viernes, 9 de marzo de 2012

Extraño; Capítulo: #2

Capítulo: #2

Primer encuentro.

“¿Qué pasó con eso?” Me preguntó Mikey cuando llegué justo al lado de ellos, en las canchas, me miraba con ojos asesinos “¿La conseguiste?”

“No.” Contesté sin ninguna expresión.

“¿No? ¿Eso qué quiere decir?”

“Quiere decir que no.” Le insistí pero él no dejaba de mirarme mal.

Se acercó a mí, pero Bob lo tuvo que detener. “¡¿Cómo que no la sacaste de ahí?!” Y parecía que sus ojos se prendían en fuego. A decir verdad estaba un poco asustado.

“Casi muero ¿y lo único que te preocupa es tu balón, Michael?” Lo miré con deje ofensivo.

“¿Qué quieres decir?” Me preguntó Ray acercándose más a donde yo estaba.

“¡Que el viejo ése casi me atrapa!” Dije alterado, los demás me miraron raro.

Bob meneó la cabeza. “Pobre Frank” Dijo dándome unas palmaditas en el hombro.

“¿Pero qué pasó con el balón?” Continuó reclamando Mikey. “¡Mi padre me va a matar si sabe que tomé su balón oficial!”

“¡¿Era oficial?!” Dijimos los tres al mismo tiempo.

“¿Pero, Mikey, por qué lo sacaste si sabías que era el oficial?” Preguntó Ray.

Mikey agachó la cabeza con una pequeña sonrisita socarrona y asintió levemente con la cabeza. Se encogió de hombros.

Ray suspiró. “Bueno, eso ya no importa ahora, lo que importa es que a Frank casi se lo violan.”

“¡Hey!” Me quejé. Los demás comenzaron a reír. “¡Eso pudo haber sido cierto!.” Reí también.

“Pero ¿qué fue lo que pasó exactamente?” Quiso saber Bob.

“¡Ah! Fue horrible, viejo. Pensé que moría en ese instante. Todo iba bien hasta que casi caigo y por accidente tiré algunos vasos que estaban encima de la mesa.” Contesté, hundiéndome en mis pensamientos, después los miré a ellos de nuevo y me miraban divertidos. “¡Yo no tengo la culpa de que en su jodido suelo todo esté regado! ¡Además ustedes me dejaron solo!” Solté en tono ofendido.

“Miren,” Murmuró Ray. “Ahí está de nuevo.”

“Ahora ya tiene una buena razón por la cual nos observa.” Dije en cierto tono de voz impaciente. No soy nada paciente.

Frank Iero = impaciencia.

“¡Uy, sí! Es que le gustaste, Frankie-boy” Me codeó Bob.

“¡Cállate!.” Lo amenacé con la mirada. Volvimos a ver a la ventana, pero ya no había nadie. Después de un rato de silencio comencé a hablar. “Voy a volver.”

“¡¿Estás loco?!” Siseó Mikey. “Te perdono si me pagas el balón, pero no tienes porque regresar ahí. Que si te hace algo malo… ¡que sé yo!... te puede cortar una mano, un pie o algo peor por entrar así a su departamento y-“

“¿Ya terminaste, Mikey?” Dijo Ray viéndolo raro. De hecho los tres lo mirábamos raro. Mikey asintió serio. “Bueno el punto es que no creo que sea buena idea que regreses ahí, Frankie.”

“Pero… el balón de Mikey sigue ahí, y seguro su papá lo mata.” Mentí. De hecho el estúpido balón de Michael me pasaba por el arco del triunfo, lo que me importaba más que cualquier otra cosa era mi mochila y todo lo que tenía ahí dentro. Digo, nadie puede ver eso…

“Gracias por recordármelo.” Agregó Mikey.

Miré de nuevo en dirección a la ventana. “Hoy, en la noche… de nuevo.”




Después de lo que había dicho me tiraron de a loco de nuevo y se fueron. Así que decidí ir a mi casa a esperar hasta que oscureciese para poder entrar de nuevo. Caminé lentamente hasta la acera de enfrente. Al pasar por ahí algo pesado me cayó en el hombro. Volteé hacía arriba y sólo vi cuando la cortina se cerraba. Mi vista pasó hacia abajo y pude ver mi mochila. Sin más y después de frotar mi hombro la tomé y caminé un poco menos asustado hasta casa.

Mamá estaba ahí, por cierto… con compañía.

“Mamá… . Desconocido.” Dije como ‘saludo’ cuando entre a la sala. El aire estaba lleno de humo de cigarrillos y era más que obvio que el olor tan penetrante no era de fresas… wisky… bebían wisky.

“Frankie, cariño… ven quiero que conozcas a alguien.” Me dijo mamá cuando me disponía a subir las escaleras. Estaba un poco tomada… Tomada completamente… Ella le dio otro sorbo a su bebida y me sonrió. “Anda…”

“Debo hacer tarea, má.” Dije sin muchos ánimos. El señor se acercó y me sonrió como si en verdad creyera que se iba a ganar mi afecto.

“Anda, chico,” Dijo él “Quiero conocer al que tal vez será mi nuevo hijo.”

“En todo caso,” Dije mirándolo con recelo “sería ‘hijastro’… y, no gracias… me voy. Buenas noches.” Dije para finalizar y subir corriendo a mi habitación.

“Está cansado, cariño… viene de practicar” Escuché a mi madre que le decía al tipo ese.

Suspiré.

Me senté rápidamente en la silla del escritorio y me dispuse a revisar mis cosas, para ver si no faltaba nada. Por suerte no. Y Para mucha más suerte, estaba el balón de Mikey adentro… desinflado pero ahí estaba. Dejé las cosas a un lado y saqué uno de los cinco cuadernos pequeños que utilizo.

Mis ojos se abrieron al máximo al encontrarme con algo que en verdad no me lo esperaba. Todas las hojas del cuaderno estaban rayadas, subrayadas, encerradas con plumón rojo. «Me gusta éste parrafo.» «La metáfora esté bien usada, pero debes utilizar más lenguaje.» «Esto debes continuarlo con más explicación.» «Incompleto.» Y muchas más cosas que estaban ahí, a cada hoja que pasaba era lo mismo… correcciones, ejemplos, ideas… y una que otra felicitación. Abrí otro cuaderno y fue lo mismo. Debo decir que con todos.

“Estuviste esculcando mis cosas, viejo.” Susurré para mí luego de ver que todo era lo mismo. “No tenías derecho…”

Furioso deje las libretas a un lado y luego miré la carpeta de dibujo. Afortunadamente estaba limpia, sin rastros de tinta rojas, pero lo que atrajo mi atención antes de cerrar la carpeta fue el pequeño papel azul. «Tienes talento, mucho… debes afinar los rasgos, la simetría debes mejorarla, trabaja en esos bocetos.» Al final firmado con una ‘G’ y… algo que realmente me sorprendió… mucho a decir verdad.

Aún aturdido por lo que se me pedía, comencé con la redacción. Si quería acabar tenía que empezar de una vez.




“Michael…” Llamé desde la puerta del aula. “Tengo buenas noticias para ti, más una que creo no lo es mucho.”

“Habla.” Pidió Mikey. “No me digas que…”

Asentí con la cabeza, y de mi mochila saqué el balón sin aire de Mikey. “Creo que… creo que sólo tienes que volver a rellenarlo con aire y estará como nuevo.” Dije.

“¿Cómo-?”

“No agradezcas.” Reí ante la expresión facial de Mikey. Aunque no supe si fue porque había regresado su balón sano y salvo en sus manos, o porque se lo di todo desinflado. “Al menos di que lo tienes de regreso.” Agregué, sólo por si a caso.

Y él… aún no salía de su shock “P-pero… pero… pero-”

“¡Hey, ‘bro’!” Llegaron Bob y Ray y éste último me palmeó el hombro.

“Mikey ¿estás bien?” Preguntó Bob al ver que el otro no se movía y seguía con la vista perdida en el balón que yacía en sus manos.

Al final decidimos ignorarlo un poco y Ray se viró hacia mí. “¿Entonces qué? ¿En las canchas en la tarde?”

“Lo siento, chicos, pero no puedo… eh, debo… hacer algo que… mi mamá me pidió.”

“Coff-Hijo-coff-De-coff-Mami.” Oí a Bob entre su falsa tos y lo miré mal. A veces simplemente me daban ganas de agarrarlo a balonazos o ahorcarlo, pero… bueno, es Bob ¿sabes? Es así. Sólo que si algún día le aparece un ojo morado no pregunten quien fue.

“Debo obedecer a mamá… ahora anda muy, no sé… está con uno nuevo.”

“Oh, entiendo.” Susurró Ray. “Bueno, pero ya sabes como es esa rutina..:”

“Lo sé, así que no me preocupo.” Mentí. Creo que eso de mentir no se me ha dado nunca del todo bien. Siempre mi voz tiembla un poco al igual que mis manos. Pero muy, muy pocas personas se dan cuenta de ello, por lo que la victoria es pata mí. “Bueno, entonces creo que mejor los veo mañana.” Los miré y Ray y Bob sonrieron, Mikey seguía como, como si hubiera visto a Ray desnudo o algo parecido; me alejé lo más disimuladamente posible, no quería dejar al descubierto mi nerviosismo… no sé cual era la razón exacta pero si no controlaba los nervios llegarían a traicionarme. El rubio ye el afro se retiraron de ahí. Mikey seguí ahí parado como ido.

“P-pero… pero, é-éste no es mi balón.”




De cierta manera no mentí. Salí de la tintorería con tres vestidos de mi madre y dos trajes, que, estaba seguro eran de aquél tipo. Me apresuré a dejarlos en casa. Sólo los aventé en el sillón y salí corriendo, de nuevo. Mi mochila en hombros y dentro de ella el ensayo. Seguía nervioso.

Ví que los chicos ya estaban en las canchas. Pero por suerte ninguno me vio cuando entré en el edificio de enfrente. Tal vez para ese tiempo ya se me había calmado un poco los nervios y en mi boca había una sonrisa extraña. Era extraño. Mucho.

Llegué al primer piso, no tuve que usar el ascensor pues me pareció ridículo. Me acerqué al número 117 y mi puño dio en la puerta de madera crujiente. Unos cuantos segundos y de nuevo llamé, pero ninguna pista de vida existente se presento. Toqué de nuevo e iba a rendirme cuando el pequeño mirador se abrió. De ahí sólo pude ver una mata de cabellos negros y alborotados, y lo que supuse era un ojo, no logré distinguir el color.

“¡¿Qué?!” Su voz sonó extraña y rasposa, como hubieras estado fumando cigarrillos por más de tres meses sin parar… o como si te hubieras desgastado la voz en un concierto de rock. “¿Qué quieres?” Repitió al ver que no obtenía respuesta mía.

Extendí mi mano con un fólder azul en ella.

“¡¿Qué carajo es eso?!” Preguntó mirando el fólder.

Y mis nervios regresaron. “Emm… lo que me pidió… eh se-señor.”

“¡Yo no te pedí nada!” Ésta vez so oyó más grave y enojado.

“P-pero,” Comencé “Es lo que me pedía… en…”

“Vete si no quieres que llame a alguien para que te eche.” So ojo oculto tras su cabello desapareció de nuevo al cerrar el mirador.

Es que simplemente no lo entendía. Me pregunte si es que acaso ese tipo sufría de personalidad múltenle o algo por el estilo. Primero diciéndome que viniera a ver con un maldito ensayo de quinientas palabras describiendo el porque consideraba que tenía talento, –y no es que lo hiciera por complacerlo o algo así, si no tuve el gran impulso de hacerlo–, y después me salía con esto… ¡simplemente era idiota!

Suspiré pesadamente y me agaché para dejar el fólder en el suelo de la entrada. Fue cuando la puerta se abrió y sentí de nuevo una mano fría y pesada en mi antebrazo.

“¿Qué mierd-?“

“¡¿Nadie te vio entrar?!” Sólo oí la voz, estaba un poco oscuro como para ver de donde provenía exactamente.

Negué con la cabeza, aunque supuse que no me vio así que respondí. “No.”

“Bien.”

“Eh… ¿señor?”

“¡No me llames así!”

“Entonces como se sup-“

“Sólo no hagas preguntas.” Me interrumpió. Para ese punto mi nerviosismo incremento más de la cuenta, o más de lo que se podía y se mezcló con un poco de miedo y pavor a la vez… aunque creo que es lo mismo. Y si Ray tenía razón y lo que éste viejo quería era… “¡Tú podrías llegar a ser grande!” Oí de repente.

“¡Hey!” Fruncí mi entrecejo “¿Acaso se está burlando de mí?”

“¡No hablo de tu baja estatura, mocoso!” Refunfuñó. “Si no de que tienes talento.” Sentí algo moverse en dirección a mí y mi cuerpo entero se tensó. Sentí que de mi mano arrebataban algo.

“Se-señor… es lo que me pid-.”

“Sí, sí, ¡ahora lárgate!”

Fruncí mi entrecejo de nuevo. Por mi mente pasaron un sin fin de apelativos y leperadas y sinónimos de éstos que mi boca pidieron a gritos por soltar, pero creo que aún estaba demasiado asustado como para que de mis labios se escuchara algún minúsculo susurro. Me acomodé de nuevo la mochila y salí corriendo de aquél lugar extraño.

Por cierto, el ambiente era le mismo, pero ésta vez todo estaba perfectamente mezclado con olor de menta y tinta fresca. Y por lo que pude ver no había hecho limpieza aún.

“¡Jódase!” Murmuré cuando ya estaba fuera de aquel manicomio.




La tarde siguiente cuando termine de entrenar, desgraciadamente tuve que hacerlo, los chicos y yo nos disponíamos a irnos. Por supuesto que a ellos no les dije nada de lo que había ocurrido el día anterior. De hecho… ni siquiera saben que yo dibujo y escribo. No escuchan cualquier cosa que no sea de fútbol.

En la acera de enfrente nos despedimos para que cada quien se fuera por su lado. Yo iba a agarrar mi camino cuando sentí un leve golpe en la cabeza. Por reacción natural, mi mirada fue directo hasta aquella ventana, pero ya no había nada. Luego del suelo recogí una bola de papel todo arrugado color rojo. «¡Entra!, ¡Te estaré esperando!». Y entonces la guerra civil comenzó en mi cabeza. Pero al final creo que pudo más el morbo y curiosidad que la cordura y la razón.

Miré hacia atrás para asegurarme de que los demás no me veían y me aveciné hasta el departamento del extraño.

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