lunes, 19 de marzo de 2012

Just like, magic; Cuarta parte - Capítulo: #8

Capítulo: #8


Los ladridos lo exaltaron, se levantó sobándose los ojos y se fijo en la hora. Estaba a punto para ir al teatro. Le dejó comida a Gard, agradeciéndole de despertarlo.
Ese perro era un genio.

Estiró los brazos al salir de su casa. Caminó rápidamente y en un santiamén llegó al teatro. Paciencia, optimismo, calma, fuerza y voluntad, la respiración normal. Iba a fingir que todo estaba bien, no tenían de qué alarmarse. Las cortinas se abrieron y Mac yacía allí, con la misma chaqueta negra de cuello alto de la anterior vez. Llevaba medias transparentes de lycra en las piernas. Iero siempre se había preguntado siempre si esas cosas realmente abrigaban.
El espectáculo empezó, pero Frank no tomaba atención, era incapaz de despegar sus ojos del pasillo izquierdo, era como si una fuerza sobrenatural le estuviera haciendo señas para que observase. El tiempo pasó rápido. Cuando la gente comenzaba a irse, él caminó directo al escenario como costumbre. Apartó las cortinas y escucho al mago decirle algo a Mac, que seguro estaría en su camerino.

- ¿Qué pasó? – preguntó cuando Way salía dando pasos suaves.
- Está algo enferma, ya le di una pastilla – le sonrió.
- Toma – Iero había pasado esos pocos minutos recogiendo las flores que le habían echado, las tenía juntas en un ramillete y atadas con una cinta roja.
- Gracias Frank, resultas ser un romántico detallista – apreció el mago, sonriendo.
- Me salieron baratas – admitió, señalando el suelo.

Ambos rieron mientras caminaban al camerino de Way.
Tercer punto en la lista mental: Dormir a Mac con una pastilla para el resfriado.
No había sido necesario dársela él mismo, le habían ahorrado gran parte del trabajo.

Ahora lo más difícil, hacer dormir al mago. Aunque dormirse en ese ambiente de cariño placentero y amor que se daba en su vestuario era fácil, Way jamás se había rendido al sueño. Al contrario de él mismo, claro. Que se perdía en la musicalidad de la voz del otro, como si fuera un arrollo de cuna. Aunque Gerard esté cansado, jamás se había dormido frente al otro.

- Ven – le dijo, cogió su mano luego de que puso las rosas sobre el mueble, lo acercó a sí, respirando el exquisito olor de su cuello. Su cabeza intentaba imaginar alguna forma de dormirlo y solo se le ocurrían tres muy bizarras:

Lista de Iero para deshacerse de Gerard, por un rato:


- Darle un certero golpe en la cabeza con uno de los cuadros de la pared, reírse de manera psicópata y dejarlo descansado sobre el sillón. Para luego afirmar que se había desmayado.
- Hacerlo ver una película TAN lenta, romántica y tonta, que se acurrucaran mutuamente y cayera en el sueño.
- Amarrarlo a un poste de luz de la calle. Con un cartel que diga “Viva la anarquía” Para que nadie se acercara por más que este gritara.


Frank frunció el ceño al recordarlas. Estas opciones eran poco tentadoras, a decir verdad. Avanzó despacio hacia atrás, con Gerard entre los brazos todavía y cayó sobre el sillón. Riendo. Sus labios se juntaron por unos segundos, mientras las caricias comenzaban. Por un momento, casi olvidaba el propósito que tenía marcado esa noche. Era demasiado tarde para dar vuelta atrás.
Entonces sin pensarlo, lo observó a los ojos, aun cubiertos por la galera. Se la quito de un tirón y respiro el aire cálido que salía por su hermosa nariz.

- ¿Qué sucede? – preguntó el mago, al verlo tan pensativo.
- ¿Te imaginas lo hermoso que eres, Gerard? – dijo.
- La verdad, no – rió Way, mordiéndose los labios - y tú no te imaginas lo comestible que resultas –
- La verdad es que ya me han mordido muchas veces –
- A partir de ahora, solo lo haré yo – dijo el mago, hundiendo sus labios en el cuello de Frank, sus dientes golpearon contra su piel.

Sorprendido, noto como es que este suspiraba. Sus músculos se relajaron de pronto y apoyo todo su peso sobre Iero. Llevó ambas manos a la cabeza del mago y empezó a acariciarlo suavemente. Tenía una leve esperanza de que de la nada, este se durmiera.
Way soltó un gruñido extraño, entre placentero y cansado. Continuó con las caricias, agradeciéndole al cielo de darle tan factible oportunidad.
Y entonces se durmió. Frankie esperó mucho tiempo observándole la cara para ver si daba señales de vida, pero estaba profundamente dormido. Suspiro algo en sueños cuando se separó muy lento de su cuerpo. Dejó la almohada en su lugar y volvió a posar el brazo de Gerard sobre esta, como si fuera él.
Caminó de puntas hacia la puerta, la abrió y echando un largo suspiro, observó el reloj. Tenía tiempo, el necesario a su parecer.
Caminó hacia el escenario y notó que los empleados – muertos vivientes – ya se habían ido. Camino presuroso al pasillo izquierdo. Deteniéndose en el margen de la entrada.

Suspiro, una gran exhalación. El secreto estaba tan cerca que era irreal. Sus pies temblaban, sus manos, peor. Levantó la mano hacia al frente, dio un paso y soltó el aire.

Sus miedos se disiparon, por semanas se había imaginado que habían puesto una alarma en el lugar, algo así como un “Anti Iero” pero nada había pasado. Así que confiado, entró al pasillo, llevado por una común pero peligrosa curiosidad humana.


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