viernes, 3 de agosto de 2012

Yo soy aquel; Capítulo: #3

Capítulo: #3

-Así que creíste que podías volar si ni siquiera puedes caminar?- río Mikey cínicamente a la mañana siguiente, justo después de ver el doloroso y gigantesco chichón que se asomaba en mi frente, señas de un fallido intento de correr hacia él.

-Mikey por favor, no seas tan duro conmigo- pedí amablemente

-Duro el golpe que te pusiste por andar de loco. Cuentas veces te he dicho que tu NO caminas? Tuviste que golpearte la cabeza para darte cuenta de eso?- replico ante mi petición, casi gritándolo tratando de humillarme ante Lauren, quien se encontraba en la cocina preparando lo que seria el desayuno

-Mikey, que me quedare así por siempre ya lo se, no tienes por qué repetírmelo. Pero que no puedo contar contigo en estos momentos, eso aun no cabe en mi cabeza ni lo proceso en mi dolido corazón- respondí ante sus usuales insultos

-Que ha pasado con tu cruz de plata?- pregunto al revisarme de pies a cabeza

Mire hacia mi cuello y no la vi colgada donde normalmente iba, seguramente la había perdido en ese bar, en el taxi o en aquella calle cuando me arrastre.

-La he perdido- respondí

-De seguro fue cuando te arrastraste como el perro que eres- argumento antes de irse a sentar a desayunar

-Es que no puedo aspirar ni siquiera a un poco de tu amor o de tu apoyo?- pregunte mientras me dirigía hacia el

Con dificultad me puse enfrente de él, con el corazón en la mano y el alma en la otra, colgando débilmente de mi pulgar. Mi llanto se había llevado la mitad de mi vida y el desprecio la otra. Mi único apoyo era el frío respaldo de mi silla y mi única compañía era la luna en las noches donde las lágrimas corrían inevitablemente al son de mis débiles sollozos, colisionándose en la suavidad de mi almohada o acariciando el dorso de mi frágil y adolorida mano. El dolor que sentía en mis brazos después de los esfuerzos casi inhumanos para mover transportarme era insoportable, o inclusive el que sentía en mi espalda o cuello no se asemejaban a la profundidad del de mi alma.

Lo mire furioso pero a la vez decepcionado y muy dolido. Probó bocado y se giro hacia mí.

-Ahora que?- pregunto furioso

-Tan solo una vez en tu vida dime porque diablos me odias- conteste con las lagrimas en los bordes de mis cansados ojos

-Porque estorbas- contesto fríamente metiéndose la cuchara a la boca, sin siquiera voltear a verme aunque sea con un poco de lastima

Mi corazón cayo desde mi pecho hasta mi intestino, haciéndose mierda lista para expulsarse en cualquier momento. Ni siquiera pude mirarlo a la cara porque mis ojos se nublaron de ese ardiente líquido salado, cuyo nombre estoy harto de recordar. Mi pecho empezó a contraerse provocando una fuerte punzada en el, haciendo que todas mis ilusiones salieron por el único escape que el cuerpo puede dar a las dolencias del alma: las lágrimas.

-De acuerdo hermano, no te molesto mas- anuncie antes de irme hacia a mirar a esa ventana que aluzaba mi vida aun estando en total oscuridad.

Llegue a pesar de los calambres en mis muñecas. Ahí estaba el, regando como siempre las flores tan hermosas de su balcón. No llevaba camisa y el sudor tímidamente se asomaba por los poros de su desnudo pecho. La lujuria comenzó a llenar mi carne, ese hombre eran una tentación inclusive para el gran señor de los cielos, quien había mandado a su ángel mas bello y delicado de su reino para no tentarse al mirar ese suave cuerpo y esa hermosa cara, cuya belleza aun no esta definida ni siquiera por el hombre mas sabio de todos. Su mirada estaba tan fija en su trabajo, que parecía que entre sus ojos las constelaciones se reflejaban mejor que en la belleza infinita de la noche. Su cabello parecía la seda mas fina del universo, hilada por la mano de Dios. Hecho tan finamente que podría desgarrarse ante cualquier contacto. El viento movía delicadamente el mechón que se posaba en uno de sus ojos, acariciando aquel retrato de la perdición humana llamado rostro.

Noto mi presencia y volteo hacia mi, mirándome con confusión, como tratando de reconocerme. Soltó una leve risita, miro nuevamente hacia mí, me sonrío y se metió a su casa. Habrá visto el deseo que había entre mis pupilas, al degustarse con aquel dulce motín de la mas sucia y perversa lujuria?

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