lunes, 12 de marzo de 2012

Just like, magic; Primera parte - Capítulo: #8

Capítulo: #8


El destello de luz que se colaba por entre las viejas cortinas, iluminó apenas el rostro del publicista. Este se dio la vuelta entre sueños. 


- ¡Otro día, otro dólar! – dijo la voz mecánica. Seguida por unas incesantes campanas que alertaban a Frank que era hora de despertarse. 

Este susurró algo, se dio la vuelta para quedar frente a frente con el reloj de manecillas y de un certero golpe lo mandó al otro lado de la habitación. Ese día no tenía ganas de despertarse. Volvió a su posición original, dándole la espalda a todo. 
El sonido de la ciudad invadió sus cinco sentidos, pero continuó con los ojos cerrados, concentrado en volver a dormir. 

- Vas a llegar tarde... – se dijo a sí mismo, aferrándose a sus sabanas azules oscuro. 

Pero aún así no se levantó. Sus ojos se entreabrieron, vieron la leve línea de luz que daba las cortinas y sonrió. Esta trazaba un camino en su pared. Era perfectamente derecha, como tantas veces él había intentado ser. 

Se levantó algo iracundo y cerró las cortinas para que la línea de luz no aparezca. 
Al fin, una molestia estaba fuera de su lista. 
Lo segundo era el tamborileo de su cabeza. 

Volvió a su cama, su cara cayó bruscamente sobre la almohada y con un feroz suspiro se cubrió hasta por encima de su sien. 
Miles de cosas resonaban dentro de su mente, cosas como las que habían sucedido el día anterior. Esos extraños trabajadores, el mago, su hermosa asistente, la mirada de ambos, el extraño pesar de su corazón y al final, esa atracción mortal que había sentido ante esos ojos escondidos tras la negra galera. 
No podía vivir con eso dentro de su mente, necesitaba distraerse... 

A la media hora, Iero se levantó con pesadez, ingresó al baño, se duchó, se cambió y salió al trabajo. Sin regar las plantas o alimentar a Gard, su perro. 
Algo confundido y decidido a recobrar el hilo de su perfecta vida. Que había llevado fingiendo por largos veinte años... 


[ … ] 

Otra vez. Tenia que traspasar ese parque para llegar al trabajo. ¿Por qué es que la situación tenía que castigarlo de esa manera? 
No temía en lo absoluto volver a ver al mago, lo que temía era ser otra vez, una de las víctimas de sus embrujos. O más bien, temía hacer el ridículo o que él diga algo incómodo frente a toda esa gente. No, no le temía al mago... 

Tal vez temía a esas tres cosas.

Se repitió mil veces que solo los uniría una tonta casualidad, que era imposible que las cosas se dieran tan al estilo de una película de terror. Que tenía que poner los pies en la tierra y cruzar el maldito parque. 
Y así lo hizo, pero eso no puso su cabeza en paz. 

Sus pasos eran rápidos, sus ojos miraban hacia los lados. Ya era algo tarde para llegar al trabajo, la gente ya no estaba ahí reunida. Cada uno había ido a su camino, el mago ya habría cogido a otra víctima. Esta vez no seria él. 
Dio la vuelta rápido y sonrió al ver que solo le faltaba poco para cruzar el gran parque. Había escapado. Estaba libre. Suspiró satisfecho. 

- ¡Ingenuo! – la voz cortó la placentera calma de Frank. 

Dio la vuelta despacio, como temiendo encontrar al mismísimo demonio, pero tras él, el mago, con la galera bien colocada sobre la cabeza, sonreía. Macarena salió por detrás, el sol hizo que sus ojos se volvieran rojos. Extendió cuatro rosas frente a ella y con gesto amable se las ofreció a Iero. 

- No escaparías de mí tan fácilmente – Frank cogió las flores y con los ojos algo desorbitados las observó – estas son por darnos el placer de trabajar contigo – 
- Gracias – dijo él, sin saber realmente como reaccionar. 

Quedaron en silencio un par de minutos, con las bocinas resonando en los oídos del trío. Frank observaba las rosas, mientras los otros dos, lo observaban a él. Como si fuera un león en una jaula de un llamativo Zoológico. 

- Bueno Mac, al ver que no me besará los pies agradeciendo el gesto, creo que es hora de darnos la vuelta y largarnos – el mago rió por lo bajo, mientras ella, con ojos brillantes le sonrió. 
- Solo tengo que decir gracias – sus nervios se notaron cuando en un tic su labio inferior tembló levemente. Iero se lo mordió para detenerlo. 
- Si, no te preocupes. Esperamos volver a verte la cara – el mago se inclinó levemente y se dispuso a irse – tengo que advertirte que, aunque hermosas, esas rosas son peligrosas. Todavía tiene espinas - 

Gerard dio la vuelta y caminó hacia el centro del parque. 

- Estás sangrando – Macarena le observo los dedos, los cuales sujetaban las flores y dicho esto sonrió y corrió para alcanzar a su ídolo. 

Frank bajó la vista, sorprendido, notó que de las yemas de sus pulgares surgían gotas de sangre, se limpió en el pantalón del traje y como dando vueltas en una gran cacerola de sopa, se repitió que le faltaba poco para llegar al trabajo. 
Aunque ya no tuviera ganas de llegar hacia ese gran edificio. 
Solo tenía ganas de perseguir a ese hombre.


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