martes, 27 de marzo de 2012

The dove keeper; Capítulo: #2

Capítulo: #2

Algo concreto.

Cuando el azul del cielo cayó sobre nosotros, encerrándome en un momento en el tiempo, un momento en la fantasía artística de Gerard, parecía como si nada fuese real. Se sentía como si todos fuésemos tan falsos como las manchas de plomo que se filtraban por nuestros poros, creando algo imposible de limpiar. No tenía sentido para mí, en ese momento, pero todavía estaba demasiado asombrado por todo. Me sentía atrapado dentro de un óleo, sin posibilidad de salir. Pero la peor parte quera que mientras sentía la pintura endurecerse en mi piel, encarcelando a mi seca carne, sentí que no quería escapar de este cuadro. Quería vivir en esta obra de arte que Gerard había creado porque me parecía lo más seguro que he conocido. Era demasiado, especialmente sumado al shock inicial de las bombas azules de las que todavía nos estábamos recuperando.

Cuando nos recuperamos, había 3 emociones que quedaron haciendo eco: confusión, ira y asombro. Sólo que en lugar de todos sentirlas al mismo tiempo, nos habíamos dividido la tarea, cada uno tomando el sentimiento que más se adecuase consigo mismo.

Sam por supuesto, estaba jodidamente enojado. Se había ahogado con la pintura que se había deslizado a su traque. Era su culpa por empezar a gritar tan pronto como la pegajosa sustancia cayó sobre él. Terminó tosiendo y escupiendo mientras expulsaba vomito e insultos en la acera. Cuando había terminado, o al menos estaba lo suficientemente recuperado como para continuar con su furia, Sam miró hacia arriba a Gerard quien aún estaba mirándonos, admirando su arte desde un ángulo seguro.

-“Voy a matarte, puto de mierda”, gritó Sam agitando su brillante puño azul al aire, hacia donde estaba Gerard. El artista apenas le dio una larga seca a su cigarrillo y sonrió para sus adentros.

-“Vas a tener algunas dificultades subiendo hasta aquí”- Sonrió nuevamente Gerard, soplando una nube de humo alrededor de su radiante rostro. A pesas de la suciedad del acto que estaba haciendo, aspirando un cilindro de alquitrán y amoníaco, se veía como un ser angelical. La forma en la que los rayos de sol golpeaban la parte trasera de su cabeza, iluminando su rostro como si fuese un querubín. Pero Gerard no era un ángel, y continuó burlándose de los pobres chicos que se encontraban debajo, especialmente del que más azul estaba: Sam.

-“Y además”- agregó Gerard, su sonrisa tomando el ancho de su rostro hasta sus orejas. “Tú me matas ahora y dejarías azul por todas partes. Sólo deberían encontrar al chico salpicado con excelente haute couture”.

El rostro de Sam se torció en una mueca inmediata con la mención de palabras que desconocía. Sam tenía un vocabulario muy limitado en inglés, ni hablemos del francés. Lo único que sabía eran diferentes formas de insultar, y era un maestro en eso. Te podía llamar un idiota en una gran variedad de idiomas y dialectos. ¿Pero esta mierda francesa que Gerard estaba tirando? ¡Joder, no! Esto sólo provocó más al chico de azul. En realidad esa fue siempre la intención de Gerard.

-“¿Me estás diciendo que soy puto?” Sam le gritó al artista, quién soltó una carcajada entrecortada. No pude evitar el sonreír. Para alguien que estaba tan seguro de ser heterosexual (Sam me había confiado que no había forma que le gustaran los hombres porque “le encantaban demasiado las tetas”) pensaba que la gente lo llamaba gay demasiado seguido. Vi un breve destello de debilidad en Sam, no sólo sobre su sexualidad, sino también sobre su capacidad de luchar. Podría haber intentado batir sus puños a Gerard, pero el hombre estaba en un balcón, demasiado lejos como para golpear y a una distancia segura como para amenazar. Sam estaba encogido y asustado y necesitaba de su potente voz para sobrevivir. Probablemente yo le hubiese tirado todas mis falacias. Puta madre, yo hubiese hecho lo mismo que Sam.

Gerard pareció notar esa debilidad, y volvió a hacer lo impensable: arrugó sus labios y le hizo una mueca de un beso a Sam.

-“Vete a la mierda” Sam gritó de nuevo, sin molestarse en tirar su puño esta vez, pero continuó haciendo arcadas en la acera vomitando sus miedos sobre el suelo.

La pintura ya se había secado de los ojos de Sam, y de la mayor parte de su rostro, dejando rastros alrededor de su nariz, por donde la inhalaba. Yo ya no podía decir dónde estaba la pintura en mi cuerpo, y tampoco me importaba. Podía respirar, hablar y oír. Mis sentidos más importantes estaban intactos. No me tenía que preocupar por cosas que sabía que nunca saldrían, sin importar que tanto intentase. Travis iba bastante bien en su trabajo por remover la pintura, pero a un paso mucho más lento.

Travis era quién se había apoderado de la emoción del desconcierto. Realmente no tenía idea de que era lo que había pasado. Era como si se hubiese alejado del mundo por un momento y luego hubiese vuelto encontrándose cubierto por un puto balde de pintura. No le encontraba sentido, sin importar cuantas veces me mirara a mi, a Sam, a Gerard y de nuevo a su alrededor. Todo su abuso previo (y en su mayoría, presente) de drogas realmente había afectado su capacidad cerebral. Eso o se estaba drogando con inhalar los vapores de la pintura. Lo más probable es que hayan sido ambas cosas. Quería decirle algo para facilitar su comprensión de alguna u otra forma, pero mi masa cerebral también se veía disminuida. Pero no era por las emanaciones de la pintura, ni mi consumo de drogas o alcohol, o incluso mi furia.

Era puro y jodido asombro. No podía superar el hecho de que él realmente había vertido pintura azul sobre nosotros. El acto era puro, simple y franca y jodidamente grosero, pero era increíble al mismo tiempo. Me preguntaba de donde había sacado la idea, y por qué decidió ponerla en práctica con nosotros. Estaba seguro que no era la primera vez que un grupo de adolescentes lo molestaba, ¿Por qué no utilizar esta técnica con ellos? ¿Por qué nos eligió?

Pero no pude responder mi pregunta, o descifrarla o cualquier otra cosa. Me quedé parado allí, la pintura goteando de las mangas de mi jersey y lo miré mientras fumaba. Inhalaba y exhalaba el humo con una sonrisa, mirando a su obra. Incluso en un pinto, puso su mano sobre su pecho, absorbiendo todo. Pero fue ahí cuando posó su mirada sobre la mía, que algo en su rostro cambió.

Antes era una drama queen remilgada y arrogante de mierda sobre su nueva obra de arte. Pero cuando me miró el exceso de brillo de su mirada se detuvo y tan sólo…miraba. Sus ojos, antes vanidosos y superficiales se volvieron con más reparo, dejándome entrar. Sonrió un poco, pero era diferente esta vez. No estoy seguro de cómo describirlo. Era como si supiera lo maravillado que estaba por lo que había pasado y ambos estábamos compartiendo una broma privada. Lo que sea que haya sido, me hacía sentir cálido por dentro, como si mi corazón hubiese vuelto a latir luego de una larga noche de descanso. Y en realidad, no estaba demasiado alejado de la verdad.

Se sentía bien; es decir, hasta que tiró su cigarrillo aún encendido hacia nosotros. Lo observé caer con curiosidad de lo que carajo estuviese haciendo. Hasta que me di cuenta: La pintura es inflamable.

De repente no me sentí transferido por él, sino por esta creciente brasa que corría en dirección a un atónito Travis. Golpeó contra las manchas de pintura que estaban junto al confundido muchacho y comenzó a parpadear, pero no causó un gran incendio. Comenzó a arder apenas un poco, y se esparcía ligeramente. Travis y Sam comenzaron a enloquecer, los incesantes gritos de Sam puestos nuevamente en marcha. Chillidos que golpearon mis oídos para que me moviese. Afortunadamente para este punto, John había regresado de la licorería, cerveza en mano. Las colocó inmediatamente en el suelo. Sus deberes como conserje regresando a él, a pesar de su deteriorado estado. Tomó la manguera que estaba junto al edificio y apagó la pequeña flama y luego trabajando en la ira de Sam. Le tomó unos momentos a John comprender que mierda nos había pasado, hasta que me las arreglé para escupir el nombre de Gerard junto con un poco de pintura azul presente en mis labios. Él se limitó a mover la cabeza.

-“Carajo, ese tipo es raro” fue todo lo que dijo mientras encendía nuevamente el chorro de agua que ya se mezclaba con el cobalto. Continuó con la manguera sobre nosotros. En público. En frente de ese viejo edificio, hasta que la mayoría de la pintura ya seca, salió. Después de que me habían aseado, volví a mirar esperanzado hacia arriba. Pero Gerard ya se había ido, dejándome sin nada más que tenues bocanadas de humo de su cigarrillo. Me encontré de repente sintiendo demasiado frío, y recé porque sólo sea por el agua de la manguera, que mis huesos temblaban así, sacudiendo la poca vida que había en ellos.

Sacamos la pintura que pudimos, esa noche, tirando la ropa, porque no había ninguna puta chance de limpiarla. De alguna manera, yo quería conservar mi atuendo, a pesar de que estuviera todo manchado y apelmazado. Quería atesorar esa obra de arte, porque realmente eso era. Cada vez que veía las paletas azules sobre mi camisa, volvía a sentir esa sensación de calidez dentro mío. Era parte de un cuadro. Era parte de algo mucho más grande que yo mismo, y considerando que ni siquiera sé quién mierda soy, eso era enorme. Y yo quería conservarlo.

Pero cuando Sam y Travis me miraron, sus ojos echando llamas, cerveza en sus manos, lancé mis jeans y mi arruinada camisa de Black Flag dentro del pequeño cesto de basura que tenía en mi cuarto. Se habían tomado casi todo el pack ese día en mi casa, mientras que yo apenas tenía una tentativamente. Por primera vez, no necesitaba el alcohol. Me sentía satisfecho en una extraña manera. La cerveza era buena para tenerla cerca, pero solo necesité una y la abrí cerca del final del día, cuando el sol se ponía detrás del sucio horizonte de Jersey. La abrí, pensando que mi deseo había regresado, cuando algo revoloteo en mi estómago. Pero cuando el líquido efervescente golpeó mis entrañas, no pasó nada. Quería, necesitaba algo más.

Y por primera vez, era algo que no encontraría al final de una botella de cerveza.

Esa noche raspé mi piel por horas bajo la ducha. Aún había una tenue aura azul a mi alrededor, pero al menos ya no parecía un pitufo. Me dije que no había chance que fuera a la escuela si me veía como un dibujo animado, pero tenía la sensación de que igual no iba a ir. Nunca me gustó la escuela, sentía que era una completa pérdida de tiempo. Pero la mayoría de las veces, simplemente lo sufría. Pensé que no tenía nada mejor que hacer. En mi tiempo libre me juntaba con Sam y Travis o mataba el tiempo en mi habitación. Podía hacer eso, matar el tiempo en la escuela y teniendo en cuenta que Sam y Travis estaban allí, no me perdía de mucho. No había nunca una razón para escaparme de ir a la escuela, al menos que ellos lo hicieran conmigo. No había motivación de mi parte.

Pero aún así, cuando me fui a dormir esa noche, esos pensamientos se borraron de mí, al igual que la pintura azul que aún se aferraba a mi cuerpo y a mis poros, penetrando mi cerebro y alma.

Al día siguiente, no fui a la escuela.

Bueno, al menos fui por la mañana. Me lancé fuera de la cama, me vestí y seguí con mi día como un zombie. Pero después del almuerzo en la cafetería, con Sam y Travis, me sentí jodidamente vacío por dentro. No es como si alguna vez me hubiese sentido lleno de algo, pero Dios!, necesitaba salir de ese lugar, y rápido. El modo en que Travis miraba a su sándwich, y como la voz de Sam golpeaba mis tímpanos mientras hablaba una y otra vez de cómo su madre lo había retado por su ropa arruinada, simplemente me destrozaba los nervios. Me iba a escapar, pero no con ellos. Sentía que necesitaba hacer algo mejor que estar vagando al frente de una licorería. Necesitaba salir y hacer algo por mí.

Y finalmente encontré mi motivación. En el fondo de un tarro vacío de pintura.
*

El cielo tenía un tono púrpura por las mañanas, el sol aún calentando el hecho de haber salido más temprano y permaneciendo más tiempo presente. La imagen de este cielo púrpura se quedó conmigo la mayor parte del día, tanto así que me sorprendí cuando se despidió dando paso a un brillante sol y a un cielo azul océano, cuando salí de la escuela/prisión, justo antes de que la campana del final del almuerzo terminara de sonar. Por primera vez, en mucho tiempo, no estaba gris y nublado. El cielo se extendía como un mantel sobre una mesa y pequeñas pelusas de nube adornaban cada tanto, como cómodos asientos esperando por que los espectadores llegasen. Había elegido el día perfecto para escaparme.

Comencé a caminar por la sucia acera, pateando piedras, ramas y envoltorios de caramelos mientras lo hacía. La espesa escarcha que había cubierto el césped por la mañana, ya se había ido y la nueva vida luchaba por crecer entre toda esa inmundicia. Lo estaba logrando, pero no parecía lo suficientemente rápido, la suciedad aún tragaba los tallos verdes que se asomaban. Miraba al suelo mientras caminaba durante un largo tiempo, y me asombré cuando me encontré yendo directo al viejo parque local. Todo el tiempo estuve mirando al piso, caminando por el puro gusto de caminar. No quería ir a casa porque mi madre estaría allí, y aún así aunque no estuviese, no quería enfrentarme al vacío de mi cuarto. Prefería mucho más estar el vacío del mundo, porque de esta forma, por lo menos podía fingir que la persona que se sentaba a mi lado en una banca o en el bus, había elegido estar allí, y era mi amigo, incluso si no hablábamos.

A veces las mejores conversaciones que se tienen con alguien son sin decir una palabra. El cómodo silencio que te desborda envolviéndote en una cálida manta de palabras no oídas, pero ya conocidas. Consigo eso con los extraños: ese silencio que tanto adoro, pero nunca con mis amigos. Especialmente con Sam, nadie podía tener un poco de silencio con él. El chico nunca cerraba la puta boca. A veces era algo bueno, cuando no quería escuchar lo que pensaba, cuando empezaba a hilar fino e todas las cosas que hice. Pero ahora no era uno de esos momentos. Necesitaba que el silencio me cubriera porque todavía sentía frío por el agua que me había rociado anoche.

Mis pies me guiaron al parque, probablemente impulsados por un instinto desconocido dentro de mí. Tan pronto como oí las gravas crujir bajo mis pies, recordé las veces que mi papá solía traerme cuando era un niño. Mi mamá nunca nos acompañaba. Ella tenía que quedarse en casa y preparar la cena, de modo que cuando mi papá y yo llegáramos, algo estuviese listo para llenar nuestros estómagos vacíos. Mi mamá tampoco quería venir, porque se ensuciaría, y no quería jugar del modo en que nosotros lo hacíamos. Mi papá me perseguía por los alrededores de los caños multicolores, colocando sus manos de mecánico sobre mí. Él gritaba y gritaba tanto como yo lo hacía, como si fuese un niño de nuevo. Me escondía bajo el tobogán, presionando mis manos en mi cara por lo que parecían ser horas, reprimiendo mi risa mientras veía sus zapatos marrones ir y venir una y otra vez, examinando a donde podría haber ido su “pequeño Frankie”. Y cuando me encontraba, me tiraba al suelo y me hacía cosquillas, finalizando nuestra tarde de juegos, en los columpios. Me hamacaba tan fuerte que pensaba que mis piernas se iban a caer, y luego saltaba de cabeza hacia donde fuera, a veces hacia el cielo mismo. Y luego, me aferraba al brillante caño naranja negándome a ir a casa hasta que él me prometiera que volveríamos al día siguiente, y el próximo y el próximo. Él prometía que volveríamos todos los días. Por siempre y el día después. Y yo le creía, lo dejaba cargar con mi cuerpo, alegándolo del objeto metálico. Me llevaba a cuestas a casa, ya que mis piernas estaban demasiado débiles como para moverse por sí mismas. Luego cenaríamos con mi mamá, que tan sólo desaprobaría con su cabeza. Y la vida, o eso era lo que pensaba, era perfecta.

Es divertido como esas promesas sobre un por siempre son con una garantía, bajo un tiempo limitado y sólo bajo ciertas condiciones. Si algo se rompe durante lo que duren estas promesas, entonces la garantía es nula. Mi papá se quebró su espalda, y de repente los tiempos de diversión en el parque no existía, los tiempos de diversión no existían en lo absoluto. Cuando mi papá se lesionó la espalda debido a que una parte de un coche cayó sobre él en el trabajo, algo más que tan solo ese horrible hueso se rompió dentro de él. O algo se le metió por el culo y lo hizo un amargado. De cualquier forma él no era más el mismo papá. Era mi padre, el término más técnico y nada más. Los padres no hacen promesas, sólo rompen aquellas que los papás hacen.

Y a partir de ahí, mi infancia comenzó a cambiar de forma. Ir al parque o al cine no era lo que mi padre y yo debíamos hacer. Necesitaba tener una buena educación y ser bueno en la escuela porque mi vida podría desplomarse en una fracción de segundo. Podría perder mi trabajo en esa fracción de segundo, o mi auto, o mi esposa. Todo, de acuerdo a lo que mi padre decía, podía ser arrebatado de mí en esa fracción de segundo. Incluido él.

Pero lo que mi padre nunca pareció tener en cuenta es que no todo tiene que cambiar en esa “fracción de segundo”. Las cosas pueden ir cambiando durante un largo período de tiempo, erosionándose con cada gota de agua, con cada gota de circunstancias desafortunadas puestas en uno. Yo era la piedra sobre la cual la gota golpeaba. Me resquebrajaba a diario, siempre un poco más. Yo estaba cambiando y todo lo demás se desvanecía. Le había tomado 17 años y hasta ahora el agua casi me había partido en dos piezas. Estaba colgando de un delgado hilo mientras el líquido seguía cayendo; ahora más que nunca. ¿Cuánto más podía aguantar?

Mientras caminaba por el parque, no quería pensar sobre el tiempo. No quería pensar sobre promesas y fracasos o la vida en general. No quería pensaren para siempres, que en mi cabeza sólo podían durar u par de días. Algo es tan largo como tú dices que es, y con unas palabras como Por siempre con sus vastos significados, sus vagas interpretaciones y propiedades intangibles, todo podría ser una cuestión de segundos. Una fracción de segundos, si se quiere.

Pero no iba a pensar en eso. Vine al parque no para reflexionar sobre toda la mierda de mi vida, sino para ver las cosas buenas en la de los otros. Vine a ver a los niños jugar y ser como yo una vez fui. Una guardería de niños, a lo sumo 4 o 5, caminaban vagamente por alrededor del área de juegos, todos ellos tomados de la mano y vistiendo camisas iguales color malva, para evitar perderse. Me senté de modo audible sobre la banca, justo al frente de la zona donde estaba el tobogán. Miré como el grupo de niños soltaban sus manos y comenzaban a correr en todas las direcciones tratando de buscar lo mejor con lo cual divertirse. En un momento, tuvieron tanto miedo de perderse que estrecharon sus pequeñas y pegajosas manos con un fervor sólo comparable con la muerte. Y luego de un instante, se dispersaron nuevamente, sus mentes completamente en blanco, queriendo llenarse otra vez con otro tipo de emociones. Me maravilló como podían disponer y cambiar sus sentimientos, así como así. En mí, siempre habitaba demasiado tiempo una sensación particular. No podía superar las cosas tan simplemente, sin importar cuánto intentase.

Pero en lugar de intentar de remendarme o llorar por todo lo que perdí por culpa de mi experiencia, sólo aproveché para observar su inocencia. Estaba sentado en la banca, mi espalda contra la opaca madera, rechinando sobre mi espina. Coloqué mis codos sobre la parte posterior del asiento, tomé un suspiro y sólo me quedé mirando. Los consejeros de la guardería me vigilaban, lo noté, mientras miraba a los niños. Intenté de no tomarlo como una ofensa; estaban haciendo su trabajo. Me hizo doler el corazón el hecho de que si estabas viendo a los chicos (en especial si eres hombre) lo único que podía significar era que eras un abusador de menores. Sólo estaba apreciando su inocencia; algo que todos los demás había perdido, provocando que pudiesen pensar ese tipo de cosas.

Aparte de los niños y los líderes de grupo, había algunas señoras de edad al azar, con sus paraguas rosas para la posible lluvia no anunciada, y la ocasional persona de edad media que atravesaba el parque para llegar a su destino. Aunque mis ojos se centraron en todas las personas, pasé menos tiempo con estos, ya que estaban demasiado ocupados como para devolver la mirada. No valían la pena. Las señoras y los niños poseían más belleza para mí, los jóvenes adultos me asustaban un poco. No podría soportar el llegar a esa edad. La edad de mis padres profesores y otras figuras de autoridad. Me molestaba. En mi mente era como si estuvieses atrapado en esos años. No eras lo suficientemente joven para vivir, ni lo suficientemente viejo para morir. Entonces estabas atascado en el purgatorio, esperando porque llegase algo mejor. No soportaba el pensar en eso. Siempre necesité respuestas para todo: un sí o un no. A o B. Estar aprisionado en un área gris con cabellos grises, me asustaba como la mierda. No quiero envejecer. Mi cumpleaños número 18 se aproximaba más rápido de lo que creí posible. Iba a ser en los próximos meses y no soportaba la idea. Sería un adulto; un paso más cerca de la zona gris. No quería ir. Tendría que ser responsable y tomar mis propias decisiones. La preparatoria habría terminado, y aunque la odiase con toda mi puta pasión, no sabía que quería hacer después de eso. No sé si soy lo suficientemente inteligente para ir a la universidad, o si quiero serlo. No quería gastar tanto dinero (que no tengo) yendo a la escuela y después fracasar. Prefería hacer nada, a tener el rechazo sobre mí. Y con mi próxima edad, este sería infligido. La mayoría de los días quería congelar el tiempo, simplemente estar parado en un mismo lugar, en esta misma ciudad de Jersey, viendo a estos niños jugar en el parque. Sí, podría vivir así, me dije a mí mismo. Podría vivir así, si a eso le llamas vivir.

Observé a los niños lo suficiente como para empezar a ver a cada uno con una luz distinta, con su característica personalidad. Estaba viendo a un niño que había llamado Billy, jugar en la tierra, haciendo lo que yo asumí era la guarida de un dragón, cuando de repente sentí a la banca hundirse para sostener otro peso. Una oscura figura apareció y la vi desde el rabillo de mis ojos, supe que otra persona se había sentado. Pero cuando giré mi cabeza para observar, me encontré con una sorpresa.

Gerard, el artista, estaba sentado a mi lado. Su cuerpo había caído sin cuidado sobre la blanda madera, todavía fría por la lluvia de la noche anterior. Soltó un suspiro, el cigarrillo ubicado en sus labios balanceándose ligeramente. Miró a mi expresión de sorpresa y sonrió casualmente antes de sacar de su pequeño bolso un cuaderno de dibujo. Pasó un par de hojas, tomó un lápiz remarcablemente afilado y lo ubicó detrás de sus orejas, lo colocó sobre una hoja en blanco, pero no dibujó nada. Su lápiz cerniéndose sobre la página. Sus ojos se apartaron de mi vista y comenzó a mirar al escenario de enfrente. También miraba a los niños. Pero yo no podía hacer otra cosa más que mirarlo a él.

Finalmente, luego de tomar una bocanada de aire, salpicado con su humo, cerré mis ojos herméticamente y aparté mi atención. Me di cuenta que mi cuerpo estaba tenso y endurecido y mis manos incrustadas sobre mis rodillas. Estaba jodidamente nervioso de estar sentado junto a este hombre. Pero ¿Era porque ayer me arrojó pintura? ¿O era algo totalmente diferente?

Gracias a Dios no tuve mucho tiempo para pensar, antes que sus palabras interrumpieran mis pensamientos, amortiguados por el cigarrillo que se rehusaba a quitar mientras hablaba. –“La pintura salió fácilmente”- me dijo sin levantar la vista de su cuaderno. A ese punto había encontrado algo para dibujar, y comenzó a trazar contornos grises a lo que parecía ser la cabeza de un niño. Tomé una bocanada de aire antes de contestar.

-“Si…algo así”- Fue todo lo que pude decir. Vi sus ojos como dardos, haciendo que alejase mi visa aún más. El alejarme me dio un poco más de coraje y comencé a hablar nuevamente, mi voz saliendo con más fuerza esta vez. –“Sin embargo, tuve que tirar mi camisa y mis jeans. No había forma que la pintura se quitara”-

-“Tendrías que haberlos guardado, de cualquier modo”. Dijo Gerard, como si fuese lo más obvio del mundo. Mi corazón dio un vuelco. La forma en la que me hablaba, físicamente no podía estar más lejos. Estaba absorto en el bosquejo que realizaba. Pero sus palabras se incrustaron hondamente en mí. Él tenía la misma idea que yo.

Hubo un largo silencio entre nosotros, sólo cortado por el aire fresco. Podía sentir la presencia de Gerard junto a mí. No era un hombre grande, ni nada. Tenía unos cuantos kilos de más y una altura media, pero parecía tan cercano a mi cuerpo en la banca. Y él me estaba cubriendo en ese silencio que yo tanto quería.

-“¿A qué viniste aquí?”- pregunté de repente. Si él tenía la misma idea que yo sobre la camisa, entonces, quizás hubiese más cosas en común entre nosotros.

-“A mirar a la gente”- Asintió con su cabeza mientras hablaba. De repente detuvo todos sus movimientos. Sostuvo su dibujo en alto. El niño jugando en la arena, a mitad de su rostro ya dibujado. Arrugó su nariz mientras inclinaba su cabeza para mirar. Suspiró un momento más tarde. Volvió a colocar el cuaderno sobre su regazo, volteando hacia una página nueva. –“Inspiración”- Concluyó, mientras comenzaba un nuevo dibujo. El primero era tan bueno, aunque yo sólo lo había visto desde un solo ángulo. Casi hacía que se me partiera el corazón, el hecho que estuviese empezando uno nuevo, porque sabía que yo no podía dibujar nada así de increíble, aunque mi vida dependiera de ello.

“-¿Por qué hiciste eso?”- Pregunté apresuradamente, inclinándome más a su lado y escaneando con mis ojos la página en blanco. Me miró raro por un segundo, antes que hiciera un gesto con mis manos hacia su dibujo. El asintió y se encogió de hombros, mirando para ilustrar nuevamente. Me preguntaba si alguna vez me iba a responder, cuando por fin habló.

“-No era él”-
-“¿Huh?”- Mi boca se abrió por la confusión.
-“El niño en la arena” comenzó Gerard, bajando su cuaderno y realmente hablándome. Me miró a los ojos con seriedad y extendió su mano, señalando al niño, Billy como yo lo había llamado, que ahora estaba cubierto con tierra de pies a cabeza. –“Ese niño de ahí, yo el que yo dibujé”- continuó Gerard sus ojos profundos con algo que no podía entender sin ahogarme. –“No eran los mismos”-
-“Pero… ¿Cómo?”- Mi voz alcanzando una octava con la urgencia de mi pregunta y mi ceño fruncido en una perezosa arruga. No he sido un estudiante de arte desde el séptimo grado, pero estaba seguro que cuando dibujas algo así de correcto como lo de él, entonces eran lo mismo.

Suspiró, sus anchos hombros cayendo con prominencia. Claramente estaba tomando mucho de su tiempo y de sus conocimientos al no ser capaz de entender este concepto. Y aunque no quería molestarlo, necesitaba saber.

-“El niño en el dibujo...Sus ojos eran brillantes. Felices y hasta un poco tontos. Dejé sus pupilas muy crudas y sin forma”- Gerard hablaba y hacía gestos con sus manos, frunciendo el ceño tratando de mostrar su punto. –“Pero este niño en la arena, es diferente. No es el que dibujé. No es feliz.”-

Mi rostro confundido fue de Gerard hacia Billy. Él aún estaba jugando en la arena, aplastándola con sus pequeños dedos. El parecía jodidamente feliz para mí. Más feliz de lo que yo he sido en mis últimos años, de cualquier modo.

Gerard notó mi confusión (y estupidez) así que prosiguió. –“¿Ves la forma en la que arruga sus ojos cuando levanta sus brazos sobre su cabeza? ¿Y como ya hay profundas líneas que lo hacen parecer mayor? Este chico pasó por demasiado. Yo diría abuso de algún tipo, aún cuando no le esté pasando a él directamente. Mira la forma en la que arroja la arena”- Gerard los señaló nuevamente, y aunque el acto en sí fuese grosero, miré al niño. Y Dios, Gerard tenía toda la puta razón. Él tenía líneas profundas- incluso arrugas- alrededor de sus ojos. Y cuando arrojaba la arena, sus brazos volvían rápidamente, demasiado rápido, como si estuviese intentando golpear algo. O evitar ser golpeado. Este chico, Billy estaba pasando por algo. Algo que ahora podía ver, algo que Gerard no había captado en su primer garabateo. Mirando los 2 dibujos en mi mente, ese que Gerard había dibujado era un extraño. No era el niño en absoluto.

-“Wow”- fue todo lo que pude decir. Miré nuevamente a Gerard que estaba sonriendo con un aire de suficiencia. No tenía que empuñar su victoria; se limitó a asentir con su cabeza, señaló con sus carnosos labios y volvió a dibujar nuevamente.

-“Una pintura necesita decirte lo que nadie más puede ver”- Afirmó sin rodeos, su mano bailando mientras dibujaba a Billy de nuevo, esta vez determinado a hacerlo correctamente.

Asentí con mi cabeza y eso fue todo. Gerard tenía razón. Su declaración parecía tan simple y a la vez tan complicada. Nunca hubiese sabido que Billy era abusado y Gerard podía notarlo con tan sólo echar un vistazo. Ahora que me había dicho adonde mirar, empecé a hacer mi camino a través del enjambre de niños. Encontré una niña, cabellos rubios y ojos azules usando un desgastado vestido amarillo con margaritas en él. La camisa purpura que todos los niños usaban estaba por encima de la parte superior del vestido, pero aún podía ver la parte de la pollera que tenía grabado el fino dibujo. Miré a su rostro aparentemente inocente e intenté encontrar algo que estuviese mal en ella, así como Gerard lo había hecho con Billy. Esta niña, Gretchen en mi cabeza, ya parecía triste. Su vestido era holgado y le colgaba, y estaba roto en uno de sus costados. Su rostro estaba sucio, una mancha posada en una de sus mejillas. Sonreí a pesar de la gravedad de la situación que había percibido.
-“Esa niña”- le dije a Gerard, señalando con mi dedo a Gretchen. –“Es pobre, ¿no?”- No pude evitar el sonreír como un idiota de mierda cuando lo dije, y me sentí más mierda todavía cuando Gerard me lanzó una irada escéptica. Mi gesto derretido de mi cara por el calor de mis avergonzadas mejillas. Pero Gerard aún me miraba raro.

-“¿Qué?- pregunté. Mi voz baja y ronca. Sentía como si me hubiese tragado las piedras que estaban debajo de mis pies.

-“No es pobre”-Respondió Gerard, sacudiendo su cabeza y dándome una sonrisa algo apagada. –“Ese vestido era de su hermana. Por eso es grande y está gastado”

-“¿Cómo lo sabes?- repliqué, un poco amenazado por estar siendo desafiado. Él disfrutaba el corregirme; probablemente demasiado. Estaba intentando tanto no mostrarse arrogante, pero esta alegría interna penetraba su pálida piel.

-“Mira como está jugando”- Afirmó, esta vez sin necesidad de señalar al rebaño de infantes. –“Está evitando a las niñas a toda costa. Ella ve demasiadas en su casa. Está jugando con los varones; y está jugando bruto. De ahí la suciedad en su rostro. No es pobre, tan solo odia a su hermana.”- Gerard sonrió para si mismo. –“Yo también la odiaría si tuviera que usar ese horrible vestido”-

A pesar de que había destrozado mi orgullo, le sonreí. “Dios” pronuncié, colocando mis frías manos sobre mi rostro enrojecido. “Me siento como un idiota”

-“No lo hagas”. Gerard insistió con facilidad. Estaba trabajando nuevamente en su bosquejo, pero aún estaba consciente de nuestra conversación. –“Todavía estás aprendiendo. Solo necesitas un buen maestro”-

Hubiera jurado que lo vi tirándome una mirada, pero desde el rabillo de mi ojo, quizás pudo haber sido un niño que pasó junto a él. No estaba seguro. Todo lo que pude hacer fue asentir y sentir como estaba de acuerdo. Necesitaba un maestro; nunca había tenido uno. Él era la única persona que incluso me había dado una oportunidad. Y aún cuando el tema del arte, no me interesó nunca antes, no podía evitar el querer aprender más. Después de todo, para eso están los buenos maestros ¿no?

-“¿Todavía nos están mirando?”. La voz enviciada de Gerard, arrancó la frescura de mis pensamientos, apartándome de mi trance.
“-¿Huh?”- pregunté. Mi boca colgando abierta en la forma menos atractiva posible. –“¿Quién?”

Pero antes que Gerard tuviese la chance de contestar, una figura alta y amenazante vestida de morado se puso en nuestro camino. Era una de las líderes de la pequeña guardería y el odio que salía de sus ojos me hizo asustar como la mierda. Se paró en frente nuestro, casi sobre nosotros dado que estábamos sentados. Sus brazos estaban colocados duramente sobre sus caderas, haciéndola parecer como una pared de ladrillos. Suu cara estaba absolutamente roja, y mientras respiraba por su nariz podía oír un chirrido por el aire saliendo a tal velocidad. Estábamos en grandes problemas.

-“Voy a tener que pedirles que se retiren caballeros”.-gruñó, algo de salvia volando de su boca. Mi mandíbula se dislocó quedando nuevamente abierta, pero antes que pudiese hacer algo sobre esto, ella continuó hablando.-“váyanse ahora sin problemas, o puedo involucrar a la policía”-.

No pude evitar el jadear, la policía era mi peor puta pesadilla. Desde que era un niño y había un cuerpo tendido en la calle, odiaba el sonido de las sirenas. Y no ayudaba el hecho que ahora no soy la persona más respetuosa de la ley. No tengo nada incriminatorio conmigo, o eso creo, pero el mero hecho de la policía cerca es suficiente para casi hacerme cagar encima. Y cuando vi la situación desde los ojos de esta mujer, se debió haber visto muy mal. Éramos 2 hombres entados en la banca de un parque, hablando y señalando a pequeños niños. Uno de los dos incluso tenía edad como para que se considerara poco saludable tener una obsesión con niños y realizar dibujos de ellos. Esto era malo, muy malo de hecho.
Sin embargo cuando le tiré una mirada de preocupación a Gerard, el estaba tan calmo y tranquilo como si nada pasara. Incluso se reclinó y arrojó el cigarrillo sin molestarse en apagarlo.

-“Nos iremos” le aseguró a la mujer con una voz serena. Comenzó a levantarse y a juntar sus cosas. La mujer retrocedió un poco decepcionada que su actitud de perra maldita no nos hubiese afectado más. Antes de que Gerard guardase su cuaderno de dibujo, arrancó una página. Se la entregó a la mujer, colocándola sobre su tiesa mano. La hoja estaba arrugada y doblada por la mitad, pero yo sabía que era el dibujo de Billy, la versión correcta, la que hacía a las cicatrices internas del niño, externas. Mis pensamientos solo fueron probados después que Gerard pronunciase sus próximas palabras.
-“Pero aún llame a la policía”.-

Las frágiles manos de la mujer tomaron el papel desdoblándolo y mirando al dibujo. Su rostro se perturbó aún más junto con sus ojos llenos de confusión posándose sobre Gerard, pero este ya se estaba alejando. Miró sobre su hombro antes de seguir alejándose, e hizo un gesto con su cabeza para que lo siguiera. Yo me había quedado de pie torpemente con mis manos en frente mío. Cerrando y abriendo mis puños por los nervios. No tenía nada mejor que hacer, y ciertamente no quería quedarme bajo la mirada de los líderes de la guardería, así que hice lo que él me pidió, y seguí al artista.

Estábamos a un par de pasos fuera de la zona de juegos cuando rompí el aire.

-“¿A dónde vamos?”-
-“A mi apartamento”-Dijo Gerard, como si fuese lo más sencillo del mundo. Me miró y sonrió al ver mi pura conmoción. ¿Por qué íbamos ahí de todos los lugares? No lo sabía. Pero lo que me hacía sentir aún más raro era el hecho de que no sonaba como una mala idea. La trabajadora de la guardería nos había dejado de observar, y estaba ahora más preocupada por la seguridad de los niños, aún así era una buena idea salir del parque ¿Quién sabe qué podría hacer?. Todavía no quería ir a mi casa, porque la escuela aún no había terminado. Y además se estaba poniendo frío, mis dedos ya hormigueaban un poco. No tenía ningún otro lugar adonde ir, y Gerard me estaba invitando. Mi cerebro se acumulaba de excusas tras escusas de porque debería ir a la casa de este extraño. Pero aún así tropecé con mis palabras ¿Cómo se suponía que tuvieran sentido en voz alta, si no lo tenían en mi cabeza?

-“Um, er,,,gah.”- intenté pensar. No quería ir al apartamento de un tipo de cuarenta y tantos, incluso si nuestra conversación era interesante. Conversar era algo con lo que no me podía defender después en caso de que Sam o Travis se enteraran. Necesitaba algo más sólido y concreto. Algo que esos chicos entendieran.

-“Puedes decir no, si no quieres ir”- Gerard se limitó a sonreír, algo divertido por mi tartamudez de adolescente.

-“No”- Repliqué demasiado rápido no ando mi error momentos más tardes. Respiré lentamente, tratando de ordenar mis pensamientos, y entonces descubrí algo que me podía sostener. Algo concreto que podía usar como excusa. –“¿Me comprarás cerveza?”.

-Gerard soltó una carcajada gutural mientras caminaba. Sus manos enterradas sobre sus bolsillos pero las sacudió de un lado a otro, sobre exagerando su gesto. Hacía eso seguido; haciéndose parecer más grande de lo que realmente era. Era casi como si estuviera cargando una capa extra de pintura hecha con su piel, queriendo parecer algo que alguien pudiese mirar y considerar arte. Él también quería estar dentro de un cuadro, al igual que había hecho conmigo. Pero cuando lo miraba, yo sabía que él ya era una pieza.

-“No, no voy a comprarte cerveza”- Afirmó una vez más, poniendo sus ojos en blanco.
-“¿Por qué no?”
-“Porque- “Afirmó con su voz creciendo dentro de su personaje. Yo me había quedado algo atrás, cuando sus fuertes piernas marcharon hacia adelante, pero en ese momento giró su cuerpo y me miró directamente, agarrándome con la guardia baja. –“Necesitas vino fino, no cerveza de mierda”.

-“¿Vino?”- Cuestioné. ¿Por eso no nos compró alcohol antes? ¿Por qué no era el de su preferencia? ¡Arrogante! Por decir poco.
-“Si, por supuesto”- exclamó, su voz tomando un ligero acento francés. Quería sonar como si fuese parte de la alta sociedad, pero en lugar de eso sonó bastante pretencioso. Pero podía ver el humor en sus ojos mientras lo hacía. Encontraba muy difícil no perdonarlo. Él estaba en sus cuarenta y bromeaba en la acera, cerca de un parque, hablando sobre vinos finos. ¡Carajo! De hecho era una interesante pieza de arte. Definitivamente un Picasso o algo abstracto donde la gente arrojaba los colores como si fuesen nada, sólo para que cayeran en su lugar y adquiriesen un significado ligeramente extraño.

-“¿Suena bien para ti?”- Su voz volvió a su tono normal, entonando la pregunta. Y desde que me había ofrecido alcohol, no vi ninguna razón para negarme. Era solo su apartamento, por un rato y no tenía nada mejor que hacer.

-“Genial”- Dijo Gerard, esperando que lo alcanzara y luego colocando un brazo amigable a mi alrededor. Yo era un peso muerto bajo su rápido abrazo, totalmente inesperado. Pero de nuevo, nada se podía esperar de Gerard en especial cuando a continuación dijo:
-“Quizás pueda ser ese maestro que estás necesitando. Aún tienes demasiado por aprender.”

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