sábado, 5 de mayo de 2012

Disarm; Capítulo: #5

Capítulo: #5


“Windows Paine”


Disco: Gish | Año: 1991


No tuve mas opción que permanecer recostado en mi cama, esperando a mi ángel guardián, salvador y reparador de almas en pena. El tiempo pasaba, podía escuchar claramente el tic-tac del reloj en mi mesa de luz. El sonido de los platos provocado por mi madre, me estaba poniendo los pelos de punta.

La voz del ángel, resplandeció mi habitación.

- ¿Frankie? - Escuché.

- Pasa, esta abierto.- Dije.

Entró lentamente.

Tenía puestos sus típicos jeans cortos, zapatillas negras haciendo juego con su remera sin mangas. Su rostro me informaba que yo lo había despertado.

- ¿Qué ocurre? - Se sentó a mi lado - ¿Estas bien?

Giré en la cama.

- No lo sé. No he empezado bien el día.

- Dime.- Apoyo su mano en mi hombro.

Es cuestión de segundos, le había contado cada suceso, conversación, y golpe recibido en menos de dos horas, pero tuve que callarme porque las lágrimas invadieron mi rostro, por tercera vez.

- Frankie... - Dijo entre suspiros.

- Yo...- Sollocé - Lo siento Berty, pero no tenía a nadie más con quien hablarlo.

- Hazte a un lado.- Me dijo.

Hice un espacio en la cama y se recostó a mi lado.

- Lamento que hayas tenido una mañana desastrosa. – Me llevo hasta su pecho - Quizás fue una mala idea que conozcas a Quinn.

- No tienes la culpa Bert, no sabias que ellos se conocían. Tarde o temprano me encontraría una vez más con él.

No respondió. Jugó un rato con mi cabello, mientras yo acariciaba las letras grabadas con las que contaba su remera.

Bostezó.

- Te desperté, ¿cierto? - Levante un poco la cabeza.

- Nah...-Sonrió levemente.

- No mientas.- Dije.

- Bueno, si.- Respondió - Pero no me molesta para nada, si tienes un problema y me tienes que llamar a las cuatro de la mañana, vendré igual. Sin importar la hora, el momento o en el lugar en que este, vendré corriendo lo más rápido que pueda.- Hablo tan rápido para mis oídos, luego hizo una pausa - Espero que esto no tenga nada que ver con tu padre.

Silencio. No le había comentado aquel pequeño viaje que tuvo mi mente en el patio, recordándolo.

- Ehm...- Atiné a decir - No puedo evitarlo Bert. Las sombras gritan alrededor de mi corazón.- Respondí.

- Eres demasiado valioso para dejarte caer Frankie.- Respondió.

Sonreí y me acomodé en su pecho.

Un celular sonó, el suyo. Atendió.

- Ok esta bien.- Colgó - Lo siento Frankie - Besó mi cabeza - Pero debo irme, no quiero hacerlo. Pero tengo que hablar con el hombre de mi próximo y nuevo hogar.

Sonreí.

- Esta bien.- Me senté en la cama.

Nos miramos.

- Sabes que te quiero, ¿no? - Sonreía.

- ¡Jajaja! - Reí levemente – Sí, lo sé. Yo también.

- ¿Quieres que llame a Jeph?

- ¿Para qué?

- Para que te haga compañía

- Ah Bert...- Suspiré - Tampoco estoy al borde del suicidio. Sólo fue un momento.

- No.- Se puso de pie - Lo llamaré cuando salga de aquí. Has comenzado mal el día, créeme que te costará llegar a la cena.

Sonreí.

- Bien, ya que no puedo convencerte. Llámalo.- Me puse de pie.

Tomé su hombro y bajamos juntos las escaleras.

Abrí la puerta.

- Bueno...- Volteó - Nos veremos, ¿sí? Llámame si llega a ocurrir algo, me mandas un mensaje de texto. No sé, lo que sea. Ahora llamaré a Jeph.

- Ok. -Lo abracé - Eres mi mejor amigo Berty.

Apretó con fuerza mi espalda.

- Tu también.

Giré apenas la cabeza, y pude verlo una vez más. Se hallaba junto a Quinn, arreglando el gastado y viejo pasto.

Volví a girar rápidamente la cabeza, y hundí mi rostro en el cuello de Bert.

- ¿Qué ocurre? - Preguntó.

- Quinn y Gerard están afuera. Me esta mirando.

- Ignóralo.- Susurró a mi oído.

Lo solté, clavando mi mirada en Bert.

- En media hora o quizás menos Jeph estará aquí.

- Ok.- Dije.

Nos despedimos una vez más y desapareció.

Vi como los saludo. Gerard hablaba con él, Bert volteó a mirarme.

Suspiré y entre a mi casa.

Caminé hasta el gran ventanal. Deslicé lentamente la cortina. Pude ver como aún Bert estaba hablando con Quinn y Gerard.

Rezongué.

Detestaba verlo aquí otra vez. ¿Vecinos otra vez? ¿Acaso qué hice para merecer este castigo?

Si lo sé, quizás podría ser el escarmiento por haber matado a mi padre. No sé si podría soportar esto.

La cortina volvió a su lugar, al igual que yo a mi habitación.

Me lancé a la cama, ubiqué las manos detrás de la cabeza y miré el techo. Me dolía un poco la cabeza.

Me encarcelé en mis pensamientos, cuando un crujir de madera hizo que volviera a la realidad.

Giré la cabeza, él sonrió.

- Buen día.- Entró a mi habitación.

- Hola, Jeph.- Me acomodé un poco en la cama.

- ¿Cómo estas? - Se sentó a mi lado.

- Bien. Te ha llamado Bert, ¿cierto?

- Así es. Me contó lo sucedido. Lo siento.- Dijo.

- Si...- Volví a mirar el techo - Presiento que será una larga jornada.- Dije entre suspiros.

- Es una lastima tu problema con Gerard, porque Quinn es bastante simpático.

- Si.- Respondí mirándolo - Lo es. No tengo nada para decir en su contra. Pero se complicará teniendo a Gerard como amigo.

Silencio.

- ¿Desayunaste? - Le pregunté.

- No.- Sonrió.

- Vamos.- Me puse de pie - Tomemos un café. ¿Mi madre te dijo algo cuando llegaste?

- No. Sólo que iría a comprar unas cosas.

- ¿Estamos solos? - Dije.

- Así parece.

- Mejor.- Salí de la habitación.

Una sensación rara invadió mi cuerpo mientras bajábamos las escaleras. No era un dolor de cabeza o estómago, nauseas, no. No se como explicarlo, sólo me sentía...raro. Fuera de lo normal.

Tosí unas tres veces.

- ¿Estas bien? - Sentí la mano de Jeph en mi espalda.

- Si...- Tosí por última vez al terminar de bajar los escalones - Eso creo.
- Quizás estas fumando demasiado.- Dijo.

- Puede ser.- Entré a la cocina.

Estuve un rato esperando al bendito café. No sé cuantas veces tosí en ese lapso, pero fueron varias.

- Demonios Frankie.- Dijo él - ¿No quieres tomar algo? ¿Un té? ¿Te compro algo en la farmacia?

- Estoy bien.- Dije tratando de servir el café.

Silencio.

Observé mi mano derecha, sostenía la cafetera algo inclinada hacia la taza. Noté un leve temblor en ella, estaba temblando, mi cuerpo lo hacia. No me preocupé, quizás estaba nervioso por la discusión con mi madre. Nada de otro mundo.

- ¿Ocurre algo? - Preguntó.

Volteé.

- No...- Sonreí - Todo esta bien. ¿Te molestaría servirlo? - Miré la cafetera - Me duele un poco la mano, creo que me golpee ayer en la practica.- Mentí.

- No hay problema.- Sonrió poniéndose de pie.

Observé su espalda, mientras masajeaba mi mano. La extendí en el aire, el temblor había desaparecido, pero aún me sentía anormal, esa sensación seguía allí, en alguna parte de mi cuerpo. Deje esos pensamientos de lado y sonreí cuando Jeph volteó.

-Bueno.- Dejó la taza a mi lado.

- ¿Quieres comer algo?

- No. Esta bien. Sólo un café.- Contestó - Deberías ir al médico por esa tos Frankie.- Agregó.

- Si...- Respondí mirando hacia un lado - Debería. Hay muchas cosas que debería hacer.

- ¿Cómo qué? - Preguntó.

Sonreí.

- No me lleves el apunte. Porque empezaré a decir estupideces alienígenas, como dice Bert.- Traté de reír.

Él rió, pero no pude acompañarlo gracias a la tos. Unas leves palmadas en mi espalda por mi amigo, y logré calmarme. No sé que demonios ocurría conmigo, nunca había tenido estos catarros. Si, puedo culpar al cigarrillo, pero ¿por qué tardo tanto mi cuerpo en quejarse?

- ¿Estas mejor? - Me preguntó.

- Si gracias.- Sequé las lágrimas de mis ojos debido al esfuerzo que hizo mi pecho.

- Insisto, debes ir al médico.

- Ya basta, Jeph.- Tomé el último sorbo de café.

Silencio.

La puerta se escuchó, y mi madre entro. Se acercó a la cocina. Miró a Jeph como si sus ojos fuesen estiletes, listos para desfigurar su rostro.

- Nos veremos, Frankie.- Se percató Jeph.

Se puso de pie, se acercó a mí. Levanté un poco la cabeza para recibir su beso.

- Cualquier cosa, nos llamas.- Susurró al oído.

- Ok.- Respondí.

- Cuídate.- Besó mi cabeza - Nos vemos, Linda.- Se fue de casa.

- ¿No podrías ser un poco más disimulada con Jeph?

- No tenía intenciones de serlo.- Dejó unas bolsas sobre la mesada.

Suspiré.

- Si necesitas algo, estaré en mi habitación. Sólo grita...- Hice una pausa - Como lo haces siempre.

Caminé rápidamente a las escaleras, y las subí prácticamente corriendo.

Entré a mi habitación, miré el reloj que se encontraba sobre mi pequeña mesa. Casi las doce del mediodía.

- Demonios...- Murmuré frustrado.

No creo poder llegar a la cena, Bert lo predijo y así será.

Noté que el día comenzaba a nublarse, mi morada estaba algo oscura. Tampoco es que soy o me considero un vampiro, pero no soporto dejar que entre el sol a mi habitación. Me acerqué, deslizando la cortina lentamente y abrí la ventana.

Sonreí al sentir esa brisa en mi rostro. Observé mi patio desde ella, podía ver el de Gerard también. Estaba algo sucio, hace años que nadie ocupaba su casa. A decir verdad, nadie lo hizo luego desde su mudanza. No sé por qué, sólo ocurrió.

Tomé mis cigarrillos, encendí uno y me acomodé en la base de ella para despejarme.

- ¡Te digo que no lo haré! - Se escuchó en un grito.

Mis ojos se clavaron en el patio de Gerard.

- ¿¡Qué!? - Escuché otra vez- ¡No! - Agregó Gerard saliendo al patio.

Quinn lo siguió. Gerard seguía hablando por el celular, gritando y maldiciendo. Agitaba sus manos en el aire, tratando de hacer desaparecer su ira, o buscando los desprecios perfectos para aquella persona que se encontraba del otro lado. Estaba furioso, Quinn lo observaba, seguía sus pasos.

Traté de escurrirme hacia un costado para que no me vieran, pero aún podía verlos a ellos.

- ¿Sabes qué? – Gritó - ¡Muérete! - Estrelló el celular contra su pared.

Silencio.

Ambos se miraron. Gerard bajo la cabeza y Quinn lo abrazo. Alabada sea mi audición, porque podía escuchar sus casi susurros.

- Cálmate.- Le dijo Quinn.

- ¡No puede tratarme así! - Gritó Gerard.

- Lo sé... Shh...- Respondió Quinn - Cálmate.

No sé cuanto tiempo estuvieron así, pero se soltaron. Gerard le agradeció a su confidente. Este desapareció. Gerard se acercó a la pared contraria, y recogió los pedazos de su atormentado teléfono. Los miró unos segundos, trató de armarlo, pero su paciencia le ganó. Extendió su mano en el aire, y los lanzó a mi patio.

Mis labios se abrieron para insultarlo desde lo alto de mi casa, pero por alguna razón preferí seguir observando sus acciones.

Sus pies lo arrastraron a la pared que compartimos, y sólo se dejó caer allí. Apoyó los codos en sus rodillas y lentamente comenzó a llorar. Podía escuchar su llanto desde allí arriba.
Ya comenzaba a ponerme nervioso al ver toda esta situación. Succioné mi piercing del labio para contener mi ansiedad y nerviosismo.

Quinn volvió a escena, con un vaso de agua. Se arrodilló a su frente y tocó su hombro. La cabeza de Gerard, apenas se levito y tomó el vaso.

- No le hagas caso, Gee. Ya estamos aquí, fin del problema.- Dijo él.

- Pero sigue molestándome, no entiendo que le he hecho para que me trate así. ¿Sólo por querer volver a mi hogar me he convertido en su enemigo?

- No eres su enemigo. Eres su hijo.- Escuché.

Suspiré. Ya sabía la causa de los gritos y destrucción de comunicación metálica.

- ¡Pero no entiendo! - Volvió a gritar Gerard - Se supone que es su hogar también. Hasta he llegado a extrañar al imbécil de Frank. ¿Entiendes? Amo tanto a New Jersey que he llegado a anhelar discutir con ese freak.

Pude ver como Quinn sonrió ante esas palabras.

- ¡Maldición! - Grité como reflejo al sentir un ardor en mis dedos.

Bajé la vista, olvidé que tenía un cigarrillo en mis dedos, y quemó un poco el dedo índice izquierdo.

Rápidamente lo pisé. Elevé la vista, ambos habían desaparecido del patio. Tenía una quemadura gracias a mi curiosidad y concentración.

Cerré la ventana y me dirigí al baño. Observé mi dedo, tenía una pequeña ampolla. Del botiquín saque una bandita y la coloqué en ella. No era nada grave, sólo una simple quemadura.

Toqué la herida, fijando la vista en el suelo, en la nada, en el vacío. Deje que mis pensamientos salieran a flote, pensé en todo lo ocurrido, las discusiones, la vuelta de Gerard. Mi mente se aceleraba junto con mi corazón.

Tosí, la tos se incrementaba.

- ¿Frankie? - Escuché.

No respondí. Vi a mi madre junto a la puerta, mientras trataba de apaciguar ese pequeño ataque.

- ¿Estas bien? - Preguntó.

- Si...- Pude apenas responder.

- ¿Te encuentras bien? - Se acercó - Estas algo pálido.- Tocó mi frente.

- Estoy bien.- Alejé su mano.

- ¿Qué te ocurrió? - Miró la venda.

- Sólo me quemé con el cigarrillo.- Pasé junto a ella.

- ¿Seguro que estas bien? - Me siguió - ¿Desde cuándo toses así?

- Desde hoy.- Volteé a mirarla.

Me observó.

- ¿Qué? - Dije algo fastidiado.

- Estas pálido.

- Que novedad.- Volteé.

- Bueno...- Hizo una pausa - Más de lo normal.

- No me interesa. ¿A qué has venido?

- Escuché tu tos desde abajo, subí a verte.

- Ya ves que sigo respirando. Puedes retirarte.- Dije sentándome en la cama.

- Mira hijo...- Se sentó a mi lado - Lamento la discusión de hoy en la mañana, pero sabes que te has pasado de la raya con lo que dijiste.

No respondí.

- ¿Me perdonas? - Preguntó.

- Sí...- Confesé – Ya, ya... Desaparece. Aún sigo enojado.

Sabía que había sonreído. Nunca podíamos estar peleados más de algunas horas. Pero era verdad, seguía con bronca, nervios.

Podía sentir mi corazón latiendo a mil por hora debido a la tos.

Toqué mi pecho.

- ¿Seguro que estas bien?

- Si mamá.- Dije levantando un poco la voz.

- Bien. En una hora almorzaremos.- Se fue.

Mi celular sonó.

- Berty...- Dije.

- ¡Hey, Frankie! – Escuché - ¡Me mudo el lunes!

- ¿Ah, si? - Dije tratando de animarme un poco.

- ¡Si! – Gritó - ¿Estas bien? - Cambió el tono de su voz.

- Si, ¿por qué?

- No lo se...- Hizo una pausa - No pareces muy contento.

- Lo estoy.- Contesté -Aguarda un segundo.- Le dije sabiendo que volvería a toser.

Tosí, tosí y seguí tosiendo.

- Lo siento...- Volví al teléfono.

- Por eso te preguntaba, Jeph me dijo de tu tos.

- ¿Estas acosándome, o qué? - Bromeé.

- No seas imbécil. Nos preocupamos por ti.

- Era una broma Bert.

- ¿Has ido al médico?

- No, no iré. Sólo es una tos.

- Puede ser algo más.

- ¿Como qué?

- No lo se. No pierdes nada con averiguarlo. Te acompaño mañana a la mañana, ¿quieres?

- No iré a ningún lado mañana Robert.- Dije ya algo fastidiado.

- Ok, Ok... Esta bien.- Dijo.

- ¡El almuerzo Frank! - Gritó mi madre.

Me puse de pie.

- Bert, debo ir a comer. Más tarde hablamos.

- Esta bien. Cuídate.

Colgué.

Mientras guardaba el celular en el bolsillo, observé por la ventana el patio de Gerard.

Una vez más, estaba allí sentado, contra la pared que compartíamos.

Sólo estaba allí, no lloraba, no hablaba, no se movía. Sólo miraba a su frente, con las manos al costado de su cuerpo.

Estuve allí unos minutos, mirándolo, extrañamente teniendo el deseo de saber que ocurría con el.

- ¡Frank! ¡Comerás la comida fría! - Gritó mi madre.

Él, se puso de pie, volteando directamente hacia mi dirección, como si supiese que yo estaba allí.

No me moví, no tuve intenciones de hacerlo. Sólo nos miramos, unos minutos que parecieron horas para mí.

Finalmente, volteó una vez más y entró a su casa.

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