martes, 20 de marzo de 2012

Frankie karma; Capítulo: #8

Capítulo: #8

Apreté con tal fuerza mis labios que yo mismo gemí por el dolor que me infringía, el agua tibia de mi ducha golpeaba suavemente el cuerpo desnudo de Frank, las gotas se resbalaban felices, bueno creo que el agua estaba feliz, si yo fuese agua, moriría de dicha al poder recorrer cada centímetro de esa piel, al poder deslizarme sin restricciones por entre los pliegues de su cuerpo, de ser restregado con sus manos sobre su rostro, si yo fuese agua, me tardaría más en limpiar la pintura derramada sobre su piel, solo para quedarme un poco más sobre él.

Terminé de secar mi cuerpo, aun tenía algunos restos de pintura en mí, pero la prisa por limpiarme me impidió hacerlo bien, tiré la toalla mojada en el piso, buscando en el aparador del baño una toalla limpia para que Frank secara su fascinante cuerpo, la estiré hacía él cuando cerró la llave, el maldito caminó despacio, permitiéndome ver... morir ante la visión de su cuerpo, él sabe que me tiene al borde de la locura, y se aprovecha de mi condición

- Sécate –

Meneó su cabeza, mirándome de la forma más enloquecedora posible, con sus ojos llenos de lujuria

- No, no, me dijiste hace un momento: “el óleo es dañino para la piel, tan pronto nos duchemos, nos metemos en la cama” – Se acercó hasta estar frente a mí, sin despegar sus enormes ojos ávidos de placer, deslizó su mano sobre mi abdomen, deteniéndose justo...Justo! sobre la base de mi pene – Y no mencionaste nada de secarnos –

De allí, solo recuerdo el cuerpo de Frank empujar con violencia el mío, llevándome entre tropezones hasta la cama, tumbándome sobre las sábanas, dejando caer todo su cuerpo húmedo y embriagador sobre el mío, moviéndose, ¡Oh! Dios, moviéndose sinuosamente sobre mí, pegándose más y más, mis manos no daban a basto, no sabía que tocar primero, si su cadera que empujaba con rapidez sobre mi pelvis, o sus piernas que apretaban las mías entre ellas; su espalda, dejé que mis manos se aferraran a su fuerte, definida y amplia espalda, no había notado la hermosa forma que tiene, siempre lo he visto tan menudo, tan infantil, pero este Frank que gime como una bestia hambrienta sobre mí, es más hombre que cualquiera que haya conocido jamás.

Sus labios rosa, rosa intenso, rosa sangriento, dulce rosa que retienen mi piel, mi blanca y aburrida piel entre ellos, mordiendo, lamiendo, activando cada una de mis hormonas, erizándome la piel, no me deja escapar, tampoco quiero huir, quiero que los labios de Frank se queden aferrados a mi piel por toda la eternidad.

- ¡Dios! –

Gemí, Frank detuvo su reconocimiento oral sobre mi piel, incorporándose un poco, apoyado sobre la cama, respirando agitadamente sobre mi rostro

- Me llamo Frank, no Dios –

Alcanzó a jadear, sonreí, ¡no puede ser tan perfecto!, es más, en este instante comienzo a dudar que sea humano, que todo esto sea real, no es posible que un ser tan pequeño pueda proporcionar tanto placer usando solamente sus labios.
Tomé sus cabellos entre mi mano, empujando su cabeza más cerca de mi rostro

- Para mi eres mí Dios –

Cerró los ojos acercando esa rosa dulce que tiene en lugar de boca, dejándola florecer sobre los míos, abriendo esos pétalos que posee en vez de labios, aferrando mi boca básica entre ellos, absorbiendo mi simplicidad, y llenándome de vida, nuestras lenguas danzaron entrelazadas, acariciándose mutuamente, nuestra saliva se convirtió en el néctar que compartíamos, que bebíamos para embriagarnos de placer.
Soporté mi erección unos segundos más, ese beso maravilloso no debía ser interrumpido, al menos no por mi.

Frank se despegó de mi boca, tomando aire con dificultad, recorriendo mi cuerpo con sus ojos, vi su mirada detenerse sobre mi entrepierna, sonrió lascivamente, encauzando sus ojos hacía mi, analizando mi reacción a lo que estaba a punto de hacer.
Despegó una de las manos con las que sostenía mi brazo, moviendo sus dedos sobre mi, como haciendo una caminata con ellos, bajándolos despacio, bajando... bajando hasta llegar a mi endurecido pene, acariciando toda mi extensión con un par de ellos, mis ojos se cerraban a causa del placer que el movimiento circular de esos dedos me proporcionaba, pero no anulaba mi visibilidad, yo al igual que Frank, estaba analizando su reacción, y creo que estaba complacido al verme poner mis ojos casi en el nirvana, y fruncir mis labios como si estuviese a punto de llorar.
Respiré hondamente, ya mi cuerpo no podía esperar más, y se que el cuerpo de Frank estaba enloqueciendo por sentirme dentro. Lo tomé de los hombros, acostándolo de espalda en la cama, nunca, ni un solo instante retiré mis ojos de la preciosidad de hombre que reposaba sobre mis sábanas, respirando agitadamente, con esa combinación en su expresión de deseo y miedo a lo desconocido.

Acaricié lentamente su pelvis, deslizando mi mano por entre sus piernas, separándolas un poco, para dejar que mis dedos se colaran dentro de su intimidad, Frank arrugó levemente su frente, tenía miedo, lo se.
Me recosté sobre él, sin sacar mis dedos de su cavidad, empecé a besarlo tiernamente sobre los ojos, en sus mejillas, su barbilla, su nariz, posando mis labios sobre su oído

- Iremos a tu ritmo, amor, si te duele mucho me lo dejas saber –

Frankie asintió tímidamente, separando más sus piernas, alertándome que estaba listo para mí, acomodé mi cuerpo entre el suyo, tomando en mi mano su pene que, al igual que el mío estaba completamente erecto, empecé a masturbarlo pausadamente, encorvé un poco mi espalda, y con mi otra mano llevé mi miembro dentro del delicado trasero de mi amado.

¿Con que palabras se puede describir la sensación obtenida en un instante que va más allá de toda humana comprensión?
Me sentí entrando por las puertas de cielo... cliché
Sentía que descubría un nuevo continente... exagerado
Descubrí la fuente de la eterna felicidad... cursi.

Simplemente, la punta de mi pene rozó suavemente el redondel húmedo y lubricado de Frank, mi pelvis empujó con fuerza toda la extensión y grosor de mi miembro dentro, sintiendo sobre mi piel la presión cerrada que suele poseer un trasero virgen... eso pasó en mi cuerpo. Simple!

Ahora, para describir lo que mi alma, corazón y ser experimentaron... ahí me quedo sin palabras, tan solo saber que lo estaba haciendo mío, por fin!, mío, mi hombre, el simple hecho de escucharlo gemir de doloroso placer, de oír mi nombre susurrado extasiadamente por esos labios rosa, el sentir sus uñas clavarse en mi espalda, saber que nuestros fluidos se mezclaban, se hacían uno solo, y al mismo tiempo, sobrepasando el mundano placer del cuerpo, nuestra almas se unían en una eternidad, en una gloriosa y bendita eternidad.

Mis movimientos eran lentos, a pesar que quería aumentar el ritmo de mi pelvis, me contenía, temía dañarlo, pero creo que Frank es más lujurioso, más lascivo que yo, al parecer se cansó de mi delicadeza, envolvió sus piernas alrededor de mi cadera, atrayéndome con fuerza y rapidez dentro de él, acomodando su mano sobre la mano con que yo sostenía su pene, haciéndome moverla sobre su miembro con más intensidad... y no solo esto, su voz entrecortada, suplicando, no, ¡Exigiendo!

- ¡Mas fuerte, más rápido Gerard, más! –

Las uniones de mi cama rechinaban en cada movimiento, el testero golpeaba contra la pared, desprendiendo trozos de pintura y de concreto, lo noté en un par de segundos, y regresé a lo que hacía, ¿Ya dije que estaba sintiendo a plenitud lo que el mundo llama felicidad?, ¿no?...

Bueno estaba absolutamente feliz, estaba dentro del ser más maravilloso de la tierra, estaba rozando mi piel contra su piel, estaba entregándole el título de propiedad de mi alma a Frank, no la quiero ya, todo lo que necesito para vivir, es este payaso de parque que me hace enloquecer con solo abrir sus labios, aunque sea para pronunciar la más fastidiosa de las palabras.

Si.

Estoy perdidamente enamorado de Frank.


El calor fastidioso del medio día me obligó a despertar, busqué a Frankie en mi cama, pero no estaba allí, por un instante pensé que todo había sido un sueño, un juego de mi mente, pero el sonido del aceite en el perol, burbujeando al calor de la estufa, y el silbido inconstante de Frank, me regresaron la calma, me quedé recostado entre mis sabanas, sumergiendo mi nariz en la almohada, aspirando el aroma a sexo, a frutas, a dulce, a Frank.

- ¿Tiene hambre “señor de Iero”? –

Me preguntó con tal seriedad que no pude contener la risa, se aproximó hacía mí con un plato lleno de hojuelas de harina, dulces, recién salidas del aceite, sentándose en el borde de la cama, con expresión ruda, acomodó el plato junto a mí

- ¿Cuál es el motivo de su risa, Señor de Iero?, hablo en serio, usted ya es mío –

Claro que soy suyo, de eso no cabe duda alguna, tomé una de las hojuelas dulces, ¡hasta cocinar le sale perfecto!, gemí al saborearla, Frank se veía complacido con mi reacción

- Cocina muy bien Señor de Way –

Los dos sonreímos, nos besamos... lanzamos las hojuelas al piso para revolcarnos libremente en la cama, hicimos el amor... no se cuantas veces ese día, no recuerdo bien cuantos días duramos encerrados en mi apartamento, hasta que la escasez de alimentos en mi cocina, y la falta de dinero de ambos, nos obligo a dejar a un lado el paraíso de amor y sexo en el que ilusamente creíamos habitar, y enfrentarnos a la realidad...
La cruda y fría realidad.


- Voy a mi casa, tengo algo de dinero, podremos comprar víveres para una semana, y así no tener que salir de aquí –

Su inocencia, es atrevida la verdad, adorable pero atrevida, odié tener que ser el portador de las malas noticias

- Frankie, hay un alquiler y cuentas que pagar, no es solo la comida... ve a tu casa por tus cosas, digo si quieres vivir conmigo –

Pregunté temiendo un rechazo, pero el rostro de Frank se iluminó por completo, asintiendo efusivamente a mi petición

- O.k, yo iré a casa de mi editor a ver si me tiene un cheque, de lo contrario, en la noche me acompañas al mercado de pulgas a vender un par de cuadros –

Me miró algo decepcionado

- Tus obras, tus maravillosas obras, ¿en un mercado vulgar? –

- No hay donde más, Frank me enemisté con todos los curadores y dueños de galerías de arte, nadie me acepta el trabajo –

Me encogí de hombros, respirando resignado

- Da igual, los entiendo hace mucho no pinto nada decente – Levanté cómplice mi vista hacía él – Bueno a excepción del ángel desnudo que se está secando en el caballete –

- Pero, esa no la venderás, ¿verdad? –

- No, esa jamás – Lo tomé de la mano, halándolo hasta la puerta de salida – Vamos ya, pasemos por la ferretería de abajo, debes tener copia de mis llaves –

Lo vi desaparecer calle arriba, podía ver por el movimiento de sus mejillas que estaba sonriendo, yo también sonreía, ambos, tan inocentes de lo que el mundo tenía preparado para nosotros, dicen que naces con un karma que debes llevar a tus espaldas...
Pero jamás pensé que el mío sería tan funesto y doloroso.


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