.
Pero al parecer, no valía demasiado para este extraño. Pronunció el mismo “no”. Mi expresión de desconcierto lo hizo sonreír aún más, mientras que yo en mi interior me sentía más y más confundido. Mierda, pensé. Esto es demasiado incómodo.

De repente el hombre giró su peso a su posición y se dirigió a su destino original. Empujó sus gafas de sol sobre su cabeza, por lo que sus ojos color avellana estaban libres cuando comenzó a caminar. La conversación había terminado.

Pero yo aún quería más.

El extraño desapareció en el resplandor amarillo de la tienda. Sam de repente apareció a mi lado. Colocó amigablemente su mano sobre mi hombro, algo me hizo saltar de mi propia piel. Por suerte Sam no lo notó. (Como a un montón de cosas).

-“¿No tuviste suerte con el puto?”- Su voz áspera y fuera de tono llenó mis oídos y sacudió los restos de trance que podían haber quedado en mí.

-“Huh?”. Cuestioné mirando a Sam. Ambos estábamos parados en la esquina del estacionamiento, no tenía idea de adonde se había metido Travis, paralizados por las letras rojas y parpadeantes del Cherry Slurpy. Mi estómago rugió de nuevo, mi hambre creciendo con una fuerza persistente.
-“Ese tipo”, dijo Sam, retorciendo su cara, inseguro de cómo expresarse. “Es raro. Algo así como un artista. Por lo que sé vive solo. Lo que quiere decir que probablemente sea puto”.

Sam y yo nos detuvimos, mirando como la puerta de la tienda se abría. El supuesto artista salía de nuevo, desenvolviendo un paquete de cigarrillos con sus suaves manos. Noté que a pesar de la edad que el hombre cargaba en su rostro, sus manos eran aún demasiado jóvenes, como si fuese un adolescente. Una vez que retiro el plástico de los cigarrillos y de golpear el paquete un par de veces, provocando que una delgado cigarro resaltara entre los otros. Se detuvo en el medio de la entrada, solo para poner ambas manos a su alrededor que ahora estaba en su boca, mientras luchaba por encenderlo. Cuando lo logró, succionó hundiendo sus mejillas, revelando sus rígidos pómulos antes de soplar el humo a su alrededor. Sus ojos cerrados y su cabeza hacia atrás mientras exhalaba. Tan pronto como recuperó su aliento otra vez, el extraño abrió sus ojos y nos miró a nosotros, parados incómodamente, mirándolo desde una distancia segura, como si fuese una especie de animal de zoológico. El salvaje, elusivo y maricón artista; vengan y miren mientras fuma. Me sentía mal mirándolo y tratándolo como un fenómeno pero no lo podía evitar. Podía ver en esos ojos, una mirada misteriosa que me invitaba. Pero no estaba seguro si me miraba a mi solo, o a Sam y a mi juntos. Y tampoco estaba seguro porque importaba. Cuando el hombre sonrió, no mostrando sus dientes, sino apenas elevando sus finos labios, todas mis dudas fuero removidas, sobre a quien estaba él realmente mirando.

-“Y además” La voz de Sam cortó mis pensamientos. “Nadie puede usar pantalones así de ajustados y no ser gay”. Sonreí, pero era de la broma de Sam, aunque eso fue lo que me dije. El hombre misterioso comenzó a caminar de nuevo, sus largas piernas separándose y juntándose en un rápido movimiento que me recordaba a un par de tijeras. Sin embargo antes que pudiese ir demasiado lejos la voz de Sam interrumpió todo.

-“Hey!” dijo su voz, quebrándose mientras alcanzaba una nota con la que no estaba familiarizado. “Cómpranos cerveza”.

Sentí que mi pecho me oprimía y mis mejillas se ponían coloradas. Sam podía ser jodidamente vergonzante a veces. Aunque no tenía idea de porque estaba avergonzado en frente de un extraño, era aún una ciudad muy chica; todos se conocían y todos se decían las travesuras de los adolescentes. Así como me importaba mi apariencia, también me importaba lo que los otros pensaran de mí. No quería ser conocido como el chico raro, prefería no tener una “cosa” en absoluto. El hecho de que esta ciudad era bastante pequeña era probablemente la razón por la cual este extraño me cautivaba tanto. Lo debía haber visto antes, pero no lo hice. Me preguntó por cuánto tiempo el vivió ahí, fuera de mi radar.

-“Ya le pregunté eso”. Murmuré para mis adentros, esperando que Sam me haya oído, para no tener que levantar la voz. Aún sentía esa sensación de raros escalofríos y desnudez. Pinché las costillas de Sam, que no eran difíciles de encontrar, sólo para distraerme.

-“¿Y?” Preguntó con un rostro arrugado. Su nariz siempre ha sido algo que se estrelló en el medio de su cara, como si se la hubiese quebrado muchísimas veces de niño. Y ahora, cuando hacía eso de arrugar la cara, sus rasgos parecían un gran desastre. Me habría reído a carcajadas, si no fuese por su aguda voz invadiendo mis tímpanos por gritarle nuevamente al extraño que caminaba cada vez más y más rápido.

-“Cómpranos cerveza” Sam gritó de nuevo, pero esta vez tuvo la suficiente paciencia de esperar. Cuando una distante y sólido “no” se escuchó, Sam dejó que su tranquilidad se fuese.

-“Puto”. Gritó e voz alta y con ira, pero se calmó rápidamente, riéndose de su propio insulto. Siempre hizo eso. Era de esas personas que nunca podían contar bien un chiste porque lo arruinaría al instante que el remate del chiste tocase su lengua, riéndose a carcajadas. Aún cuando insultaba a la gente, como ahora, era difícil tomárselo en serio.

Y este hombre tampoco se lo tomó en serio. En vez de enojarse y amenazarlo de muerte, que es lo que honestamente yo hubiese hecho si alguien me llamase puto, este tipo le siguió el juego. Él se detuvo en seco, se dio vuelta tranquilamente, a solo centímetros de su puerta de acero, nos miró a los 2, ahora 3 cuando Travis apareció como un fantasma detrás del hombro de Sam, levanto su mano e hizo lo impensable.

Nos tiró un puto beso.

Creo que Sam fue el primero en reaccionar. Se dejó de reír y dejo caer su boca en shock. Travis se quedó mirando en su posición de tranquilidad, aunque parecía tan sorprendido como Sam . Y yo…Yo tuve que reprimir mi risa, por miedo a que Sam me golpeara si se daba cuenta que me estaba riendo de él.

Sam no era exactamente homofóbico, aunque era realmente difícil de explicar lo que era. Él siempre provocaba y jugaba con ese tipo de cosas; replegando sexualidad. Se le insinuaba a otros chicos para asustarlos, hacía comentarios sobre maricas y bromeaba y era un completo idiota con ese tipo de temas. Pero si alguien realmente reciprocaba algo, y si una persona gay se le tiraba, él se cagaría encima. Sam no quería ser gay, pero encontraba todo eso demasiado divertido-excepto cuando le pasaba a él.

-“Puto de mierda!” Sam le grito con todas sus fuerzas. Iba a salir corriendo pero afortunadamente Travis lo detuvo agarrándolo de la manga de su camisa. No es como si Sam hubiese podido hacer algo, de cualquier forma; el extraño ya estaba dentro de su edificio de sucia fachada y probablemente en su apartamento para ese entonces. Sam iba a tener que lidiar con este nuevo “impulso” hasta que todo se calmara. Necesitaba algo de licor, correr unas cuantas vueltas a un árbol, y luego todo estaría bien.

A medida que mi labio inferior se empezó a hinchar por la presión que le aplicaba con mis dientes al suprimir las carcajadas, Travis y yo giramos a Sam intentando que se alejase de la esquina. No nos costó tanto calmarlo; Sam volvió a ser el de siempre una vez que vio lo que quería.
John, el encargado del desgastado edificio, estaba al otro lado de la calle en la planta baja de los apartamentos arreglando una fuga de agua. Era un tipo medianamente decente, aunque era un terrible borracho. La mayoría de las veces, era él quien nos conseguía el alcohol, en especial cuando estaba tan ebrio que no sabía que coño estaba haciendo. Esta vez fue Sam el que nos arrastró hacia el hombre calvo y gordo, sudando su gris uniforme. Sam hizo todo el discurso sobre el acuerdo a una extraña velocidad, mientras Travis sacaba el dinero de su billetera. Miré como la negociación continuaba con mi mente y pensamientos vagando en la nada.

-“Muchas gracias John” Dijo Sam tomando un profundo suspiro aliviado, antes que su alegre voz se tornara amarga. “El puto de tu edificio no nos compró nada”.
Antes que John, evidentemente en un estado de estupor al no saber si él se había ofrecido a comprarnos alcohol, pudiera responder, todos nosotros escuchamos una fuerte tos seguida por una aclaración en la garganta. Nos tomó un momento, pero eventualmente levantamos la cabeza y nos encontramos cara a cara con el extraño de antes. Nos estaba mirando desde uno de los apartamentos más altos.

“Mi nombre es Gerard” dijo casualmente, como si estuviese ajeno a la conversación. “Para que no tengan que seguir diciéndome puto” Era difícil decirlo desde allí abajo, pero pareció girar sus ojos.

-“Puto de mierda” Sam le dijo ignorando la petición de Gerard y apretando los dientes. La ira de Sam había regresado, pero afortunadamente John ya se había ido y volvería con lo que calmaría a Sam en cualquier momento.
-“Sam” traté de calmarlo, mirando al pequeño muchacho vociferar con sus puños, mientras arrugaba más su ya arrugada cara. Coloqué mi mano sobre su hombro, y Travis hizo lo mismo para intentar mantener al chico en su lugar. Parecía respirar con más facilidad y cuando miré hacia arriba, noté que era porque Gerard había desaparecido. Un leve murmullo que sonó a “los niños de estos días” se oyó de fondo, pero aparte de eso, todo parecía estar bien.

Pero esa sensación duró un par de segundos antes que todas las sensaciones saltaran a la superficie. No sé que me golpeó primero: la extraña humedad en mi piel o los fuertes gritos sobre mí, pero lo próximo que supe todo era un halo azul. Suspiré y abrí mi boca, la primera de mis malas ideas, porque el líquido azul y pegajoso comenzó a acumularse en mi boca provocando que me ahogara y tosiera. El líquido sabía helado y metálico en mi lengua y fue cuando me di cuenta de que las palabras que el extraño estaba gritando le daban a todo un sentido retorcido y enfermizo.

-“Sacré Bleu!” La voz de Gerard como un canto, llenando mis oídos, junto con la pintura azul que nos había lanzado desde su balcón.

Después de hacer una combinación de ahogarme, toser y expectorar, limpié lo que pude de mis ojos, la sustancia nociva no ardía demasiado. Miré a Gerard con un balde vació en sus manos y la sonrisa más ancha en su rostro. Me sentía completamente pegajoso y bruto bajo el espesor de la pintura aferrada a mi piel, colgando en mi ropa y probablemente no saliendo de ella por un tiempo, pero aún así, no pude evitar el reír. Especialmente cuando vi a Sam enloquecer y correr en círculos si eso removiese la pintura ya endureciéndose en su piel y creando manchas azules en su cuerpo. Travis enloquecía en silencio, a diferencia de Sam que su voz hacía eco en mis oídos. Travis estaba simplemente de pie contra la pared, tratando de quitarse cualquier exceso que pudiese contra el edificio con muy poco éxito.

No puede evitar notar que a medida que a medida que la pintura caía de mi cuerpo y del de mis amigos, se creaban senderos que iluminaban y cortaban con lo grisáceo de ese día. Y sonreí, sin que me importe que la pintura se filtrase en mi boca, porque en realidad se sentía bien. Apenas conocía a Gerard, el extraño, pero lo respetaba tanto por lo que había hecho, aún cuando arruinó mi camisa preferida en el camino. La ironía en sus insultos, y sus métodos para vengarse era n de un jodido genio. Gerard, el marica, nos había convertido en una obra de arte.
Y de repente, no necesité emborracharme más.

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