sábado, 5 de mayo de 2012

Disarm; Capítulo: #1

Capítulo: #1

"1979”

Rezongué frustrado. No había posición alguna en la cama, que haga desaparecer ese calor infernal.

Gire, lentamente en la cama. Divise el ventilador, las paletas se movían tan lentamente, que ponían mis nervios de punta.

- ¡Demonios! - Grite sentándome bruscamente.

- ¿Qué ocurre? - Dijo mi madre entrando a la habitación.

- ¿Cuánto tiempo más piensan tardar en arreglar el maldito aire acondicionado? ¡Me he bañado cuatro veces y recién son las tres de la tarde! - Me queje.

Ella rió.

- Cálmate quieres, ¿Frank? Se lo han llevado hoy a la mañana, ¿y ya escuchó quejas? Que poca paciencia tienes, hijo.- Se fue.

- Paciencia, si. Blah, blah, blah.- Me puse de pie enojado.

Alguien tocó la puerta.

- ¿Quién es? - Grite.

- ¡Es Bert! - Grito mi madre.

Sonreí.

Baje corriendo las escaleras.

- ¡Hey! - Dije saludándolo.

- ¿Qué haces? - Preguntó cayendo sobre nuestro sofá.

Robert Edward McCracken, un buen neurótico. Hace tres años que nos conocíamos. Para mi mente, era mayor la cantidad, somos tan parecidos, que a veces me asusto, sin poder decidirme si es bueno o malo para mi salud.

Creo que tampoco quiero averiguarlo, es buen amigo, por ahora lo único que cuenta es eso.

Nunca me ha dejado sólo, siempre estuvo allí conmigo, en los buenos y malos momentos. Sin importar esos arranques de ira que suelo tener, es el único que pudo apaciguarme cuando el pasado decide revolver mi presente.

¿Mi pasado? Algo oscuro y depresivo, si. Quizás todos tenemos eso en común, con diferentes situaciones y contextos. Pero no creo que haya alguien que diga “Mi pasado es perfecto”, porque todos notamos que están mintiendo.

Tuve una hermosa infancia, pero a medida que fui creciendo las cosas empeoraron entre mis padres. El, la golpeaba sin humanidad alguna.

No puedo culpar al alcohol, o drogas. Era la persona más sana que he conocido en mis veinticuatro años de vida. Sólo era así como persona, una basura.

Entonces, llego el día en donde me canse de las peleas, de los golpes. Hubo varias situaciones donde también llego a ponerme un puño encima, allí fue cuando lo supe.

Tenía que matarlo, no había opción.

¿Terapia familiar? ¿Pero de qué demonios me hablan? Esas personas no tienen solución. Mis abuelos le pegaban cuando era pequeño, era genético. Creció en ese medio, y sólo lo transfería a su familia.

Una noche, se escucharon gritos, platos que caían al suelo.

Recuerdo todo con lujo de detalles, lo ocurrido hace cinco años tras.

Suspire mirando el techo.

- Es ahora Frankie, ahora o nunca podrás hacerlo.- Me dije a mi mismo.

Me puse de pie lentamente.

Abrí mi armario tome unos guantes de cuero. Luego, el arma que me había comprado el mismo, hace un año. Y pensar que la usaría para quitarle la vida.

Me asegure que este cargada.

Comencé a bajar escalón por escalón, mientras los gritos se escuchaban con más proximidad.

Llegue a la cocina.

- Déjala tranquila.- Murmuré.

Ella, me miró a los ojos. Pero el, no me escuchó.

- ¿¡Acaso eres sordo!? - Grite.

Volteó, pude ver como sus manos sangraban. Quizás, se había cortado con un plato. No lo se, no me interesa.

- ¿Estas bien? - Mire a mi madre.

- Si...Si... - Sollozo.

Si, estaba bien. Pero su ojo derecho era una pelota morada. Trate de no mirarla mucho, sino me distraería.

- Awww... - Se burlo mi padre - ¿A qué vienes Frankie? ¿Quieres unirte a tu madre? - Sonrió.

- No lo se, tu que piensas.- Saque el arma detrás de mi espalda.

- ¡Frankie! ¡No! - Grito ella.

-Cállate, y ven aquí.- La mire.

- Pero...- Dijo ella.

- Haz lo que te digo.- La interrumpí mientras lo apuntaba.

Rápidamente, llego hasta mí. Resguardándose detrás de mi espalda.

- ¿Estas bien? - Gire un poco la cabeza sin sacarle la vista a mi padre.

- Si, pero baja eso hijo. ¿Qué piensas hacer? - Respondió.

- Dímelo. Necesito que me lo digas.- Le dije - ¿Quieres que siga así? Porque puedo terminar con todo esto en cuestión de segundos, con una sola maldita bala.- Dije mirándolo a el.

- No lo se...- Lloro - Es tu padre Frankie, te convertirías en un asesino.

- Dime lo que quiero escuchar.- Respondí.

El no dejaba de sonreír. No se movía, sus ojos observaban minutos mi rostro, otros el arma.

Silencio.

- Necesito que lo digas.- Volví a decir.

Silencio.

- ¿Tienes las agallas suficientes para matarme, Frankie?¿ A tu propio padre? ¿Al que te dio el ser? Si lo haces, tendrás que cargar con la culpa por el resto de tu vida.

- Si, puede ser.-Dije - Pero por lo menos, no podrás seguir molestándonos.

Rió.

- Pagaras por esta.-Dijo acercándose rápidamente a nosotros.

- ¡Hazlo, Frankie! ¡Porque tiene un arma en su tobillo! - Grito ella apoyando su frente en mi espalda.

Espere unos segundos, a que este a centímetros de mi cara y mi dedo jalo el gatillo sin temblar.

Adiós padre.

De algo sirvieron los cuatro meses que practique en el tiro.

Un agujero perfecto se hallaba en su frente.

Increíble, lo que puede hacer un pedazo de metal, ¿cierto?

Silencio.

Su cuerpo cayó de espaldas, mientras nuestro hermoso suelo de la cocina, se manchaba con su enfermiza sangre.

Fui el primero en moverme.

La mire, lloraba.

- Todo ha terminado.

- Dios Frankie...- Me abrazo - ¿En qué nos hemos convertido? - Susurró en mi oído.

- En personas libres.- La solté.

- ¿Y ahora? ¿Qué diremos? ¿Que se golpeo la cabeza? ¿Y por qué...? - Tartamudeo por los nervios - ¿Por qué estas usando guantes?

Sonreí y tome sus hombros.

- Porque se ha suicidado. A cierta cantidad de centímetros, ellos pueden descifrar si fue suicidio u homicidio.

- ¿De qué hablas? - Preguntó mirando el cuerpo - ¿Ellos? ¿Quienes?

- Por Dios, madre... - La solté.

Me acerque al cuerpo, me agache acercando mi dedo mayor e índice a su yugular.

Si, evidentemente estaba muerto.

- La policía.- Me puse de pie - ¿De quiénes piensas que puedo hablar?

Me miró uno minutos extensos.

- ¿Lo tenias todo planeado?

- Por supuesto. Me tenía harto. No podía dejar que te siga maltratando, y cuando lo hizo conmigo. Fue la única evidencia que necesitaba para hacerlo.

Coloque el arma, en su mano derecha, y luego me quite los guantes, para quemarlos en el hogar. Si, hasta eso había planeado. Esperar al hermoso frío, para quemar evidencia alguna, y luego esparcir las cenizas en el lago.

Así ocurrió todo. ¿Sorprendidos? Seguramente lo están.

Algunas personas sospechaban, sólo los que sabían de “nuestro problema familiar”, pero nunca se encontró prueba alguna para incriminarme.

¿Y dicen que el crimen perfecto no existe? Yo creo, que lo logré.

Eso, pertenece a lo oscuro. En cuanto a lo depresivo, los tengo que llevar a la culpa que a veces sentía mi persona. Solamente a veces, pero lo suficiente para tener arranques de ira y momentos bochornosos de primera clase.

Bert, mi gran amigo Bert. Sabía todo. Una noche en la cual durmió en mi casa, decidí abrirme a el. No podía seguir mintiéndole. Además, de vez en cuando su curiosidad le ganaba, me interrogaba al respecto, sin creer palabra alguna a mis respuestas. Tuve que contarle.

Y, sólo rió. Diciendo “Que bien, tengo un amigo asesino. ¿Puedes ser mi guardaespaldas?”

Recuerdo que reímos horas.

Así, una hermosa e interminable amistad se formó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario