domingo, 18 de marzo de 2012

Just like, magic; Tercera parte - Capítulo: #8

Capítulo: #8

Mago y asistente hicieron una reverencia. Una niña sollozaba, diciendo algo que tenía que ver con lo bello del espectáculo. Y Iero tenía que admitirlo, el show había sido excepcional y magnifico. Todos habían quedado impresionados.
La mirada de Macarena lo atravesó como una daga, él le sonrió tímidamente pensó que tal vez, en su imaginación se desarrollaba una bella escena donde Frank moría dolorosamente.
Pero el mago izo algo diferente, soltó la mano de Mac y saltó del escenario ágilmente.

Iero dejó de aplaudir cuando lo perdió de vista entre ese mar de gente.
La chica abrió los ojos como platos y en un segundo, las cortinas la cubrieron.
El público se emocionó y muchos niños corrieron hacia el lugar donde el mago había saltado. Se oyó felicitaciones y vítores. Iero se subió a la silla y observó como el mago firmaba algunos papeles y avanzaba lentamente hacia la puerta principal.
Donde, generalmente, él se sentaba.

Se logró soltar de un niño que quería quitarle la galera y caminó esquivando gente hacia Frank. Su sonrisa se hacía notar.

- Viniste... – le dijo, cuando se puso frente a él.

Le sonrió desde lo alto de la silla.
El público había callado de pronto y muchos los observaban sin disimularlo. La gente se dispersó con rapidez, al parecer sentían que interrumpían algo importante. La misma niña que había llorado por lo hermoso del show, volvía a llorar, al parecer porque su hermano mayor le había dicho que había perdido al mago.

- Se me izo difícil, créeme – saltó de la silla y sintió que se suspendía en el aire, cuando Gerard lo cogió de la mano y lo arrastró tras él.

La puerta principal se cerró en un golpe seco tras la última persona que salió. Al llegar al escenario, se encontraron con Mac, que parecía tener miedo de traspasar la cortina y salir hacia el teatro, ella lo miró con odio profundo. Mientras se dirigía tras Gee a su camerino.
El mago le sonrió, contento y se sentó frente al espejo.

El menor, lo observó, suspiró y se sentó en una butaca junto a la silla del mago. Este le sonrió aún más. Se paró de un salto y se quitó la chaqueta lentamente, tan lento, que a Frank le parecía que acariciaba los botones, como si quisiera provocarlo, o peor, seducirlo. La dejó en el gancho tras la puerta. Suspiró otra vez, con tantas mariposas sentía que si abría la boca, estas surcarían el ambiente.

- Hey... – se atrevió a pronunciar, cuando comprobó que no salían mariposas pensó que tal vez pronto le saldría vómito por los nervios.

El mago hizo un ruido con sus labios, haciéndole entender que le prestaba atención, por más que estaba de espaldas.

- Lo de la otra noche... –

Frank observó como los dedos de Gerard cedían ante el tema y por poco dejaban caer el objeto que estaban sujetando. Pero suspiró y volteó para observarlo.
Se quedaron así unos segundos, Iero no soportó más el miedo ante lo que escondía la mirada de Gerard, así que apartó la vista.

- Yo... – trató de continuar Frank - ¿Porqué lo hiciste? Digo... –

Pero Way sonrió otra vez. Caminó lentamente hacia Frank que le había dado las espaldas y sin previo aviso, le rodeó los hombros con sus brazos. Su aroma, el aroma de su cuello amenazaba con matar al publicista.

- Lo de ese día – susurró a su oído su suave y musical voz – no tendría porque levantarte dudas –
- Pero... –
- El corazón no da explicaciones – hundió más su nariz en el cuello de Iero – solo sé que cuando estoy contigo me late mucho más rápido, el aliento se me corta, mi estomago explota... –pegó su cuerpo al de Frank, de modo que la espalda de este daba directamente con el pecho del mayor - ¿Lo oyes? Suena a clave Morse -

Ambos cerraron los ojos al mismo tiempo y los latidos de Gerard resonaron en sus oídos. Era un tamborileo, el otro sonrió.

- Que notorio ¿no? – rió el mago, alejándose para que Frank volteara el rostro y quedara frente a sí, soltó una de sus manos y se quito el sombrero, aún sentado, Iero sintió que se caería al verlo - ¿Te parece suficiente mi explicación? –

No respondió, solo se limitó a sonreírle y asimilar el contacto de sus verdes ojos.
Otra vez el infierno. Sus labios se juntaron en un suspiro y las llamas corrieron por ambos cuerpos, mientras la clave Morse del mago, adelantaba su paso hasta convertirse en una taquicardia, que contagió el corazón de Frank, como un virus imparable, que jamás encuentra cura. Más conocido, como amor.


[...]

La puerta no hizo ruido alguno al cerrarse. Las lágrimas no hicieron ruido alguno al caer. Sus rodillas golpearon el suelo y sus piernas empezaron a temblar.
Se llevó la mano a la boca para amortiguar sus sollozos. Sus nudillos recibían la presión de los dientes, no podía gritar, no tenía que gritar.
Alguna fuerza dentro de su cuerpo, la hizo levantarse y caminó hacia su camerino. Se puso frente al espejo, que estaba apoyado precariamente sobre el mueble y se auto critico por lo horrible que se veía en ese estado.
Sonrojada, con la nariz y los ojos inflamados, las lágrimas le corrían por las mejillas y el puño seguía amortiguando sus gritos.
Entonces se rindió. Su cabeza pensó que no podría más y se dejó caer.
El grito lo dio contra una almohada.

Cuando estoy contigo me late mucho más rápido, el aliento se me corta, mi estomago explota...

¡Si supiera él que ella sentía eso y millones de cosas más!
Pero el mago ya no era solo de ella. Era de alguien más.
Alguien más apto, más bello, más autosuficiente, más útil, más carismático que ella, claro. Ella solo era una niña, una niña sola y tonta. Se odiaba.

Dejó de llorar sin previo aviso, se encontró a sí misma arrodillada sobre el frío suelo, con los muslos congelados por tener contacto directo con este. Oyó pasos fuera.
Bajó la vista, temblando. Sufría, porque Frank Iero era mucho mejor que ella. Porque ella no se lo merecía. Jamás mereció al mago. Él merecía alguien perfecto.
Y así era. Way ya lo tenía.







Y ella ya estaba fuera de cuadro.


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