lunes, 19 de marzo de 2012

Just like, magic; Cuarta parte - Capítulo: #3

Capítulo: #3

Un par de personas le golpearon los hombros cuando él intentó llevarle la contra al mar de gente que se dirigía hacia la puerta. Una madre algo llorosa gritaba sobre el gentío para encontrar a su hijo. Frank tropezó con él y levantándolo por las axilas lo hizo sobresalir entre las cabezas, la señora lo vio y saltó encima de una de las sillas para alcanzarlo. Agradeció a Frankie con la mirada y con una hermosa sonrisa. Le acarició la mano y pensó que no tenía que esperar más de Frank Iero.
Este mantenía en alto el afiche y luego de unos segundos concluyó que sería tonto llevarle la contra a tantas personas, eran treinta contra él y no se sentía lo suficientemente fuerte como para hacerlo. Así que se quedó quieto y esperó a que la gente se dispersara.
Pronto notó que el pesar en el aire se había disipado.
Echó un suspiro largo, que lo siguió otro que no era suyo, levantó la vista y otra vez, se sintió rodeado por un gentío por el notorio calor sofocante que le llenaba los pulmones. Caminó rápidamente hacia la figura que estaba sentada al borde del escenario. Dejó caer inconscientemente el papel enrollado por algún lado.

Lo rodeo con sus brazos, las pantorrillas del mago lo encarcelaron y su garganta emitió un sonido que se asemejaba a una carcajada. Comenzó a columpiar las piernas alrededor del cuerpo de Frank.

- Pensé que no habías venido – le dijo, aferrándolo contra sí.
- Si vine, solo que ese montón de gente casi me come –
- Se hubieran llevado un banquete –

Rieron. Las cortinas subieron y dejaron al descubierto a los empleados y sus escobas. Uno de ellos levantó la vista y frunció el ceño. Al parecer miraba al intruso como una cucaracha difícil de barrer.
Se apretó contra el cuello de Gerard, este movió la cabeza, buscando sus labios y abrazados, le dio un beso suave. Un sonido extraño se dio en el escenario y el mago se separó de Iero, que mantenía los ojos cerrados, aún perdido en el aroma del otro. Para él solo existían ellos dos, se apoyó en el pecho de Way y se hundió en el silbido de su respiración. Se preguntó si los pechos normales silbaban.

- Ve al camerino, ya te alcanzo – dijo el mago, apartó lentamente a Frank y le sonrió, este recogió el afiche y caminó hacia la puerta del pasillo.

Dentro de unos minutos, la puerta se abrió sin emitir algún ruido y el mago ingresó con la galera en la mano. Iero lo observó mientras este se quitaba la chaqueta y dejaba el sombrero en el perchero.

- Mira – dijo levantando el afiche desenvuelto para que lo vea.
- ¡Está genial! – admiró.

Gerard buscaba algo en uno de sus bolsillos de la chaqueta. Entonces levantó la vista hacia Iero, que parecía que no podía quitarle los ojos de encima. Sonrió al notarlo y caminó lentamente hacía él, sentándose en sus rodillas.
Entonces, sus labios se juntaron. Frank intentó volver a doblar el afiche, pero sus manos fueron inmovilizadas por las del otro. Las juntó, las apresó entre las suyas y las echó hacia atrás, haciendo que sus nudillos chocaran contra la pared. Sus labios no se separaron e inconscientemente el afiche cayó de las manos de Iero y pasó por el hueco que había entre el sillón y la pared, hundiéndose en la completa oscuridad del suelo. Sintió como el mago sonreía sobre sus labios.
Quería soltarse, quería tocarlo, sentía que no podía soportarlo ni un minuto más. No importaba qué, su espalda, su cuello pálido, su cara, su cabello, su pecho, sus manos, sus dedos. Quería sentirlo. El solo hecho de estar ahí, parecía tan irreal como el sonido de su alborotado corazón, tan de película, tan romántico. Sin tan solo notarlo, el sillón desapareció, ahora estaba parado y continuaba apresado en las manos de Gerard, su espalda chocó bruscamente contra la pared y la cadera del mago se junto de manera brusca contra la de él. Ambos suspiraron casi al mismo tiempo.
Sus manos, al fin libres, se sujetaron contra su camisa, se cerraron en puños y la sacaron de la prisión del cinturón del pantalón. Mientras las del otro no paraban de acariciar lentamente el cuello de Iero.
Entonces los besos se intensificaron, hubiera deseado tener un par de manos más y otros labios, quería disfrutar ese momento, jamás olvidarlo, estirar el tiempo y volverlo eterno o bien, detenerlo, revisar todo su cuerpo, estudiarlo y ser uno, de una vez por todas. El amor escondido que sentía por Gerard estaba en ese momento golpeándole las costillas, haciéndole añicos las venas, la sangre parecía golpear la pared de la piel de sus manos. Cosquilleo, temblores. Era como una adrenalina enfermiza.
Gerard movió los labios lentamente hasta llegar al cuello de Iero, lo besó suavemente, como temiendo romperlo. El otro reprimió un gemido, tenía los ojos cerrados todavía y sus manos totalmente inmovilizadas a su lado.

- Te estás extralimitando, Iero – susurró su voz, muy cerca de su oído
- ¿Qué... – no logró completar la frase, el mago había cogido sus inmovilizadas manos y las había llevado a la parte baja de su espalda.

Y las caricias empezaron de nuevo, Frank no se quejó por el frío repentino que le invadió la espina dorsal cuando el mago lo desprendió de su saco y menos cuando le quitó la camisa. Sus labios, suaves y escurridizos se colaron por sus brazos, su cuello, hasta llegar a su pecho. Entonces comenzó a reír. Iero se preguntó porque su repentino ataque de risa, pero al final se dio cuenta al bajar la vista.
Entre los dientes de Way, que estaba arrodillado, estaba su cinturón, lo quito lentamente mordisqueando y subió a su cuello otra vez, repartiéndole besos. Se alejaron por unos segundos, observándose a los ojos. Ambos brillaban, ambos parecían haber bajado del cielo.
Y sus labios volvieron a bajar, su cuello, sus brazos, su pecho, su estomago, sus caderas y cuando Frank se preparaba para explotar de alguna manera Way se detuvo, con el cinturón en sus manos. Levantó la vista, mirando hacia la pared detrás de la espalda de Iero y se levantó levemente. Puso ambas manos a los costados de la cabeza del menor y se apretó contra él para poner la oreja contra la pared.
Se quedaron ahí unos minutos. El mago escuchando algo que Frank no lograba percibir y sus corazones golpeándose en sus pechos, intentando llegar al otro.

- Oh, oh – dijo Gerard, separándose de Iero con una asombrosa rapidez.
- ¿Qué? – preguntó, se había congelado contra la pared.
- Vístete – dijo simplemente, mientras buscaba por el piso su camisa.

Frank no se había dado cuenta que el mago también estaba sin camisa, hizo caso a la orden que le habían dado sin detenerse a admirarlo y se agachó para recoger la suya, la metió rápidamente a su pantalón luego de cerrarla, se ajustó el cinturón (algo decepcionado, por cierto) y volvió a arrodillarse para buscar su saco.
Terminó de abotonarlo y levantó la vista. Gerard hacia unos rápidos nudos en sus zapatos, se levantó y observó a Frank. Ambos sonrieron.

- Tu cabello – le informó Iero sonriendo
- ¡Y el tuyo! – volteó elegantemente y rebuscó en un mueble. Pronto sacó un peine y se lo tiró a Frank que lo sujetó ágilmente en el aire.

Ambos intentaron arreglar su cabello y en el preciso instante en el que Iero le devolvía el peine y se arreglaba el cuello de la camisa, la puerta se abrió de par en par.
El mago se quedó inmovilizado, cerró disimuladamente con la cadera el cajón de donde había sacado los peines y sonrío al nuevo invitado de la habitación.

- ¿Y Frank? – preguntó el invitado sorpresa.
- Aquí – su voz sonó extrañamente débil, Mikey dio una vuelta y lo observó de pies a cabeza.
- ¿Qué? – dijo, rogando para que nada de su vestimenta o apariencia estuviera fuera de lugar.
- Nada – volteó y observó al mago, que se miraba con aire ausente una uña
- ¿Qué sucede, Mikey? – preguntó Iero, despejándose la garganta.
- Nada, solo que se presentó algo inesperado en... – dudó y se escucho un ruido sordo en el pasillo – el trabajo, tenemos que irnos –
- Oh – Frank le sonrió al mago, adivinando por que este había actuado de esa manera tan desesperada – entonces, nos vemos Gee –

El mago se limitó a levantar la vista de su uña y observar a Mikey de una manera tan profunda que Iero estuvo casi seguro de que este saldría corriendo en ese instante.

- Te espero fuera – dijo hablando apresuradamente Michael, saliendo y cerrando la puerta tras sí.
- ¿Qué? ¿Ahora posees un súper oído? – dijo Frank, cuando se oyó el chasquido del cerrojo.
- No, yo lo llamo sexto sentido – Gerard sonrió - fue ella, lo llamó –
- ¿Esos dos tienen una especie de alianza contra mí? –
- Solo ella y él está lo suficientemente enamorado como para hacer este tipo de cosas – el mago se acercó a él – como yo, eso fue una locura ¿no crees? –
- ¿Hablas del repentino incremento de temperatura? – sonrió.
- Exacto – Gee soltó una carcajada – tenemos que seguir con esta “conversación” otro día –
- Cuando quieras – susurró, rodeándole el cuello con sus brazos.

Se quedaron abrazados un par de minutos, hasta que otro ruido sordo cortó el ritmo de sus respiraciones, algo agitadas. Gerard le besó la mejilla y abrió la puerta sin decir más.

- Me quedaré contigo para siempre, lo prometo – dijo Iero, antes de sonreír y salir.


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