sábado, 23 de junio de 2012

Revenge seekers II; Capítulo: #17

Capítulo: #17

¿Justicia?

- ¿Qué es lo que más extrañan de estar afuera? –

Nacho aplastaba las cebollas sobre el mesón de la cocina, Brian le bajó la intensidad de fuego a las grandes ollas, preparándose para responder primero

- Poder hacer lo que quiera, cuando lo quiera, y dónde quiera –

- Yo extraño a mi mujer, a mis hijos… a mi pueblo – Suspiró, presionando con más fuerza las cebollas

- Su risa, su voz, sus ojos – Gerard se esforzaba por pelar las patatas con el cuchillo de plástico dotado por el director de la prisión

- ¿Qué comida extrañan más? – Brian levantó las tapas para ver la desabrida sopa que cocinaban, volviendo a taparlas enseguida, con una expresión de asco que no pudo disimular

- Fácil, las enchiladas – Se relamió recordando el picante sabor de la comida que tanto añoraba

- La comida chatarra… me muero por una jugosa hamburguesa a término medio… y pollo frito, crocante… -

- Las fresas con crema untadas en su piel – Respondió Gerard cuando fue su turno

- ¡Ay, Por Dios! ¿No hay nada que no te recuerde a él? – Brian sacudió los brazos en el aire – No entiendo como con tanto amor no intentaste escapar de aquí antes, ¡Dios, que desesperante eres! –

Gerard sonrió por la actitud de Brian, dejando el cuchillo de plástico sobre el mesón

- Porque me habrían matado, y así no tendría oportunidad de verlo… no me juzgues tanto, me desespera este lugar, me harta, no tienes idea de cuánto odio estar aquí encerrado, pero necesito tener vida, si algún día el destino quiere que nos encontremos de nuevo –

- Tiene lógica tu pensamiento… un tanto cobarde y mediocre, pero lógico –

- Aparte de todas las razones que tengo para salir, ya me entró curiosidad por conocer al amor de Anto, es que siempre que habla de él… lo describe como si fuera un ser de otro planeta –

Gerard sonrió ampliamente, recordando la vez que encontró a Frank en la 45, vendiendo su cuerpo, las ropas que tenía, la actitud en la que se escudaba, su figura imposiblemente perfecta, iluminada por el farol que no le hacía justicia a tan increíble belleza, se habría quedado todo el día con su enorme sonrisa de idiota enamorado de no ser por el vozarrón del guardia que gritó desde el lado opuesto de la reja

- Nacho Guerra, se terminaron tus vacaciones –

Una corriente helada recorrió la espalda de Gerard, de forma inmediata buscó los azules ojos de Brian que lucían más intensos en contraste con la palidez obtenida al pensar en las consecuencias de esas palabras, Nacho los miró fugazmente a ambos, aferrando entre su mano el escapulario de la virgen de Guadalupe que colgaba en su cuello, apretó los labios, parándose completamente firme, esforzándose por que lo último que Brian y Gerard vieran en él, fuera una cristalina sonrisa


- No vayan a llorar, yo no voy a hacerlo, macho nací… y como macho dejo este mundo –

Extendió ambas manos antes de llegar a la reja, el guardia le aseguró las esposas, y abrió la reja apenas lo necesario para dejarlo pasar, mientras dos guardias más les apuntaban con sus armas a Brian y Gerard, que permanecían inmóviles en la cocina, tratando de controlar los miles de pensamientos fatalistas que les golpeaban la cabeza y el alma.

La reja se cerró, y quienes aun estaban en la cocina, corrieron a toda prisa hasta el patío desde donde se veía perfectamente la puerta de salida.

Gerard no abandonaba con su mirada la delgada figura del mexicano que caminó el trayecto erguido, firme, seguro, como si quisiera negarle a su verdugo la satisfacción de ver el terror que sentía en ese momento. Tras la reja de salida, una camioneta Ford blanca, inmaculada, como si no hubiese atravesado el desierto, al lado del vehículo tres hombres sostenían cada uno una ametralladora, y junto a ellos, cuatro jóvenes de diferentes edades, cubriendo con dolor sus rostros, ocultando las lágrimas que no paraban de brotar de sus ojos, reprimiéndose el deseo de correr abrazar a su padre, que tan pronto los vio rompió en llanto, pero mantuvo su posición fuerte, segura.

Brian volteó su rostro, dirigiendo sus ojos al cielo, susurrando una y otra vez una súplica por piedad, Gerard en cambio avanzó hasta donde le fue posible, desde allí pudo observar que los hijos de Nacho tenían todos el mismo aire de bondad y justicia que tenía su padre, respiró profundamente, apretando los puños, viendo las ametralladoras apuntar hacia Nacho, las rodillas de los jóvenes quebrarse por el dolor del alma, hasta quedar postrados sobre las arenas del desierto, escuchó como un rumor lejano la voz burlona de un hombre que se bajó de la Ford, “Te dije que no tardaría en encontrar a tus hijos… mis deudas siempre, siempre me las cobro Nacho”

Y los gatillos fueron apretados.

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