lunes, 19 de marzo de 2012

Frankie karma; Capítulo: #3


Capítulo: #3

- ¡Por Dios, vino sanidad a limpiar tu chiquero? –

Pete entró a mi apartamento burlándose de todo como siempre, dejó sobre la mesa su morral, en que, como es usual cargaba una muda de ropa limpia, gel para el cabello, una decena de peines, y no se cuantos artículos de aseo personal que solo él les encontraba uso.

- De vez en cuando es bueno sacar los demonios limpiando el lugar que habitas –

Expliqué sin ganas, me acerqué a él, rodeando su cuerpo con mis brazos, bajando mis manos por su espalda hasta llegar a su trasero, ese firme y abultado trasero, creo que aparte de su enorme miembro, lo que más me gusta de él es su cadera amplia, que rebota deliciosamente contra mi pelvis cuando lo penetro con fuerza, algo quiso decir, no le di tiempo de hablar, tan solo lo empujé contra la pared, besándolo desaforadamente, ahogando mis ganas de poseer los rojos labios de Frank en su boca complaciente, que dejó entrar mi lengua ávida de sensaciones dentro, empujando él su legua dentro de mi boca, jadeando a intervalos, al sentir mi entrepierna rozar con violencia la suya.
Me separé casi sin aire, tomándolo de la pretina del pantalón, llevándolo hacía la cama, arrojándolo con fuerza bocabajo, no le di tiempo de nada, tan solo retiré su ropa, arrojándola en cualquier lugar, desabroché mi pantalón, liberando por fin mi erección, me tumbé sobre Pete, separando sus piernas con mis rodillas

“Despacio Gerard”

Suplicó entre jadeos, lo ignoré, no me importaba él, lo único que necesito es saciarme este deseo, empujé mi pelvis con fuerza, penetrándolo sin piedad, llegando hasta lo más profundo de su intimidad, gritó, suplicó, se movió bajo mi cuerpo tratando de salir de mi presión, no se lo permití, tomando con fuerza sus brazos contra la cama, continué embistiendo cada vez con más agresividad, cerré mis ojos, imaginando la espalda de Frank, recreando el aroma de su cabello, el dulce de su aliento, el sonido de su voz, empujé con fuerza sin importar el hilo de sangre que brotaba de entre las nalgas de Pete, continué hasta que mi orgasmo me obligó a terminar.

Salí de él, sentándome en la cama, buscando en la mesita de noche un cigarrillo, Pete se dio vuelta en la cama, incorporándose detrás de mi, arrodillado sobre las sangrientas sabanas, rodeó mi torso por detrás, pegando sus labios a mi oído

- ¿Quién es Frank? –

- ¿Uh? –

- Todo el tiempo que duró esta extraña violación consentida, susurraste su nombre –

No le respondí, me quedé sumido en mis propios pensamientos, en mis recuerdos del día anterior, el chico alegre del parque, el chico que veía libros de pornografía, el que me llevó al lugar más extraño, el que me rechazó... me enloqueció con su cuerpo, con su rostro, con su voz, con su alma

- ¿Qué se siente amar? –

Pregunté sin mirarlo, apagando en el piso la colilla de cigarrillo

- Cuando me pase algo así te respondo –

Se levantó de la cama, halándome de un brazo para que me levantara yo también, lo hice sin saber que quería, se inclinó sobre la cama y retiró las sabanas, caminando desnudo con ellas enrolladas en su brazo, sumergiéndolas después en una ponchera con agua y jabón, me quedé mirándolo en silencio, Pete tiene un cuerpo envidiable, de esos que aunque no lo aceptes quieres poseer a toda costa, sonreí al verlo limpiar la sangre de sus piernas con una toalla que sumergió luego junto con las sabanas, regresando por fin a mi

- ¿Ya se te calmaron las ansias por ese Frank, o necesitas violentarme otra vez? –

- Es una pregunta, o un deseo –

Acoté sentándome de nuevo en la cama, Pete se paró frente a mi, plantando su pelvis en mi rostro

- Me lo puedes chupar, piensa que es el pene de “Frank” –

Retiré mi cabeza hacía atrás, retirándolo lejos de mí con mi mano

- ¡Que puto eres! –

- Dime, o quieres que me vaya –

Me levanté de la cama, tomé el retrato que había pintado, miré a Pete con frialdad

- Acuéstate –

Él, como el perro que es obedeció sin protestar, es más creo que disfruta al ser ultrajado por mi.
Me arrodillé a su lado, extendiendo el lienzo sobre su rostro

- No hables, no jadees, no respires, no quiero escuchar tu maldita voz –

Lo miré, su cuerpo desnudo a mi disposición, y sobre la almohada el rostro de Frankie, sonriendo tímidamente, con ese hermoso brillo en sus ojos, me incliné sobre Pete, tomando su miembro entre mi boca, lamiendo despacio, acariciándolo con mi mano, hasta hacerlo endurecer, pasé una pierna sobre él, acomodándola a un lado de su cuerpo, tomé el miembro de Pete, y lo introduje dentro de mí con suavidad, empecé a moverme sobre él, despacio, disfrutando del volumen de su pene rozando mi intimidad, cerré los ojos, y Frankie volvió a mi mente, la maravillosa visión de su cuerpo en ropa interior, su entrepierna remarcada por el bóxer azul, su aliento cálido sobre mi rostro, no soporté más, aumente el ritmo de mis movimientos sobre Pete, haciendo semicírculos con mi cuerpo, buscando más placer cada vez, abrí los ojos y allí estaba él, Frank, mi Frankie mirándome impasible, me incliné sin pensarlo, pegando mis labios de la pintura, que aun fresca me llenó del aceitoso gusto del óleo, empecé a recorrer con mis dedos las facciones infantiles que había plasmado sobre le lienzo, los colores comenzaron a mezclarse a fundirse, me aferré a la imagen de Frank, mientras gritaba su nombre, enojándome con la pintura por perder su forma, sentí el orgasmo interno seguido por el de Pete que se vino dentro de mi cuerpo, me levanté sin decir nada, y corrí al baño, cerrando de un portazo.
Me senté en el piso de la ducha, dejando que el agua cayera libre sobre mi, sin saber por qué, comencé a llorar como un niño, con tanta angustia en mi alma, sin entender que demonios me pasaba, escuché a lo lejos los golpes de Pete en la puerta del baño, preguntándome una y otra vez si me encontraba bien “¡Si!” Grité, esperando que me dejara en paz, oí la llave del lavadero abrirse, seguramente se bañó allá, un poco después, lo sentí caminar en la habitación y salir de mi apartamento.

Mis dedos estaban blanquecinos y arrugados de tanta agua que les había caído, pasé más de dos horas bajo la ducha, preguntándome el por qué de mis actos, de mi violencia contra Pete, y... ¡Por Qué no puedo sacarme ese maldito chico de la cabeza!

Salí envuelto en la toalla, le eché un vistazo a mi apartamento, Pete había tendido la cama con sabanas nuevas, también había restregado las otras y las había puesto a secar...

“Maniático”

Pensé entre risas, me tumbé sobre la cama tratando de no pensar en Frank, intentando conciliar el sueño, que como es costumbre llegó a mi tan pronto despuntó el alba.

Desperté en medio de la tarde, ¿mi primer pensamiento? Él.
Busqué el lienzo, el rostro de Frank estaba desfigurado, lo enrollé y arrojé a la basura, como si eso fuera suficiente para sacarlo de mi mente, salí a caminar, evitando el parque, evitando el sector en el que vive, lo que me está pasando no es sano, las personas no se enloquecen por otra con solo conocerlo un día, y lo que sea que me pase con este hombre, lo debo eliminar de mi sistema o me va a terminar por enloquecer.

Me fui al bar de siempre, un pequeño lugar que contiene lo necesario, buena música, licor barato, amigos artistas cada uno en mayor decadencia que el otro, y hermosos especimenes de ambos sexos, listos para saciar una libido tan alta como la mía.

La noche se desarrollaba perfecta, en calma una poetiza declamaba sus existenciales poemas, nada nuevo, nada emocionante, hasta que sentí que alguien se ubicó detrás de mi, inclinándose hasta mi oído

- Sabía que te encontraría en este lugar –

Ese aroma frutal...

Ese maldito aroma que se metía violentamente en mis sentidos, jugando con la poca sanidad que tenía, su aliento dulce aminoró el aroma regular del bar, giré mi rostro despacio, tan solo para encontrarme con esos enormes ojos brillantes, mirándome con dulzura, matándome un poco cada segundo en que permanecían fijos en mí

- ¿Me puedo sentar contigo? –

Asentí con la cabeza, en ese punto las palabras me era esquivas

- Perdóname por dejarte abandonado en el manicomio en que habito –

- No importa –

Respondí evitando lo más posible su mirada

- ¿Te gusta? –

Preguntó señalando a la poetiza que recitaba en medio del bar

- Es bonita, pero no es mi tipo –

Frank sonrió apoyando los codos sobre la mesa, aproximándose a mí

- Todo para ti es sexo ¿no?, me refería a la poesía que está recitando, no a ella en sí –

- No, no todo es sexo, solo que no te expresaste bien al preguntar –

- Gerard, las personas siempre entienden lo que quieren pensar... o responden de acuerdo a lo que “siempre” están pensando –

Hizo énfasis especial en ese “siempre”, porque siempre que lo vea piense en las mil y una formas de tener sexo con él no quiere decir que siempre piense en sexo con todo el universo... Bueno, ¿para qué me miento?, Frank tiene razón.

- Como quieras... y No, no me gusta su poesía, es lo mismo de siempre –

- Vamos al parque, no me gusta estar encerrado –

- Esta noche no, mejor quedémonos acá –

- No, yo no quiero, me voy para el parque, si me necesitas estaré allá –

Se levantó de la mesa, llevándose la media botella de vodka que tenía, y el paquete de cigarrillos, sin más, como si nada, yo tan solo me quedé como un idiota sentado allí, viéndolo caminar hacía la salida, desapareciendo por la puerta...

¿Qué pasó?, que yo, el imbécil Gerard, se levanta como borrego, y sale del bar detrás de un niñito de 16 años que domina mi voluntad a su antojo.


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