jueves, 22 de marzo de 2012

Just like, magic; Sexta parte - Capítulo: #4

Capítulo: #4

- Saldrá dentro de un instante, supongo. Lo hubieras visto cuando le dije acerca de tu truco, Frank. Mac dice que nunca lo había visto tan ansioso y feliz – su amigo le sonrió, inspirándole confianza.
- ¿Y si me sale algo mal? – Peguntó muy nervioso el otro - ¿y si le corto la pierna con una carta? –
- Comprenderán ambos, saben que has practicado poco, simplemente no te pongas nervioso – levantó la mano para darle unas palmadas en la espalda, pero la puerta del camerino del mago sonó y Huse, como impulsado por una fuerza invisible saltó lejos de él, cambió el semblante a uno más serio y se dirigió hacia el mago que caminaba con paso lento tras Macarena, le susurró algo, a lo que el mayor tan solo asintió con la cabeza levemente.

Frank tragó saliva muy ruidosamente al verlo, se veía como un juzgador del purgatorio, con su sombrero de copa, con su saco negro y su camisa blanca. Pero a la vez, hermoso como solo un ángel lo haría.
Tan peligrosamente invisible… como pedazos de vidrio esparcidos en un pasillo oscuro por el cual pasar descalzo, sin protección alguna.
Este levantó los ojos asesinos, buscando la mirada de su amante traidor.

- Vine a ver lo que dicen que me mostrarás, espero no decepcionarme – empujó a Macarena hacia adelante, que obediente pego su cuerpo menudo a la cortina trasera del escenario, frente a Frank, con brazos y piernas pegados contra sí.

Huse, el mago y la chica lo observaron, mientras Iero, con una extraña emoción embargándole las venas sacaba la caja de cartas cortantes.
El mago aseguró una parte de la historia de Huse y Mac.

Cogió una, sin especial selección, la posicionó entre sus dedos del centro, dobló estos hacia adentro casi rozando su muñeca derecha y ejecutó ese movimiento, tan estudiado y perfeccionado por el mago en sus años de amor por la magia. Aún con los dedos encogidos, dobló la muñeca en un ángulo de noventa grados a la par que levantaba el codo a la altura de sus ojos, los entrecerró al sentir sus músculos incómodos, apuntó hacia Mac, rápidamente posicionó su muñeca donde originalmente estaba y desdobló los dedos para darle impulso a la carta.
Esta, partiendo el aire a su paso y con su estructura metálica rebelada ante el brillo que despidió al cruzar por los reflectores cruzó la longitud del escenario directamente hacia un costado de la chica, que aunque muerta de miedo no se movió ni un centímetro.

El ruido fue desgarrador e incómodo, la tela que decoraba el fondo del teatro se desgarró exactos diez centímetros, la carta se perdió por la llanura al igual que una vana esperanza del mago se desvaneció como se apaga la vida en un pelotón de fusilamiento.

La otra parte del relato había sido asegurada.

Luego de varios minutos de silencio, donde Mac verificaba tener todas sus partes intactas y Michael, con un atrasado entendimiento comprendía con horror y pudor lo que sucedería ahora, Iero, entusiasmado, volteó a ver al amor de su vida, esperando encontrarse con una imagen encantadora de un Gerard llorando de la emoción y con los brazos abiertos listos para recibirlo en un abrazo, pero lo que encontró…

Ese brillo extraño llenaba sus ojos. No era un brillo normal, no era el usual en él, era extraño, era dorado. Era atemorizante. Sinceramente, ahora, el mago lucía como el asesino que era. El que había matado por costumbre a todos los que metían demasiado las narices en SU magia. Sus padres, que lo solían criticar, amigos, familiares, vecinos. Desaparecidos de la faz de la tierra sin explicación alguna, solo por meterse en asuntos que NO eran suyos.

Y supo, solo entonces, de que su mal presentimiento tenía que ver con el mago.
Pero ese presentimiento desaparecería, luego, junto con todo lo demás…
Todo volvería a la normalidad.


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