Capítulo: #5
La sala algo húmeda por el paso de los años, completamente de madera tallada, se encontraba en un silencio sepulcral.
Su mujer se encontraba llorando silenciosamente en una silla mientras que los muchachos estaban parados a ambos lados de la cama de su padre.
Se miraban de vez en cuando pero rehuían sus miradas, cada uno por sus propios miedos al rechazo y a sus nuevos sentimientos recién descubiertos.
Su padre lanzó un quejido de dolor y tomó la mano de su hijo mayor. Gerard lo observó con piedad mientras que veía como el rey tomaba con su otra mano la del chico menor.
Luego de haber tomado las dos manos con gran dificultad las unió; y los dejó así, Gerard sintió múltiples escalofríos recorrerle el cuerpo al sentir la piel de Frank tan cerca de la suya y Frank sintió que sus piernas flaquearon al recordar las veces que había dormido acurrucado a su hermano...
El viejo tosió y quitó a los muchachos de sus pensamientos. Se incorporó muy poco, sólo lo suficiente como para no verse tan minusválido.
-Hijos... –tosió fuertemente, y Gerard por poco pensó que el viejo se moriría ahogado- D...deben c-cuidar de us...ustedes... mis... mismos.... Del... o... otro... Son... sangre de su sangre... son... –llevó una de sus manos a su pecho y dejó los ojos en blanco mientras convulsionaba fuertemente-
Gerard soltó la mano de Frank y trató de hacer algo para salvar a su padre pero todo fue en vano.
El viejo había muerto. La mujer soltó un fuerte sollozo al aire, maldiciendo a su Dios y rogando por su muerte mientras que los chicos se miraban inexpresivos.
Uno sentía dolor por su vida que desde ese momento dejaba de ser suya y el otro simplemente no sentía nada en especial hacia su padre.
Nunca se habían llevado nada bien.
Gerard salió de la habitación con todo su porte y elegancia, mientras que su madre se desplomaba en el piso y gateaba hasta la cama cubierta de lágrimas.
Frank la observó penosamente y aunque quiso ayudarla supo que no podría hacerla sentir mejor, así que salió detrás de su hermano.
Cerró la puerta detrás de sí y miró al largo corredor. El piso estaba hecho de madera al igual que a los padres, pero ellas a diferencia del suelo estaban talladas en los bordes, con hermosos diseños de la época.
Lo vio, apoyado contra la pared, con los ojos cerrados y una expresión de rudeza y tristeza notable.
Se acercó lentamente, en parte temeroso de la reacción que su hermano pudiese tener y por otra parte temeroso de verlo siquiera.
-¿Hermano? –llamó lento; pero el mayor abrió los ojos de golpe, como sobresaltado-
-Ah, Frankie. Emm... ¿qué queréis? –sonó algo descortés pero Frankie lo conocía y sabía que no trataba de lastimarlo-
-Quería saber si os encontrabais bien... –musitó mirando al suelo y luego a los ojos verdes de su hermoso hermano que tanto lo intimidaban-
-Lo estoy... –suspiró- Me caso. –susurró-
Frank sintió algo dentro de él romperse. Frunció el ceño y apretó las mandíbulas. ¿Acaso eso era verdad? ¿Su hermano se casaba? ¿El dueño de su corazón se casaba? Un momento ¿Desde cuando había admitido que lo amaba?
Bueno, eso no era importante, lo importante era que se sentía traicionado y dolido.
-Ah... Os felicito. Dadle mi felicitación a la afortunada dama. –Gerard se despegó de la pared y quedó cerca de Frank, tal vez demasiado. El menor tragó saliva-
-No me habléis con ese tono. –susurró con una mirada muy parecida a la del cariño y tristeza mezcladas-
-¿Y por que no? ¿Quién sois vos como para prohibírmelo? –Exclamó demasiado enojado con el mundo-
-¿Quién queréis que sea? -¿Qué? Eso sonaba tan... Dios, ¿le estaba flirteando?-
-¿Quién queréis ser? –Era bueno en eso, nadie le ganaría, nadie le dejaría contra la espada y la pared, ni siquiera él-
Gerard estiró el brazo con toda la intención de acariciarle la mejilla cuando alguien se aclaró la garganta. Regresó su brazo a la posición normal inmediatamente y se giró para ver a la causante de su dolor más profundo: a Eliza.
La chica llevaba un vestido verde con grabados en hilo de oro, a los ojos de cualquier muchacho hubiese resultado atractiva: de caderas anchas, voluptuosa, y con una hermosa piel pálida. Pero a los ojos de Gerard ella sólo fue una astilla más en su corazón.
La muchacha se acercó de forma sensual y tomó el brazo de su futuro esposo mientras que el menor tragaba saliva y fruncía el ceño, no le gustaba es tipo de acercamientos para con su hermano.
-¿Y vos quien sois? –preguntó la muchacha de forma prepotente-
-Soy su hermano y vuestro futuro cuñado. –sonrío forzoso, le dolía y mucho-
-Oh, majestad –dijo con falso respeto- mucho gusto, no os reconocí. Disculpadme la intromisión, pero no se habla mucho de usted... –la muchacha hizo una pequeña reverencia y sonrió con maldad al muchacho, algo había en él que no le gustaba nada, nada-
El silencio se hizo presente y nadie se dirigía ni una mirada ni una sola palabra, apenas ya recordaban la muerte del rey.
-Yo... –exclamó aclarándose la garganta- Me voy. Con vuestro permiso –hizo una muy pequeña reverencia y se retiro a paso rápido de allí, ese había sido un fuerte golpe-
Eliza no perdía el tiempo y algo le decía que necesitaba actuar rápido, tomó la cara de Gerard entre sus manos y le besó. El muchacho no hizo nada, nada de nada, no la apartó bruscamente, no le correspondió el beso, no hizo nada.
La muchacha cansada de intentar que le correspondiese un solo beso se apartó bruscamente y se fue de allí furiosa al ver que la mirada de Gerard siempre había estado clavada en el pasillo por el cual había salido su hermano.
Cerró fuertemente los ojos y se llevó una de sus manos al entrecejo para masajearlo suavemente, le dolía la cabeza de tanta “mala suerte” que tenía.
Cuando los abrió se dirigió a su habitación olvidándose momentáneamente de que ahora era rey y de que su hermano parecía estar dolido, traicionado de la única manera que la persona amada puede hacerlo.
Fue una verdadera lástima que no se percatara de lo último, tal vez si lo hubiese hecho, las cosas hubiesen sido distintas a como se relatarán.
El sol se alzaba fuerte en lo alto del cielo e iluminaba todo el lugar con sus fuertes rayos solares.
Los niños más pobres corrían de un lado a otro persiguiendo ovejas que se habían escapado del rebaño de sus padres mientras que éstos trabajaban en los campos de cultivos.
Desde lejos, Gerard observaba todo en su habitación de palacio, estaba aburrido de vivir allí, encerrado sin poder conocer absolutamente nada.
Suspiró y decidió salir a vivir un poco, su vida era demasiado aburrida y esa noche, cuando tomase el puesto de rey, se volvería aún más tediosa.
Tomó un simple abrigo y salió a buscar a su caballo; “Ángel”, su caballo, era un hermoso semental de pura raza, negro como el azabache y fuerte como un toro.
Le dio un par de palmadas en el cuello en forma de “saludo” y lo montó.
Cabalgó rápidamente hasta que salió de los límites del palacio.
Una vez fuera comenzaron a galopar mucho más lento, observó las casas con detenimiento, como si nunca las hubiese visto antes.
Cerró los ojos al ver como un muchacho flaco, alto y aparentemente débil, era atado a un palo y azotado por el que sería su padre; aunque odiaba todo eso, no podía hacer nada para evitarlo.
Un momento, era el rey, ¿cómo que no podía evitarlo?
-Anciano –dijo con voz gruesa el joven rey- dejadle en paz. –exclamó bajando del caballo, su porte elegante dejó a todos deslumbrado, tanto a mujeres que suspiraron como a hombres que no lo admitirían nunca- ¿Qué ha hecho ese joven como para ser azotado así? –El viejo frunció el ceño y apretó el látigo que tenía en su mano-
-¡Esta rata inmunda! –Murmuró- ¡Me ha robado! –Gerard frunció el ceño mirando a los ojos de ese chico que le resultaron terriblemente familiares... El muchacho simplemente bajó la mirada y largó amargas lágrimas-
-De seguro que ha sido un malentendido. ¿No es cierto, chico? –El muchacho asintió, mientras que la gente se acercaba protestando-
-¡¡Es un ladrón!! –Gritó una mujer anciana-
-¡¡No queremos delincuentes aquí!! –Exclamó otro hombre-
-¡¡¡Fuera!!! ¡Sí! ¡Fuera!. ¡Fuera! –Gritaron todos los ciudadanos a coro-
Gerard ya no sabía que hacer, si dejaba al muchacho allí de seguro que terminaría muerto y si no, ¿a dónde lo llevaría?
-¡Aguarden! –exclamó mirando a los demás con algo de odio, ese chico le resultaba terriblemente familiar, era más parecido a sus padres que su propio hermano. ¿Cómo podía ser eso posible?- ¡Yo me llevaré al chico! –La gente se sorprendió y murmuró algunas cuantas cosas que no pudo escuchar- ¡Para castigarlo yo mismo por sus delitos! –la gente victoreó y ese mismo anciano que en un principio había atado al chico al poste, lo soltó y lo volvió a atar de manos al caballo de Gerard.
El rey se compadeció al verlo con la espalda completamente lacerada-
Comenzó a cabalgar lentamente y cuando estuvieron suficientemente lejos de allí, se detuvo, bajó del caballo y soltó al muchacho.
Estaban a costados de un camino, rodeados de bosque, nadie podría saber nada.
-Huye. –susurró al muchacho que lo observaba extrañado al notar sus manos libres-
-¿Qué? –preguntó sin poder creerlo-
-Eres libre he dicho. ¡Ve!. ¡Iros! ¡Marchad!. ¡Huid! –El chico miró a los costados del camino y abrió la boca para decir algo pero las palabras de Gerard lo interrumpieron- ¿No tienes adonde ir? –El muchacho asintió- te entiendo. A veces, es mejor no tener a donde ir, que no querer ir a donde uno tiene. –El chico frunció el ceño y con miedo dio un par de pasos hacia el rey- ¿Cómo te llamas?
-Mi... Michael... –susurró-
-¿Michael? –Michael asintió- Mucho gusto. Mi nombre es Gerard, maldito rey de todo este pedazo de porquería. –El chico abrió los ojos sorprendido ante el vocabulario- No te sorprendas, mi vida no es mejor que la tuya. Anda, anda, sentaros. –exclamó ofreciéndole un lugar a su lado, sobre un viejo tronco. Gerard se encontraba sentado en una roca-
El chico con paso tímido se sentó sobre el tronco y observó a Gerard, por alguna razón creía haberlo visto antes o al menos a sus ojos...
-Y dime Michael, ¿tienes familia?
-S...sí. –Susurró- Mi madre... –una lágrimas rodó por su mejilla- Estará devastada al enterarse de donde terminé. –Miró al chico seriamente- ¡Le juro que no tenía intenciones de robar! ¡Mi madre estaba muriendo de hambre y yo sólo quería un pedazo de pan que ese sucio –ahogó otra palabrota- me negó! ¡Por favor, perdonadme! –suplicó y Gerard sonrió-
-Claro que te perdonaré, me conoces en un día no muy bueno para mí, estoy “vulnerable”. –Sonrió de lado y se levantó de la roca- Oye, ¿te molestaría venir al palacio conmigo? –Preguntó arreglando la montura-
-¿Q...qué?
-Sí, no pensarás regresar a ese lugar, ¿cierto? –Preguntó sonriéndole con cariño fraternal, un cariño que asombrosamente nunca había tenido con Frankie-
-Supongo que no.
-No, no supongas. No volverás a ese lugar, es muy peligroso. –Pensó unos momentos y luego añadió- Puedes trabajar como sirviente, mi hermano –su rostro se iluminó, hablar de Frank siempre lo ponía de buen humor- necesita un sirviente más. No se como no tiene suficiente con uno. –Dijo riendo al final- Yo sólo no necesito ningún sirviente y te juro que de lo contrario, con uno me bastaría.
Gerard ayudó al muchacho a subir a su caballo y luego subió él. Cabalgaron rápidamente hasta llegar al palacio.
Hubo una pequeña pelea acerca de ese muchacho y sobre que podía hacer allí, pero como siempre, Gerard ganó la discusión y el chico pudo quedarse. Pasó a ser de la servidumbre de Frank.
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