sábado, 5 de mayo de 2012

Disarm; Capítulo: #8

Capítulo: #8


Parte I


“Suffer”


Disco: Gish | Año:1991

Las horas pasaban, y mi madre no regresaba. Me sentía abandonado por mi antecesora, por Dios, por la vida, por el mundo.

Estuve mucho tiempo sentado en la ventana, tocando la guitarra, de vez en cuando fumaba algún que otro cigarrillo. He vuelto a toser, he llorado al recordar los términos usados por el médico.

Estuve al tanto de cómo Quinn ha barrido y limpiado todo el patio, dejándolo brillante. Nos saludamos con unos pequeños ademanes y sonrisas farsantes.

- Un día te caerás y terminaras en una silla de ruedas.- Escuche.

Volteé asustado.

- ¡Maldición, Bert! - Mis pies tocaron el suelo - Demonios...- Respiré - Me has asustado.

- Así aprenderás que no debes estar sentado en la ventana.- Sonrió acercándose.

- ¿Eres mi madre ahora?

- No, pero te cuido.- Me saludó con un beso.

- ¿Cómo has entrado? - Pregunté.

- Por la puerta, ¿por dónde lo iba a hacer? ¿Por la ventana? Ya estaba ocupada. Además, ¿ya te has olvidado que me diste una copia de la llave?

Ni siquiera reí, no estaba de humor para ejercitar los músculos de mi cara.

- ¡Ríete, Frankie! ¿Qué ocurre?

- ¡Ja, ja, ja! - Dije - Estas gracioso, hoy.- Volteé - Demasiado...- Agregué.

- Tengo que hablar contigo.- Escuché.

- Te oigo.- Dije, mientras guardaba la guitarra.

- Siéntate, ¿quieres? - Indicó.

Respiré hondo, volteé y me senté a su lado, en la cama.

- ¿Entonces? - Dije.

- Estoy esperando.- Dijo.

- ¿Esperando? - Pregunté confundido - ¿Qué esperas?

- A que me digas la verdad.

- Mira Bert...- Dije entre suspiros - No tuve ni tengo un buen día, no tengo ganas de lidiar con nadie. Así que, explícate.

- Estoy esperando a que me digas que ocurrió en el hospital.

- Ya lo sabes.- Fingí toser.

Se dejó caer en mi cama, para reír unos segundos.

Miré el suelo, queriendo matarlo allí mismo, ahogarlo con la almohada. Pero es mi mejor amigo, sabía que no me había creído hace unas horas atrás, pero no tengo intenciones de aclarar, o decir la verdad. No. Nunca.

- ¿Terminaste? - Dije.

- Si...- Suspiró apoyando ambas manos en su abdomen - Pero aún no me has dicho la verdad.- Miraba el techo de mi habitación.

- No tengo ninguna verdad para contarte.

- Mientes.

- No lo hago.

- Si lo haces. Puedes engañar a Quinn, a Gerard, a tu madre. Pero... - Hizo una pausa para apoyarse en sus codos - ¿A mi? Nunca. Te conozco Frankie.- Me miró a los ojos.

Esquivé su mirada, tratando de encontrar alguna frase en mi mente para defender la realidad, pero estaba bloqueada.

Silencio. Sabía que sus ojos estaban clavados en mí.

- ¿No dirás nada? - Preguntó.

- No. Ya he dicho todo.- Dije sin mirarlo.

- ¿Por qué quieres ocultarme? No puede ser tan grave.

- No me molestes Bert.- Me puse de pie dándole la espalda - No quiero hablar, no tengo nada más que decir al respecto. Si has venido a eso, puedes declararte como perdedor en tu pequeña batalla.

- No es una batalla. Es tu vida, es mi mejor amigo el que esta en juego.- Sentí su mano en mi espalda.

Me acerqué a la ventana, tratando de esquivar su tacto. Cerré los ojos y mordí mi aro una vez más, tratando de contener las lágrimas, luego los abrí. Pude ver a Gerard en su patio, mirando directo hacia mi ventana.

Volteé rápidamente, para encontrarme con Bert a sólo centímetros de mi anatomía.

- Vamos Frankie.- Quiso sonreír - Hace unos días estabas feliz, y de repente todo ha caído. Dime qué te ocurre.

- Yo...- Tartamudeé.

- ¿Si?

No pude terminar la frase, mis pies se movieron tan velozmente que me asustaron, y lo abracé con toda la fuerza que pude, para llorar en su hombro.

- Por Dios, Frankie, dime que ocurre.- Dijo a mi oído.

- No quiero. No me obligues, por favor, Berty...- Respondí - Sólo abrázame. Dime que me quieres.

- ¿Estas loco, Frank? Todos los días te lo recuerdo. Tú eres el que me pide que deje de expresarlo.

- Lo se...- Murmuré - Pero quiero escucharlo, ahora.

- Te quiero.- Sentí que sonrió - Eres mi mejor amigo y no se que haría sin ti.

Suspiré, y lo apreté con más fuerza que antes.

- Frankie...- Suspiró - Dime, no puede ser tan grave.

- Sólo...- Hundí mi cabeza en su hombro - Sólo quédate conmigo hasta que ella regrese. ¿Puedes?

- Por supuesto que me quedaré. Además los domingos son aburridos, prefiero estar contigo.-Respondió.

Sonreí, suspiré, y sólo me desvanecí en sus brazos. Mi espalda choco contra la ventana, y dejé que mi peso agonizara allí, mientras mis brazos se aferraban a mi mejor amigo.

Iba a llorar, lo intenté, lo reprimí, luego lo deseé una vez más, pero sólo una lágrima cayó. Una lágrima que significaba mi existencia, mi reciente y nocivo dolor. Era demasiado tarde para descubrir paz en mi mente, demasiado tarde para recuperarme.

Lentamente, fue soltándome, con miedo a quebrarme, a que me desvanezca en el aire. Sus ojos buscaron los míos, sabía que estaban enrojecidos por querer llorar.

- ¿Almorzaste? - Preguntó sonriendo.

- No.- Dije esquivando su mirada - Ella se fue con unas amigas, pensando que yo estaba contigo.

- Bien.- Tomó mi mano - Vamos, comeremos algo.

Nunca soltó mi mano, tampoco quería que lo haga. Me llevó por cada escalón, sosteniéndola con tanta fuerza, que por un momento me dolió. Tocaron la puerta, y nos miramos.

- ¿Esperabas a alguien? – Preguntó.

- No.- Dije.

Me soltó, mi mano quedo extendida en el aire, rogando para que volviera y no me dejara sólo allí, al pie de la escalera. Sus pies se movieron hasta el gran pedazo de tablón y la abrió.

Pude ver a Quinn y a Gerard, uno junto al otro. Quinn sonreía, Gerard miraba hacia un lado, mientras mordía la uña de su dedo índice.

- ¡Hola! - Dijo Quinn tan simpático como siempre.

- Hola.- Respondió Bert volteando a mirarme.

Respiré hondo, sabía lo que me pedía, no estaba de ánimos para tenerlos en mi casa. Puede que Quinn no me moleste, ¿pero, Gerard? Por Dios no, haz que se vaya.

Bert seguía mirándome, esperando una respuesta.

Al demonio con esto, no puede ser peor.

Asentí con mi cabeza, y él los invito a pasar.

- Trajimos mucha gaseosa y pizzas.- Dijo Quinn mostrándonos unas tres cajas.

- Déjalas aquí.- Dijo Bert indicándole la mesa.

Todos nos reunimos en ella. Tenía que saludar, no podía perder mis modales.

- ¿Cómo están? – Pregunté, mirando a ambos.

- Bien. – Sonrió Quinn.

Gerard no contestó, sólo emitió una leve sonrisa, mirando cada detalle de mi casa, perdido en esa mañana.

- Que sorpresa nos dieron.- Dijo Bert - Siéntense.

Me ubiqué junto a Bert, mientras este se ocupo de ir rápidamente a la cocina y traer vasos, servilletas junto con algún que otro cubierto.

- Esta todo igual.- Dijo Gerard.

Lo miré, sabía a que se refería.

- ¿Qué esperabas de mi casa? - Le respondí.

- No lo se.- Se encogió de hombros - Que cambies el color, los muebles. Pero todo esta igual.- Repitió.

Si, cada uno conocía la casa del otro, nuestras madres muchas veces por la desgracia del señor, se habían reunido a comer, y teníamos que vernos los rostros, simular apestosas sonrisas durante largas horas.

- Espero que te guste el peperoni.- Dijo Quinn - Según Gerard es tu favorita.- Agregó mientras habría la primera caja.

Miré a Gerard, Bert me pateó por debajo de la mesa.

- ¿Hay algo que nos quieras contar Frankie? - Dijo Bert.

- Es algo estúpido, pero siempre que pedíamos pizzas o alguna otra comida, tenían la mala costumbre de equivocarse de casa. Seguramente además de la de peperoni, también han traído una con extra queso, ¿no? - Dije.

Gerard rió tan espontáneamente.

- Parece que se conocen mucho entre ustedes.- Dijo Quinn mirando a Bert.

Bajé la vista y tomé una porción de la caja. Gerard se ocupó de cortar su preferida.

Al principio, nos acompaño un silencio tan estúpido, tan indescifrable que ya comenzaba a ponerme frenético.

No se que hacia comiendo con ellos. Es decir, ¿Por qué demonios esta Gerard sentado en una de mis sillas almorzando? ¿Por qué no llamaron antes de venir? ¿O preguntar? No estoy pasando un buen momento, no es hora de suponer una amistad con el enemigo. No.

- Pueden hablar si quieren.- Dijo Bert.

Odiaba cuando hacia ese tipo de comentarios, me hubiese encantado enterrarle la cabeza con las porciones de pizzas restantes, sólo por ese comentario, y luego me aprovecharía de la violencia sacando a patadas a Gerard de mi casa.

- Al final no me has dicho como ha salido el chequeo para tu nuevo trabajo.- Dijo Quinn mirando a Gerard.

Bingo. Lo que faltaba en este día paradisíaco, que alguien me hablara de medicina. ¿Por qué no hablan acerca del clima? Eso hacen los seres humanos cuando no tienen un asunto del cual conversar.

Respiré hondo por la nariz, mordí mi comida, y miré a Gerard. Este me miró.

- Creo que bien.- Respondió Gerard mirando a Bert - De todas formas, no quise saberlo, debo ir a buscar los resultados mañana.

- ¿Por qué no quisiste saberlo? - Preguntó mi buen amigo.

Silencio. Gerard me miró.

- No me gusta estar en hospitales. Los detesto. No me gusta hacerme chequeos, siempre tengo ese maldito pensamiento que tendré algo fuera de lo común. No me gustan las enfermedades. ¿Ok? - Respondió Gerard tornándose algo rojo.

- Ok, lo siento.- Dijo Quinn - No te enojes, no quise preguntar.

- No me enojo.- Dijo Gerard - Pero no hablemos más de médicos.

Oh si. Alabado sea el Señor. No recuerdo la última vez que estuve de acuerdo con Gerard, pero juro que estuve a punto de abrazarlo. No se por qué, pero sonreí. El me vio, y sonrió conmigo.

Bajé la vista.

Clima, música, películas, comics, todos aquellas palabras formaron parte de nuestra conversación.

De repente olvide mi nuevo infierno. Sigo odiando a Gerard, pero por algún motivo luego del almuerzo, ya no me molestaba tanto como antes. No se a qué se debe, no quiero averiguarlo, no me interesa buscar la respuesta en mi retorcida y complicada mente.

La puerta se abrió. Mi madre entró con unas cinco bolsas en la mano.

- Frankie, ¿me ayudas? - Dijo de espaldas a nosotros.

Nadie dijo nada, miré a Gerard, estaba aterrado, juro que vi miedo en su mirada.

Miré a mi madre, a Gerard, a Bert, y por último a Quinn. Nadie se movía, nadie hizo nada. ¡Gente lenta hay en el mundo!

- ¡No! - Grité de la nada - ¡No voltees!

- ¿¡Por qué!? - Gritó mi madre.

- Porque...Porque... - Tartamudeé mirando a Bert - ¡Esta mi guitarra detrás de ti!

- ¡Si! - Gritó Bert - Frankie tómala - Yo ayudo a tu madre.

Me levanté rápidamente, miré a Gerard, que seguía sin moverse.

- Muévete.- Susurré tomando su mano.

Lo arrastré por las escaleras rápidamente.

Llegamos a mi habitación, algo agitados. Maldito cigarrillo.

- ¿Qué haces? - Dijo soltándome.

Cerré la puerta y lo miré.

- Salvando tu trasero.- Respondí.

- ¿Por qué?

- No lo se. No quiero que discutas con mi madre, o que ella te vea aquí.

- ¿Y ahora qué haremos? No puedo quedarme aquí todo el día.- Miró mi habitación.

- No lo se. Bert lo resolverá.- Dije.

Me senté en mi cama, el me miró.

- Siéntate si quieres.

- ¿Puedo?

- Dije que si querías podías hacerlo.

Lentamente sus piernas se flexionaron y yacía junto a mí ahora.

Otra vez mi segundo enemigo, el silencio.

- Y...- Dije haciendo una pausa - ¿Cómo te ha ido en Chicago durante todos estos años? -Pregunté.

- Pésimo. Apesta ese lugar. Sigo sosteniendo que allí no viven seres humanos, y si lo son están alterados genéticamente.

- Oh...- Dije - Lo siento.- Bajé la vista.

- Esta bien.- Dijo él - No hacían más que agredirme, insultarme, marginarme. Salvo Quinn, ¿pero de dónde es el? De New Jersey.- Siguió hablando.

- ¿Y tu madre? - Pregunté.

- ¿Ella? - Hizo un ademán con la mano - Feliz de la vida. Adora Chicago, ya ves que lo prefiere antes que a su hijo.

- No digas eso.- Lo miré.

- Sabes que es verdad. - Me miró.

- No lo es.

Sonrió.

- Eres tan incrédulo a veces Frankie.

- No me llames Frankie.- Dije.

- Bien, Frank. Tú sabes como es mi madre. Sabes que relación tenemos, no hagas de cuenta que todo esta olvidado, porque ambos recordamos muy bien todo lo escuchado, visto, y leído acerca de nuestras vidas.

Auch, eso dolió. “Leído acerca de nuestras vidas”

“Padre de familia, desaparece repentinamente de su hogar. Nadie escuchó ni vio nada. Sólo desapareció, mientras su familia agoniza en silencio”. Era lo que decía el primer diario sobre mi gran crimen.

No contesté, no puedo decir nada, porque puede ser usado en mi contra.
De repente, soltó una risa a la nada.

- ¿De qué te ríes? – Pregunté - Sigues siendo tan trastornado como siempre.- Agregué.

- Me río porque nunca sabré la verdad. Nunca darás el brazo a torcer.

- No lo haré, porque no hay verdad alguna para contar.

- Si la hay, sobre tu padre.- Dijo.

- Mira.- Me puse de pie - No quiero hablar de él, sólo desapareció, nos ha dejado. Fin de la verdad. ¿Satisfecho? -Puse una de mis manos en la cintura.

Se puso de pie, me miró algo desafiante.

- Así que...- Pasó a mi lado acercándose a mi ventana - ¿Así es como se siente mirar mi casa? - Dijo.

Sonreí negando con la cabeza, sin que me viese.

- Deja de hablar estupideces Gerard. Siempre da la casualidad que estoy en la ventana y tú estas ahí. No te miro.

- Yo no dije que me miraras.- Volteó a mirarme - Dije mirar mi casa. Tienes que aprender a escuchar.

¡Ah! Ya estaba hirviendo mi sangre, una vez más esos juegos estúpidos de palabras al muy estilo Way, eran insufribles.

La puerta de mi habitación se abrió de repente.

- No hay moros en la costa, parece que olvido una bolsa en el mercado.- Dijo Bert sonriendo, para luego irse una vez más.

- Bien.- Dije.

- ¿Me estas echando? - Dijo sonriendo mientras se acercaba a mi.

- Pues si. Ya comienzas a fastidiarme.

- Se que algo más ocurrió allí.

- ¿Qué? - Dije.

- Allí, en el hospital.- Se acercó unos pasos más.

- Gerard, vete.- Dije.

- Algún día me enteraré porque estabas tan asustado, al igual del motivo de la desaparición de tu padre.

- Vete.- Dije mirando el suelo.

- Puedo ver ese terror en tus ojos.- Tomó una de mis manos.

- ¿Qué haces? - Pregunté mirándolo tratando de safarme.

- No se por qué, no se cuando pasó, pero creo que ya no te odio.- Agregó tratando de sonreír - No tengo esas ganas eternas de matarte. ¿Tú si?

- ¿Estas loco Gerard? Siempre te odiare.

- ¿Siempre? - Preguntó.

- Siempre. Ya suéltame, ¿quieres? - Traté de quitar mi mano.

- No respirabas hoy, te aferraste a mis hombros como si estuvieses a punto de morir.- Seguía sosteniendo mi mano.

- ¡Ya basta! - Grité mirando hacia un lado.

- Dime que te dijeron allí adentro para que salgas corriendo.

- ¡Suéltame! ¡Por favor! - Comencé a llorar.

Me soltó, y volteé cubriendo mi rostro con ambas manos.

- ¿Ves? No digas que nada ocurre.- Susurró a mi oído.

- Te quiero fuera, ahora.- Dije entre lágrimas pero sin querer alejarlo.

Sus brazos rodearon mi cuello, abrazándome.

- Aquella noche tu no me pudiste abrazar, pero yo si puedo.

No contesté, me deje habitar en su torso, derramando agua en sus brazos.

- Por Dios Frankie, no puedes estar así y que luego me digas “No ocurre nada”, vamos. Dime.

No respondí, me escabullí de sus brazos y volteé a mirarlo, mientras moría de la vergüenza al mostrar mis lágrimas.

- Me siento mal, Gerard.- Dije.

- ¿Por qué? Dime.- Insistió.

- No lo se.- Respondí - No puedo dejar de llorar, no puedo...- Volví a tapar mi rostro.

- Frankie...- Dijo en un suspiro para abrazarme.

Hundí mi rostro en su pecho, rodeando su espalda y sólo llore hasta cansarme. No preguntó, no indago, supo que lo mejor era el silencio. Sentí sus manos paseándose por mi espalda, me sentía tan indefenso a su lado, tan insignificante.

- Mira.- Dijo a mi oído - No preguntare más nada, sólo tu sabes que ocurre. Pero sólo quiero que sepas que no te odio, he aprendido a convivir contigo.

- ¿En dos días Gerard? - Pregunté entre lágrimas.

- No. Cuando estaba en Chicago, me he deprimido tanto que te extrañé, anhelaba una discusión contigo, un golpe de tus puños, lo que sea que me recuerde a New Jersey.

Sonreí en su pecho.

- Te escuché cuando se lo dijiste a Quinn.

- Entonces me miras.- Agregó.

- Eres un idiota.

- Ah...- Suspiró - Ya todo se solucionara Frankie, sea lo que sea.- Volvió a tocar mi espalda.

- ¿Cómo lo sabes? ¿Y si no tiene solución?

- Entonces disfruta la vida, lo que tienes. Es muy corta para desperdiciarla. No sólo lo digo porque eres joven, sino por todas las cosas que he visto hoy en el hospital esperando al médico. Ahí fue cuando decidí venir hoy, yo le di la idea a Quinn. Nunca lo iba a decir, pero ya que estamos aquí, quiero que lo sepas. Y te vi tan mal allí, sólo quería que pases un buen rato.

- Es la segunda vez que nos abrazamos desde que éramos pequeños.

- Lo se.- Sentí que sonrió en mi cabeza - La primera vez fue cuando te caíste en la calle, tenias tres años, y llorabas. Yo estaba sentado en el porche, te abracé para que dejes de hacerlo.

- Tienes buena memoria.

- Tu también.- Dijo soltándome de a poco - Ya deja de llorar, ¿si? Aprovecha lo que tienes a tu lado. Olvídate de eso que te atormenta.

- Trataré, pero créeme que no tiene solución.- Dije restregando mis ojos.

- Bueno, si es así. Disfruta todo lo que puedas – Sonrió - Y....- Hizo una pausa - ¿Trataremos de convivir a partir de hoy? - Preguntó.

- Trataré, iremos despacio, ¿si? No puedo hacer de cuenta que nada ocurrió.- Respondí.

- Por supuesto. Tenemos que limpiar muchos deslices.

La puerta se abrió.

- ¡Por dios Frank! - Gritó Bert - Tu madre acaba de doblar la esquina según Quinn. ¿Qué haces aquí Gerard?

Ambos lo miramos y sonreímos.

- Nos veremos.- Me dio un abrazo rápido.

- Gracias por abrazarme.- Dije con la misma rapidez en su oído.

Desapareció velozmente de mi habitación, sabía que saltaría la pared lindera de mi patio.

- Estoy confundido.- Dijo Bert - Creo haber visto mal. ¿Pero ustedes se abrazaron?

- Si - Dije sonriendo mientras me acercaba a él.

- Cuéntame, cuéntame.

- Después.- Pasé a su lado.

Bajamos las escaleras. Quinn se encontraba con mi madre, sacando las cosas del interior de las bolsas.

- Es simpático.- Me sonrió al verme - Lastima que vive con Gerard.

- Si...- Dije en voz baja.- Pero presiento que ya no será más un problema.

Todos me miraron, esperando una explicación.

- Sólo es un presentimiento.- Me defendí.

- Bueno Señora, es un gusto haberla conocido. Pero tengo que irme.- Anunció Quinn.

Se acerco a mí, sonriendo. ¿No le duelen los músculos de rostro de sonreír tanto?

- Cuídate, ¿si? Y esto fue idea de Gerard. Espero que no te haya molestado.

- Ya lo sabía. Él me lo dijo arriba.

- ¿Ah si?

- Si.- Sonreí.

No dijo nada, me saludó y desapareció de mi casa.

- Cuéntame qué ocurrió con Gerard.- Dijo mi madre.

- Si cuéntanos.- Se le unió Bert.

Me acerqué a la mesa y me senté. Ellos hicieron lo mismo a mi frente.

- Sólo...- No sabía como decirle - Sólo decidimos tratar de afrontar todo lo que ocurrió entre nosotros, y aprender a convivir.

- No lo puedo creer.- Fue lo primero que dijo mi madre.

- ¿En serio? - Dijo Bert.

- Así es. Será complicado, es decir...- Hice una pausa - Llevará tiempo, pero realmente queremos hacer el intento.

- Estoy orgullosa de ti.- Dijo mi madre - Significa que estas madurando. Pero...

- ¿Pero? - Dije.

- No me digas que has llorado por eso.

- No he llorado.- Miré el suelo.

- Lo que tu digas.- Sabía que no iba a decirle la verdad.

Hubo un silencio algo incómodo, como siempre. Realmente estoy pensando en que es algo rutinario. Alguien creo estos silencios sólo para mí.

- ¿Frank? ¿Frank? - Escuché.

Giré un poco la cabeza.

- Vamos hombre, ¿qué ocurre? Te fuiste por un momento.- Dijo mi amigo.

- Sólo pensaba.- Respondí.

- ¿En qué? - Preguntó mi madre.

- En donde guardaremos todo lo que has comprado.- Soné tan sarcástico.

- Sarcástico me has salido.- Se puso de pie

Parece que Bert tenía decido quedarse con nosotros. Aparentemente mi madre no tenía intenciones de hacerle cambiar de opinión. Yo encantado de tenerlo a mi lado, me hacía sonreír, olvidarme de todo aquello que me disgustaba y entristecía.

Parte II

"Stumbleine"

Disco: Mellon Collie and The Infinite Sadness (Twilight to Starlight Cd2) | Año: 1995

Mi madre dormía su siesta religiosa. La casa estaba en silencio, pero esta vez me gustaba. Era esa tranquilidad, quizás demasiada para ser real. Daba algo de miedo, te ponía los pelos de punta el escuchar el crujir de las maderas, debido a la gran humedad del verano.

Miré a Bert, jugaba con uno de sus cordones del pie izquierdo. Sus piernas estaban entrelazadas y su cabeza apoyada contra la pared. Miré la pared lindera de mi patio, recordando esos ojos inverosímiles de Gerard asomando por ella, aquella tarde. Suspiré, bajé la vista.

- ¿Piensas hablarme o algo? ¿O sólo estaremos mirándonos toda la tarde aquí en el patio?

- ¿Qué quieres que diga?

- No lo se. ¿Quizás que pasó con Gerard? - Preguntó.

- ¡Shhhhhhh! - Emití rápidamente - ¿Eres idiota o qué? Vive al lado, ¿te olvidaste? - Dije señalando la pared.

- Lo siento. ¡Ok. Ok! - Levantó sus manos en el aire - ¿Entonces? - Esta vez susurró arrastrándose a mi lado. Reí al ver su reptar hacía mi.

- Eres un idiota.- Sonreí.

- ¿Qué? - Me devolvió la sonrisa - Mientras me cuentes, me arrastraré lo que sea necesario. Ahora dime.- Me empujaba.

- Sólo decidimos hacer el intento de llevarnos bien.- Respondí - Ya te lo dije hace un rato.

- Pero quiero saber detalles. Te estaba abrazando. ¿Por qué te abrazo? ¿Le dijiste algo para que lo hiciera? ¿O sólo tus brazos lo rodearon?

- Ah...- Sonreí - ¿No me digas que estas celoso?

- ¡Puf! No te imaginas - Dijo entre risas - Vamos dime.

- Bien.- Me apoyé en su hombro acercándose a su oído - Sólo le dije que estaba algo triste, y me dijo algunas palabras de aliento.- No quería contar realmente el drama que fue - Y me abrazo. Además… - Hice una pausa - Hace unas noches atrás – Mentí - Salí a caminar y lo encontré sentado en su porche, estaba triste porque su madre lo echo en Chicago.

- ¿En serio? - Preguntó.

- Si.- Respondí aún susurrando - Y comenzó a llorar. No pude abrazarlo. Le dije "Lo siento, pero no puedo abrazarte. No después de todo lo que ocurrió". Entonces hoy me dijo "Aquella noche tu no pudiste abrazarme, pero yo si".- Terminé de hablar.

- Ahí fue cuando te abrazo.

- Exacto.

Emanó un suspiró, mirando la pared que nos limitaba.

- Es raro ese hombre. Muy raro. No se como explicarlo.- Dijo mi amigo aún mirando a su frente - Pero la primera vez que lo vi, no pude deducir nada de él.

Lo miré.

- Es decir.- Aclaró - Generalmente cuando conozco a alguien, puedo deducir muchas cosas de esa persona, y no me equivoco casi nunca. ¿Pero cuando vi Gerard? No pude leer nada. Absolutamente nada. Es como si fuese una piedra con vida que sonríe.

- No es una persona fría.- De repente lo defendí.

- No me refiero a eso. No estoy diciendo que es frío. Pero no me deja ver, hay algo que pone delante de su persona que me impide analizarlo.

- Debo reconocer que es un tanto raro. Nunca llegué a conocerlo con profundidad Bert. No te olvides que hemos pasado más de veinte años discutiendo. Sólo conozco sus puños, él los míos. Sólo tratamos lo malo de nosotros. No conozco más nada de el.

- Pero ahora se supone que eso cambiara, ¿cierto?

- Así parece.- Contesté mirándolo - Al menos se que domina el abrazo.

- ¿Es la primera vez que se abrazan?
- No.- Baje la vista - La primera vez fue cuando éramos pequeños. Yo caí en la calle, no dejaba de llorar. Él, estaba sentado en su porche, y me abrazó. Sólo para que deje de hacerlo. Aquella tarde, fue la única vez que nos abrazamos.

- Contando la de hoy.

- Si, contando la de hoy. Son dos veces en veinte años que nos abrazamos.

- Que increíble, luego de tanto tiempo quieren arreglar las cosas.

- Si, pero será difícil Bert. Se que habrá momentos en donde recordaré sus palabras y querré matarlo. No se como haré para manejar mis deseos.

- Como lo has hecho hoy.- Contestó - ¿Tuviste ganas de desnucarlo?

Reí muy bajo.

- Cuando abriste la puerta, y lo vi junto a Quinn, sólo quería correr y cerrarles la puerta en la cara, pero tú estabas ahí. Tu...- Hice una pausa - Tu me haces humano Berty.

No dijo nada, extendió su brazo izquierdo y rodeó mi hombro, haciendo que apoyara mi cabeza en su pecho.

- Lamento lo de hoy.- Dije mirándolo desde abajo.

- No importa.- Besó mi frente - Detesto que me ocultes cosas.

- Pero...
- No.- Me interrumpió - No sigas mintiendo. Prefiero que no hablemos del tema, pero no quiero escuchar más mentiras de tu boca.

Mi cabeza volvió a su posición inicial, sintiéndome culpable por lo que dijo. No me gustaba mentirle, pero la verdad dolería más que la mentira. Por lo menos eso piensa mi mente.

Miré la pared contigua, recordando lo blanca que era hace unos años atrás. Por un momento podía ver a la madre de Gerard, subida a una escalera alcanzándome la pelota, sonriendo y riendo porque tenía que hacerlo una y otra vez, todos los días. Quizás no era tan mala como la figuraba Gerard. Pero nunca una madre puede echar a su hijo de la casa. No importa lo que haya hecho o dicho. No es la solución, si Gerard quiso volver a su hoyo tendría que haberlo acompañado, cualquiera sea su decisión.

De repente una brisa nos rodeó, el verano se iba lentamente y yo estaba muy feliz.

- Mañana a la mañana me mudo.- Dijo luego de un tiempo.

- ¿En serio? - Respondí rápidamente.

- Si.- Sentí que sonrió en mí cabeza - Quizás sea mejor para ti también.

- ¿A que te refieres? - Pregunté.

- Cuando discutas con tu madre o te pase algo, podrás venir a mi casa para olvidarte.

- Gracias.- Sonreí.

- Nunca me agradezcas. Lo hago porque te quiero.- Respondió.

- Lo se, pero me gusta agradecerte.

- Pero a mi no.

- Bien, lo que tu digas.- Respondí hundiéndome en su pecho.

- ¿Quieres que vayamos con el skate un rato afuera?

- No.- Respondí - Estoy muy cómodo aquí. Además estoy muy cansado.

- ¿Cansado de qué?

- No lo se. Sólo me siento así.- Respondí.

- ¿No estarás débil? ¿Estas comiendo bien? – Preguntó.

- Ay Bert....- Respondí - No me fastidies.

- Últimamente te he visto débil Frank.

No respondí, de mi boca no ha salido ninguna palabra más. Nos quedamos allí en silencio. Generalmente hacía estas cosas con Bert. Sentarnos en el patio, en silencio. Disfrutando uno del otro, de aquellas caricias que siempre me brindaba. Quisiera demostrar como él, tener ese don de mimar al otro. Pero sólo me limitaba a los abrazos, quizás algún que otro roce, pero sólo con Bert. Nadie más.

La última novia que he tenido fue hace un año atrás. Éramos felices, o al menos eso aparentaba mi persona, pero nada era real. Nada lo será hasta que encuentre que es lo que me hace tan infeliz, tan miserable. Hay algo que no me deja avanzar, el médico no ayuda a encontrar la solución, sólo agregó dramatismo y maléficas emociones a mi subsistencia.

No se por cuanto tiempo podré soportar esto. Es estar sentado en el medio de un bosque, mirando cada sendero, el bueno y el malo. Pero no te quieres mover, ambicionas permanecer allí, en el medio. No deseas tomar una decisión, sólo porque estas cómodo entre medio de ambos, sabes que así no herirás a nadie, no tendrás que tomar partida en tu vida, adentrarte a un nuevo juego. Da miedo, quieres saber que hay detrás de cada camino.

Si tan sólo alguien pudiese darte una pista de cada uno, sabrías por donde ir, no estarías tan inseguro de ti mismo, de lo que te rodea. Confiarías en tus amigos, en tu familia. Pero siempre terminas en el mismo lugar, en el medio, en la transición, sin querer forma parte de algo nuevo, sea conveniente o no para ti. Quisieras tener un mapa del mundo, de la vida.

La casa ya no tenía vida, mi madre dormía. Era la madrugada y no podía dejar de pensar en todo lo que estaba ocurriendo a mí alrededor. Me encontraba en mi cama, como de costumbre. Pensando y pensando, sin concretar nada.

Rezongué a la nada y me puse de pie. Estiré mis brazos, mirando el techo de mi habitación. No encendí la luz, conocía perfectamente el camino a oscuras. Bajé las escaleras, tratando de hacer sólo el ruido necesario. Me adentré al pequeño pasillo que se hallaba junto a la cocina. Allí estaba, la pequeña puerta, gastada, vieja, con pintura sin ganas de ser reemplazada.

Dios sabe hace cuanto que no bajo aquí, un mes, dos meses. Quizás menos tiempo, no lo se. Allí pierdo la noción del mundo, de mi mismo. Es bajar cada escalón, y perder mi dignidad.

Respiré hondo y bajé esos escalones tan importantes para mí. Estiré mi mano y encontré el hilo que conducía a la luz, el lugar se ilumino. El olor a tierra inundo mis pulmones. Eran cuatro pasos a la izquierda, dos al frente. Bajé la vista. Mis piernas se flexionaron y me senté allí, llevando mis rodillas al pecho.

Observé el territorio, nunca había sido removido. Mi madre nunca bajaba allí, nunca supe porque. Simplemente detesta el sótano. Lo miré esperando algo, no se, sólo una señal. Una pista de que no me estoy volviendo loco, que todo lo que siento es normal.

- Dime que es normal.- Murmuré apoyando el mentón en mis rodillas.

Silencio.

- No se que hacer. Sólo...- Miré hacía un lado - Sólo no se que hacer. Estoy harto de sufrir en silencio.

Nadie me respondió. Hubiese muerto de un infarto si esto ocurría, pero sin embargo un ruido se escuchó. Levanté la vista, esperando a escucharlo otra vez. Allí estaba una vez más, alguien tocaba la puerta de mi casa.

¿Quién demonios seria a esta hora?, me dije a mi mismo.

Me levanté rápidamente, tratando de no mover la tierra que se encontraba debajo de mis pies. Apagué la luz y subí los escalones casi corriendo para que esa persona que se hallaba del otro lado no despertara a mi madre. Cerré la puerta, y me acerqué a la principal.

- ¿Quién es? - Pregunté.

- Soy yo, Frank.

- Ay dios....- Murmuré reconociendo su voz.

Apenas corrí la cortina junto a la gran puerta y pude verlo allí. Mirando hacia sus costados, frotando sus manos. Hacía algo de frío, el verano de iba con prisa.

No quiero abrir, no quiero abrir, gritaba en mi mente.

- ¿Abre quieres? - Dijo.

- ¿Qué quieres? - Pregunté.

- ¿Puedes abrir la puerta?

- No. Dime que quieres. Te he dejado muy bien en claro mi decisión.

- Abre la puerta, por favor.- Respondió.

- Demonios...- Dije quitando la traba y las llaves.

Nos miramos, nos observamos mutuamente. No llevaba su bata blanca. Miró mis ojos, sabiendo lo mal que me encontraba anímica y físicamente.

- ¿Qué quieres? - Pregunté a la defensiva.

- No puedo permitir que hagas esto Frank.

- ¿Cómo supiste mi dirección?

- No hay muchas personas con tu apellido, además tu madre se ha atendido muchas veces en ese hospital, sólo fue cuestión de encontrar su ficha.

- Bien, ya sabes en donde vivo. Buenas noches.- Quise cerrar la puerta.

- No.- Puso su pie impidiéndolo - Dime, ¿por qué haces esto?

- Mira, Gabriel...- Dije entre suspiros - No quiero verte aquí. Vete ¿Ok? Es mi decisión. No puedes cambiarla.

- ¿Te sientes débil? ¿Sigues tosiendo? Se pondrá peor Frank. Créeme. Deja que te veamos -
Recordé lo dicho por Bert. Si, me sentía débil. Era cuestión de tomar un poco más de leche, consumir más vitaminas y estaría como nuevo.

- No, no me siento débil.- Mentí - Ya déjame en paz, ¿a eso has venido? ¿A torturarme a esta hora?

No respondió, me miró unos largos minutos. Mi vista se desvió detrás de él. Pude ver a Gerard, junto al pie de los escalones del porche.

Gabriel lo notó y volteó.

Gerard subió los escalones y se ubicó a su lado.

- ¿Qué haces aquí? - Le pregunté.

- No podía dormir, vine a ver si estabas despierto. ¿Ocurre algo? - Respondió mirando a Gabriel.

- No, ya se iba.- Le respondí.

- Pero...- Dijo este.

- No. Te vas. Gracias por venir, pero no cambiaré mi decisión.

- ¿Eres su amigo? - Le preguntó a Gerard.

Esto no estaba yendo por buen camino, comencé a ponerme nervioso, a que se entere de lo que realmente ocurría conmigo.

- Si, algo así.- Respondió Gerard inseguro.

- Espero que puedas hacer que cambie de opinión. Porque no puedo obligarlo.- Respondió Gabriel.

- ¿Quién eres? - Preguntó Gerard.

- ¿No te dicho nada? - Respondió Gabriel.

- Ya, ya...- Dije sin saber que decir - ¿Vete quieres? - Lo miré con odio.

- Bien. Me iré. Pero no puedo dejar que hagas esto Frank, si tu me dejaras...

- Vete, ¿Ok? - Levanté un poco la voz.

- Bien.- Me contestó - Me iré, supongo que ya no puedo hacer más nada.

- No, no puedes, vete.- Respondí.

Me miró, hizo lo mismo con Gerard, y volteó para irse. Ambos lo observamos como desaparecía en la oscuridad de las calles.

- ¿Qué ocurrió? - Preguntó Gerard volviendo a mis ojos.

- Nada. - Respondí rápidamente.

- ¿Por qué mientes? ¿Quién era para venir a esta hora? ¿Qué decisión tomaste para que él insista en que cambies de parecer?

- No quiero hablar de eso Gerard.

- Bien.- Se resignó - No puedo obligarte. ¿Vas a dormirte? - Agregó sonriendo.

- No, ese imbécil ya me ha quitado el sueño. ¿Por qué?

- No lo se.- Bajó la vista - ¿Quieres ir a caminar o hacer algo?

- ¿Quinn? - Pregunté.

- Duerme. Lo envidio.- Respondió sonriendo.

Lo pensé unos minutos, supe que no dormiría en toda la noche gracias a la maldita visita de mi médico.

- Esta bien.- Respondí - Déjame que tome algún abrigo y nos vamos. Espérame adentro.- Entré una vez más.

Se ubicó junto a la puerta y subí rápidamente las escaleras. Inspeccioné mi cuarto, buscando algo liviano para ponerme. Tomé una campera de la silla y volví a bajar. Gerard se encontraba con uno de sus brazos, rodeando su cintura, mientras que su otra mano se encontraba en su boca, maldita costumbre de morderse las uñas.

- Vamos.- Dije acercándome a el.

Cerré la puerta y comenzamos a caminar.

- ¿A dónde vamos? - Pregunté luego de haber caminando unas tres cuadras.

- No lo se.- Respondió - Sólo quiero tomar aire.

- Como quieras.- Dije.

Estuvimos caminando sin decir nada, casi quince minutos. Ya habíamos recorrido unas ocho o nueve cuadras. De repente doblo en una esquina, adentrándose a un gran parque.
Seguí sus pasos, observando los grandes postes de luz, alumbrando el escenario. Pasamos los juegos, y finalmente se sentó en final del parque. Una gran zona desértica, sólo pasto había allí.

Lo miré unos segundos.

- ¿No piensas sentarte? - Dijo dándome la espalda.

No respondí y me ubiqué a su lado.

- ¿Qué hacemos aquí? - Pregunté mirando la nada que nos rodeaba.

- Despejándonos.

- ¿De qué? - Lo miré.

Sonrió, saco su paquete de cigarrillos, encendió uno. Exhaló el humo, provocando una gran nube a nuestro frente.

- De mi madre y de tu gran mentira.- Respondió luego de unos segundos.

No emití palabra alguna. Su mano se movió, alcanzándome su cigarrillo. Lo tomé, y fumé.

- No miento.

- Si, claro, y yo soy un cantante de rock.- Respondió.

- No estaría nada mal. Siempre me estabas gritando.- Respondí casi riendo.

Me miró, pensé que me pegaría por aquel comentario, pero opto reírse, para luego quitarme el cigarrillo.

- ¿Qué? – Dije - Es verdad. Tienes esa voz ronca cuando gritas.

- Tu también.

- Si, pero yo sólo toco la guitarra, no canto.

- ¿Quién era esa persona que estaba en tu casa?

- Un conocido.

- No te podré sacar nada, ¿cierto?

- No.- Sonreí bajando la vista.

- Dijimos que íbamos a hacer amigos, ¿no?

- Si, ¿y? - Respondí.

- Se supone que los amigos se cuentan todo.

- También dijimos que iríamos despacio.

- Pero por algo se empieza.

- Lo estamos haciendo. ¿Hace cuanto tiempo que no nos sentábamos a hablar como personas civilizadas?

- Desde hoy al mediodía, o debo decir...- Miró su reloj - Desde ayer.

- No empieces con tus juegos estúpidos de palabras. Sabes a que me refiero.

- Lo se, lo se, sólo fue una broma.- Contestó.

- ¿Has hablado con tu madre?

Exhaló el humo y suspiró.

- Sigue pensando lo mismo.

- Te dije que la dejes ir.

- Y yo te respondí que lucho por las personas.- Me miró - Y no me digas que pierdo el tiempo.- Se anticipo a mi respuesta - Porque no creo en tu teoría, simplemente no lo hago.

- No dije nada.

- Lo ibas a decir.

- Puede ser.

- Eres un enano maldito.- Despeinó mi cabello.

- ¡Hey!-Golpeé su hombro.

Rió y se puso de pie para correr.

- ¡Atrápame si puedes Frankie! - Gritó.

- ¡No soy Frankie!

- ¡Ahora lo eres y yo soy Gee! - Volvió a gritar.

Reí y corrí. No se cuantas vueltas dimos por el parque, pero comenzaba a agitarme, demasiado. Sentía mi corazón latir tan fuerte, pensé que agujerearía mi pecho.
Me detuve en seco a respirar, apoyando mis manos en las rodillas.

- ¡Ah, vamos! – Gritó - ¡No puedes haberte cansado!

No respondí, levanté la vista, viéndolo como se acercaba.
- No...- Dije entre respiros - No puedo respirar.

- ¿Qué? ¿Te encuentras bien? - Puso una mano en mi espalda.

Mis rodillas cedieron y caí sobre ellas en el pasto.

- Frankie. -Dijo Gerard.

Escuché como me hablaba, pero estaba concentrado en mi corazón, en mis pulmones, comencé a temblar.

Extendí las manos, como lo había hecho aquel día con Jeph.

- No puedo dejar de temblar...- Dije mirando mis manos.

- ¿Qué ocurre? - Preguntó.

- No lo se...- Bajé mis manos.

- Siéntate bien.

- No puedo moverme.- Lo miré.

- Si puedes. Vamos. Haz un esfuerzo.

Moví lentamente mis piernas y finalmente pude lograr cruzarlas.

- Eso es.- Se ubicó a mis espaldas – Respira - Me rodeó con sus hombros.

- No puedo...- Quise escabullirme de sus brazos.

- Shh...- Dijo en mi oído - Tranquilízate. Respira.

- Estoy temblando.

- Lo se. Puedo sentirte. Respira hondo.

Respiré y comencé a llorar de lo asustado que estaba.

- Hey...- Dijo.

- Lo siento.

- No te disculpes, si quieres llorar. Hazlo.

- Pero...

- No digas nada. Sólo llora. Te hace bien.

No se como pasó, pero de repente me convertí en una pequeña canica, protegida por sus brazos, y sólo llore.

- Demonios Frankie, hay algo que te consume y no quieres decime que es. Puedo ayudarte.

- Estoy débil Gerard, me siento débil.

- El llorar no te convierte en un débil.

- Me refiero a mi cuerpo.

- ¿Estas comiendo?

- Si.

- ¿Duermes bien?

- No.

- ¿Por qué?

- No lo se. Me cuesta conciliar el sueño.

- Lo siento. No te tendría que haber traído. Hubiese sido mejor llevarte a la cama.

- No tienes la culpa, yo también necesitaba respirar.

Sentí que sonrió en mi cuello. Sus brazos me abrazaron con más fuerza.

- ¿Gerard?

- Dime Gee.

- ¿Gee?

- Dime.

- Me gustan tus abrazos.- Confesé - Me siento…

- ¿Si?

- No se. ¿Protegido seria la palabra?

- Me alegro que te sientas así a mi lado. Cada vez que te veo en tu ventana tocando la guitarra, veo tanta tristeza en tus ojos que sólo me provoca abrazarte.

Miré hacía un lado y cerré mis ojos para volver a llorar.

- Lo siento. No quise.- Se disculpó.

- ¿Podemos quedarnos un rato así?

- No. Te llevaré a casa.

- Pero...

- No. Tienes que dormir.- Me ayudó a ponerme de pie.

Tambaleé un poco al hacerlo. Demonios que me sentía débil, algo me consumía.

- Vamos, te ayudare.- Rodeó mi hombro.

Caminamos hasta mi casa, mientras me ayudaba a conservar el equilibrio.

- Abre la puerta, te llevaré a la cama.

- Gerard, no estoy inválido. Solo perdí el equilibrio.

- No me importa lo que digas. Te llevaré hasta la cama, quiero asegurarme que te acuestes, luego saltaré a mi casa por tu patio.

- Pero...

- No hagas que busques las llaves en tu bolsillo.- Me interrumpió.

- Bien, bien...- Lo solté para buscar las llaves - ¿Contento? - Abrí la puerta.

- Muy.- Respondió entrando.

- Trata de no hacer ruido.- Me acerqué lentamente a las escaleras.

Subimos lentamente, tratando de no despertar a mi madre. Llegamos a mi habitación, él cerró la puerta y yo prendí la luz. Observé mi cama impecable. Últimamente, ni siquiera me molestaba en acostarme debajo de las sabanas. Si apenas dormía unas tres o cuatro horas.

- Bien.- Dijo - Cámbiate.- Comenzó a desarmar mi cama.

Busqué un pijama en mi armario, el volteó sin que le diga nada. Me cambi´r y me acerqué a él. Me senté en la cama mirándola con desesperación, no quería echarme, tenía miedo de dormir. De no despertar nunca jamás, miedo de cuanto lo deseaba muchas veces.

- ¿Qué esperas? - Me preguntó.

Levanté la vista.

- No quiero dormir.- Lo miré - Tengo miedo.

- Por Dios, Frank.- Se arrodilló a mi frente - ¿Qué demonios ocurre contigo? ¿En dónde ha quedado el Frank que conocí? ¿Aquel guerrero y justiciero? ¿Ah?

Sonreí, balanceando uno de mies pies.

- Muchas cosas han cambiado desde que te has ido Gerard. No soy el mismo.

- Si, puedo notarlo.- Respondió - Vamos.- Me empujó un poco - Acuéstate.

Me acosté, mirándolo con horror. Me arropó hasta el cuello, asegurándose que este cómodo.

- ¿Listo? - Dijo sonriendo.

- No, no quiero dormir. Por favor.- De repente volví a mi niñez.

- Haremos algo. Me quedaré contigo hasta que te duermas y luego me iré. ¿Qué dices?

- No lo se. ¿No te molesta tener que quedarte conmigo, sólo porque soy un bipolar?

- ¿Qué? ¿Qué hablas Frank? ¿De dónde sacas esas cosas?

- Mi madre dijo que...

- Sh...- Se sentó a mi lado poniendo su índice en mis labio s- No importa lo que diga tu madre. No eres bipolar. Sólo estas asustado. No se por qué, algún día lo sabré. Pero sólo es eso, ¿si?

Asentí con mi cabeza.

- ¿Entonces me quedo contigo?

- Por favor.- Respondí.

- Bien. - Dio la vuelta - Hazme un lugar.

Me corrí hacía un costado y se acostó a mi lado, arropándose al igual que lo hizo conmigo. Apagó la luz y suspiré.

- Ven aquí.- Dijo acariciando mi cabello - No hay nada por lo cual asustarse. Estas bien.

- No lo estoy.

- Si lo estas.

- No lo estoy. No me discutas Gerard, no sabes lo que ocurre.

- Porque tú no me lo quieres decir.

- Bien. Olvidémoslo.

- Bien.- Hizo que me acurrucara en su pecho - Duérmete. Me quedaré contigo.

- ¿Qué estamos haciendo?

- ¿A que te refieres?

- Es decir, queríamos ver nuestros nombres en una lápida, y ahora estamos en una cama. Yo asustado como nunca y tu consolándome. ¿En qué nos convertimos Gerard?

- En adultos.- Respondió.

Sonreí y apoye mi cabeza en su pecho. Tardé unos minutos en dormirme, pero sus caricias hicieron que me diera por vencido al miedo. Cerré mis ojos y me relaje junto a su cuerpo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario