viernes, 20 de abril de 2012

Sacrifices for love; Capítulo: #9

Capítulo: #9

Londres, 1560


Una vez Ryan se hubo calmado Bob ya no pudo soportar el remordimiento ni el dolor de ver a su hermano así por lo que dejó la sala.
Mikey permaneció dentro, queriendo salir detrás del rubio pero detenido por la mirada apagada del menor que parecía querer decirle algo. Pero Ryan, solamente lo miraba a los ojos, fijamente, investigándolo.

-Estas enamorado- Susurró abrazándose las rodillas y sonriendo de lado-

-¿Qué dices? –Preguntó con curiosidad-

-Aunque me lo neguéis yo sé que estas enamorado... Y creo saber exactamente de quien os habéis enamorado...

-No, yo no estoy...

-No me refutéis esto. Tú no sabes de amor, bueno ¿Quién llega a comprenderlo en realidad? Pero lo que si veo es que nunca te has enamorado y ahora lo estas.

-¿Cómo lo sabes?

-Los ojos dicen mucho, Michael. Más de lo que crees.

El castaño lo observó intentando creer que aquellas palabras no eran ciertas y que el no estaba enamorado. Además ¿de quien podría estarlo? No había ninguna chica que le hubiese llamado la atención, es mas, ni siquiera había muchas mujeres en ese castillo.

-Vete. Mi hermano no querrá esperar mucho.

Salió del extraño hueco dentro de la pared y vio a Bob que se mantenía recostado a una de las paredes del pasillo, con los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada perdida en el vacío.
Mikey lo observó y bajó la mirada al instante, las palabras que quería decir parecían ahogadas por algo que no podía controlar ni descubrir mientras que las ansias de abrazarlo para disminuirle su dolor crecía minuto a minuto. Claro que decidió imaginar que las palabras de Ryan le habían afectado y que lo que perturbaba su mente y corazón no era otra cosa que confusión.
Los ojos azules del rubio se posaron en el y por un momento Michael pudo jurar que los vio llenarse de lagrimas.

-Vamos –Ordenó dándole la espalda. Mikey no supo que hacer más que colocar su mano en el hombro de Bob-

Le hizo voltear apretando levemente y se miraron unos instantes.

-¿Cómo lo dejas allí?

No quería indagar mas en la herida pero sentía la necesidad de entenderlo comprenderlo por completo.

-¿A Ryan?

-Sí.

Bob suspiró y observó el piso.

-Si le pido a Frank que lo libere...

-Tú mismo dijiste que era un buen hombre.

-Y lo es, lo es... –exclamó colocando una mano en la mejilla del chico-

Tragó saliva e ignoró el sentimiento cosquilleante en su estomago ante la mano suave y cálida que acariciaba su mejilla como a una flor, con suma delicadeza y... ¿cariño?

- Mikey, no sabes del amor.

Michael se sintió algo ofendido ante ese comentario y sus labios se fruncieron provocándole una sonrisa a Bob.


-Si yo saco a Ryan lo primero que hará será buscar la forma de “ir” con Brendon... –Susurró moviendo un poco mas su pulgar sobre la mejilla de Mikey-

-Oh, dios santo. Aún así... ¿Lo dejaras allí?

-No hay anda que pueda hacer para mantenerlo seguro. Esa es la única opción.

Se miraron fijamente a los ojos intentando descifrar que pensaba cada uno pero fue un intento fallido, pues en realidad, sus pensamientos estaban tan o mas confundidos que sus sentimientos. Al menos los de Mikey lo estaban.

-Volvamos a nuestros quehaceres...

-Claro.

*-*-*-*-*-*-*-*

Dentro de la cueva oscura, Ryan abrazaba sus rodillas e intentaba calmar su llanto pero era imposible.

Recordaba los besos de Bren sobre su piel, sus caricias robadas por las noches pero por sobretodo lo recordaba a él. Con esa sonrisa hermosa que parecía imborrable en su rostro, con ese cabello oscuro como la noche y suave como la pluma.

Bien supo Ryan que desde la noche que se entregaron el uno al otro, si Brendon dejaba ese mundo su propio corazón dejaría de latir. Sin embargo, en ese momento, su corazón aun latía.

*-*-*-*-*-*-*-*-*

Pasó sus dedos por la armadura que reposaba sobre su cama. Se sentía fría, dura, áspera e impenetrable. Lástima que él no fuese así. Pues su hermano había podido derrumbar todas las barreras impuestas y se había anidado muy dentro de su alma. Carcomiéndole a cada instante, a cada segundo...

Gerard cerró los ojos unos segundos y suspiró, le dolía dejarlo solo en ese gran palacio y con malos recuerdos pero no le quedaba otra alternativa. Si se quedaba solo haría sufrir a Frank y sabía muy bien el tipo de castigos que se otorgaban a aquellos pecadores.

Lo suyo (si es que había quedado algo) nunca podría ser. ¡Eran hermanos y hombres! Por mas que desearan y soñaran nada cambiaria. Y si para proteger a su hermano debía dejar su hogar y dar su vida por ello lo haría. No había nada más importante en ese mundo que saber que su Frank seguía con vida, intentando crear una falsa sonrisa en su rostro.

Dentro, muy dentro Gerard sabía que al ir a la guerra solo estaba asegurando su muerte. Cada paso que diese hacia el campo de batalla seria un paso más hacia el vacío y la infinita paz. La idea de sentirse en armonía no le desagradaba, pero dejar a Frank le dolía en el alma, saberse lejos de el por toda la eternidad no seria para nada pacífico.

Sin darle mas vueltas al asunto tomó su espada y la desenfundó. Se vio reflejado en el brillante metal y uno de sus dedos se atrevió a acariciar la hoja cortante. Sangre. Algo de sangre escapó de su dedo índice apenas rozó el filo, la espada era buena.

Escuchó unos golpes a la puerta y murmuró un “adelante” de forma desganada. Volteó cuando la puerta se cerró para encontrarse con una sorpresa inesperada.

-Coronel –Exclamó con una mezcla de seriedad y burla- ¿Alguna noticia?

-¿Además de la muerte de mi padre? –Exclamó dando unos pasos dentro de la habitación-

-Perdona.

-No lo sientas. Era un tirano, quería que muriera. Y sí, tengo noticias. Partiremos mañana al atardecer.

-¿Partiremos? ¿Estás pensando ir?

El coronel sonrió de lado y suspiró un par de veces antes de responder.

-No lo estoy pensando, lo haré.

-No. No irás y punto.

-Iré.

Gee gruñó molesto y arqueó una ceja. Lo conocía desde que eran niños y no le dejaría ir a la guerra, no después de todo lo que había pasado.

-¿No te das cuenta que esa guerra no es mas que la muerte esperando? Esperándome a mí no a ti.

-Eres egoísta, Gerard. No estás recordando que el único suicida aquí soy yo.

Gerard apretó las mandíbulas y se sentó sobre su cama. Recordaba con exactitud como lo había encontrado semanas antes... Con una navaja en el cuello comenzando a cortarse. Nunca sintió una opresión en el pecho tan grande como en ese momento, nunca había visto a un amigo tan cerca de la muerte y no pretendía dejar que fuese a esa guerra dónde sólo encontraría eso: muerte.

-Vete –Ordenó dando por terminada la discusión y en menos del tiempo pensado el chico estuvo fuera de allí-

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

La noche llegó como una manta de inmensa oscuridad, amenazante, retadora. Y las palabras de Ryan recorrían su mente como flechas desorientadas, con un simple objetivo: su cordura. Ya estaba pensando si era Bob la persona que “amaba”. Pero ese chico no podía ser, ni siquiera la podía gustar. Eran amigos y así quedaría todo. Al pensar la sola palabra “amigos” le hirió profundamente, tanto que tuvo que llevarse una mano a la cara para comprobar que lo que bajaba de su rostro eran lágrimas.

Por decimoctava vez se removió entre las sabanas y al voltear pudo observar oscuridad que separaba a una cama de la otra. Allí, durmiendo tranquilamente debía estar Bob, no lo veía pero sabía muy en su interior que allí estaba.

¿Cómo podía dormir tranquilo teniendo a su hermano en esa jaula y en esas horribles condiciones? La verdad que no lo entendía.

Cuando regresó a su posición original –boca arriba sobre la cama- y cuando estaba apunto de dormirse escuchó unos pasos. Parecían apresurados. Se acercaban. Cada golpe en el suelo hacia saltar el corazón de Mikey y éste echaba una mirada furtiva a la puerta delante suyo. Los pasos cesaron, y el silencio reinó en la habitación y en el palacio.

Pero la paz en la que Mikey se encontraba no le duró mucho, pues tuvo que dirigir su mirada curiosa hacia la rendija de la puerta y observar como desde allí un pequeño alo de luz se veía proveniente de afuera.

Cerró fuertemente los ojos y sólo los abrió al sentir la puerta golpear contra la pared.

Una diminuta luz le encandiló por unos segundos pero la lámpara de aceite acabó en el suelo, y su portador se arrojó sobre Bob. Echándole las manos al cuello y apretando. En las penumbras aquel ser que había entrado hecho una furia parecía un demonio. Uno salido de ultratumba deseoso de venganza.

Deseoso de acabar con la vida de Robert.

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