miércoles, 4 de julio de 2012

Dirty little secret; Capítulo: #22

Capítulo: #22

Never too late.

Me quedé inmóvil, arrodillado en el suelo alfombrado de aquel pequeño remolque, esperando cualquier cosa de parte de él…Aunque sea un pestañeo, lo que sea…De pronto, levantó su mano derecha y desalojó a esa lágrima minúscula que corría por mi rostro. Me apuntó con su mirada…Con esos ojos verdes miel que yo tanto amaba, con aquellos ojos que me habían apresado en mi totalidad desde el primer momento. Alzó su mano izquierda. Entre sus manos, tomó mi rostro. Cubrió sus ojos con sus párpados y unió sus finos y pálidos labios a los míos. Ese, probablemente fue uno de los besos más perfectos y hermosos que pude haber tenido con él. Luego de casi o más de cinco segundos, que parecieron ser cinco bellas eternidades, separó sus labios de los míos. Mantuvo sus ojos cerrados. Sentía su tibia y calma respiración sobre mi rostro. Aún con los ojos cerrados, acercó su rostro nuevamente y con su nariz rozó la mía. Susurró suavemente “iría hasta el fin del mundo contigo…Tan sólo llévame, Frank.”
Nos levantamos del suelo, nos miramos a los ojos y musitamos al unísono un te amo.
Me hinqué sobre la puerta y miré a través de la cerradura si había alguien afuera. Efectivamente, nadie estaba allí. Todos debían de estar en el escenario o en la carpa. La carpa estaba un poco más alejada de ahí que el escenario, lo cual hacía perfecto nuestro “escape”.
Abrí la puerta, para confirmar que no había un alma allí y era así. Le hice una seña a Gee para que se acercase y poder salir. Y así fue, salimos y nadie, absolutamente nadie se percato del hecho.
Salimos de aquel reservado para la organización del Vans Warped Tour y nos dirigimos a una calle. Era una de las avenidas principales. Fuimos hasta una parada de taxis y abordamos el primero que se nos cruzó. Gerard le indicó al “chofer” que se dirigiera al John Q. Hammons Hotel. Éste le dijo que aquel hotel se ubicaba del otro lado de Bellvue, que se haría un viaje pesado y largo. El calor y el tránsito no forman una buena combinación. Gee le dijo que aún así iríamos allí. En un momento de silencio, él tomó una de mis manos y besó el dorso. Yo lo miré y le sonreí. Gee se notaba más feliz. Acto siguiente, lo abracé y apoyé mi cabeza e su pecho…Oír a su corazón latir por mí me hacía el hombre más feliz que pisaba la tierra.
Cuando llegamos a nuestro destino, Gerard pagó al taxista y le agradecimos por todo. Gee me pidió que yo hiciese la reserva de la habitación, mientras él iba afuera a fumar.
Realicé la reserva. Preguntas típicas que ponen nervioso: Apellidos, nombres, edad; ¿Cuánto tiempo va a quedarse?; ¿Viene solo?; Apellidos, nombres y edad del acompañante; ¿Va a querer cama matrimonial o dos de una plaza?; ¿Una plaza o una plaza y media?; ¿A qué hora quiere que el servicio de limpieza pase por su habitación?; ¿Con o sin balcón?; ¿Vista a la calle?. Mis respuestas eran simples e inexpresivas. “Iero Pricolo”, “Frank Anthony Thomas”; “Veinticuatro años”; “Indeterminado”; “No”; “Way Lee, Gerard Arthur”; “Matrimonial”; “Matrimonial, señorita…”; “Cualquier hora en la tarde”; “Con”; “no importa adónde se vea”. Una vez hechos el registro y la reserva, me entregaron una pequeña llave con un llavero con el número de la habitación. “271” rezaba. Salí a buscar a Gerard y él apenas me vio, tiró su cigarro a algún punto perdido del asfalto y fue hacia mí. Me abrazó por la cintura y yo por el cuello. Y por primera vez desde que teníamos aquella “relación clandestina”, nos besamos sin importar nada. Sin importar si la gente que pasaba miraba mal, nos gritaba o escupía. Daba igual. Nos amábamos.

Ante la mirada atenta y discriminatoria de la gente que pasaba por allí, nos tomamos de la mano y nos adentramos en el hotel. Caminamos despreocupados hacia el ascensor y subimos al sexto piso, donde se ubicaba nuestra habitación.
Cruzamos los primeros dos pisos entre miradas. Miradas de soslayo, miradas pícaras, miradas que nos arrancaban una sonrisa. A mediados del tercer piso, una mirada se prolongó. Gerard leyó mi mente. Me tomó entre sus brazos y me puso de espaldas contra una de las cuatro pequeñas paredes del ascensor. Acto seguido, besó mis labios con total lujuria y desesperación. “Espera, amor…” musité cuando ya casi no tenía aire en mis pulmones. Él obedeció y me dejó nuevamente en el “suelo”, sin antes unir sus labios con los míos una vez más.
Piso cinco…¡Piso seis, maldita sea! Nunca parecía llegar. Hasta que lo hizo.
Salí de aquel ascensor de un metro y medio cuadrado y Gerard me siguió, con paso ligero, sin apuros. Sin embargo, ambos moríamos por dentro, moríamos por ser uno, por entregarnos el uno al otro una y otra y otra vez.
Cuando encontramos la puerta correspondiente a nuestro cuarto, saqué la llavecita que me había dado la recepcionista del hotel, la coloqué en la cerradura y la giré lentamente. Sabía que Gerard se desesperaba, se ponía nervioso con mis vacilaciones, al igual que yo lo hacía con las suyas. Cuando finalmente destrabé la puerta, Gee se me adelantó, tomándome en brazos y girando el picaporte sin ningún tipo de cuidado ni suavidad. Abrió estrepitosamente la puerta, entró conmigo en sus brazos y la cerró con una pequeña patada. “Gerard, bájame, por favor…” le decía entre risas. La verdad, no me divertía mucho. Tenía vértigo y la mínima altura me asustaba un poco. Prosiguiendo, Gerard no hizo lo que yo le pedí. Caminó hacia un pasillo oscuro que había en el medio de la habitación. Continuó unos pasos más hasta llegar a una puerta. Como pudo, la abrió, sin soltarme. Me dijo que cerrara mis ojos y obedecí, los cerré. Me dejó en el piso y sentí como caminaba por aquel cuarto. Luego de unos momentos me dijo que ya podía abrirlos…
- Dios santo, Gerard…-exclamé fascinado: el cuarto era hermosísimo. Estaba todo adornado con rosas blancas y rojas, desde las dos mesas de noche hasta los sostenes de las cortinas. La cama estaba repleta de pétalos de rosas blancas y un ventanal enorme se ubicaba de modo paralelo al lado derecho de la cama. El sol se colaba por allí, dándole un aspecto majestuoso a toda aquella habitación.
- Te mereces esto y mucho, mucho más, Frank…-susurró Gee, abrazándome, mientras repartía pequeños y cortos besos en mi cuello.- Siempre estuviste allí cuando te necesité…Siempre supe que contaría contigo…Siempre supe que me amarías sobre todas las cosas…Y por ello y mucho más…Gracias…-se separó de mí, dejándome verlo. Sus ojos estaban repletos de lágrimas y esbozaba una sonrisa bellísima…Sincera. Una de las lágrimas que rondaban por sus ojos, cayó por su mejilla derecha y volvió a sonreír.- Te amo, mi amor…Te amo más que a nada en el mundo y…Simplemente…No sé qué mierda sería de mí si no te hubiese conocido…Si…Si no te hubiese visto en el estudio de grabación de Eyeball…Seguramente…ya estaría muerto, tieso, tirado por ahí, en algún cementerio de Bellville.

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