sábado, 23 de junio de 2012

Revenge seekers III; Capítulo: #17

Capítulo: #17

El cañón de la SW estaba frío, tanto como la mirada de Frank, fue extraño para Nicholas, la voz de Iero estaba cargada de rabia, de pasión, más su mirada estaba completamente vacía, cómo si sus palabras estuviesen desligadas de sus sentimientos

- ¡Soy Nicholas, Frank, soy yo, el hijo de Gerard! – Pudo gritar en desesperación, sin mover nada más que sus labios para decirlo

- Gerard… el hijo… - Frank bajó lentamente el arma, ya no le apuntaba en la cabeza, la tenía justo en medio del pecho de Way, sin despegar su mirada de ojos avellana de encima del joven, balbuceó lleno de confusión - ¿Cómo puedes ser su hijo? Gerard tiene 21 años

Nicholas se movió con sumo cuidado, acomodó como pudo su erección dentro de su ropa que mal ajustó, levantó su mano derecha con intención de quitarle el arma a Frank, pero éste la arrojó al suelo antes de que pudiese tocar el metal

- ¡Claro, Nicholas Jordan! – Pronunció con fingida alegría. Sonrió de manera extraña, al tiempo que sostenía con ambas manos el rostro de Way - ¡Ja casi te mato! – Se tomó unos segundos para observarle con detenimiento el rostro, Frank se sintió ajeno a él y al mismo tiempo lo sintió parte de sí.

Solo un sentimiento más para sumar a la lista de emociones encontradas que sentía por el joven Way. Sacudió un poco la cabeza, buscando liberarse de ciertos pensamientos, pero le fue imposible, Frank había perdido por completo el control de sí mismo, era ahora esa extraña y repentina locura la que lo dominaba, no lo dejaba pensar con claridad y le hacia tomar las decisiones equivocadas.

Tal vez si estuviese en sus cabales no habría empujado con violencia a Nicholas contra el piso, es muy probable que no lo hubiera hecho voltear de cara contra el suelo y si Frank tuviese control de sí mismo, no le habría bajado los pantalones a pesar de las protestas y luchas infructuosas.

Y si tan solo un mínimo recuerdo de Gerard o de su hijo se plantaran en su mente por más de una milésima de segundo, no habría llenado los dedos de su mano izquierda con su saliva y mucho menos habría llevado esa mano al trasero de Way, ni lo habría llenado con su saliva, y seguramente si Frank recordara que quien se retorcía bajo su cuerpo era el novio de su hijo, no se abría abierto la cremallera de su pantalón, ni habría liberado su erección para violentarlo.

Nicholas luchó, pero no lo suficiente, se aseguró de patalear y protestar y hasta maldijo a Frank cuando sintió la dolorosa presión en medio de sus nalgas, bien, su conciencia estaría un poco tranquila, luchó pero Frank fue más fuerte…

Aunque no fuera así, aun a sabiendas que si de verdad no hubiese querido, habría podido dominar a Iero. Pero ese era el problema. Nicholas si quería, no solo querer, lo deseaba con tantas ansias que el solo hecho de sumarle una “violación” a ese coito lo hacia más excitante de lo que pudo imaginar.

Dejó de luchar, ¿Para qué? el placer de cada penetración era tal que le hacía olvidar que su corazón tenía dueño, justamente el hijo de ese hombre que cada vez aumentaba más el ritmo y la intensidad de aquellas embestidas que los hacían jadear casi a gritos a los dos.

En el momento no existía ningún Gerard para Frank, en el momento, lo único que tenía espacio en su mente, era ese cuerpo de nalgas blancas que temblaba bajo el suyo, ese rostro que se volteó un poco para recibirle en la boca los besos que sin saber por qué quería darle hasta ahogarse y cuando sintió que Nicholas dejaba de luchar, llevó su mano izquierda sobre el erecto pene del joven, masturbándolo, llenando de placer con el mismo ritmo casi frenético con que lo penetraba.

Sintió el cálido semen de Nicholas escurrirse entre sus dedos, y presintió pronta su eyaculación, decidió salirse de entre él, y terminar regándose sobre las nalgas de Way.

Los dos se acomodaron las ropas, los dos se sentaron espalda contra la pared, sin verse a los ojos, sin decirse palabra alguna, cada cual batallando con su propia conciencia, contra sus propios demonios.

Pero para Nicholas fue peor, él si tenía control de sí mismo, él sí que sabía muy bien lo que estaba haciendo, y ahí, en el interior de esa farmacia, viendo la luz azulada del amanecer colarse entre las rendijas de las tablas que cubrían las ventanas, no pudo más que evitar preguntarse si su amor por Junior era real.

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