domingo, 20 de mayo de 2012

Teenagers thing's; Capítulo: #20

Capítulo: #20

Besó tiernamente mi mejilla y luego mi frente. Me encantaba sentir sus húmedos labios.
Se giró dándome la espalda. Pasé mis manos sobre ella complacido de tanta suavidad. Estaba sudado. Bajé mis manos temblorosas hasta su trasero. No sabía lo que hacía.
- Gerard… - susurré en su oído.
- ¿Mm? – giró su cabeza hacia un costado, mirándome de reojo.
- No sé cómo hacerlo. – dije tímido y con la voz entrecortada de los nervios.
- Inténtalo, Frankie. Yo tampoco sabía hacerlo hasta que te lo hice a ti.
- Mentira. Habías estado con otras chicas, anteriormente.
- Pero no tienen penes, Frank. – rió relajado. - Jamás le había dado placer oral a un hombre. Fuiste el primero. – Medité un momento en lo que estaba haciendo. Si lo llegara a hacer mal, Gerard comprendería. No sería capaz de enojarse conmigo. – Frank, yo debería estar asustado por el dolor que sentiré. Tú solo déjate llevar y disfruta. Intentó girar su cabeza para dar con mi mirada, pero obviamente, no lo logró, por lo cual besé su mejilla en forma de respuesta.
- Está bien, lo haré… Pero guíame. – me sentí patético al decir eso, pero Gerard sonrió enternecido.
- Moja tus dedos. – Lo hice. Él abrió sus piernas. – Hazlo despacio. – Cerré los ojos y respiré profundamente. Los volví a abrir y busqué su cavidad anal. Los introduje lentamente. Mis manos tiritaban. Gerard hundió su cabeza en la almohada, dejando escapar un grito. Me asusté.
- Lo siento. – besé su espalda, quitando mis dedos de su cavidad.
- Está bien, Frankie. – dijo levantando su cabeza. – Ahora hazlo, pero con tu pene.
- ¿Qué? Mejor no seguimos, te dolerá más.
- Pequeño. – rió. – valdrá la pena, en serio.
- Pero, quizás, deba prepararte un poco más. ¿Lo repito? – dije dispuesto a hacerlo otra vez.
- No… Me dolerá igual. – sonrió amablemente. – Solo hazlo, Frank.

No quería hacerle daño, pero él dijo que valdría la pena. Recordé lo que sentí el día anterior. Al principio dolió, pero después no quería que parara. De hecho lo quería más fuerte y rápido. Respiré confiado. Quería hacerle sentir aquel placer. Separé sus nalgas, para que se me hiciera más fácil. Introduje mi pene, de manera lenta y haciendo presión con mi pelvis, ya que su cavidad estaba muy apretada. Mi boca se entreabrió y no pude ni emitir sonido. Fue realmente placentero, sentir aquella sensación. Gerard tenía su rostro hundido en la almohada. Sabía que le dolía. Conociéndolo, estaba apretando sus labios para no dejar escapar algún ruido de dolor, pero a mi me encantó. Lo hice una vez más y mis gemidos se hicieron oír. Apreté mis manos en las sábanas y apoyé mi frente en su húmeda espalda. Embestí otra vez y mordí su cuello, con fuerza. En ese momento Gerard dejó salir su rostro, emitiendo un sonido que expresaba dolor. Lamí y besé con suavidad, el mismo lugar, intentando compensarlo. Mi cuerpo quería más y ya no me podía aguantar. Mis embestidas eran más fuertes y rápidas. Gerard notó que yo estaba disfrutando y sonrió aliviado.
- Ahora solo disfruta, hermoso… - dijo con la voz agitada y brindándome una mirada de reojo, acompañada de su hermosa sonrisa.
Sus caderas, también, comenzaron a moverse. Sus gemidos se hicieron presentes inundando el cuarto, de esa maravillosa melodía, que yo tanto disfrutaba. Posé mis manos en sus hombros, dándome impulso. Gerard se apoyó sobre la cama, con uno de sus brazos y con la otra me acariciaba el ano. Supongo que para quitarme el dolor del cual le había hablado. Sonreí feliz. Estaba maravillado con ese placer, que creí inexistente. Mi pelvis se descontroló y mis embestidas ya eran desesperadas. Me gustaba sentir su trasero húmedo, chocar con mi pelvis en cada movimiento. Mi abdomen se movía con fuerza, sobre su espalda sudada. Mis labios recorrían cada rincón que les fuese posible llegar, para hacer temblar su cuerpo. Intentábamos disminuir nuestros gemidos, pero era imposible. Mis embestidas y gritos, demostraban que estaba llegando al orgasmo. El pene erecto e hinchado de Gerard, quería decir lo mismo. Lo tomé con fuerza entre mis manos, dejando que aquel grosor explotara, para llenarme de su esencia. Amaba sus gemidos, que pronunciaban mi nombre de la manera más dulce y hermosa que haya oído. Sentí mi cuerpo en llamas y una corriente recorrer desde los cabellos de mi cabeza hasta los dedos de los pies. Apreté todo mi cuerpo y mis ojos se cerraron con fuerza. El último gemido más potente de esa noche se hizo oír, con la unión de nuestras voces.Mi pene liberó el semen, dentro de Gerard, mientras lo sentí explotar en mi mano. Hice unos lentos movimientos más, para dejar que esa corriente saliera por completo, mientras Gerard reposaba su cuerpo sobre la cama. Salí con cuidado de él y me recosté a su lado. Le costaba mantener sus ojos abiertos y su boca permanecía abierta intentando inhalar todo el aire que le fuera posible. Lo miré con atención, acariciando su espalda. Me costaba respirar, pero esa imagen me volvía el alma al cuerpo. La leve luz que provenía del mueble a un costado de la cama, me dejaba ver la perfección de su rostro.
- Te amo. – susurré y luego besé sus labios superficialmente. Gerard sonrió, aun con sus ojos cerrados y suspiró de manera tierna. Reí levemente. Sus párpados se alzaron, permitiéndome ver esos hermosos ojos soñolientos y brillosos.
- Yo también te amo, Frankie. – sonreí. – Lo que hiciste fue hermoso.
- Lo que hicimos. – corregí. Él asintió.
- Hacer el amor contigo es lo más maravilloso, que he logrado experimentar… Me encantas. – acarició mi mejilla. Yo quedé pasmado con lo que dijo. Todo sonaba tan bien, salido de sus labios. Nos miramos eternos minutos. Era como una comunicación telepática. Sonreí al pensarlo. - ¿Qué pasa?
- Nos entendemos con solo miradas. – reí.
- Eso es producto del amor que nos tenemos. – acercó su rostro al mío y juntamos nuestros labios. Era delicioso saborear sus labios, después de hacer el amor. Estaban profundamente rojos e hinchados,
como si fuesen a explotar. Calientes y suaves. Húmedos y con su lengua sabrosa. Impregnaba mis labios con ese dulce sabor. Se alejó sonriente. Me sentía cautivado por sus ojos que me llevaban a recorrer esos lugares en los cuales solo estábamos los dos, hasta que sonó el molesto celular.
- ¡Ash, mierda! – dije levantándome y buscando en mi pantalón el teléfono móvil. - ¿Idiel? – pregunté al verificar el número, sentándome sobre la cama, de nuevo.
- ¿Dónde estás, Frank?
- Con Gerard ¿por qué? – Mi voz era baja y se oía ronca. Gerard se acercó a mí y me abrazó por la espalda.
- Me encanta tu voz. – susurró en mi oído. Reí y lo hice callar, poniendo mi dedo en sus labios.
- Tu mamá pensó que ya habías terminado y que estabas acá. ¡Son las doce, Frank!
- Oh, lo siento. En seguida voy. – Gerard lamió mi oreja, lo que me hizo retorcer el cuerpo y largar un quejido de placer.
- ¿Frank? – escuché la voz de Idiel que demostraba burla.
- Eh… ¿Qué? Si, si, ya voy. Adiós. – corté. – Tonto, oyó mi gemido.
- Lo siento. – rió. – No ¿sabes? No lo siento. – me volteé y lo miré sin entender. – Me da igual. Que se entere cómo te hago gemir. – lamió mi cuello y acarició mis piernas con ambas manos.
- ¡Gerard! Sonó como si fuese un puto. – reí.
- Eres mi puto. – no paraba de lamer y morder mi cuello. – Solo mío. ¿Te gusta? – comencé a gemir y mi miembro, reaccionó otra vez.
- Si… - tomé su cabello, inclinándolo hacia mi cuerpo. Gerard seguía en mi cuello e iba a subir sobre mí,
pero recordé que me tenía que ir. - ¡Ash! Gerard lo siento. No puedo.
- No. – se quejó y no dejó de hacer lo que estaba haciendo.
- Pero Gee, me tengo que ir.
- No te vayas, quédate conmigo. – me arrastré por la cama, logrando salir de entre sus brazos. Recogí mi ropa y comencé a vestirme. - ¿Me vas a dejar solo?
- Tengo que hacerlo, Gerard. Lo siento. – me miró apenado.
- Te puede pasar algo en la calle y yo no quiero eso. – comenzó a vestirse, también.
- ¿Qué haces?
- Te voy a dejar a tu casa. – me besó y continuó vistiéndose. Me sentí como un bobo, clavando mis ojos en él.
- ¿En serio? – asintió.

Salimos vestidos y arreglados del cuarto, para que nadie sospechara nada. Bajamos las escaleras y ahí se encontraba Mikey, echado sobre el sillón viendo la TV.

- Y ¿ustedes?
- Iré a dejar a Frank. – dijo Gerard sin prestarle atención.
- ¿No estás castigado?
- ¿Quién te dijo eso? – preguntó Gerard, volteándose, justo antes de abrir la puerta.
- Papá – rió.
- Oh, Gee es cierto. – le susurré. – Es mejor que vaya solo.
- No Frank, es muy tarde. – Mikey solo nos miraba.
- Yo te voy a dejar. – habló tomando las llaves y apoyándose en la puerta. Gerard y yo nos miramos extrañados.
- No tienes licencia.
- ¿Y? Siempre manejo.
- Pero muy rápido.
- ¡Ash! No seas marica, Gerard. Cuidaré a tu amiguito. – revoloteó los ojos por el living y salió hacia el auto. Gerard me miró aterrado.
- Estaré bien, Gee. – le sonreí seguro.
- Mikey es un monstruo. Si va muy rápido,
Si va muy rápido, dile que disminuya la velocidad. Si te obliga a hablar de algo que no quieres, solo dile que…
- ¡Gerard! Estaré bien. Te llamaré al llegar a casa. – le sonreí otra vez. Y lo abracé. No podía besarlo, ya que se podrían dar cuenta, pero disimuladamente le besé la mejilla. Reí y salí de su casa.
Me subí al auto y Mikey me miró serio. No lo negaré, me asustó. Esquivé su mirada y revoloteé mi mano por la ventana, despidiéndome de Gerard. En ese momento sentí la brusca partida. Mikey prendió la radio y le subió el volumen al máximo. En ese instante entendí de lo que hablaba Gerard. ¿El desgraciado me quería matar? Me afirmé del asiento, después de ponerme el cinturón de seguridad. Sentía que volaba.
- ¿Eres un muy buen amigo de Gerard, no? – gritó, sin desviar su mirada de la calle.
- Si. – dije tímido.
- Me parece raro que siendo tan amigos, no te haya presentado una buena chica. Digo… tú entiendes. – hizo una seña de masturbación, por encima de su pantalón, mordiéndose el labio. Lo miré sorprendido sin saber que decir. - ¡vamos! No te cohíbas. – empujó mi hombro. Yo disimulé una sonrisa. – o, a caso ¿tienes novia?
- No. – dije alto, al igual que su manera de hablar, ya que la radio se oía fuerte.
- ¿Cuántos años tienes? – dijo confundido, al no hallar razón del por qué Gerard no me había presentado una chica.
- quince. – me miró por un momento. Como inspeccionándome. Yo tenía los nervios de punta, ya que lo hacía mientras manejaba.
- No creo que dures mucho. – rió. Yo hice lo mismo, forzadamente.
- Es por allí. – le indiqué y prontamente llegamos. ¡Al fin! – Gracias por traerme, Mikey. – le sonreí. Él me miró serio por unos segundos. Estaba cruzando los dedos para que no descubriera la verdad.
- De nada, Frank. – me bajé del auto lo antes posible y entré a casa, cerrando la puerta como si detrás de mi, viniera un verdadero monstruo, siguiéndome. Su mirada me lo expresaba. Era un hecho. Mikey me odiaba.

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