martes, 27 de marzo de 2012

The dove keeper; Capítulo: #7

Capítulo: #7

De roto a destrozado.

La llave que Gerard había puesto en mis manos, parecía abrir todo. El pequeño objeto de bronce pesaba nada en la palma de mi mano, pero en realidad, sentí como si sostuviese al mundo en mi llavero. Previo a esto mi llavero era una triste y lamentable excusa para nada. Todo lo que tenía era la estéril llave de mi casa, y nada más, mientras que la mayoría de los chicos tenían por lo menos 2 o 3. Para establecer lo obvio, yo no era como la mayoría de los chicos. Mis padres todavía estaban restrictos en los confines del matrimonio, por lo cual no necesitaba dos juegos de llaves para alternar fines de semana y festividades. Así mismo tampoco moví mi perezoso culo para conseguir mi licencia de conducir, y parecía que no lo iba a hacer en el futuro cercano.

Simplemente no podía molestarme por aprender algo más, algo que interfiriese en mi mente junto con sus telarañas. No era en sí el acto de aprender el que me molestaba, porque, después de todo, a eso iba a lo de Gerard. Iba a ir a aprender de este tipo ahora, especialmente después de que sellamos nuestro trato. Era el acto de regurgitar todo lo que se suponía que había aprendido en un examen, teóricamente probando mi inteligencia, cosa que no me gustaba. De hecho lo odiaba. Odiaba los putos exámenes. Siempre me bloqueaba, o los desaprobaba, o simplemente los salteaba en general. Prefería fallarlos a propósito que pensar que mi inteligencia me había fallado. Me gusta pensar que soy un chico inteligente, no un genio o algo así, pero que sí podía hacerlo. Estaba sacando un promedio de un ordinario sesenta, por mi odio hacia los exámenes. Sin embargo asumí que aprender a pintar en lo de Gerard, no incluye una examen final. Pero con Gerard, nada estaba tallado en piedra, a menos que fuese una obra de arte que él haya hecho. Incluso ahí, era susceptible al tiempo.

Esta llave, sin embargo, de algún modo sostenía la respuesta a ese examen, si alguna vez venía, y me sentía tan importante y honrado de tan sólo tenerla en mi presencia. Significaba que podía ir y venir en cualquier momento que quisiese; de repente me hizo darme cuenta que no tenía que atenerme a los duros confines de esa ventana de 3 a 5 que antes tenía. Podía ir al momento que quisiera, no fue que lo hice ahí nomás. Pero tenía el presentimiento que una vez que comenzáramos con nuestras lecciones de pintura, Gerard sería incapaz de correrme de su casa. Se convertiría en otro hogar para mi, y con suerte, muy pronto, podría llevar mi guitarra y tocar esas notas que normalmente mantenía en silencio. Pero eso iba a llevar un largo tiempo, considerando que incluso después de tener la llave que parecía abrir todas las puertas, todo el mundo parecía cambiar las malditas cerraduras.

Fui a la casa de Gerard al otro día con demasiado entusiasmo. Tenía una llave a una casa que podía llamar mía, si no podía hacerlo totalmente, por lo menos podía por las pocas horas que pasaba ahí. Incluso había ido a su apartamento un poco más temprano, mis ligeros pies prácticamente flotando todo el camino. Pero cuando giré la llave en la cerradura y entré, me encontré con un Gerard durmiendo la siesta en el sillón, botellas de vino vacías a su costado. Suspiré con pesadez, decepcionado porque absolutamente nada iba a pasar ese día, aún si él se levantase. Para el momento en el que la conciencia finalmente lo golpeé, sería muy tarde para empezar algún tipo de aprendizaje. Así que tomé los pinceles y limpié la jaula del ave, hablando suavemente a Van Gogh mientras hacía mis tareas.

Fue ese día en el cual realmente se sintieron como tareas. Quería hacer algo más, hacer algo creativo con tantas ganas, pero él se había quedado dormido para mí. Lo había hecho muchas veces antes, pero eso era cuando yo no tenía nada creciendo en el fondo de mi mente. Y por lo general cuando yo llegaba y él estaba durmiendo, se despertaba. Se tenía que despertar para abrirme, pero ahora podía dormir sin importar nada. Y Dios, Gerard tenía sueño pesado. Aún cuando se me cayó una taza, que se agrietó y partió en grandes pedazos, el se negó en moverse en lo absoluto. Su tenue ronquido hizo eco en la habitación, únicamente conectándose con el arrullo incesante de la pequeña paloma. Me fui temprano ese día, todo mi trabajo hecho, absolutamente aburrido y decepcionado más allá de lo imaginable. Y mientras cerraba la puerta detrás de mí, Gerard aún seguía durmiendo.

Más o menos ocurrió lo mismo los tres días siguientes. Gerard o estaba dormido cuando llegaba o no se despertaba hasta que faltase media hora para que me fuese, o me saludaba en la puerta, quejándose del cansancio y acostándose nuevamente, sólo para quedarse dormido en cuestión de minutos. Parecía como si se hubiese olvidado por completo del trato que habíamos hecho. Y me estaba haciendo enojar. Comencé a cerrar las cosas de golpe inconscientemente mientras trabajaba, rompiendo más tazas aún. Gerard estaba despierto una vez que rompí una, sentado en el sillón, fumando, recién despierto de su siesta. La densa y espesa nube de humo alrededor suyo, dándole una opaca aura a su presencia. Gerard tenía una presencia en general. Tenía esa aura misteriosa, indescriptible por su mayor parte debido a todos esos rasgos que tenía para un solo recipiente. Pero sin embargo, si querías describir a Gerard sería como vanidoso, desconcertante, genio- el fumar parecía ser otra capa a su caparazón.

En mis propios ojos, veía a Gerard como un tipo abierto, amigable con una mancha de arrogancia y molestia enterrados bajo la superficie. Podía ver todo eso cuando lo conocí; cualquiera podía. Él era un libro abierto en ese sentido, negándose a esconder quién realmente era. Pero cuando fumaba, veía algo que no siempre estaba en la superficie. Mientras aspiraba ese negro alquitrán del delgado cilindro, tensando sus mejillas contra su rostro, y revelando así sus altos pómulos, se veía desconcertante. Por una vez parecía estar ocultando algo, y no podía decir en que estaba pensando. Y cuando exhalaba su pecho cediendo y el humo grisáceo reuniéndose en torno a su cabeza como un halo yuxtapuesto, parecía peligroso. Era la primera vez que el cuarentón al que ayudaba, parecía alguien a quien debías temer. Era un contraste de su estado normal, ese que no lastimaría ni a una mosca, aún así encajaba con él. Toda esta idea de que Gerard era peligroso. El era ese extraño artista marica que vivía sólo y que consiguió que un adolescente lo ayudase con su arte, atendiendo a sus suministros, mientras él, en retorno, le enseñaba como pintar. Ese era el ideal con el que encajaba Gerard cuando fumaba. Y probablemente por eso me fascinaba tanto.

Cuando fumaba, al igual que cuando creaba su arte, yo no podía apartarle la mirada. Era como si estuviese creando arte ahí también, el cilindro cancerígeno colocado entre sus delicados dedos. Sus manos siempre me parecieron demasiado extrañas; eran tan suaves y blancas, excepto por las yemas de los dos dedos con los que sostenía el cigarrillo. Eran las únicas partes manchadas con algo más que su piel sedosa. Gerard era viejo, pero sus manos le hacían parecer diez años más joven.

Cuando fumaba, a veces solía fruncir sus labios juntos, formando una O con su boca e intentaba soltar el humo en forma de anillos. Gerard nunca dejaba que el humo simplemente sea y flote lejos. Tenía que hacer algo con él. Tenía que hacer arte con él, y la forma en la que su rostro, su cuerpo y sus manos bailaban con ese palillo blanco- era jodido arte. Siempre había un patrón; la forma en la que se sumergía en el bolsillo de su camisa para encontrar su encendedor, y luego sacaba un cigarrillo de la caja media vacía y plana, colocándolo entre sus dedos y su boca, ahuecando las manos alrededor de la punta y encendía la chispa, encendía todo. Era ahí que el patrón terminaba, cesando para convertirse en arte solido y entrando a ser remolinos de humo abstracto.

En todo ese tiempo que yo lo veía fumar, no creo que él se haya dado cuenta nunca de lo que me estaba haciendo. Sabía que lo veía pintar, estaba asombrado, porque era maravilloso. Estaba permitido a estar asombrado entonces. Ese arte que el creaba y pintaba era algo para que la gente pudiese apreciar. No les tenía que gustar, pero podían darle mérito. Sin embargo cuando Gerard fumaba, creaba una forma de arte prohibida. No se me permitía que me gustase. No se suponía que viese los zarcillos de humo y que intentase tomar sus consecuencias. No se suponía que respirase su arte, que apreciara una mera copia de segunda mano. Me habían inculcado desde mi infancia que el fumar era malo. Fumar causa cáncer. Fumar hace que tu piel se vuelva amarilla y que tus dientes sean marrones. Teñía tus pulmones de negro. Fumar te mataba. El fumar no se suponía que fuese arte. Pero cuando Gerard lo hacía, era arte. Y todos los efectos secundarios no importaban. Siempre y cuando el arte estuviese ahí para ser apreciado, valía la pena. El hecho de que este acto fuese odiado por otros, prohibido por la mayoría, lo hacía diez veces mejor. Hacía que la esencia misma fuese peligrosa, y era el factor que contribuía a que siguiese volviendo a lo de Gerard una y otra vez, incluso después de que él no siguiese con su promesa por ahora.

-“Pronto”- me dijo sacándome de mis pensamientos empapados de humo. Para ese entonces ya casi había terminado su cigarrillo; no tenía idea de que me había substraído por tanto tiempo. Apagó el cigarrillo sobre la pila de diarios que estaba sobre la mesa de café y me miró. La nube de humo aún estaba a su alrededor y apenas si podía ver su rostro. Pero sabía que estaba sonriendo. Siempre sonreía.

-“No me he olvidado de nuestra promesa”-me aseguró, sus delgados labios separándose y bailando dentro de esa nube de humo. –“Las cosas han estado un poco ocupadas últimamente. Si no empezamos esta semana, te pediré que vengas el sábado y ahí si podré enseñarte. Lo prometo

Trate de devolverle la sonrisa pero estaba demasiado cautivado en mis pensamientos y por el humo que colgaba del aire, miré a Gerard y me sentí culpable por haber dudado de él. Estaba sorprendido por su oferta. Nunca había ido a ayudarle en los fines de semana. Habían pasado solo dos desde que había empezado mi rutina de limpieza, pero era sabido que yo no iba a ir. El trato era todos los días después de la escuela, y porque no tenía escuela, no iba. La idea había cruzado mi mente un par de veces, pero lo ignoraba, como hacía con muchos de mis pensamientos sobre Gerard. Simplemente desperdiciaba el tiempo, como siempre en mi vacio cuarto, intentando tocar la guitarra. Había estado bien antes, pero ahora que Gerard había permitido la idea de un encuentro el fin de semana, amaba ese pensamiento. Había empezado a enloquecer dentro de mi cuarto, retorciéndome en mi propia piel sabiendo que mis padres aún estaban ahí conmigo. Aún si estaba solo en mi habitación, nunca me sentía completamente solo si mis padres aún estaba en casa. Era una ansiedad rara y molesta dentro de mí; pensaba que siempre estaba escuchando todo lo que hacía. Estaba paranoico, y cuando mi mamá subió una vez la semana pasada, frunciendo el ceño cuando vio mi guitarra, y ahí mis pensamientos fueron confirmados. Yo no les agradaba a mis padres, y puta que a mi tampoco me agradaban ellos. Pasar el fin de semana con Gerard, sonaba como una jodida fantástica idea. Aún cuando eso significaba esperar más días a que mis lecciones comenzaran, estaba dispuesto a hacer ese sacrificio.
-“suena bien”- le dije a Gerard, asintiendo lentamente con mi cabeza. Para ese momento el aura de humo había desaparecido, dispersándose en el aire y derritiéndose en mi ropa. Gerard se inclinó nuevamente, durmiéndose una vez más. Fue ahí que miré lo que estaba haciendo. Noté la taza rota y comencé a levantar los pedazos que creí que quizás tenían un significado más profundo.

Al día siguiente, por alguna impensable razón, me dejé la llave en casa. Dejé el llavero completo en casa, dejándome afuera de mi hogar en la mañana luego de que mis padres se fueran, provocando que dejara mi tarea que por otra parte, realmente había hecho. Había estado enojado la mayor parte de la mañana, pero saber que iba a ir a lo de Gerard hacía que las cosas parecieran mejor. Cuando golpeé la puerta y oí la voz irritada de Gerard, sentí que en mi interior todo daba un giro. No necesitaba lidiar con otra persona de mierda hoy, incluyéndome.

-“¡No quiero lo que estas vendiendo!”- Gritó Gerard desde la profundidad de su apartamento. Oí sus pesados pasos sobre el piso de madera, pero no estaban cerca de la puerta.

-“¡Gerard, soy yo!”- contesté mansamente inmerso en el color oliva de su puerta. De repente escuché como los pasos se detenían y tomé eso como una mala señal. Entonces aclaré –“Frank”-
-“¡Sé quién es!”- respondió Gerard, esta vez su voz menos irritada y con una añadidura juguetona. Escuché los pasos retomar su marcha y hacer su camino hacia la entrada. La abrió de par en par en una cuestión de minutos y les llevó un rato a mis ojos acostumbrarse a los nuevos alrededores. Para mi completa y total sorpresa, Gerard estaba parado bajo el umbral, rayos de sol de la ventana de atrás reflejando su cuerpo mojado. Su cabello estaba húmedo y colgaba en su rostro, despeinado, como si no fuese nada. Un brazo sostenía la puerta abierta y la otra una toalla desteñida color azul bebé envuelta cómodamente alrededor de su cintura.

Sentí mis mejillas enrojecerse y tomar temperatura cuando me di cuenta. Gerard acababa de salir de la ducha. Tragué pero mi garganta se sentía diez veces más áspera. Quería girar y sabía que debía hacerlo, pero mis pies estaban plantados en el corroído suelo de madera del pasillo. Estaba tan jodidamente avergonzado por haberlo interrumpido. Y sin embargo, en contraste a mi reacción, Gerard simplemente se quedó parado en la puerta, sin una pizca de vergüenza o pena adornando su húmedo y regordete rostro. De hecho, estaba sonriendo mientras mantenía la puerta abierta, indicando con su mano que entrara.

-“¡Ahora Frank! No tengo todo el día”- bromeó, sacudiendo su cabello mojado, provocando que este se corriera de su rostro, dejando al descubierto su mirada traviesa. Podía sentir que la humedad también me había salpicado, pero no hizo nada por despertarme de mi estado de shock. Al final, mis pies comenzaron a moverse y me empujé a pasar por la puerta, muy por delante de Gerard, para así no tener que ver nada que no se suponía que debía ver.

-“Lo siento”-, mis labios soltaron la disculpa tan pronto como obtuve la compostura suficiente como para hablar sin tartamudear.

-“Está bien”- insistió Gerard mientras cerraba la puerta y le echaba llave. Me miró, mientras yo hacía lo mismo con mis pies. –“te dí una llave para evitar este tipo de cosas, pero supongo que la olvidaste hoy”-

De repente crucé mi mirada hacia sus ojos,- y solamente con sus ojos. Me tomó un minuto darme cuenta de lo que decía. ¿Pensaba que me estaba disculpando por olvidar mi llave? ¿No sabía que estaba parado en frente mío con sólo una toalla? Y una toalla corta, por cierto. Podía ver el hueso de su pelvis a través de su gruesa piel. El tejido difuso estaba justo encima de su hueso y podía ver el débil triángulo de músculo que conducía aún más abajo. Él era mayor y tenía un poco de sobrepeso, aún así el triángulo que conocía por estudiar mi propio cuerpo frente al espejo, no era tan visible, pero definitivamente estaba ahí; junto con el oscuro sendero de vello que comenzaba en su ombligo hacia debajo de donde estaba la toalla. Tampoco pude evitar el notar que su pecho era tan sedoso y blanco como la piel de sus manos y no agraciado por el oscuro pelo que estaba debajo de su ombligo. Al principio pensé que podía haberse afeitado el pecho, pero no había esas pequeñas marcas rojas por la navaja de afeitar. Era completamente suave y blanco. Era tan blanco que yo sólo quería extender la mano y tocarlo, para asegurarme de que aún estaba allí, pero me regresé rápidamente a la realidad. Una realidad que deseaba que no estuviese sucediendo.

-“No me digas que perdiste mi llave, Frank”- la voz de Gerard sonó más grave y entrecerró los ojos hacia mí. –“No necesito ningún extraño teniendo mi llave. Con uno es suficiente”- me sonrió, enseñando sus dientes a pesar de la gravedad de la situación.
-“No-yo-um”- tropecé con mis palabras, intentando no ver a nada, ni siquiera a sus ojos. Miré a mis manos, las cuales note que estaban casi temblando. Cerré mis puños en un intento desesperado para hacer que se detuvieran. No había estado tan avergonzado en toda mi vida. –“Olvidé la llave. La dejé en casa esta mañana. A todas mis llaves”-
-“Ah, está bien. Eso es un alivio”- pronunció, exhalando. Cambió la posición de sus manos, que aún estaban sosteniendo la toalla en su lugar, pero ese cambio hizo que la toalla callera un poco más debajo de su cadera. Cuando comenzó la acción, noté que tenía un poco de peso extra a sus costados, donde la toalla se envolvía.
-“Siento haber venido cuando tú estabas…así…”- dije, obligándome a alejarme de él nuevamente. Porque a pesar de que me seguía repitiendo que no debía mirar, mis ojos de alguna manera terminaban allí de todos modos.

Gerard parecía perplejo por un momento, luego se miró a sí mismo y se dio cuenta de que hablaba. Era como si se hubiese olvidado de que estaba casi desnudo en frente mío. –“No te apenes”- insistió, agitando la mano que tenía libre en el aire. Estaba a punto de responderle, pero mi voz se atascó en mi garganta. No sabía que iba a decir, pero estaba feliz de no haber dicho nada, cuando Gerard continuó. –“Si no te hubieses olvidado tus llaves hoy, podrías haber llegado cuando yo estaba sin esta toalla como barrera”- La forma en la que dijo la última parte, amablemente con un toque de algo más al final me hizo mirarlo, rompiendo mi promeso otra vez más, de no verlo mientras él estaba, así. Y cuando lo vi, puedo jurar de que lo vi guiñando su ojo. No podía decirlo bien por su largo cabello sobre sus ojos, pero sé que lo vi. O al menos sé que es lo que querría haber visto.

-“De cualquier forma”- dijo Gerard, rompiendo nuevamente la tensión. –“Voy a vestirme”- antes de tirarme otra mirada, se movió de su posición, de pie en frente mío, y comenzó a girar, dirigiéndose a la negra puerta de su habitación. Murmuré una aprobación completamente incoherente, y empecé a balancear mi peso de un pie al otro. Necesitaba que mi cabeza dejara de girar y que mi rostro no esté tan jodidamente caliente. Coloqué mis manos, aún frías por la calle, sobre mis mejillas, en un intento por refrescarlas. Apenas funcionó, así que decidí entrar a la cocina y ocuparme con algo mientras Gerard se vestía. Puse mis manos dentro del agua enjabonada, cuando la voz de Gerard interrumpió nuevamente.
-“Mi hermano vino a verme hoy”- dijo, comenzando una historia que nadie le había pedido que contase.

-“¿Tienes un hermano?”- pregunté. Nunca antes había pensado a Gerard más que como el artista cuarentón. Nunca pensé que tenía una familia, que había sido el niño de alguien y que tuvo una vida antes de este apartamento cubierto de pintura.
-“Si, vive a dos ciudades de distancia”- me informó Gerard, su voz más fuerte de lo normal, para que pudiese ser oída a través de las paredes. Sabía que no había cerrado la puerta para cambiarse y estaba usando todo mi poder de voluntad para quedarme en la cocina y no me moviese a ningún otro lugar. Y convencerme de que era solamente curiosidad de mi parte lo que quería hacer que me moviera.

-“Está bien”- dije, tratando de sonar interesado. Estaba escuchando, solo que no sabía como responder. Mi mente no estaba lo suficientemente coherente como para hacer oraciones aún. Podía digerirlas, pero no había forma de que pudiese devolver algo todavía.
-“Si, supongo”- contestó Gerard. Oí el abrir de cajones y el roce de ropa, cuando Gerard continuó. –“Es cuatro años más joven que yo, pero me olvido cuando lo veo. A veces parece mayor que yo. Trabaja todo el puto día. Desde las nueve a las cinco, un aburrido trabajo de escritorio. Tiene esposa e hijos. Y aunque dice que es feliz, puedo ver en su mirada que en realidad no lo es. Por eso viene a verme. Podría simplemente dejarme solo como la mayoría de mi familia lo hace, pero él elige venir y verme. Envidia la vida que tengo aquí. Hago lo que amo todo el día. Él hace lo que le dicen que haga todo el jodido día. Desea poder vivir como yo. Y odio ver esa chispa opaca en sus ojos. Recuerdo cuando éramos niños y él solía tocar la guitarra….o el bajo o algo así. Lo hacía por horas y horas. Y siempre me decía que un día yo sería un artista y él un bajista. Y que tendría una banda y que yo dibujaría para vivir. Pero aparentemente ser un bajista no paga las cuentas. Ser un artista, tampoco, pero a la mierda; al menos soy feliz…”-

Gerard estaba lejos de terminar su historia, pero aún así yo asentía pero aún yo comentaba medio consciente con “oh, ¿en serio?” y “eso es interesante”. No era como si lo que él estaba diciendo no me interesara, porque lo hacía. Era largo y repetitivo, pero era intrigante el saber algo sobre este hombre que solía ser un misterio. Al mismo tiempo, sin embargo, había encontrado algo más que me había llamado la curiosidad. Vi una de las tantas camisas de Gerard tirade sobre la mesa de la cocina, su encendedor, billetera y paquete de cigarrillos extendidos junto a ella. Saqué mi mano del agua e hice mi camino hacia las preciadas posesiones mientras Gerard continuaba a hablar sobre su infeliz hermano y su demandante esposa. Aparentemente él había aparecido sin aviso y habían tenido una buena charla, pero se había hecho tarde y Gerard no había hecho tiempo para ducharse aún y por eso lo había encontrado en sólo una toalla. Pero por suerte, esos pensamientos estaban fuera de mi. Agarré el paquete rojo y blanco de cigarrillos y lo sostuve entre mis manos. Había sido arrastrado hacia ellos, por todas esas propiedades mágicas que poseía. Recordé la imagen de Gerard fumando. El peligro, el misterio y una imagen corporal de él con su inconfundible aura artística. Batí el paquete en mi mano por un rato, debatiendo mi próximo movimiento. No había recibido mi lección de arte, pero en cuanto sostuve el paquete en mis manos, sentí como si me pudiese enseñar una yo mismo. Quería intentar fumar. Quería evocar las mismas imágenes que Gerard era capaz cuando tomaba ese cilindro cancerígeno. Sabía que esto era malo para mí. Mi abuela había muerto de cáncer de pulmón cuando tenía siete años y mis padres siempre me habían respirado en la nuca con lo de no fumar. Pero no me importaba en ese momento. Iba a intentarlo. La complete ironía de la belleza del objeto que podía guiarme a la muerte me seducía y me hacía querer hacerlo. Lo único que me detenía era que iba a estar robándole a Gerard. No quería traicionar su confianza y no quería ser descubierto. Pude haber estado tomando el paquete entre mis manos por una eternidad antes de decidir a arriesgarme a todo. En un rápido y sigiloso movimiento, metí el paquete en el bolsillo de mi abrigo. Era por el arte, me dije. Gerard entendería eso.

Esperé por unos segundos, sin respirar, esperando a ver si me descubría. Pero cuando Gerard siguió hablando aún de su hermano, supe que estaba a salvo. Relajé mi postura y comencé a mirar a los otros objetos que estaban sobre la mesa. La billetera de cuero marrón estaba abierta y encorvada, haciendo que otro objeto llamase mi atención. Podía ver la sombra familiar de ese azul con el que se hacían las licencias en esta parte de la ciudad. La parte de arriba de la tarjeta se asomaba desde su ajustada cubierta, mostrando una parte de una foto del DMV *(departamento de vehículos)*. Mi curiosidad ya me había llevado muy lejos ese día, y decidí mandar a todo a la mierda, y tomé la credencial. La pondría nuevamente en su lugar después, me dije. Solamente quería ver algo.

Sostuve el delgado plástico en mis manos por un rato, recorriendo con las yemas de mis dedos a lo largo de las suaves esquinas. Me reí internamente de la foto de la credencial, dejando que mi sonrisa se filtrara. El cabello de Gerard estaba descuidado y pomposo, cayendo sobre su rostro. Su boca estaba hacia un lado en una expresión que no podía comprender, y sus ojos estaban semi abiertos. Definitivamente era él, pero la foto no lo favorecía en absoluto. Todas las fotos para la licencia eran así; no se suponía que te hicieran ver bien. Luego de reírme por la foto, mis ojos se centraron exactamente a donde quería; su fecha de nacimiento. En su mayor parte, la edad de Gerard era un misterio para mí. Sabía que era mayor, obviamente mucho más que yo. Había imaginado en mi mente que estaba en sus cuarenta, probablemente, pero la suave piel de sus manos y ese entusiasmo juvenil sobre la vida, dejaban caer su edad considerablemente. me preguntaba sobre su edad exacta desde que lo conocí, cuando el nos tiró la pintura, pero nunca había juntado el coraje de preguntarle. Era de mala educación, pero de nuevo, también lo era hurgar su billetera. Pero si él no me descubría, mi grosero comportamiento pasaría desapercibido y obtendría una respuesta. Encontré el año e hice una operación matemática en mi cabeza. Tuve que calcular los números unas cuantas veces porque seguía pensando que estaba llegando a la edad equivocada. Pero no lo estaba. Casi tiro la licencia cuando lo resolví.
Gerard tenía cuarenta y siete años.

Mi boca cayó abierta mientras mi corazón golpeó mis costillas, causando que dejara de respirar. Gerard tenía cuarenta y siete jodidos años. Parecía toda una vida, considerando que yo tenía solo diecisiete. Gerard tenía treinta años más que yo. Me aterrorizó sin fin el saber que estaba viviendo en este apartamento, ya en la mitad de su vida cuando yo recién nacía. Y luego me golpeó; Gerard tenía la misma edad que mi padre. Él tenía treinta años cuando nací y su cumpleaños era en enero. El de Gerard era al principio de Febrero. Ahora tenían la misma edad.
Mis pensamientos comenzaron a girar y se estrellaron contra mi cráneo. Gerard era tan Viejo como mi padre. Me molestaba tanto. Yo había estado viniendo a su casa después de la escuela y pasaba el tiempo con él como si fuese uno de mis amigos, y él podía ser mi padre. Siempre había sabido que Gerard era mayor; podía ver sus profundas arrugas cubriendo su rostro, pero ahora que tenía un número oficial, no me gustaba. Deseaba poder borrarlo, tirar la credencial dentro de la billetera y olvidar que lo había visto. No estaba tratando de ser malo o de discriminar por su edad; era solo que no parecía correcto.

Con estos pensamientos dando vueltas en mi densa cabeza, me tomó un tiempo darme cuenta de que ya no oía la voz de Gerard divagando sobre su hermano. Aparté mi vista de la credencial y mire hacia arriba y vi a Gerard parado en la cocina, otra camisa colgando de su suave y blanca piel, pero no la había abotonado aún. Me miró con su cabeza inclinada hacia un lado y sus brazos cruzados sobre su pecho. Sentí a mi estómago sacudiéndose por más de una razón.

-“Así que ta sabes mi edad”- dijo Gerard sin rodeos. No estaba precisamente enojado, pero tampoco estaba feliz. Parecía triste, pero no por la razón obvia de que yo había estado revisando sus cosas. Parecía entristecido porque le habían recordado su edad.
Inmediatamente solté la credencial sobre la mesa donde la billetera estaba y me aparté, levantando mis brazos como para mostrarle que no tenía nada más. Los cigarrillos todavía estaban en el fondo del bolsillo de mi abrigo, pero eso era un recuerdo distante a este punto. Su edad seguía sonando constantemente en mi oído y ahora la culpa de haber sido descubierto, se sumaba a eso causando un ruidoso alboroto.

-“Lo lamento”- dije, mi voz saliendo rápida y en un apuro. Retrocedí dentro de la cocina hasta que sentí mi espalda golpear con el refrigerador. No sabía a dónde trataba de ir, pero mi viaje obviamente había llegado a su fin.

-“No lo lamentes”- insistió sacudiendo su cabeza y curvando sus labios en una burla. –“soy viejo y debería estar orgulloso de eso, supongo”- giró sus ojos y sacudió nuevamente su cabeza, su cabello aún húmedo cayendo por las esquinas de su rostro.

-“No te ves viejo”- ofrecí, tratando de mejorar la situación. Podía sentir a mi corazón corriendo dentro de mi pecho, golpeando contra su jaula, tratando de salir.
Gerard exhaló feliz y sonrió –“Gracias”- asintió, luego dirigió sus ojos hacia mí, contra la pared. Su rostro adquirió una estructura más seria mientras sus ojos me examinaban de cabeza a pies y nuevamente hacia arriba. –“tampoco aparentas tu edad”-

Reí nerviosamente, mi respiración saliendo demasiado irregular y alta. –“probablemente me veo más joven”- sonreí, mis ojos bailando por el cuarto. Todo el mundo siempre me dijo que parecía más joven de lo que era. Nunca creí eso-yo me veía de mi edad-, pero desde que soy más bajo que el resto de los chicos y que tenía una estructura de rostro un poco más suave, porque no tenía tantos golpes y cicatrices, parecía que me daba una juventud que no quería.

-“De hecho, No”- Dijo seriamente, levantando sus cejas. Ya no estaba sombrío por lo de su edad, en lugar de eso se estaba enfocando en la mía. Se acercó a mí, cruzando la cocina, encerrándome más. Me estremecí un poco cuando se acercaba, pero solo porque yo ya estaba inquieto. Sus palabras me estaban haciendo bailar dentro de mi propia piel, y cuando sus ojos me recorrieron, creí que iba a morir. Había demasiadas cosas enjauladas dentro mío, miedo, culpa, vergüenza, felicidad, simplemente no lo soportaba más. Y él acercándose no estaba ayudando.

-“Pareces mayor de diecisiete”- me informó. Inclinó su cabeza a un costado y frunció sus labios pensando mientras miraba mi rostro. Extendió su mano y tocó el borde de mi quijada, recorriendo hacia abajo con sus suaves dedos. –“¿Ves aquí?”- me preguntó mientras movía su dedo, haciendo vibrar a mi interior. Fue ahí cuando noté que su camisa aún estaba desabotonada y su pecho blanco color seda estaba a pulgadas de mi. No tenía idea de que mierda estaba pasando, pero parecía como si pronto lo fuese a averiguar.

-“tu piel tiene más poros y están más abiertos, absorbiendo más fácil luz solar”- explicó mientras continuaba rozando con su dedo a lo largo de mi rostro. Sus dedos se sentían agradables y cálidos sobre mi piel, recién lavados por la ducha y suaves por cualquiera que sea el jabón que usaba, pero aún así intentaba escapar. Algo estaba mal sobre esta escena. Gerard era igual de viejo como mi padre. No podía estar en esta posición con él.

-“Tu piel se broncea más fácil, dándote una calidad más distinguida. Especialmente alrededor de tus ojos”- continuó Gerard, terminando con su dedo tocando la punta de mi mentón, y acercándome para poder ver mejor mis ojos. –“Tus ojos son profundos y preocupados. Y ya tienes unas arrugas formándose en la parte exterior”-

-“Oh, sí”- pronuncié despacio tratando de apartar mi mirada de Gerard pero siendo incapaz de moverme. Él ya no estaba mirando a mis ojos, si no que los había pasado, viendo las características de ellos. –“tener arrugas siempre suena bien”- bromeé.

-“No, eso no es exactamente lo que quiero decir”- Gerard trató de corregirse, aún mirando a mis rasgos. Ahora estaba realmente cerca de mí, aún cuando su voz sonaba un tanto distante. Estaba parado en frente mío, tan cerca que podía sentir el calor de su pecho desnudo. Era cálido y algo de lo que debía estar asustado. –“Tus arrugas no son por edad, son por experiencia. Inteligencia”- se corrigió. Sacó la mano de mi mentó y tocó parte del cabello castaño que caía sobre mi frente. Lo apartó hacia un lado y dejó a su mano descansando detrás de mi oreja junto con el cabello. Aún miraba más allá de mi, y comentó, -“Hay algo en tu mente que hace que las arrugas se profundicen”-

-“¿En serio?”- pregunté, mi voz saliendo como un susurro ahogado. Podía sentirlo respirando sobre mí.

La mirada de Gerard cambió su atención nuevamente a mí, mirando con profundidad dentro de mis ojos, rogando por alguna clase de atención que yo dudaba poder dar. –“¿Qué pasa en tu mente, Frank?”- susurró acercándose a mí, aun cuando yo pensaba que él ya no podía aproximarse más.
Nos miramos por unos momentos, mis labios partiéndose y volviéndose a juntar una y otra vez, pensando en algo para decir. Gerard estaba contento con el silencio, simplemente leyendo mi rostro. Estaba obteniendo una respuesta lo suficientemente Buena solo con eso. De repente me sentí tan desnudo como él había estado momentos antes y sentí la urgencia de saltar de mi propia piel y escapar de mi cuerpo. Algo dentro mío estaba hablándome, gritándome, y no podía entender que decía. Gerard estaba demasiado cerca y me impedía darle sentido a algo.

-“Yo…yo-tengo que irme”- pronuncié finalmente. Gerard me miró con escepticismo por un momento pero cuando me vio retorcerme bajo su mirada y su posición, hizo un gesto con su brazo señalando la puerta. Se inclinó sobre la mesa cuando me fui, no me despidió. Su mano doblada sobre su pecho y su cabeza hacia abajo. Prácticamente huí de su apartamento. Tampoco me despedí; el único pensamiento que seguía viniendo a mi era que no debía estar sintiéndome de la forma en la que lo hacía. Y sin importar cuánto huyera, eso no se arreglaba. Había roto tazas antes para intentar que me prestase atención. Pero cuando lo hice, era demasiado para mí. Me sentí como esas tazas que destrozaba contra el suelo a diario. Sólo que esta vez, no estaba seguro si podía volver a unir las partes y ciertamente, no quería ser arrojado.

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