domingo, 18 de marzo de 2012

Just like, magic; Tercera parte - Capítulo: #4

Capítulo: #4

Sus ojos seguían abiertos, el tiempo no le había dado momento para reaccionar. Lo que pasó, o mejor dicho, lo que estaba pasando era un acto desesperado. Había sido rápido, desprevenido, un impulso e incluso podría decirse que había sido algo deseado por mucho tiempo, por ambos. El de los ojos abiertos seguía quieto, sus brazos colgaban a sus costados. Mientras el otro con delicadeza sobrenatural, lo sujetaba de la nuca, queriendo mantenerlo ahí por el mayor tiempo posible.
Sintió que gritaría, pero no pudo. Estaba inconsciente de lo que sucedía, sus ojos tan solo podían ver los párpados del mago. Way se movió ligeramente y aún cuando todo era confuso su beso fue devuelto. Sus labios se presionaron con más insistencia, haciendo que Iero se impulsara para atrás y le sujetara con sus inexpertas manos.

Se separaron luego de un largo rato, sus ojos se observaron, lo suficientemente cerca como para rozar narices, ellos unieron el avellana de uno con el verde del otro en una sola química. Una sola magia, un solo color, el color de la perfección.

Su corazón latía, latía, latía y nunca lo había hecho así de fuerte...






[...]

Macarena cerró la puerta despacio evitando hacer ruido, al instante se echó a llorar.
Otra vez los había estado espiando por una rendija reducida. Quería saber que se traía ese “Frankie” entre manos y lo descubrió.
Le quería quitar su tesoro, su más preciado tesoro.

- Me tengo que ir... – un murmuro salió por entre las grietas del camerino del mago, su voz se había tornado suave, tímida y casi asustada.

Mac caminó hacia el fondo del pasillo. No quería que su ladrón la viera así. Tenía que vencerlo, pero sin demostrar sus debilidades. Pero, no pudo llegar muy lejos.
Frank salió caminando como pato atontado y cerró la puerta tras sí. Parecía no darse cuenta de en qué mundo estaba y menos qué acababa de suceder.

Un sollozo declaró la presencia de la chica, Iero volteó hacia ella.
Se miraron por interminables minutos, como culpándose el uno al otro de lo sucedido.
Un silencio incómodo se dio en el lugar, ni siquiera el mago, que estaba fuera de la mirada culpable de ambos, emitía alguna señal de vida.
Cayó de rodillas al piso, no podía soportar más ver los ojos de Frank, lloró.
Él la observó, y como guiado por una cuerda transparente, ignorándola de una manera cruel se alejó de ella, cruzó el pasillo y salió del teatro pasando por los bancos perfectamente ordenados en hilera.
Marcó el número de Mikey en su teléfono móvil y algo eufórico le preguntó si podía ir a su casa.


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