sábado, 5 de mayo de 2012

Disarm; Capítulo: #9

Capítulo: #9


Parte I


“To SheilaTo Shiela (Live At Utrecht Hollanda 24-01-2000)”

Disco: Adore | Año: 1998

Comencé a despertarme, no quería abrir los ojos, sabía que había luz en mi habitación. Estaba tan cómodo en mi cama, no recuerdo la última vez que me sentí así en mi propio espacio. Lentamente mis ojos se abrieron y pude ver la nariz de Gerard.

- ¿Pero qué demonios? - Casi grité del susto.

Abrió sus ojos, esperó unos segundos a que se acostumbren a la escena.

- ¡Maldición! - Frotó sus ojos - Me quedé dormido.

Lo miré y sonreí. No se por qué, sólo sonreí al verlo aún junto a mi. Mis manos estaban todavía aferradas a su pecho. Recordé lo que había hecho por mí la noche anterior. Y volví a apoyar mi cabeza en su pecho.

- ¿Qué? - Dijo con voz de dormido - ¿Por qué sonreías?

- No lo se. Porque aún sigues aquí, supongo.

- Lo siento, me quedé dormido. No quise, yo...

- No me molesta.- Lo interrumpí - Por lo menos he dormido toda la noche. Gracias a ti.-
Agregué.

- ¿Cómo te sientes? - Sus manos volvieron a mi espalda.

-Bien. Eso supongo.- Respondí.

Silencio. Realmente no quería levantarme, podría estar así de por vida, mientras me sienta seguro.

- Me tengo que ir Frankie. Si tu madre me ve aquí, nos ve juntos. Me matará.

- No quiero que te vayas...- Confesé hundiendo mi cabeza en su pecho.

- Pensé que nunca escucharía eso salir de tus labios.

- Nunca me subestimes.- Respondí.

- No lo hago.- Respondió - Sólo es que, no conocía esta parte tuya.

- Yo tampoco. De repente eres dulce y comprensible.

Escuché que rió.

- ¿Soy dulce? - Preguntó.

- No lo se. Yo creo que si. Te preocupaste por mi anoche y te quedaste aquí conmigo, durmiendo algo incómodo en una cama de una plaza, sólo para asegurarte que este bien. A eso lo llamo dulzura. ¿Tu cómo lo llamas?

- Amistad.- Respondió.

- ¿De verdad tienes que irte?

- Si. Recuerda que supuestamente hoy me dirán si comienzo a trabajar o no.

- Cierto...- Levanté mi cabeza para mirarlo - Debo ir a ver a Bert. Hoy se mudará.

- ¿Si? ¿Muy lejos?
- No. – Sonreí - Es a una cuadra. Pero se muda sólo, esta muy feliz.

- Me imagino.- Me soltó - Mira, yo tampoco quiero irme. Prometo que vendré a verte más tarde, sólo para chequear que estés bien - No estaba seguro de lo que decía.

- ¿Lo prometes? - Sonreí.

- Deberías sonreír más seguido. Tienes una hermosa sonrisa.- Me dijo.

Creo que me sonrojé al escucharlo.

- Nunca me has visto sonreír, porque siempre estábamos discutiendo.- Respondí.

Rió, y demonios que me dio satisfacción al escucharla. Nunca me había dado cuenta de la dentadura perfecta que tenía. Pequeños y derechos dientes, admirables. Algo amarillos por el cigarrillo, pero preciosos ante mis ojos.

Ambos suspiramos y nos levantamos. Estiramos nuestros brazos y volteó a mirarme.

- ¿Qué? - Pregunté.

- Pareces un niño en ese pijama, lleno de tatuajes - Sonrió mirando mi brazo al descubierto - Pero un niño al fin.

Reí.

- Sonríes, ríes, me abrazas. Al fin y al cabo no eres un alien como pensaba.

Volví a reír.

- Eres un idiota. ¿Quieres desayunar algo antes de irte?

- No quiero que me vea tu madre.

- A la mierda con ella, ¿desayunas conmigo o no? - Respondí.

- Ok, Ok, esta bien.- Respondió.

Bajé en pijamas, Gerard aún estaba con su ropa del día anterior. Realmente seria asombroso y algo para no olvidar, el rostro de mi madre cuando lo vea descendiendo las escaleras.
Todo ocurrió tan rápido. Quizás Gerard tenía razón, nos habíamos convertido en adultos, o al menos eso yo quería aparentar. Pero no quiero crecer, quiero detener el tiempo, no puede pasar para mí, se ha transformado en mi peor enemigo. Quizás hasta peor que Gerard en un pasado, no muy lejano.

Lo guié por las escaleras, nos encontramos con mamá en la cocina. Estuvo a punto de escupir su café al verlo junto a mí. Tosió unos minutos. Esperé a que terminara, para decir algo con sentido.

- Buen día, Gerard - Dudo un poco mi madre.

- Buen día.- Respondió mi nuevo amigo - Lo siento yo...- Comenzó a disculparse.

- No te disculpes Gerard, se supone que arreglamos nuestro pasado, o al menos eso intentamos, ¿no? Desayuna con nosotros mamá. Espero que no te moleste.- Me acerqué a la cafetera - ¿Café? - Miré a Gerard.

- Si, por favor.- Respondió.

- Bien.

Un silencio rodeó la cocina, sabía que mi madre estaba inspeccionando a Gerard.

- ¿Por dónde has entrado? - Preguntó.

Volteé con ambas tazas y me senté a su lado. Lo mir´r, rogándole que mintiera. No porque habíamos dormido juntos, sino porque no quería que supiese sobre mi estúpido dramatismo de anoche.

- Por la puerta, ¿no me has visto? - Mintió idiotamente Gerard.

- No. Debes haber entrado cuando los hombres dejaron el aire acondicionado - Respondió mi madre.

- ¿Vinieron? Claro, ahora que el verano se va. Imbéciles.- Tomé un sorbo de mi café -
Gerard rió, mi madre me miró.

- De repente son amigos, ¿y entienden sus chistes? - Dijo.

- Sólo era cuestión que maduremos.- Le respondió Gerard.

- Frankie es un tanto bipolar, ten cuidado.- Dijo ella.

La miré de reojo, con ganas de hacerle devorar la loza incorporando el café. Pero era demasiado temprano para discutir, o al menos eso me decía mi cuerpo. Ni siquiera se que hora es.

- ¿Bipolar? – Levantó una ceja Gerard - Yo creo que su hijo esa lleno de sentimientos. Sólo no sabe como manejarlos y se deja ahogar por ellos.

Lo miré. No puede haber dicho eso Gerard, no a mi madre, no en mi presencia. ¿Acaso el mundo se volvió loco? No, de verdad. Si esto es una broma, que alguien me lo diga. Porque mis oídos no pueden creer lo que escuchan.

- ¿Cómo esta tu madre? - Cambió de tema ella.

- Feliz en Chicago.- Respondió Gerard - Ya caerá a pedirme perdón.

- ¿Por qué debe pedirte perdón? - Preguntó ella.

- Es la vida privada de Gerad.- Lo defendí.

- No.- Me miró Gerard - Déjame contestarle. Porque se ha portado mal conmigo. Las madres son importantes y necesarias en nuestras vidas, pero son heroínas. Son seres humanos como nosotros, cometen errores, deben aprender de ellos. ¿Como se supone que nosotros sigamos sus pasos si ellas no reconocen los suyos?

Suspiré. Realmente era otro Gerard. Nunca pensé que podía responderle a mi madre de esa manera. El había madurado, lo notaba en sus ojos, en sus palabras, hasta en su caminar me atrevería a decir. ¿Tan mal le había ido en Chicago para dar semejantes pasos en su vida y mente? Demonios. Siento pena por él.

Tal vez no era tan mala persona como pensaba, puede que yo estaba equivocado. El reaccionaba a mis acciones. Debería recordarlas, y asegurarme completamente que siempre tenía la culpa él. Dudo, ahora estoy dudando de mi pasado. El que formó esa pequeña costra a mí alrededor para alejarlo.

Lo observé con detenimiento. No escuchaba que hablaba con mi madre. Sólo lo observé. Movía sus dedos, tocando la loza. No estaba nervioso, estaba seguro de cada palabra que salía de sus labios. Rió, y yo sonreí otra vez. Su risa provocaba algo en mí, me hacía sonreír sin sentido alguno, pero provocaba una expresión en mi rostro.

Noté su pelo, algo alborotado por dormir. Su larga melena desapareció, estaba corto su esta ve. Tenía una chaqueta negra de cuero, con un fino cierre algo escondido debajo de la tela. Debajo de ella, una camisa azul petróleo. Siempre había sido tan elegante, yo tan despreocupado. No recuerdo haberlo visto vestido grotescamente.

Era una persona completamente diferente a la que conocía, tal vez no quise esforzarme tanto en conocerlo. Parecía tan inmaduro en el pasado, tan niño.

Giró, nos miramos.

- ¿No? - Me preguntó.

- ¿Um? – Dije - Lo siento, no estaba escuchándolos - Respondí.

Sonrió, no pude evitarlo. Sonreí también.

- Tengo que ir trabajar - Dijo mi madre levantándose.

No le llevé mucho el apunte, aún estaba algo fastidiado por escuchar de sus labios “Bipolar”.

Silencio.

Mi celular sonó, miré hacía atrás. En algún momento lo tomé cuando bajamos, lo dejé sobre la mesada. Estiré mi brazo y lo tomé. No era conocido el número que aparecía en la pantalla. Dudé en atender, pero podía ser algo importante.

Gerard observó mis movimientos, esperando a que reaccione. Finalmente, atendí. Dios, debe estar enojado realmente conmigo. No entiendo qué demonios sucede con ese médico. Es decir, entiendo que se preocupe por sus pacientes, pero no quiero un tratamiento.

Hace muchos años atrás me juré no hacerlo. No pasaría por esa tortura, no era un tratamiento. Era una salvación cruel y lenta. Masoquismo puro.

¿Y sino daba resultado? Sufriría sin sentido. Bastante había sufrido y aguantado a lo largo de mi vida, no necesito más de eso. Se cómo se siente.

No se, cuantos minutos estuve discutiendo con el mediante celular, pero se que no fue poco tiempo. Gerard jugaba con su taza, trataba de no mirarme. Estaba incómodo, lo inquietaba no saber que ocurría con este médico. Sus dedos se movían sobre la mesa, dando pequeños golpes, como si estuviese siguiendo el ritmo de una canción.

- Debo irme, lo siento.- Le colgué.

- ¿Qué te dijo tu médico? - Preguntó con ese sarcasmo tan característico.

- Quería asegurarse que haya desayunado - Respondí de la misma manera.

- Ay Frankie, Frankie...- Dijo sonriendo bajando la vista - Nunca lograremos entendernos. Podemos ser amigos, pero pasaran tantos años para que realmente llegue a tu alma. - Lo miré.

- ¿A mi alma? ¿Y tú? Tienes una muralla frente a ti. Bert tenía razón.

- ¿Qué has dicho? – Preguntó - ¿Qué tiene que ver Bert en esto?

- Olvida lo que dije.- Me puse de pie.

- No, ahora dime.- Hizo lo mismo.

- Sólo fue un comentario.- Respondí.

- Deja eso, y mírame.- Levantó un poco su voz.

Dejé la taza en la pileta. Respiré hondo, era un defecto en mí. A veces hablaba demás. Hoy, no tenía ganas de herirlo. En otro momento, no me hubiese temblado el pulso, pero realmente no sabía que decir. Tenía que inventar algo. Quizás si riera, yo sonreiría y se olvidara del asunto. Volteé a mirarlo.

- Era una broma.- Sonreí - ¿A ti te parece que puedo pensar eso luego de lo que has hecho anoche? - Traté de mostrar toda mi dentición en aquella sonrisa.

Rió, pero nunca quitó sus ojos de los míos.

- Eres muy inteligente, Frankie.- Sonrió - Puedes mostrarme todos los dientes que tu quieras, porque te dije que tienes una sonrisa hermosa, pero no harás que me olvide de lo que dijiste.

- No sonreí por eso.- Fruncí mi seño.

- Si, claro, Iero. No olvides que te llevo unos cinco años. Soy más listo que tu.

- La edad no te hace más listo. Esta en la mente.- Hice gestos tocando mi cabeza.

- Por eso lo digo.- Sonrió.

Lo miré.

- Ah, ¿vamos, quieres? ¡Estoy bromeando! - Dijo entre risas.

- En fin...- Cambié de tema - ¿Tienes que ir a tu nuevo trabajo?

- No. Debo pasar por el hospital y luego me iré al trabajo.

- Ok.- Dije.

Su vista se clavó en el suelo, jugaba con sus dedos. A veces era tan predecible...

- Y quieres que te acompañe a buscar los exámenes.- Afirmé.

- Si.- Sonrió sin mirarme.

- Sabes que iría, pero detesto los hospitales.

- Entonces, no iré a buscarlos.

- Gerard...- Dije en un suspiró - Debes ir.

Me miró, abrió su boca buscando las palabras exactas para decirme.

- No puedo ir sólo, no quiero decirle a Quinn, no sabe de mi miedo estúpido.

- No es estúpido, yo también lo tengo.

- Entonces no iré.- Se cruzó de brazos.

- ¿Y tu nuevo trabajo? ¿No iras? - Pregunté sabiendo la respuesta.

- No. Si tú no me acompañas a buscar los exámenes, no iré al trabajo.

Suspiré, miré el suelo. Tratando de encontrar la respuesta pregunta exacta para él.

- ¿Y de qué vivirás? Quinn tampoco trabaja. ¿Le pedirás dinero a tu madre? ¿Recurrirás a ella, luego de todo lo ocurrido?

- Es verdad…- Miró el suelo - Pero no se que hacer.

- No tienes nada Gerard. No hay nada malo en ti. Ve al hospital, recoge los exámenes y vete a tu trabajo. No pierdas la oportunidad.

- ¿Entonces vienes conmigo?

- No. – Respondí en seco - No volveré a los hospitales. Y menos a ese Gerard. Lo siento, pero no hay nada que puedas hacer.

- Bien.- Comenzó a caminar.

- ¿Te vas? - Lo seguí.

- Si.- Respondió dándome la espalda.

- ¿Al hospital?

- No, a mi casa.- Llegó a la puerta.

- Espera.- Dije tomando su brazo.

Volteó, sus ojos estaban algo enrojecidos.

- Gerard, tienes que ir a buscarlos.- Insistí.

- ¡No entiendes! - Gritó esta vez.

Me alejé unos pasos, soltando bruscamente su brazo. Recordando nuestros gritos antiguos. No quería volver a esto. No.

- No entiendes…- Repitió volviendo al tono normal - Yo se que algo ocurre conmigo. No quiero saberlo, no tengo intenciones de averiguarlo Frankie. No puedes obligarme.

- ¿Y sólo te rendirás a tu miedo? ¿Dejaras que tome tu vida? ¿Tú persona?

- Hay cosas que nunca entenderás de mi Frankie. Puedes estar horas sentado pensando en ellas, pero no le hallarás significado alguno.- Volteo - Soy raro, siempre lo fui. Tú mismo me lo has recordado durante años.- Agregó.

Un celular sonó. Atendió, supe que era Quinn. No estuvo hablando mucho tiempo, sólo unos cortos minutos.

Abrió la puerta, una brisa nos rodeó.

- ¿Entonces te iras a tu casa? - Le pregunté.

Volteó para mirarme.

- Si, Quinn llamó para decirme que no va a estar. Se encontrará con unos familiares. Volverá el día de mañana.

Mis manos, se ubicaron lentamente en los bolsillos de la chaqueta del pijama. No estaba muy seguro de lo que tenía en mente, pero él se esfuerza en nuestra futura amistad, algo debo aportar a todo esto. Se había portado tan bien conmigo.

- Si me esperas quince minutos, te acompaño.- Dije de la nada.

- ¿A dónde? - Me miró confundido.

- No lo se.- Encogí mis hombros - A cualquier lugar que no sea el hospital. Si quieres vamos a caminar. Tú elijes.

- ¿Y tu madre?

- ¿Qué ocurre con ella?

- ¿No dirá nada cuando se entere de que pasas el día conmigo? - Preguntó.

- No me interesa si tiene algo que decir o no. Te acompañaré. No estarás todo el día en tu casa solo.

De repente su rostro se iluminó, sonrió y asintió con la cabeza.

- ¿Entonces me esperas? - Le devolví la sonrisa.

- Si.- Volvió a entrar.

Cerró la puerta, se sentó en el sofá, y volví a mi habitación.

Cuando la puerta se cerró, respiré hondo. No sé que me estaba pasando. No podía estar lejos de él. Si lo hacia, todos mis miedos volvían, el rostro del médico estaba grabado en mi mente, el diagnóstico dado grabado en mi memoria. Pero por algún motivo, Gerard esfumaba todo eso de mi mente.

Tomé sin pensar mucho un jean con una remera gastada, para bajar prácticamente corriendo las escaleras.

Parte II

“To Sheila to Shiela (Live At Utrecht Hollanda 24-01-2000)”

Disco: Adore | Año: 1998

Bajé los escalones. Aún estaba ahí, en mi sofá, en mi casa. Tantas cosas habían cambiado en tan poco tiempo. Mi vida fue visitada por un huracán, bueno o malo. Pero todo había permutado.

- Vamos.- Fue lo único que dije.

Salimos, era temprano. Tuve la oportunidad de mirar el reloj, las diez de la mañana.

Comenzamos a caminar, sin decir palabra alguna. Sólo nuestros pies se movieron sobre las baldosas.

Miré el cielo, creo que en cualquier momento lloverá. Estaba tan nublado, quería arrepentirse de haber salido. Pero no lo haría, no lo dejaría solo todo el día.

- ¿A dónde vamos? - Pregunté.

- Al parque.

Lo miré, miraba a su frente.

- ¿A cuál parque? - Volví a preguntar.

- Al mismo que fuimos anoche.- Me miró - ¿No quieres ir?

- Si. Sólo quería saber a dónde estábamos yendo.- Respondí.

No pregunté más nada. Sólo seguí sus pasos. Miraba a mí alrededor. Nadie estaba en la calle. Resultaba raro al ser lunes. Se supone que todos deberían trabajar, limpiar las veredas de su casa, haber autos en la calle.

Estaba muerto, el vecindario había fallecido. Muy dentro de mí me hacía feliz pensarlo, era hermoso caminar con tanta tranquilidad, bajo un cielo con intenciones de tornarse negro.

Del bolsillo de la campera, saqué el paquete de cigarrillos, dispuesto a prender uno. Lo coloqué en mi boca. La otra mano, se ubicó encima del encendedor.

- Deja eso.- Me quitó el cigarrillo suavemente de los labios.

- ¡Hey!- Dije mirándolo.

- Dame el encendedor.

- No.- Lo tomé con la derecha.

Se detuvo en su caminar, me enfrento. Lo miré.

- Dame el encendedor.- Me dijo.

- Vamos Gerard, somos grandes. Puedo hacer lo que quiera. Si quiero fumar, lo haré.

- Si, tienes razón.- Me contestó - Pero no en mi presencia. No fumaré mientras este contigo, tú no lo harás cuando estés conmigo.- Respondió - Ahora, dame ese encendedor.- Repitió.

- Proporcióname un sólo motivo para que lo haga. Y no me digas que es porque me hace mal el fumar.

- Bien. Me lo tienes que dar, porque tú no escuchaste, y supongo que no recordaras como tosiste anoche cuando dormías.

Lo miré sorprendido. Realmente no recordaba el haber tosido anoche en su presencia.

- ¿Ves? – Sonrió - No te acuerdas. Te di un buen motivo y no fue el que tú me dijiste que no diga. Dame el encendedor- Extendió su mano.

- Bien.- Se lo di - Gracias por frustrarme una cuota de nicotina.

- No me interesa lo que digas. Ninguno fumará cuando estemos juntos y fin de la discusión.

- ¿Acaso eres mi padre? - Retomé el caminar.

- No. No lo soy. Pero anoche tosiste, me asusté, no quiero que fumes. Eso es todo.- Siguió caminando a mi lado.

- ¿Y qué harás? ¿Guardártelo para fumarlo cuando me vaya?

- No, te lo devolveré cuando estés en la puerta de tu casa, luego será tu decisión.

- Te odio.

- Lo se.- Respondió tranquilamente.

Caminamos unos quince minutos más, hasta llegar al parque. Era tan diferente estar de día allí, todo brillaba. No quiero que brille. Deseo volver a ver la noche, sentado aquí, sólo o en compañía.

Entramos, vimos a unas tres familias, arrepentidas de llevar a sus hijos, no dejaban de mirar el cielo, discutiendo si llovería o no. Ante la incertidumbre, arrastraban a los pequeños hacia la salida. Uno de ellos lloraba, le rogaba a su madre para quedarse. Gerard sonrió al verlo.

Seguimos el pequeño sendero ubicado en el centro del parque. Supe que se sentaría en el mismo lugar.

Se adelanto un poco, ansioso por sentarse. Se dejo caer, y cruzó sus piernas. Hice lo mismo a su lado izquierdo. Lo observé. Su palidez brillaba bajo las nubes grises, quizás era la luz, no lo sé. Comenzó a arrancar despacio parte del pasto, lo tiraba a un costado y volvía a hacerlo. Una y otra vez. Bostezó.

- ¿Tienes sueño? - No sabía que decir.

- No. Dormí bien anoche.- Respondió sin mirarme.

- ¿Extrañas Chicago?

- No. ¿Por qué debería extrañarlo? - Me miró esta vez.

- No lo se, quizás dejaste algo allí.- Respondí.

- Lo único que tenía, vive conmigo.- Respondió.

Silencio.

- Amas este parque.- Afirmé.

Sonrió clavando su vista en la hierba.

- Si.- Respondió - Venía cuando era pequeño.

- Recuerdo haberte visto con tu madre.- Dije.

- Y yo con tu padre. Traían siempre los barriletes.

No respondí, ya había recordado esa escena hace unos días en el patio, y realmente no tengo ganas de llorar, no otra vez. No con Gerard.

De repente, todo cambio. Estuvimos allí todo el día. Perdimos la noción del tiempo, pero comenzaba a oscurecer, y a gustarme esta escapatoria. Usamos los juegos hechos para niños, no para supuestos nuevos adultos. Pero que demonios, aún somos niños. No pueden prohibirme usarlos.

Estábamos solos, nadie apareció allí. Sólo una persona pasó a nuestro frente, corriendo con su botella de agua mineral en la mano. Quisiera correr y no caer sobre mis rodillas, no agitarme.

Gerard estaba arriba del tobogán, gritando como un desquiciado, de pie. Hacía pasos de bailes raros, yo reía, casi me ahogo.

- ¡Eres un idiota! - Le grité desde abajo.

- ¡Pero te ríes! - Sonrió.

Sonó mi celular. Mi madre. Dude en atender, seguramente se preguntará en dónde estaba. No había dejado nota alguna. Sólo desaparecí.

- ¿En dónde estas? - Fue lo primero que preguntó cuando atendí.

- Con Gerard, en el parque.- Respondí mirándolo.

Me preguntó quién era, moví mis labios en silencio diciéndole que era ella.

- Tienes que venir ahora mismo.- Me dijo.

- ¿Por qué? - Pregunte.

- Hablé con Gabriel.- Respondió.

Contuve la respiración, no podía ser cierto. ¿Acaso había ido a mi casa una vez más? ¿Le dijo a mi madre lo que ocurría? Tendría que haber previsto esta situación. Respiré hondo luego de unos minutos. Creo que me estaba poniendo pálido.

- ¿Gabriel? - Dije.

- No quieras pasarte de listo conmigo, Frank. ¿Cuándo pensabas decírmelo? ¿Nunca? - Preguntó.

- Yo... - No sabía que decir - No sabía como decírtelo.

- Nunca me dijiste que fuiste al hospital. Te hubiese acompañado. ¿Estas tu sólo en todo esto hace dos días, hijo? ¿Qué clase de madre soy para que no me describas semejante situación?

- Te lo iba a decir, pero tú sólo decidiste llamarme bipolar.- Respondí.

Escuché que suspiró. Observé como Gerard bajó de allí arriba, sabiendo que hablaría un buen rato por el celular.

- Deja a Gerard y ven ahora mismo, quiero hablar contigo. Lamento haberte llamado bipolar, pero muchas veces me sacas de quicio hijo.

- No puedo dejarlo.- Respondí mirándolo.

- Si puedes. No morirá porque lo dejes, necesito hablar contigo, tú necesitas hablar conmigo. Quiero saber como te sientes.

Observé a Gerard. Me miraba, esperando escuchar mi respuesta, recordé que Quinn no llegaría hasta mañana. No podía dejarlo sólo, no debía dejarlo sólo. Algo me lo decía.

- Mira...- Dije pensando en mi respuesta - No quiero hablar de eso, no necesito hablarlo. No dejaré a Gerard.- Respondí.

- Pero...- Quiso seguir hablando.

- No. No lo dejaré - Repetí.

- Bien, haz lo que quieras. Siempre lo has hecho.- Respondió.

No contesté, simplemente cerré el celular, y suspiré.

- No quiero darte problemas. Te llevo hasta tu casa.- Dijo Gerard mirándome.

- No me llevaras a ningún lado. Nos quedaremos aquí.- Respondí.

- Pero Frank...

- No, Gerard.- Lo interrumpí - No quiero volver, no quiero estar en mi casa. Tu no estarás sólo, me quedaré y fin de la discusión.

- Ok, Ok - Volteó.

Comenzó a caminar, se detuvo en frente de aquellas casitas de plástico para jugar. Y simplemente se dejo caer, cansado, una vez más sobre el pasto.

Me acerqué a él, y me ubiqué a su lado, como lo he hecho hasta ahora.

- ¿Piensas quedarte mucho tiempo más? - Preguntó.

- Dímelo tú - Respondí.

Sonrió sin mirarme.

- Gracias.- Murmuró.

- ¿Por qué deberías agradecerme?

- Por quedarte conmigo.- Me miró esta vez.

- No tienes nada que agradecer.- Sonreí - Quiero quedarme.

Estuvimos unos segundos en silencio, hasta que lentamente comenzó a llover. Ambos miramos el cielo, era un tanto obvio que ocurriría.

- Maldición...- Murmuró Gerard.

Miró hacía atrás y nos deslizamos para acomodarnos debajo de la casita. Tenía sus años de antigüedad.

Recuerdo haberme sentado debajo de ella, ver como los otros niños se deslizaban por su tobogán. Pero siempre me quedaba allí abajo, disfrutando de la soledad. Esta vez no estaba sólo, Gerard estaba a mi lado.

Nos quedamos allí, mirando como lentamente el agua caía y formaba un charco cerca de nosotros.

- Una vez, vine aquí. Una tarde, hacía mucho frío. Tu padre ya había desaparecido. A la noche, partiría a Chicago. No había nadie en el parque.- Comenzó a hablar Gerard - Me senté en el mismo lugar de siempre. Solía venir aquí, con hojas en blanco. Sólo me sentaba, observaba mí alrededor, escuchaba, sentía, olía, percibía para llevarlo al papel. Dibujarlo.

Lo miré, parecía tan pensativo mientras hablaba.

- De repente miré hacía aquí. Y te vi, estabas sentado exactamente en donde estamos ahora. Sólo, estabas acurrucado, tu cabeza entre las piernas que tenias flexionadas hacía tu pecho.- Siguió hablando.

Demonios, nunca me di cuenta que él estaba allí. Recuerdo ese día. Vine aquí, era el cumpleaños de él, mi padre. Me sentía mal, culpable, quería volver a ese momento y tomar la bala entre mis dedos para darle otra oportunidad.

Nunca pude hacerlo, sólo disparé, harto de ser maltratado, que la maltrate. No pude con mi mente, sólo caminé hasta este lugar, y me senté aquí debajo. Recordando todo lo que había pasado junto a él. Recuerdo haber llorado horas seguidas, no podía dejar de hacerlo, sólo me acurruqué en mí, debajo de aquella casa. Aquel lugar, que en su tiempo era más importante que mi hogar verdadero. Mi pequeño mansión de plástico, mi nido ensoñado.

Estuve en silencio, esperando que siga hablando, porque de ninguna manera preguntaría algo.

- Juro que podía escuchar tu llanto. Te miré, nunca supiste que estaba ahí. Me despedí en silencio de ti, pero jurándome que volvería para reparar todo lo que hice.- Casi murmuró.

Miré el pasto, creyéndole cada palabra, discutiendo con mis lágrimas. Últimamente estaba tan sensible, lloraba en cualquier momento y lugar. No quería que siga hablando, pero deseaba escucharlo. Me hacía sentir importante, una persona. No un ser humano, un individuo.

- ¿Fui uno de lo motivos de tu vuelta? - Pregunté.

- Si, tengo muchos. Pero estabas en la lista. Quiero conocerte, quiero olvidar todo lo que dije e hice, y que tú hagas lo mismo. Si seguimos discutiendo, haré un pasó al costado, te dejaré en paz.

Sonreí, lo miré.

- Hasta ahora nos ha ido bien.- Dije.

- Salvo por el hecho de que me ocultas todo ese asunto con el médico.- Acotó.

- Si... – Suspiré - Pero no estoy preparado para hablar de eso. No se cómo hablarlo, no quiero decirlo.

- Esta bien. No te obligaré, cuando estés preparado, estaré para escucharte.

- Lo se.

- ¿Lo sabes? - preguntó.

- Me lo confirmas.

- Exacto.- Sonrió.

- Sólo es que...- Respiré hondo - Tengo tanto miedo.

- ¿A qué? Dime.- Respondió.

- No lo se. Sólo me siento así.- Dije dejando caer algunas lágrimas-

- Frankie...- Dijo entre suspiros - Ven aquí.

- No quiero.- Entrelacé mis brazos.

- Bien.- Se acerco a mí.

Uno de sus brazos logró rodear mi hombro, hizo un poco de presión, para llevarme a su pecho.

- A veces eres tan terco...- Murmuró en mi oído.

Iba a responderle, pero no pude. Fue un segundo el que pasó, cuando su piel tocó la mía y fue la señal para deja caer mis lágrimas. Estuvimos en silencio unos minutos, sus manos se paseaban por mi espalda.

- Vamos - Susurró a mi oído - Te llevaré a casa, no has cenado, almorzado. Debes comer.

- No tengo hambre.- Murmuré.

- Algo tienes que comer, no dejaré que te vayas a la cama sin comer.

- Me siento un niño a tu lado.

- Siempre lo fuiste.

- Nunca deje de serlo.- Afirmé.

- No quiero que cambies. Nunca.- Dijo.

- Yo tampoco.- Respondí.

Me alejé unos centímetros, para mirarlo. Quería saber el porque de sus comentarios, no podían mis oídos escuchar semejantes palabras. No podía estar hablando en serio. Nunca lo había tratado bien, sólo algunas veces. Sus ojos brillaban al igual que los míos.

- ¿Qué? – Sonreí - ¿Por qué nunca quieres que cambie?

- Porque no.- Respondió - Te llevaré a casa.- Me soltó cambiando de tema.

- No quiero ir a casa.- Dije.

- Tienes que ir, no quiero tener problemas con tu madre.- Me respondió.

- Bien, me mojaré gracias a ti.- Me alejé de él, frustrado.

- No seas así.- Salio de allí abajo.

Murmuró algo al mojarse y extendió su mano. La tomé, me puse de pie junto a él. Sentía como caía el agua sobre nosotros.

Comenzamos a retomar el camino de vuelta. No tenía ganas de volver, realmente no quería. Tendría que lidiar con mi madre, sus preguntas, mis respuestas inseguras, mis miedos idiotas. No estoy preparado para decirle la verdad. No.

Seguí sus pasos, pisaba los charcos con fuerza. Miraba sus pies, como mojaban los míos.

Rió.

- ¿Qué te causa tanta gracia? ¿Mojarme? - Pregunté.

Volvió a reír.

- No seas amargo. Ya estas mojado, ¿que te hace estarlo un poco mas? - Volvió a pisar fuerte.

- ¡Hey! – Grité haciendo lo mismo.

Reímos. Nos miramos, sonriendo y seguimos caminando en silencio, bajo la lluvia. Finalmente, llegamos a la puerta de mi casa. No subimos los escalones que nos separaba del próximo infierno. Nos quedamos allí, estáticos, mirándonos sin saber que hacer.

- Bueno…- Murmuró.

Iba a seguir hablando, pero la puerta se abrió. Salio mi madre. Lo miró con odio y luego a mi con asquerosa pena.

- ¿No piensas entrar? - Fue lo primero que dijo al vernos.

Nos miramos, él quería que yo contestara pero nada salía de mis labios.

- ¡Vamos Frank! ¡Necesito hablar contigo! ¡Mira la hora que es! - Casi gritó mirando su reloj - La una de la madrugada y tu estas allí abajo, todo mojado con Gerard. Seguramente esto fue idea de él, ¿no?

- No.- Por fin dije algo - No lo metas en esto.- Levanté el tono de mi voz.

- Cállate ya…- Murmuró Gerard a mi oído - Y sube los escalones.

- Entra de una vez por todas - Dijo ella sin escuchar su susurro - Luego me preguntas porque te llamo bipolar.

- ¿Nunca te has preguntado por qué tu puedes llamarme bipolar? – Dije - ¿Cuales son las causas de mi supuesta bipolaridad?

Gerard suspiró, agachando su cabeza.

- Frank.- Dijo ella - Entra. Ahora.- Agregó - Hablaremos de esto adentro.

- No entraré.- Dije.

- ¿Y qué harás? - Pregunto ella - ¿Dormir en el porche? Porque si no entras ahora mismo, no quiero ver tu rostro hasta el día de mañana.

Respiré hondo, sintiendo como mi cuerpo comenzaba a temblar por la lluvia.

No lo miré, sólo moví mi mano lentamente y tomé la de Gerard. Pero tenia que mirar su expresión, lo observé hasta que levantó la vista.

- No quiero entrar.- Le murmuré mirándolo a los ojos.

Miró a mi madre, luego a mi otra vez.

- Si te llevo conmigo, ella me odiará de por vida.

- No me importa. – Apreté su mano.

- Demonios, Frankie…- Dijo entre suspiros - No me hagas esto. Entra, duerme y mañana hablaremos.

Solté su mano, bajando la vista.

- Anoche dormí porque tú estabas ahí. No podré dormir, comenzaré a pensar en todo lo ocurrido, entraré en pánico Gerard. No quiero discutir con ella, me preguntará…- Respiré hondo - No sabré que decirle.

- No te entiendo Frank.

- ¿Vas a estar discutiendo con tu mente mucho tiempo mas? - Preguntó ella.

Ambos la miramos. Lo miré, rogándole con mis ojos a punto de llorar.

-A la mierda con ella - Dijo tomando mi mano - Te quedas conmigo.

Sonreí, ambos la miramos.

- ¡Frank! - Gritó ella.

- Nos veremos mañana.- Le dije volteando.

Sonreímos, caminamos rápido a su casa. Entramos, realmente estábamos mojados.

- ¿Quieres algo de ropa? Pondré a secar esta.- Me preguntó.

- Esta bien.

- Vamos, sube.- Me indicó el camino.

Observé su casa, estaba exactamente igual que la ultima vez. Nada había cambiado, salvo unos cuadros que ya no estaban en las paredes. Se sentía limpio el lugar, puro. Quizás siempre fue así, pero estaba tan lleno de odio que no me permitía percibirlo.

Subimos las escaleras.

- ¿Quieres comer? - Entró a su habitación-

- No.- Le dije apoyándome en el marco de la puerta - No tengo hambre.

Volteó a mirarme.

- ¿Qué esperas? No explotará ninguna bomba o algo por el estilo.- Bromeó.

- Lo siento.- Entré.

Sonreí cuando vi algunos pósters que también yacían en mis paredes.

- Bien.- Abrió su armario - Ponte esto, esto y esto.- Dijo lanzándome unas prendas sobre la cabeza.

Un pijama, dos toallas.

- Eres un diota.

- Si, si, tu también lo serás sino te cambias porque te enfermarás.- Contestó.

Volteó, observé las prendas. Un hermoso pijama negro, de raso.

- No suelo usar pijamas.- Le comenté.

- ¿No? Lo siento, pero yo si. – Sonrió - Dormirás con uno de los míos. Será algo de nunca olvidar.

- ¿Qué cosa?

- Tú, en uno de mis pijamas. Además el raso es suave, es confortable a la noche cuando te mueves.

Lo miré confundido.

- No me lleves el apunte. Ahora vengo, me iré a cambiar. Ponte cómodo.

- ¿Y Quinn? ¿En dónde duerme? - le pregunte.

- En la habitación de mamá. Pero no te preocupes dormirás conmigo, entramos perfectamente en mi cama.

- Si tú lo dices…- Murmuré.

Finalmente me dejó solo. Comencé a cambiarme rápidamente, con miedo a que volviese y me viese desnudo. Tomé las toallas, pasándolas a toda velocidad por mi cuerpo. Se sintió tan bien, yo estaba tan frío. Observé su cama, me llamaba, me tentaba. Sonreí y me acosté en ella.

Suspiré, volteé mirando su enorme mesa de luz. Tenía libros de pintura, según lo que mis ojos podían captar. Un anotador, lápices, gomas de borrar, marcadores.

Un trueno se escuchó.

Volvió sonriendo.

- Ahora si.- Me miró - ¿Estas cómodo?

- Bastante. -Me moví un poco en la cama.

Sonrió. Se sentó a mi lado, suspiró, apagó la luz y se acostó.

- ¿Estas bien? - Volteó hacia mí.

- Si, ¿Por qué? - Respondí.

- Por lo que acaba de ocurrir.

- Ah…- Suspiré - Si, gracias por traerme.

- De nada.- Susurró.

Silencio. Apenas podía ver su rostro entre tanta oscuridad. Cerré los ojos, y ellas cayeron.

- Deja de llorar, porque me parte el alma no poder hacer nada.

- ¿Bromeas? – Murmuré - Haces mucho más de lo que tú piensas.

Se acercó un poco mas, yo hice lo mismo. Otra vez, me encontraba en su pecho.

- Me estoy acostumbrando a esto.- Dije en su cuello.

Sentí que sonrió.

- ¿Gerard? - Pregunté.

- ¿Si, Frankie? - Acarició mi pelo.

- Cuando me preguntaste porque no quiero que cambies, es por esto. Me haces real. Fuerte como me siento.- Confesé.

Me abrazó con fuerza, sin dejar de tocar mi pelo.

- Puedo llevarte a la luz, Y hacer tu hogar en la noche cuando tu quieras.- Murmuró - Cuando tu quieras...- Volvió a decir - ¿Duérmete si?

No contesté, sólo me deje succionar por su abrazo, pero una sonrisa yacía en mis labios al cerrar los ojos. Una sonrisa única e indescifrable.

Una noche más, sin mis miedos, sin inseguridades, junto a Gerard. Una tormenta de verano favorece todo en mí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario